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EL VALOR DE LAS PALABRAS...
Dime como piensas…y te diré que mundo te cabe.
Un lugar para pensar y escribir...
y la identidad de rol laboral
(ser en el hacer: una actitud que se aprende
por Alberto Farías Gramegna (*)
“A mi trabajo acudo, con mi dinero pago …” - Antonio Machado
“El trabajo es mucho más que un medio de vida, es ante todo un modo de vivir” - L. D Porta
Sin duda, lo que se ha dado en denominar “cultura del
trabajo”, junto a la educación general, técnica y superior es el mayor capital
social de cualquier país que apueste al desarrollo productivo, al crecimiento
global y a una mejor calidad de vida de sus ciudadanos. Esto es casi una
obviedad de Perogrullo. Y precisamente todo esto es lo que se ha perdido en
grandes sectores de las poblaciones potencialmente productivas en muchas
sociedades contemporáneas.
La “cultura del trabajo”
Hace casi dos décadas y
media el recordado periodista German Sopeña describió a la “cultura del
trabajo” como “la suma del conocimiento específico, una actitud honesta y
productiva, el deseo de progresar, la capacidad para trabajar en conjunto y el
respeto por el trabajo y los derechos de los demás”. Y luego concluye, en
referencia ya al ámbito del empleo que los ámbitos de trabajo, son -o debieran
ser- lugares donde a partir de una suerte de jerarquía vinculada a la
experiencia y el conocimiento, se refuerce esa cultura del trabajo.
Sin embargo, los principales
transmisores de estos valores son en primer lugar la educación familiar y luego
debiera ser la escuela desde el nivel primario hasta el universitario pasando
por el secundario.
Claro que, lamentablemente, en
épocas de marginalidad, crisis económicas globalizadas y confrontaciones
ideológico-socioculturales, la mayoría de las instituciones educativas -quizás
con la excepción de los institutos técnicos de formación de oficios- están muy
lejos de poder cumplir con eficacia esa importante misión. Sin cultura del
trabajo no hay autoestima que consolide una “identidad de rol laboral” estable
capaz de edificar un proyecto de vida a largo plazo. Y enfatizo el concepto de
“proyecto de vida” por oposición a la “reactividad circunstancial” del día a día.
Por eso ante su ausencia histórica o por efecto de un paro (desempleo) forzoso,
la identidad se resiente y aumentan las carencias.
Soy en gran medida lo que hago: el ser en
el hacer, la identidad laboral
En mi nuevo libro editado en España, “Ser en el hacer”, Factor y recurso humano: personalidad e identidad laboral. Una perspectiva desde la intervención convergente en la organización del trabajo (R&S Ediciones, 2024), me ocupo centralmente de analizar las relaciones entre sociedad, organización, identidad de rol, cultura del trabajo y las posibles interacciones con los estilos de personalidad.
La
identidad es lo que siento que soy y se relaciona con mi ser y mi hacer.
Mi hacer determina gran parte de mi ser. Cuando queremos saber a qué se dedica
alguien en el mundo del trabajo, es frecuente que al preguntarle “¿A qué te
dedicas?”, responda “Soy…” obrero,
periodista, arquitecto, albañil, comerciante, carpintero, empresario, profesor,
etc.
Lo que llamamos
la “identidad laboral” o también “identidad de rol” es un aspecto
determinante a la hora de evaluar el equilibrio emocional y la capacidad de
adaptación saludable a la organización del trabajo.
La temática de la competencia profesional (lo que sé hacer) y el desempeño laboral (el cómo lo hago) tiene mucho que ver con esto. Una parte relevante de la identidad total de una persona la constituye su “identidad de rol laboral”, que recorre los aspectos relacionados con las expectativas atribuidas y asignadas en el plano de la performance socio-laboral.
Estudios
realizados en distintas situaciones de pérdida forzosa de empleo, en diferentes
colectivos sociales de culturas disímiles, han mostrado reacciones promedio
relativamente similares. Una serie de signos y síntomas actitudinales que
pueden presentarse de a uno o varios a la vez y que podríamos englobar bajo el concepto
de “síndrome reactivo al desempleo no deseado”, que pude describirse como una tendencia
al aislamiento, disminución de la autoestima, eventual aumento de la
agresividad (ya que la frustración de una necesidad de cualquier índole suele
suscitar ese tipo de respuesta).
Finalmente, si el desocupado forzoso no logra insertar la frustración en una red sociofamiliar que le devuelva la confianza en sí mismo, podría resignarse a una actitud de espera depresiva. Sin embargo, en otros casos, y por reacción defensiva, muchos participes de agrupaciones reivindicativas de desocupados -muy ostensibles en los últimos años- terminan encontrando allí junto a sus pares, una nueva identidad social. Luego tenemos el “desocupado generacional”, los “ni-ni”: los jóvenes que ni estudian, ni trabajan.
La cultura del trabajo: una actitud que se aprende
Hoy en el mundo
hay millones de jóvenes que no están insertos en actividades laborales y
tampoco se están formando profesionalmente. Las causas de este cuadro
inquietante son al tiempo que socioeconómico productivas, también culturales:
factores motivacionales, económicos y educativos de base, etc. y no sólo de
oportunidades de oferta y demanda del mercado laboral. En muchos de estos
casos, la subocupación, el trabajo inestable, el llamado trabajo “en negro”, errático
e informal sin aportes previsionales o directamente la desocupación crónica
lleva dos y tres generaciones dentro de una familia y por tanto la cultura del
trabajo no tiene significación alguna para sus integrantes.
La cultura del
trabajo refuerza y perfila la identidad de rol laboral y también en otros casos
la identidad vocacional profesional previa (el “que quiero ser cuando sea
grande”) facilita el fortalecimiento de la cultura del trabajo. Como vemos, la
cultura del trabajo y la identidad laboral son dos caras inextricablemente
unidas y el resultado de complejas interacciones de fortalezas, oportunidades,
debilidades y amenazas en un contexto sociocultural y económico concreto, que
se confrontan con la acción u omisión, afrontamiento o defección de cada
persona, porque no sabe, no quiere o no puede, ya que la historia universal es
la de un solo hombre, como quería Borges.
En definitiva, más allá de las sobredeterminaciones que generan las circunstancias económico-sociales, la cultura del trabajo no surge espontáneamente, es producto de una lenta construcción, tanto individual como colectiva, que deviene en una necesidad psicológica, una cuestión de actitud al final de un largo aprendizaje social.
(*) Consultor en RRHH y Psicología del Trabajo. Psicología Social y de la Personalidad
- Profesor invitado Universidad de Murcia, España.
* *
*
Cliente no se nace, se hace (*)
(éxitos y fracasos de una relación ambivalente)
1
El cliente y el agente
AMBIVALENCIA: “La ambivalencia es un término utilizado en psicología para describir la presencia simultánea de sentimientos contradictorios hacia una persona, situación u objeto. Es decir, una persona experimenta sentimientos positivos y negativos hacia la misma cosa al mismo tiempo.” - Diccionario RAE
CLIENTE: 1-Persona que compra en una tienda,
o que utiliza los servicios de un profesional o empresa. 2- Persona que está bajo la
protección o tutela de otra. - Diccionario RAE
|
La relación múltiple en el proceso de las transacciones comerciales en general entre “agente y cliente” implica variables tanto económicas objetivas como psicológicas subjetivas. Bajo el título de “Cliente no se nace, se hace”, intentaremos analizar en los siguientes cuatro apartados aquellas complejas variables.
Cliente es aquel que
vuelve porque ha encontrado allí las condiciones favorables y aceptables para
sus necesidades de consumo.
Sino es solo un usuario
consumidor por obligación excluyente. Si hay opción de elegir, se puede
regresar a un mismo lugar cada vez que surge la demanda ante una oferta
disponible por una o varias razones concurrentes a) accesibilidad del sitio b)
coste del producto ofrecido c) calidad del mismo d) trato recibido.
Si se dan todos estos
factores el reforzamiento de la voluntad de volver es intenso. A eso se le
suele llamar “fidelizar al cliente”. ¿Pero, entonces quién hace del consumidor
un cliente?. Pues de lo anterior se deriva una conclusión espontánea: el
agente.
De tal agente este cliente
Agente y cliente
son una unidad en la dialéctica de la oferta y la demanda. El uno no existe
–en la su estatus sociológico- sin el otro. Ambos, además, son consumidores en
distintos momentos. Ambos son comerciantes. Ambos tienen derechos y deberes.
Pero a pesar de la unidad funcional agente-cliente, esta relación no es simétrica. El
agente necesita y debe construir un perfil de cliente que lo elija. El cliente,
por su parte, puede y debe elegir al agente que mejor satisfaga sus
necesidades, y este aspecto no se agota en la calidad intrínseca del producto-servicio.
La atención clientelar agrega y
modifica el valor original de la mercancía; cualifica la venta. Por eso decimos
que vender es ante todo asesorar, contener, informar y cumplimentar necesidades
diversas y no meramente “despachar”.
El cliente es por fuerza –cuando no está
cautivo-un “cooptador” del agente. Este último debe demostrar su calidad total para ser elegido genuina y
legítimamente, con arreglo al tríptico
regio: mejor producto, mejor precio, mejor atención. Es este, en
definitiva, el meollo de la competencia, su razón medular: ser competente para competir. Ser competente como agente
(empresario) es tener competencia en el rubro en el que se está. Saber y saber
vender. Competir es participar con la meta de ganar…clientes al fin de cuentas.
El “agente
pasivo” (empresario desmotivado) se comporta como si creyese que el cliente
tiene obligación de elegirlo y suele confundir venta con oportunidad, que al
reiterarse troca en oportunismo.
El “agente
activo” (empresario emprendedor) en cambio, entiende que cuidar y motivar
al cliente es la tarea central de toda la actividad comercial, siempre que se
cuente con un producto-servicio digno de ser vendido.
El comercio es -va de suyo- intercambio
de mercancía, (productos-objetos o servicios) por moneda o valor equivalente.
Se sostiene, entonces, en necesidades y valores. Si no hay valor de uso para el
cliente, no habrá valor de cambio para el agente, nuestro “empresario” de ahora
en más. Así como toda organización comercial con objetivos de venta es una
empresa, todo comprador ocasional que regresa a la misma, reiteramos se
convierte en cliente. En esa actividad ordenadora que es el comercio “en
general”, recortaremos en una próxima nota el proceso de la venta “en particular”, la segunda parte
de “Cliente no nace, se hace”.
2
El
proceso de la venta
“Desde la perspectiva objetiva de la economía de mercado la ley
de la ´oferta y demanda´ describe cómo el precio en que se ofrece un producto
(o servicio) determina finalmente la cantidad disponible de ese producto que
los oferentes están racionalmente dispuestos a vender y se presupone que los
consumidores a comprar. Pero esta perspectiva objetiva es, va de suyo,
necesaria, aunque no suficiente muchas veces para explicar las oscilaciones en
el proceso de la venta, porque existen factores y variables propios de la
psicología de la venta, y la condición de “cliente” es parte importante de
aquellos factores que pueden definirse como subjetivos frente a aquellos
objetivos antes mencionados.” - Xavier Silo
Salinas
L |
a venta implica y presupone un complejo
proceso de persuasión apoyado en una motivación ligada siempre a necesidades
básicas o de estilo de vida. Es una transacción socioeconómica-cultural. Vender
presupone comprar, es decir, una dualidad concretada en un encuentro que fragua
un vínculo entre agente y cliente.
Ese vínculo-en-acción es social porque
resuelve necesidades de la vida cotidiana. Es económico porque sostiene la
producción y circulación de mercancías. Y es cultural porque lo que consumimos,
lo que queremos poseer siempre está condicionado por los valores de cada
cultura.
Hay pues, en el proceso de la venta,
varios momentos: a) la necesidad que lleva a la demanda b) la oferta excluyente
o competente c) la transacción propiamente dicha, que incluye factores formales
e informales d) la satisfacción o insatisfacción posterior (esto es clave para
el proceso de construcción de la identidad clientelar)
A veces el proceso se define por el lado de la oferta, otras el cliente busca activamente lo que necesita, y por lo mismo, es pertinente decir que toda venta tiene una historia de necesidad y motivación.
Los personajes salen a escena: personalidad, clima y estilo
Así, la persona del cliente
“actúa” en el escenario mercantil el personaje del “comprador” y el agente,
por su parte, ostenta las vestiduras del “vendedor”. Los personajes saben su
oficio y deben respetar el guion, aunque no siempre se cumple: amabilidad con
la persona y sensatez con el personaje.
No los une el amor -aunque a veces si el
espanto- sino un interés recíproco sostenido en la necesidad de uno y la
relación coste-beneficio del otro. Dos a quererse en la “acción y el efecto de vender” según define el diccionario,
mostrando así el doble aspecto de la venta: como proceso y punto de llegada,
que justifica el encuentro y el ritual de la demanda, la oferta, el examen, el
consenso y el cierre de la transacción.
Sin embargo, la formalidad y la razón del personaje, suele claudicar cuando la pasión de la persona
irrumpe informal. Persona y personaje se mezclan en la vida cotidiana. Razón y
pasión están presentes en ambos lados del mostrador. Vender orientado a la
persona, sus estilos y sus valores, sin perder de vista el marco que regula al
personaje, sus normas de hecho y derecho: tal la clave del éxito profesional
del empresario motivado. El mismo deberá regular su pasión: sentimiento de
rechazo, encono, prejuicio, cansancio, impaciencia, hastío, etc., para poder
actuar desde el personaje del “vendedor”, escuchando y respetando la necesidad
de la persona del cliente.
Cada personalidad “pide” un estilo de
relación informal diferente: el charlatán, el curioso, el prolijo, el afectivo,
el anecdótico, el discreto, el barullero, el parco, etc.
La personalidad del agente interactúa
con la del cliente y crea el “clima” del encuentro, la faz emotiva, el
gradiente de adecuación o disfuncionalidad psicológica.
El clima resultante es parte de la calidad atencional. “Háblame como quiero escucharte, trátame como persona que soy y no solo como personaje comercial” pareciera decirnos el cliente. Resumiendo, razonar juntos sobre la venta es considerar a la persona real que siente y piensa, sin traspasar los límites de los personajes que cada cual encarna.
Gané una venta, pero perdí un cliente: de la necedad al conflicto
El conflicto en la venta es el fracaso
de la lógica de la razón y como observamos, los motivos más frecuentes son un
mal manejo de la relación formal-informal, pero también el llano incumplimiento
de los deberes del personaje.
En detalle estos motivos podrían
agruparse en a) los derivados del incumplimiento formal de las condiciones:
tiempo de entrega, garantía ineficaz, mala calidad del producto, información
inexacta, no respetar el precio pactado, no devolución del dinero cuando hay
insatisfacción del cliente, no querer cambiar un producto en mal estado o
degradado en su sabor o consistencia, aduciendo que el proveedor no acepta
devoluciones, no extender debida factura, etc.
b) los surgidos directamente de la mala
o deficiente atención clientelar: mal trato, descortesía, no asesoramiento
sobre características del producto o servicio, falta de asistencia postventa,
ineptitud profesional del personal, falta de empatía, exigencias improcedentes,
discriminación, abuso de confianza, etc.
c) los relacionados con el contexto
ambiental: lugares inadecuados, ausencia de elementos auxiliares en los lugares
de consumo, falta de higiene, barreras en los espacios de espera, señales
agresivas, obscenas o provocativas, contaminación, comportamiento desaprensivo
o peligroso, presentación personal y conducta desubicada o grosera, etc.
d) finalmente aquellos derivados de lo
que llamaremos la “personalización emotiva” de una relación comercial: por ejemplo, enojo pueril por no obtener una
rebaja, solicitud de ventajas especiales improcedentes, desconocimiento de las
normas regulatorias del comercio, pretensión de obtener beneficios
discrecionales, exigencias improcedentes al personal, etc. La “personalización
emotiva”, es básicamente un malentendido: el personaje del “comprador” no le
habla al “vendedor” sino a la figura personal, que le impresiona como “buena”,
“mala”, “simpática” “antipática”, etc.
Genera un clima regresivo y lleva a la
dramática escalada del malestar y a que el cliente y el agente se vean como
adversarios o enemigos. Aquí el “deseo” de comprar se ve frustrado. Y sobre eso
hablaremos en una tercera nota de esta serie: el deseo y las cinco constantes
de la venta.
3
Las cinco constantes de la venta
“Escuchar para entender, entender para vender”
U |
na transacción comercial (el encuentro
operativo comprador-vendedor) tiene siempre –y aunque no sea evidente- cinco
constantes, que va de suyo, cada uno tiene aspectos variables según el caso
particular, que es lo que explica finalmente si la venta fue exitosa y
satisfactoria para ambos protagonistas (vendedor y comprador) o frustrante para
uno, otro o ambos. Estas “constantes” son: una historia de motivación, una necesidad
instalada, un acuerdo implícito, un
escenario y un remate trunco o exitoso, abierto al mismo tiempo a la posibilidad
de nuevas transacciones, es decir el comprador convertido en cliente. Tal los
casos paradigmáticos del asiduo concurrente al quiosco de la esquina; la señora
del almacén de barrio o el parroquiano de la mesa de café con el matutino y la
charla cotidiana. El café-bar –digamos al pasar- es un caso especial de ámbito
servicial por su compleja implicancia sociocultural en la identidad del
consumidor.
Al comienzo señalábamos: a) Historia de motivación, porque los motivos por lo que se compra o consume un producto (esto o aquello, tal marca o tal otra) son a la vez efecto de una historia de usos, costumbres y aspiraciones vinculadas al marketing, expectativas de satisfacción y causa de nuevas motivaciones. Es decir que la motivación del consumidor viene de una necesidad y va hacia el logro de una satisfacción. En el medio está el vendedor y su desempeño profesional.
b) La necesidad instalada, por su parte, es la petición de principios de
toda compra y su razón de ser.
No importa si esta necesidad sea primaria y vital, como un kilo de pan, o secundaria y prescindible, como el último CD de mi cantante favorito. Sin necesidad no hay transacción. Este punto se hace interesante al vincularlo con las estrategias de creación mediática de necesidades. Recurso –a mi entender- plenamente legítimo en la lógica del mercado. Los que estamos trabajando, desde hace años, en la temática de los recursos humanos sabemos de la verosimilitud del aserto: “la oferta, si es legítima y oportuna, modela la demanda”. Esto no implica pensar al cliente como consumidor autónomo y pasivo, sino descubrir su perfil y animarlo a innovar, reafirmar o recrear sus gustos. Después de todo, la tarea de asesoramiento (nunca la de despachante) de un vendedor profesional consiste, en gran medida, en ayudar a vencer las tendencias conservadoras que como consumidores compartimos espontáneamente al suscribir con frecuencia y en los hechos cotidianos la premisa cultural “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
c) El acuerdo implícito al que hacemos referencia como tercera característica de la transacción comercial, refiere a algo muy sencillo: si hay alguien que quiere comprar, debe haber alguien que quiera vender. Este acuerdo se basa en el supuesto entendido de que ambos actores están hablando del mismo producto, con un mismo valor de necesidad y representación afectiva, cosa que en general no ocurre, tal como hemos visto en otros artículos.
c) El escenario, luego, es el tiempo y el espacio en donde tiene lugar la
transacción. El medio ambiente, la situación, el contexto y el clima
psicológico del encuentro cliente-agente. Cada uno de estos conceptos
recién aludidos tiene características y se diferencian a la hora de incidir de
manera compleja e interactiva en el éxito o el fracaso de una venta. Enseguida
veremos esto con mayor detalle, ya que precisamente el escenario constituye el nudo de la presente nota.
d) El remate, al igual que en un cuento, nos habla de cómo fue todo el
proceso anterior. La virtud princeps de
un vendedor es -remedando la mitológica magia de Midas- convertir en cliente a cada comprador que atienda.
Por eso la frase nefasta tantas veces escuchada: “si no le gusta vaya a otro lugar” es la anticultura de la venta, el
suicidio del agente comercial en boca del necio mercader, verdugo de su propio
emprendimiento, -al decir del poeta- por no
conocer su oficio ni tener vocación.
Cliente y agente son entonces dos
personajes en un mismo escenario. La obra que representan es “Véndeme si
puedes”.
El guion no está escrito. Sus autores, comprador y vendedor, dos a quererse, son los protagonistas que a cada instante co-escriben la dramática que en ocasiones, cuando ambos se malentienden, parece tragicomedia. “Háblame como quiero escucharte” parece decir el comprador. Entiende mis necesidades, dime lo que sabes y no me hagas sentir como un molesto visitante del que quieres deshacerte rápido. Préstame atención y no solo me muestres tus alhajas, que ya se sabe, lo esencial (de un encuentro) es invisible a los ojos. Digamos que la mejor estrategia de venta es la honestidad, el sentido común y la idoneidad en el conocimiento y el manejo del producto. En ese orden me animo a decir.
Escuchar para comprender, comprender
para vender
Escuchar para
comprender, comprender para vender es la premisa. En el escenario de la venta, todo buen
vendedor realiza -frecuentemente de manera intuitiva- un diagnóstico de situación y del
perfil de comprador: qué busca, quien es, qué sabe del producto que lo
interesa. Su desempeño deberá adecuarse a este diagnóstico operativo, porque le
servirá para trabajar profesionalmente utilizando esos datos como marco de
referencia, indicándole guiones diferentes frente a perfiles de clientes
diferentes: el inseguro, el curioso, el polémico, el indeciso, el exigente, el
desconfiado, el parlanchín, el confianzudo, el cordial, el parco, el enojado,
el caprichoso, el soberbio, etc.
La personalidad
(dimensión persona) y las circunstancias
del escenario (dimensión personaje) configurarán cada tipo-en-situación.
Como el escenario de la transacción incluye
el “clima” y a este último en
parte contribuye la personalidad del
vendedor, tenemos que a veces los protagonistas mudan en extraña pareja y nos
encontramos ahora ante una suerte de tipología
del vendedor : el ansioso (que no aguanta al comprador indeciso), el
autoritario (que cree que lo sabe todo) , el descortés (que no saluda y utiliza
modales groseros) , el obsecuente (que falsea la sonrisa) , el desconfiado (que
ve un ladrón o un estafador en cada cliente) , el apremiante (que siente que
atender le hace perder tiempo) ,el deshonesto (que miente y es desconsiderado
con la persona del cliente), etc.
En cada caso podemos agregar nuevos
ejemplos o variantes.
Lo cierto es que al ser el escenario de
la venta lugar y tiempo de despliegue de razones y pasiones propias de un
encuentro, (y en el caso de la clientela aparece un vínculo más o menos
estable) cuentan allí al menos cuatro variables, que según sean compatibles o
antagónicas determinarán el clima y el
resultado de la transacción: 1) las personas y sus necesidades 2) las
personalidades singulares de esas personas 3) el papel de los personajes
condicionados y 4) la situación comercial general y sus circunstancias
particulares (precio, calidad, forma de pago, etc.). Como se ve, no basta con las ganas. Cuando el deseo mete la cola…es
el momento de llamarlo por su nombre. El cliente agradecido.
En la cuarta y última nota, abordaremos
finalmente un análisis de la calidad del ámbito laboral y la capacitación del
agente de ventas.
4
El
ámbito de la venta y la gestión del recurso humano
E |
n notas anteriores de este mismo espacio relacionadas con las
condiciones y el clima laboral en general, decíamos que la clave para lograr calidad sustentable por
parte de una empresa reside en la gestión del recurso humano, diferente según
el estilo de liderazgo utilizado.
Así, la calidad de la vida laboral resultante de una gestión
adecuada redundará en la facilitación de una mejor atención clientelar y una
optimización del producto.
El confort laboral depende de variables vinculadas
tanto con el contexto general económico, como con las condiciones
socio-psico-materiales del trabajo, es decir el medio ambiente laboral. Conocidas
como CYMAT (condiciones y medio ambiente de trabajo) estas variables pueden ser
tanto facilitadoras como discapacitantes de conductas y
rendimientos deseables o indeseables, según las características que finalmente
presenten.
Las condiciones refieren principalmente al marco
contractual (horas, ritmo, tipo de trabajo, productividad, remuneración); el medio
ambiente, alude al clima y el lugar, el cómo y el dónde de la tarea
(satisfacción de necesidades básicas del trabajador, espacio optimo para
desplazarse, mobiliario adecuado, comunicación formal e informal, cordialidad o
mal trato en el grupo, de y con los jefes, etc.).
Ambas dimensiones tienen efectos en el
equilibrio psicofísico del trabajador y redundarán en la creación de un entorno
de tarea saludable o insalubre.
Entre nosotros es frecuente observar condiciones de trabajo inadecuadas por su extrema exigencia y desconsideración para con la dignidad personal y que sumadas a un medio ambiente conflictivo u hostil constituyen una combinación altamente negativa. El impacto de esta situación sobre el ánimo y la conformidad del trabajador lo aleja de una identificación con la empresa resintiendo su motivación en el logro de la optimización del producto y la atención clientelar.
El paradigma del “protagonismo laboral”
El paradigma del protagonismo laboral
impulsado entre otros por E. Demming hace ya más de tres décadas en Japón y los
EE. UU, apunta a incentivar como su nombre lo indica, el protagonismo y la
horizontalidad en la toma de decisiones sobre las tareas cotidianas. Esto no
significa, por ejemplo, que cualquier empleado desde cualquier rol, pueda
decidir sobre la política de inversiones de una empresa o sobre la estrategia
de lanzamiento de un nuevo producto. Sin embargo, nada impide que sea convocado
a opinar desde su especialidad o tarea, experiencia y lugar en la organización,
acerca de variados temas que lo involucran como parte activa de la empresa.
Así, el protagonismo de rol se asienta sobre la paulatina toma de
decisiones en el marco de la tarea específica que cada uno desarrolla en
interacción con su grupo de referencia y pertenencia laboral.
La convergencia del recurso humano (capacitación profesional y desempeño técnico del
rol) con la consideración del factor
humano (necesidades personales y expectativas de auto superación,
satisfacción y reconocimiento) constituye el nudo conceptual y ético de esta
perspectiva.
Una política empresarial que privilegie
el trabajo en equipo y la distribución equilibrada de responsabilidad y toma de
decisiones tácticas, resultará consistente con aquella perspectiva y bien puede
llamarse de gestión integrada sustentable.
El liderazgo que exige será de tipo
situacional, es decir que privilegiará la situación, el contexto y la
personalidad del liderado siendo su dinámica delegativa, pragmática y no
autoritaria.
En este modelo, el gerente, el
coordinador, el encargado o el jefe, capacita, asesora y delega. En otras
palabras, ayuda a crecer. Es ante todo una gestión de confianza en la capacidad
del otro, porque la dignidad y el reconocimiento del empleado refuerzan la
legitimidad del liderazgo.
Así el liderazgo situacional en la gestión de los RRHH recurre a la directividad, a la persuasión, al consejo o a la delegación en la toma de decisiones, con arreglo a la capacitación de cada uno, la experiencia, el status del puesto, el perfil y la complejidad del rol, los factores personales y la situación que enmarca la acción y la relación grupal. Es decir, no tiene el mismo estilo con todo el mundo y en cualquier momento. Pero es estratégicamente protagonístico, apuntando a capacitar y ayudar al crecimiento profesional y el confort en el vínculo laboral y esto último incide en la calidad total del producto organizacional. Digámoslo otra véz: esta calidad del producto se correlaciona con el gradiente de calidad de vida laboral. Este gradiente se acercará a la optimización cuanto mayor sea la integración armónica entre la persona (necesidades) y el personaje (prescripción de rol) es decir entre lo informal y lo formal de la tarea.
La persona del agente y su personaje de rol
Aquí se nos ofrecen tres posibilidades
muy relacionadas con el clima y la estructura de la organización: a) que el
personaje niegue y empañe a la persona. Surge así lo que he llamado automatismo o burocratismo de rol. b) que
la persona distorsione y utilice al personaje en beneficio propio. Es el típico
comportamiento discrecional o personalismo
de rol y c) que persona y personaje se integren funcionalmente sin anularse
uno a otro y de esta manera la personalidad de cada uno tiñe el rol, aunque sin
distorsionar los objetivos de la organización. La resultante de este encuentro
es un comportamiento pertinente, cordial y con sentido común, donde se “siente”
que detrás del rol del personaje hay una persona de carne y hueso.
Los casos a y b –tan frecuentes en
nuestra cultura- siempre resultan disfuncionales a la empresa.
El primero por no resolver problemas
prácticos, dado que “la persona no esta presente en la función”; es un autómata
que no interacciona, solo “vomita” un discurso sin alma, a la manera de una
cinta grabada.
No hay disfrute de pasión del empleado
porque “no debe sentir” y así no hay empatía posible con el cliente o con sus
compañeros de trabajo. Esta actitud suele corresponderse con climas de gestión
autoritarios dependientes o temerosos de ser sancionados ante cualquier
innovación y generan muy poca calidad laboral y agentes comerciales mediocres.
El segundo (discrecionalismo de rol)
linda con las conductas negligentes y a veces corruptas, dado que el agente
utiliza el puesto de trabajo acomodándolo a su interés personal y manejando los
tiempos y las tareas para rendir poco y mal, escamotear la información práctica
y otras arbitrariedades propias de un clima laboral degradado, que es
importante diferenciar de la mediocridad rutinaria más relacionada con el
burocratismo.
El agente discrecional, al igual que el
burocratista, mantiene los “pies en el plato”, pero, a diferencia de este,
lleva el agua al molino del menor esfuerzo, ya que no se identifica con la
empresa y su motivación se liga al oportunismo.
Este clima suele ser concurrente con
liderazgos débiles y prescindentes o por lo contrario fuertes y perversos que
dan mensajes tácitos tales como “hagan lo
que quieran mientras no me comprometan, ni me compliquen la vida”. Hay en
este clima una complicidad por omisión.
Como hemos dicho enfáticamente: solo un
estilo de liderazgo maduro, seguro, respetuoso y situacional, que contemple a
la persona y su identidad, será operativo; un liderazgo que facilite la
identificación con el rol laboral y estimule el protagonismo, contribuirá al
potenciamiento de la motivación en cada personalidad; un liderazgo que mantenga
consignas claras y espacios de toma de decisión pertinentes en cada nivel de
responsabilidad técnica, podrá aspirar a un mínimo de situaciones conflictivas.
Un liderazgo así consolidará la calidad total en el producto y un
desempeño que combine eficacia y eficiencia en el logro de las metas.
Sin duda una ardua tarea profesional que
requiere compromiso, pasión y convicción…virtudes de los buenos agentes de
venta, quienes parecieran en este caso, “nacidos para vender”.
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(*) Cada uno de los apartados de este artículo completo serán publicados quincenalmente y por separado en el sitio web del diario La Capital de Mar del Plata, Argentina.
(**)
Consultor en Psicología del Trabajo, de la Personalidad y los RRHH.
Profesor invitado de la Universidad de Murcia, España.
* * *
Personalidad y psicopatología del poder.
“Una nueva investigación proporciona evidencia de que la voluntad de lastimar a otros para avanzar a sí mismo es la característica dominante que caracteriza a aquellos con niveles elevados de rasgos de la Tríada Oscura.” – Eric W. Dolan.
Esa oscura personalidad: psicopatía y poder
Tal vez el lector piense que el tema abordado -la psicopatía y el poder- es propio de situaciones personales vinculadas al interés de psiquiatras y psicólogos y alejadas de los problemas socioculturales y político-económicos cotidianos de las sociedades. Sin embargo, las actitudes de los sujetos con estos perfiles, en caso de ocupar roles institucionales de responsabilidad política y social, tienen una enorme incidencia negativa en la vida de las comunidades. ¿Pero, a qué se denomina "tríada oscura" de la personalidad?
Veamos que nos dice el doctor Messeguer de Pedro:
“La llamada ´Triada oscura´, es un concepto descriptivo propuesto por los psicólogos Delroy L. Paulhus y Kevin M. Williams en el 2002. (The dark triad of personality: Narcissism, Machiavellianism and Psychopathy). Narcisismo, maquiavelismo y psicopatía, esto es, sobrevaloración de uno mismo, pragmatismo moral y manipulación interesada del otro. Tres rasgos que en Psicología históricamente se han tratado de forma separada. Los dos autores mencionados sugieren que pueden conformar ´ad hoc´ una negativa tríada ´oscura´ en el perfil de personalidad, de características ´malévolas´ e indeseadas ética y moralmente si acaso se manifiestan de forma conjunta. Complementariamente Scott B. Kaufman, introductor del concepto opuesto y complementario de ´Tríada luminosa´, kantismo, humanismo y fe en la Humanidad: esto es, racionalidad, sensibilidad y esperanza. Actitudes que dibujan, sin dudas, rasgos de personalidad muy diferentes.” - Mariano Meseguer de Pedro, Universidad de Murcia, España (Prologo a "El hombre de un sólo libro", Farías, 2021)
En mi opinión, lo valioso del concepto de “triada oscura” reside en que, al aunar estas tres características psicológicas, (signos) cuando se hacen presentes como parte de la estructura de la personalidad, se identifica un “síndrome” específico que define una forma de ser, pensar y actuar para con los demás y el entorno. Veamos cada uno de los componentes mencionados que integran este síndrome.
1- El trastorno de personalidad narcisista se caracteriza básicamente por una percepción desmesurada, exagerada de la propia relevancia como persona. Al tiempo que se manifiesta por la necesidad compulsiva de ser atendido y admirado. La persona narcisista suele tener dificultades en sus relaciones sociales por su egocentrismo que provoca así una clara falta de empatía para con los otros. No escucha las necesidades de los demás, porque sólo se escucha a sí mismo.
2- El concepto de “maquiavelismo” deriva de la atribución ramplona y simplista a Nicolás Maquiavelo de unos principios pragmáticos y presuntamente amorales ínsitos en su tratado “El Príncipe” (Siglo XVI) y sintetizado en el axioma político “el fin justifica los medios”, frase erróneamente atribuida al filósofo italiano, ya que la escribió al pasar, de puño y letra, Napoleón Bonaparte en la última página del su ejemplar del libro de Maquiavelo, que seguramente devoraba con interés.
Más allá de esta advertencia anecdótica, puntualmente este concepto psicológico se refiere a un rasgo de la personalidad cuya característica central es que enfatiza como prioridad excluyente los intereses del individuo por sobre toda otra consideración de las consecuencias que pudiera causar a terceros. Es por eso tributario del narcisismo antes comentado. Así, el sujeto con este rasgo autocentrado en sí mismo, ve a los demás como meros instrumentos de sus intereses, como medios para el logro de sus objetivos, cualesquiera sean estos. Hay aquí una obvia falta de empatía con el otro, una ausencia en el proceso de identificación con el sentimiento ajeno, o si lo reconoce no impacta en su propia emocionalidad. Una de las consecuencias prácticas de este rasgo es sin duda la manipulación del otro, -característico de la conducta psicopática, que veremos enseguida- a veces hasta extremos rayanos con la explotación de la ingenuidad de terceros, la crueldad y o el sadismo. En general pareciera que este rasgo se acompaña con una actitud general de estilo retraído y astuto, con un alto componente especulativo y calculador.
3- Y el tercer rasgo exponencial que integra el síndrome analizado es como adelantamos, la “psicopatía”. En primer lugar, digamos que si bien en el lenguaje cotidiano muchas veces se habla también de “sociopatías” para referirse a comportamientos psicopáticos o psicopatoides, en general la mayoría de los investigadores diferencian ambos rasgos por un eventual origen del mismo: se vincula la psicopatía a un factor presuntamente innato y la sociopatía al resultado de un proceso vinculado al entorno socioeducativo. En rigor estas diferencias -salvo en casos muy específicos- suelen ser muy lábiles y se entrecruzan en el proceso evolutivo del sujeto que siempre es socio-bio-ambiental. Es decir que, en un enfoque dual, la psicopatía nos remitiría a una predisposición innata y la sociopatía a lo socialmente adquirido. Dualidad que al momento de analizar las consecuencias prácticas de ambos rasgos suelen imbricarse y confundirse.
Para algunos investigadores la estructura psicopática clásica (es decir no una actitud “psicopatoide” puntual y contingente) podría relacionarse con la fisiología de las diferencias cerebrales. Para decirlo más claro: algunos estudios parecieran mostrar una menor actividad (o una actividad diferenciada) de las áreas cerebrales responsables del control de impulsos, la tolerancia a la frustración y el equilibrio emocional en general. Por ejemplo, un estudio publicado hace una década en el Journal of Neuroscience (1) habría mostrado que los rasgos psicopáticos de los sujetos estudiados se vincularían con una “reducción” de la dinámica conectiva entre la corteza prefrontal (vinculada por ejemplo con el gesto empático o el sentimiento de culpa, etc.) y la amígdala (vinculada con el reconocimiento del miedo y la ansiedad, por ejemplo).
Por sus actitudes los conoceréis
El popular cantautor catalán Joan Manuel Serrat, desde la poesía crítica, ha descripto muy bien el síndrome de la tríada oscura. En su tema clásico “Algo personal”, describe el comportamiento de aquellos sujetos que desde el poder social y político manipulan la vida de las personas del común: “Hombres de paja que usan la colonia y el honor para ocultar oscuras intenciones. Tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal” (…) Y luego de inventariar prolijamente la conducta cínica e hipócrita de algunos sujetos que ubica aferrados crónicamente al tuétano del poder, concluye “Se agarran de los pelos , pero para no ensuciar van a cagar a casa de otra gente, y experimentan nuevos métodos de masacrar, sofisticados y a la vez convincentes…” Todo una prosopografía del sesgo de personalidad que estamos analizando.
Otro ejemplo, de entre tantos en la historia del cine y la literatura, lo podemos encontrar en el film de Byron Haskin “Too late for tears” (Demasiado tarde para lágrimas) (1949). Junto al siempre corporalmente severo Dan Duryea, la recordada Lizabeth Scott interpreta magistralmente al personaje de Jane Palmer, una mujer ambiciosa y alienada por la obsesión del dinero, que no duda en trasgredir la línea de lo legal, lo moral y lo ético hasta llegar a lo delictivo, manifestando un comportamiento esquizoide que disocia emoción, culpa y acción en una sucesión de hechos dramáticos que no podrá revertir. Atrapada en una continuación de actitudes extremas y desdichadas que la llevarán paradojalmente al mismo lugar existencial del que ha tratado de huir desde siempre, con un previsible trágico final. El personaje de Jane, en mi opinión, reúne claramente los tres sesgos de la personalidad oscura: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía.
El mundo de la política, por sus características esenciales donde se aúna el poder y la demagogia para conservarlo, sea por la coacción, por ideología o a través de la mera propaganda, es un nicho ideal para el refugio de estas personalidades pragmáticas, manipuladoras y en otros casos crueles y violatorias de los más elementales derechos a la dignidad y la vida de los otros, llegando a crímenes de lesa humanidad. Basta leer cada día las noticias del mundo y la actitud de los autócratas y déspotas de turno para comprobarlo.
Así como determinadas personalidades por sus características estructurales son más afines a adherir espontáneamente a ciertos relatos ideológicos y rechazar otros, los escenarios institucionales de la vida política, con sus intrigas de intereses de poder social, cultural y económico, atraen en especial a las personalidades oscuras, que se mueven a gusto en los resquicios discrecionales que ofrece toda administración pública burocrática. Se consolidan luego con frecuencia subculturas especulativas derivadas de las tres características tóxicas que hemos comentado: sobrevaloración de uno mismo, pragmatismo moral y manipulación interesada del otro, que al darse juntas perfilan como reza el subtítulo de esta nota, un síndrome de oscura personalidad.
Por suerte, el mundo es diverso y como contraparte de estos oscuros perfiles, podemos constatar que la mayoría de los hombres se acercan más a lo que llamaremos la "tríada luminosa" -como dice Messeguer-, esto es, racionalidad, sensibilidad y esperanza. Así es, y en muchos casos de la historia de la Humanidad hemos visto que, sin embargo al fin de las agonías y los agobios, como dice un viejo tema musical: "el bien y el mal se definen por penal".
(1) Ref; https://www.jneurosci.org/content/31/48/17348.short
Reduced Prefrontal Connectivity in Psychopathy by Julian C. Motzkin, Joseph P. Newman, Kent A. Kiehl and Michael Koenigs en Journal of Neuroscience 30 November 2011, 31 (48)
Imágenes: https://th.bing.com/th/id/OIP.DIDkCz1oVdWpTdRJWfRdQwHaEK?w=314&h=180&c=7&r=0&o=5&dpr=1.5&pid=1.7
https://www.bing.com/th?id=OIP.6fb-z-JvmKuMwjlR-uXtewHaEO&w=155&h=200&c=8&rs=1&qlt=90&o=6&dpr=1.5&pid=3.1&rm=2
* * *
Índice
La realidad
como Jano y el malentendido fundamental……………………….3
La sociedad en
tiempos de incertidumbre……………………………………..6
Ideología,
política y sociedad………………………………………..………..9
La unanimidad
de pensamiento como verdad sospechosa……..… ................11
La obsesión
del pensamiento único………………………………………….13
El pensamiento
totalizante…………………………….……………………..15
Ideología y
realidad…………………………………………...……………..17
El miedo a la
libertad………………………...………………………………20
El pensamiento
antagónico y el espíritu de facción……………………….....22
La naturaleza
de la polémica en las sociedades antagónicas..…….................24
Cultura,
liderazgo y tribalismo…………………………….………………...26
Nosotros y los
cambios……………………………………………………....28
©
by AFG (2024)
Con
algunas modificaciones estos artículos fueron seleccionados de entre muchos
otros publicados oportunamente en la sección “Opinión” del diario “La Capital”
de Mar del Plata, entre el 2011 y el 2021
1
“Propongo
para pensar la realidad, lo “material” que nos entorna, dividirla en “realidad
real” (o exterior) y “realidad percibida” (o interior), que es una realidad
construida sobre la base de la realidad real. “– Xavier
Xilo Salinas
La realidad como Jano
La realidad percibida es por fuerza la interpretación
subjetiva de lo objetivo más lo proyectado sobre el afuera real. Pero lo
objetivo es en tanto cosa exterior percibida y por tanto subjetivada.
La cosa por fuera y anterior al acto de ser percibida por
el sujeto es la cosa “en sí”, y no puede ser llamada aún objetiva, sino en todo
caso “lo existente pre-supuesto” (existente literalmente quiere decir ente
externo), presupuesto porque solo podemos imaginarlo, suponerlo
retrospectivamente anterior a nuestra llegada como sujetos percipientes.
En el momento en que miramos la cosa transformamos lo “existente” (objeto en sí) en “objetivante” (objeto para mí) y por tanto en un algo que será interpretado por nuestra subjetividad y será investido, en ese acto, por nuestras proyecciones cognitivas y afectivas.
El malentendido fundamental
Pero el problema es que en el acto de percibir se crea
espontáneamente un “malentendido” con nosotros mismos: creemos que lo objetivo
es lo existente, es decir confundimos lo percibido con la esencia de la
realidad real (accesible solo parcialmente a través de un esfuerzo crítico
intelectivo).
Esa confusión hace que creamos que lo que pensamos de lo
que vemos y conocemos es “la única verdad” porque es justamente la ilusión de
la objetividad fundida con la existencialidad de la cosa. Un conocido caudillo
político solía repetir que “la única verdad es la realidad”.
¿Pero de qué “realidad” hablaba? Sospecho que de la
realidad tal como la percibía desde su mirada corporativa. Sin embargo, la
existencialidad de la cosa misma, más allá de la materialidad fáctica, es
susceptible de múltiples “objetividades” subjetivadas como sujetos percipientes
haya.
Vale decir que algunos de esos sujetos pueden edificar una
ideología común y por tanto participar de una “objetividad grupal” (devenida
del condicionante subjetivo, también conocido como “sesgo confirmatorio”): es
el caso como vengo diciendo de los grupos ideologizados, sectarizados que
tienden al pensamiento único. Ellos al ver todos “lo mismo” por efecto del
marco interpretativo doctrinal corporativo y significarlo de la misma manera refuerzan
la ilusión de la coincidencia de la “realidad real” (el objeto “existente” en
sí) con la realidad subjetivada (el objeto “objetivante” para mí). Experimentos
de psicología social, han mostrado como el hecho de la coincidencia de opinión
de muchos funciona como la confirmación de una “verdad objetiva” exterior. Si
muchos ven y piensan lo mismo debe ser que están en lo correcto y los otros,
las minorías que ven y piensan otra cosa, se equivocan.
Es el “efecto religioso” (el término “religare” reconoce el significado de “reunir lo disperso, el rebaño de fieles): para todos los que creen en un Dios, lógicamente Dios existe, resulta “natural” y obvio ya que -como creía el racionalismo cartesiano- el mismo pensamiento en Dios, una entidad perfecta, es la confirmación de su existencia. René Descartes afirmaba que el hombre no era perfecto, ya que dudaba ante el conocimiento potencial, pero al pensar en Dios poseía la idea de algo perfecto. Como -razonaba el filósofo del siglo XVII- es imposible que algo perfecto surja de algo imperfecto, ¿de dónde podía haber extraído entonces el hombre la idea de Dios? Tuvo que ser de una realidad, un ser perfecto, que existía en forma externa e independiente de su conciencia. Por este curioso entramado silogístico concluye que la existencia de Dios era la causa de la idea que el hombre tiene de tal perfección absoluta. La misma lógica se verifica en los fanatismos ideologizados, los fundamentalismos místicos, políticos, religiosos o sociales, enmarcados en verdades “evidentes” según el cristal con que se las mire, o mejor dicho verdades ilusoriamente evidentes. Por esta convicción creencial ilusoria se ha llegado a cometer los crímenes y las atrocidades más terribles de la Historia de la Humanidad.
Psicología del pensamiento colectivo: del malentendido a la profecía autocumplida
La psicología del pensamiento colectivo muestra como el
solo hecho de pensar grupalmente en algo tiende a “confirmar” su existencia. Es
el poder mágico de las ideas cuando están atravesadas por la mística del afecto
compartido y la emoción elemental de la horda primitiva, alejada de la razón
analítica que intenta descentrarse para apenas rozar modelos hipotéticos de la
cosa en sí, el existente. Un tremendo y dramático malentendido. Este
malentendido es fundamental porque no solo se asienta en los fundamentos de una
red de creencias autoreforzadoras de su propia lógica, sino que a la vez crea
constantemente nuevos fundamentos a manera de confirmación de aquellas
creencias, utilizando una dinámica similar a lo que la sociología llama “profecía
autocumplida”.
imagen: https://imvalencia.wordpress.com/wp-content/uploads/2011/12/janus.jpg
* * *
2
La sociedad en
tiempos de incertidumbre
(De cuando el pasado es un presente continuo sin proyecto que embarga
el futuro)
“El hombre es un ser de tiempo percibido. El tiempo lo
atraviesa y lo ubica en una escena siempre por venir. Trabajamos no para lo que somos sino para lo
que seremos, siempre persiguiendo un cambio, un porvenir con forma de proyecto.
Si desaparece, la vida es vacío en un presente continuo” -
Alberto
Relmú
E |
l “principio de incertidumbre” en la física de la mecánica cuántica, o relación de indeterminación de Heisenberg, “establece la imposibilidad de determinar la posición exacta de una partícula y su momento lineal. Es decir, la imposibilidad de que determinados pares de magnitudes físicas observables y complementarias, sean conocidas con precisión arbitraria” (cf. Wikipedia) El principio de incertidumbre, además, afirma que el mero hecho de observar una partícula, la modifica. Y bien, no pretendo trasladar “mecánicamente” (ya que de “mecánica cuántica” veníamos hablando) la incertidumbre respecto al movimiento y posición de una partícula, a la que generan nuestras sociedades con sus preguntas acerca del futuro inmediato y mediato. Los años de pandemia, la crisis socioeconómica y social consecuente, -por acción u omisión de las medidas gubernamentales en el mundo- han potenciado globalmente la incertidumbre social, que en dosis más bajas está normalmente presente en la vida de los hombres.
El proyecto, esencia del tiempo humano en movimiento
La Psicopatología y la Psiquiatría, han
enfatizado la importancia del “proyecto de vida” y el papel que el manejo y la
planificación del tiempo propio, tienen en la salud mental y el confort
emocional de las personas.
Hoy, muchas sociedades perciben que carecen de un sólido
proyecto colectivo motivador que ilusione y cohesione al ciudadano con sus
pares, más allá de las pluralidades de miradas ideológico-culturales.
Un proyecto implica la necesidad de planificar hechos y
situaciones que aún no son reales, pero que existen en nuestras cabezas, por lo
que implica un ejercicio vital propio del ser humano: la imaginación.
Imaginamos cómo seremos, lo que haremos y dónde en un lapso corto, mediano o
largo. Imaginamos cómo se verá nuestra forma de ser y hacer en un espacio
tiempo virtual, que sólo es prerrogativa humana: la idea de futuro. Sin una
idea de futuro, el colectivo social sólo vive un presente continuo, anclado paradojalmente
en los mitos y relatos del pasado, en un carnaval de siniestros “dejá vu”, que nos
arroja a la noria tóxica de la frustración y el escepticismo cotidiano.
Y es esa misma idea la que modela nuestro actuar en el presente y su ausencia o su cuestionamiento por la incertidumbre derivada de las crisis recurrentes en nuestra sociedad contradictoria, nos paraliza, nos atemoriza y frente a esa sensación de incomodidad, la reacción mayoritaria es la de “salir al toro”, confrontar con eso que nos amenaza, venciendo al miedo y paradojalmente para afirmar nuestro proyecto (que es tiempo, plan, acción y espera de los resultados) nos abrazamos al puro presente para sólo “vivir el momento”, no sin dejar de añorar un pasado mítico, ya que el mañana aparece como mera incertidumbre. Pareciera una suerte de oxímoron, una metáfora de los tiempos de crisis existencial. Todo muy humano. Y la incertidumbre prolongada -como hemos dicho, por distintos factores convergentes: pandemia, guerra, inflación, pobreza, inseguridad, inestabilidad política- se realimenta a sí misma creando las condiciones para el estrés crónico con todos los efectos psicosomáticos deletéreos asociados a la misma.
La tribalidad ideológica sectaria como refugio ante la incertidumbre
Dudas, deseos, miedos, apetitos, disputas de intereses y
confrontaciones ideológicas o seudoideológicas en las crisis, alimentan cada
día los noticieros del mundo, matizados con los previsibles y agobiantes
informes de las idas y vueltas de una ya cada vez más lejana y deshilachada
pandemia, utilizada muchas veces como ariete político oportunista, al tiempo
que, alimentando viejas ideas autoritarias, xenófobas y de conspiraciones
delirantes. ¿Negacionismo y necedad mezclado con superchería, misticismo e ignorancia?
Si, claro, también todo muy humanamente previsible. El Hombre es un simio enigmáticamente
evolucionado cuya esencia animal es la emocionalidad reactiva ligada a la
biología y que en un esfuerzo notable de la filogenia ha logrado un aceptable
nivel de racionalidad, aunque siempre sometida a la creencia y a la
afectividad, las que solo ceden un poco ante el desafío impertinente de la
ciencia. Aun los que nos consideramos duros agnósticos y allende el misticismo
religioso, cada tanto descubrimos que cedemos concesivos ante la fascinación
del pensamiento mágico, como los niños pequeños que prescinden de la causalidad
y somos hijos de la motivación amarrada al deseo más trivial y vulgar.
Al fin y al cabo, de carne somos y la libertad absoluta
(que es mera ilusión) nos da miedo, por eso la falta de certezas derivada de la
pandemia nos aterra y buscamos combatirla con otra ilusión: la del determinismo
(“Esto ya estaba escrito que iba a
suceder porque…”, etc.) o el fatalismo (“La
Humanidad se va a autodestruir y agrede al Planeta...”, etc.)
También con la omnipotencia del orden y la determinación autoritaria (“Hay
que obligar a la gente a…”, etc. y “Se necesita alguien fuerte que ponga
orden y …” ·, etc.).
Otras
tribus muy populares, aunque minoritaria pero intensa y ruidosa son los
“negacionistas” y los “conspiranoicos”: en su necedad, los primeros negaban la
existencia del virus que agobió globalmente, o simplemente temían a las
vacunas, y los segundos rechazaban todo control y se negaban a vacunarse,
porque remitían todo a una gran conspiración político-empresarial (sic) de
manipulación comercial. Cuando algo genera incertidumbre emerge el miedo y la
ansiedad y se recurre a una defensa siempre eficaz a corto plazo: la presunta
certeza de una creencia dogmática a la que nos aferramos para tranquilizarnos,
aunque sea la peor de las explicaciones posibles. Preferimos la certeza inventada a la duda
real. El Destino, aunque atroz, es más cómodo que la idea del azar o el caos de
las acciones contingentes.
Los falsos dilemas: el fundamentalismo libertario
Pero quizás, la más interesante de la “tribus”
seudoideológicas que hoy ocupan las primeras planas de los medios es la de los
“libertarios” fundamentalistas, militantes susceptibles que piensan que
cualquier restricción socioregulatoria amenaza y vulnera su idea un tanto “naif”
de libertad, apoyándose en falsos dilemas. La libertad del hombre es posible en
sociedad (por tanto, Robinson Crusoe no era totalmente libre en su isla). La
paradoja de la libertad es que somos libres en tanto “esclavos” de la Ley (que
no del decreto o la voluntad arbitraria del Dictador o el Tirano) La Ley es
humana (no hay Ley Divina en sentido estricto, sino Dogma) y por tanto falible
y modificable en el consenso de las democracias. Con el criterio extremo de los
“fundamentalismos libertarios”, la luz roja de un semáforo que me “obliga” a
detenerme, es un atentado a mi libertad de seguir cruzando la calle. La
afirmación se niega a sí misma por el absurdo, ya que todos entienden el
peligro para la vida de propios y terceros, pero en esencia es la misma lógica
de quienes, más allá de sus creencias, sugieren que, si me piden un certificado
de vacunación para determinadas actividades inclusivas, atentan contra mi
libertad. Pues bien, nadie obliga a un conductor a conducir un vehículo, pero si
lo hace debe respetar las reglas del juego, como el futbolista las reglas del
fútbol. Así también nadie obligará por la fuerza a vacunarse a quién no quiera,
pero deberá aceptar las restricciones de las reglas consensuadas de la sociedad
y sus instituciones, o vivir en la isla de Crusoe, con el que seguramente
tendría algunos conflictos de convivencia. Un tema un tanto más complejo de
resolver en el plano del Derecho y la libertad es la negativa de los padres que
por sus creencias eluden los planes del calendario de vacunas de la infancia,
asunto que excede el objetivo de esta nota y las expertise y
conocimiento del autor.
Somos seres contingentes amalgamados con innegables factores deterministas como la herencia y la educación familiar. También por suerte o por desgracia seres de cultura que, abrazados a las creencias y las tradiciones, nos motivamos (cosa distinta a la causalidad) para ciertas metas y por tanto conscientemente o no construimos “profecías autocumplidas”. Somos en parte lo que creemos que somos y sobre todo lo que los demás creen ver en nosotros. Otra vez la vida en sociedad, que avanza y crece si hay imagen de futuro posible, que confronte y limite a la siempre turbadora incertidumbre.
Imagen:
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* *
3
Ideología, política y sociedad
“La única verdad es que no hay una verdad única, que se pretenda indiferenciada con la realidad”- A.Relmu
“Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política”- Claude Lévi Strauss
El “ideologismo” como relato de identidad social
Esencia misma de la vida, las mudanzas de los paradigmas socioculturales y políticos son el claro indicio de la evolución de las ideas y los sistemas sociales. Cambiantes los significados cotidianos mutan con el devenir de las costumbres y la reformulación de los valores que acontece en cada época y cultura. Nada en el mundo real permanece igual a sí mismo a lo largo del tiempo. Paradójicamente nuestro ser-en-el-mundo debe cambiar para seguir siendo el mismo en su identidad personal. Cambiar la percepción de los hechos que bajo un ropaje en apariencia similar sin embargo son diferentes en su esencia a los que los antecedieron históricamente. Decíamos en otro lugar: “para conservar los valores éticos básicos, por ejemplo, la justicia, la libertad o la verdad, las personas deben cambiar las creencias sobre las que aquellos valores se asentaron en otras épocas”. Parafraseando a Juan de Mairena, el personaje literario de Antonio Machado:
“- ¡Que época gloriosa aquella
de las viejas consignas!...
- ¿Pero, qué época era esa?...
- Una época en que precisamente esas consignas no eran viejas”.
El discreto encanto de las ideologías
Quien acaso antes podía
mostrar intelección flexible y racional, silenciosamente irá alienándose en el
sistema de creencias que ahora tiene al ser como rehén y lo aleja de la
libertad de cambiar de pensamiento. Como dice Jean Cottraux: “Cuanto más una creencia
es puesta en duda por la realidad, el grupo que la sostiene más considera que
está en lo cierto”. Pero a
diferencia de las seudoideologías como el “populismo”, que distorsiona
intencionalmente la realidad con un “relato” incoherente carente de “discurso”,
y cuyo único valor es el poder mismo, los fundamentalismos genuinos se
caracterizan por un “discurso único de creencias apriorísticas”, que forman
parte de un “núcleo duro” coherente. Sin embargo, en ambos casos la percepción
del entorno desconoce, niega o distorsiona el claroscuro de la realidad
cambiante.
Antes como objeto poseído que, como sujeto poseedor, el “hombre ideologista” no habla, es hablado por el texto sagrado. Cuestionarlo pondría en entredicho ciertas columnas donde se asienta la identidad del sujeto. El ser de la persona se amalgama en una nueva identidad construida sobre un discurso que dará cuenta del mundo a partir de la emergencia de un personaje interior que se apodera del sujeto, constriñendo incluso aspectos de su personalidad: el de “militante doctrinal”, que establece consigo mismo una relación de autoconvencimiento que no le permite dudar acerca de sus certezas respecto de “como es” (sic) el mundo y la sociedad.
La paradoja del ideologismo y sus dilemas
La paradoja del dogma
ideologista es que se constituye como un sistema cerrado que no puede
percibirse a sí mismo como tal, por lo que carece de la posibilidad de
autocrítica, y solo en este sentido se asemeja por algunos mecanismos a la
lógica de la paranoia.
No admite relativismo
porque el ser funciona ahora con la lógica binaria del “todo o nada” y la
percepción de la realidad responde a una mirada totalizadora y de intención
totalizante, donde lo que no entra en la doctrina es ubicado fuera como amenaza
peligrosa: es la lógica del fanático. Para el ser cristalizado en el prejuicio
ideologista, las cosas son siempre antinómicas, siendo el máximo exponente la
dualidad “amigo-enemigo”: el dilema del “o estás conmigo o estás en mi contra”,
porque el ser se consagra al credo que se ha adoptado y la alteridad del
“discurso” ajena muda al semejante en diferente, y de adversario ocasional
pasará a potencial “enemigo” que por decir distinto amenaza una verdad única y
totalizante que lo edifica. La lógica binaria del mundo tiene necesidad de
etiquetar los hechos y los comportamientos para identificarlos con arreglo a mi
sistema y clasificarlos para saber “de qué lado están”
Así, las personas serán, para el ser doctrinal, políticamente “progresistas” o “reaccionarias”, de “derecha” o de “izquierda”, moralmente “buenas” o” malas”, socialmente “egoístas” o “generosas”, culturalmente “cultas” o “ignorantes”, etc. Este proceso de constante etiquetado y partición dilemática, se da con una lógica clasificatoria de inclusiones secundarias por indicadores; vestir de determinada manera o escuchar determinada música, leer determinado diario, etc. fija al otro en una posición sectorial y lo deja incluido en una de las dos categorías fundamentales ordenadoras de un mundo percibido como una dualidad antagónica en lucha. El triunfo de un extremo significa la derrota del otro. Es la historia recurrente de “la grieta” del ustedes y nosotros, la ilusión protectora de pertenencia grupal. Mi ser incluido en una totalidad imaginaria me trasciende, me sostiene y me completa, ya que nada soy sin los que piensan y sienten como yo. Sin la fe en la doctrina que me abraza con la emocionalidad del oso no puedo sostener la angustia de la duda, el vacío de la incertidumbre, la frialdad de lo relativo, la insobornable neutralidad de la razón. Enajenado en el empeño de dar lo que no se tiene a lo que tampoco es lo que parece, el ser del fanático sucumbe necio al dilema de hierro que define su existencia: creer o no existir.
Imagen:
https://www.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2020/09/ideologia-dde-genero-1160x700.jpg
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4
La unanimidad de pensamiento
como verdad sospechosa
(El valor de lo plural en la búsqueda del consenso)
“Que
la boca mentirosa incurre en tan torpe mengua, que solamente en su lengua es la
verdad sospechosa” -Juan Ruiz de Alarcón: La verdad
sospechosa
“La
verdad es la verdad, dígala, Agamenón, o su porquero. -
Agamenón: - Conforme.
El porquero: - No me convence.” - Antonio Machado:
|
Unanimidad quiere decir “coincidencia de ánimo”,
concurrencia unívoca de voluntades y convicciones, encuentros de conveniencias
y/o concordancias de creencias. Por fin, la unanimidad podría emerger de una
sobredeterminación ajena o externa a los sujetos, devenidos en objetos animados
por circunstancias sin opción.
Aunque en este último caso la unanimidad pasa a ser un
efecto obligado por el sentido común: si hay fuego en la sala de un cine, todos
unánimemente -salvo el suicida- querrán salir de ese lugar.
Por lo dicho, una actitud unánime puede darse en circunstancias extremas, por dogmatismo sectario, en ocasiones especiales o por temas de tal fuerza emocional o racional, que todos los implicados al momento coinciden. Sin embargo -y por la simple razón de la diversidad y el pluralismo de personalidades, historias personales, creencias, intereses, ideologías y opiniones “a la violeta”, lo normal es -si se me permite el término- la “pluranimidad” y lo raro la unanimidad. En todo caso las ocasiones unánimes suelen ser contingentes, limitadas temporalmente y duran lo que dura la situación de la que emergen.
El pensamiento único y la vida de
los otros
Por lo
contrario, si hay algo esencial que caracteriza a las sociedades abiertas,
laicas y democráticas -donde el derecho humano principal es el de la persona
como entidad individual- esa es la diversidad de ánimos y la multiplicidad de
opiniones, algunas semejantes, otras muy diferentes.
Opinar
libremente es comunicar intuiciones sin obligación de ser rigurosos, exponer
impresiones informales y miradas existenciales sobre el mundo. Ni siquiera en
los límites y alcances del sistema que las contiene a todas, los actores
concurren con unanimidad de criterio.
Esa
curiosa y elástica característica es precisamente la que hace a los sistemas
abiertos, vivos y en cambio y renovación permanente. Es lo que marca un abismo
moral y ético entre el respeto por el otro y la manipulación del otro como
objeto.
La
diferencia entre ser ciudadano u hombre masa. También es la que permite el
crecimiento de la inteligencia social y la creatividad productiva sostenida en
la libertad de los actores y no en el temor a un sistema coercitivo.
Es decir, la “nounanimidad” o “pluranimidad” es motivadora en sí misma. Pero todo esto no significa una apología del constante desencuentro. Para nada. Porque la no unanimidad de partida o presupuesta, no implica que no se coincida en determinadas reglas básicas estratégicas que evitan caer en los dilemas paralizantes y por lo tanto son esas normas culturales y reglas institucionales las que coadyuvan para mudar las pluranimidades existentes en consensos tácticos que permiten construir soluciones estratégicas de interés común.
La unanimidad sospechosa
Y
bien, si aceptamos que toda unanimidad “total” (valga este aparente pleonasmo
que en verdad no lo es) es decir que implique la totalidad del “universo”
considerado, tiene por fuerza una vida fugaz, solo la coacción o la mentira
pueden pretender clonar los pensamientos y alinear (alienando) las ideas en una
sola que las pretenda subsumir y conculcar.
Los
grupos llamados “primarios” (como la familia endogámica o las sectas, cuyos
individuos está ligados por fuertes lazos emocionales directos y/o por
identificaciones indiscriminadas) manifiestan una tendencia “natural” a crear y
alentar climas psicológicos de pensamiento clonal, sostenidos en estados
anímicos especulares (en espejo).
Estos
grupos tienden a alienarse, al ser uno-en-el-otro, es decir a con-fundirse en
la imagen del par. Así el imaginario (palabra que deriva de imagen) totalizante
es la búsqueda del ideal de la unanimidad.
Como he dicho antes y vale la pena reiterarme: los
ideologismos dogmáticos y fundamentalistas extremos impulsan el pensamiento
único oficial como equivalencia de verdad y castigan (a veces hasta con la
muerte) los desvíos del pensamiento “equivocado” (sic) por eso hablan
cínicamente de “re-educación”. Similar actitud de desagrado e intolerancia
frente al pluralismo de ideas, aunque con efectos menos dramáticos, encontramos
en los gobiernos populistas, de índole personalista (cualquier semejanza con la
realidad en la que pueda pensar el lector es pura causalidad), bonapartistas,
cesaristas y otras ramas del mismo árbol demagógico. En el pasado la Iglesia
católica medieval -y ahora mismo los empeños dogmáticos de cualquier religión-
no toleraba el pensamiento doctrinal diferente, al que se lo considera herético
y causa de puniciones terribles. Hoy en pleno Tercer Milenio hay países que
condenan a muerte a quien quiera convertirse a otra creencia. Pensemos en el
juicio que para salvar su vida hizo abjurar a Galileo de su visión
heliocéntrica. Otra vez el imaginario de unanimidad a palos…y sin embargo la
Tierra rebelde se siguió moviendo en contra del pensamiento oficial de la
época, confirmando que la fantasía de las unanimidades permanentes es siempre
una verdad sospechosa.
Imagen https://i.ytimg.com/vi/ZOX79tmDox4/maxresdefault.jpg
* * *
5
La obsesión del pensamiento único
(Discurso social y diversidad cultural)
“Si dos individuos están siempre de
acuerdo en todo, uno de los dos piensa por ambos” -
Sigmund Freud
Unanimidad: Coincidencia de ánimo, concurrencia unívoca de voluntades y convicciones, encuentros de conveniencias y/o concordancias de creencias.
“La búsqueda compulsiva de unanimidad conculca la inteligencia social y emocional” - Alberto Relmu
L |
o unánime podría emerger de una supra-determinación ajena a los sujetos, devenidos así en objetos animados por circunstancias externas sin opción de alternativa. En este último caso la unanimidad pasaría a ser un efecto obligado por el sentido común: por ejemplo, si hay fuego en la sala de un cine, todos unánimemente -salvo el suicida- querrán salir rápidamente del lugar.
Por lo tanto, las ocasiones unánimes son contingentes y limitadas temporalmente. Permanecen lo que dura la situación de la que emergen. Si aceptamos que todo discurso “unánime totalizante” (valga este aparente pleonasmo que en verdad no lo es) -es decir que implique la totalidad del “universo” considerado- tiene por fuerza una vida fugaz, solo la coacción de un poder arbitrario o la mentira sistemática de las propagandas gubernamentales, pueden pretender “clonar” los pensamientos y alinear (alienando) las ideas en una sola que pretenda conculcarlas al subsumirlas. Los grupos humanos llamados “primarios” (como las familias endogámicas o las sectas, cuyos individuos está ligados por fuertes lazos emocionales directos y/o por identificaciones indiscriminadas) manifiestan una tendencia espontánea a crear y alentar climas psicológicos de “pensamiento clonal”, sostenidos en estados anímicos especulares (en espejo). Estos grupos tienden a alienarse al ser “uno-en-el-otro”, es decir a con-fundirse en la imagen del par. Así el imaginario (palabra que deriva de imagen) totalizante es la búsqueda del ideal de la unanimidad por sobre toda diferenciación plural.
El torbellino de ideas
Sin embargo, lo que caracteriza a las sociedades libres,
abiertas y democráticas es la diversidad de ideas, de estados de ánimos y la
multiplicidad de opiniones expresadas en la libertad de prensa, algunas
semejantes, otras muy diferentes. Opinar es comunicar intuiciones sin
obligación de ser rigurosos, exponer impresiones informales y miradas
existenciales sobre el mundo. Ni siquiera en los límites y alcances del sistema
que las contiene a todas, los actores concurren con unanimidad de criterio.
Esa curiosa y elástica característica es precisamente la que hace a los sistemas vivos, en cambio y renovación permanente. También es la que permite el crecimiento de la motivación emprendedora y la creatividad productiva sostenida en la libertad de los actores y no en el temor a la coacción y la represalia del poder. Es decir, la “pluranimidad” es en sí misma motivadora de innovación y crecimiento creativo, si se aborda como problema convergente que enriquece y no como dilema divergente que empobrece. Entonces “pluranimidad” no significa en absoluto una apología del constante desencuentro como forma de convivencia, porque su presencia inicial no debe presuponer que no se coincida culturalmente en determinadas reglas básicas estratégicas que evitan caer en los dilemas paralizantes, y por lo tanto, son esas normas culturales y reglas institucionales las que coadyuvan para mudar las pluranimidades existentes en consensos tácticos que permiten construir soluciones estratégicas de interés común. Contrariamente la búsqueda compulsiva de unanimidad conculca la inteligencia social.
La obsesión del pensamiento único
Si hay una obsesión que define de manera más clara al
autoritarismo y especialmente a los totalitarismos, sean “de derechas o de
izquierdas” (categorías decimonónicas especulares como las caras de una misma
moneda) es la constante búsqueda final
de la unanimidad del discurso a la manera de un objeto de producción en serie,
que garantice el reinado del “pensamiento único”, moldeado por la acción
propagandística “goebbeliana” de la mentira sistemática y/o por omisión de una
parte de la realidad para construir un relato ficcional edulcorado al estilo
del ideólogo Raúl Apold para con el peronismo, la seudoideología populista “avant
la lettre” de Argentina.
Los ideologismos dogmáticos, los fundamentalismos extremos
-como en su triste momento de popularidad paradigmática fueron el nazismo, el
fascismo y el comunismo- impulsan el pensamiento único oficial y castigan (a
veces con cárcel y hasta con la muerte) los desvíos de las ideas “equivocadas”
o “políticamente incorrectas”, como lo muestra magistralmente por ejemplo el
film “La vida de los otros”. Similar actitud de desagrado e intolerancia frente
al pluralismo de creencias y opiniones, aunque con efectos menos dramáticos,
encontramos en todos los regímenes populistas, bonapartistas, cesaristas y
otras ramas multicolores del mismo árbol perverso donde florecen los discursos
demagógicos y las propuestas fantasiosas de un “hombre nuevo” que resulta monologal,
autómata, bajo la mirada terrible de un Gran Hermano que promueve el fanatismo
doctrinal.
En el pasado, la Iglesia medieval -y ahora mismo igualmente los desvíos autoritarios y atroces de los delirantes fundamentalismos religiosos en algunos Estados y grupos confesionales minoritarios pero intensos- no toleraba un alegato doctrinal diferente, al que se lo consideraba herético. Pensemos en el católico Santo Oficio y el juicio a Galileo, que, para salvar su vida amenazada por la Santa Inquisición, lo obligó a abjurar públicamente de su visión heliocéntrica del sistema planetario. Otra vez el imaginario omnipotente de la unanimidad a palos. “Eppur si muove”, habría murmurado el sabio, y la Tierra, rebelde y desafiante, siguió moviéndose en contra del pensamiento despótico, propio de los necios conjurados de la época. Es que la pretensión de una unánime verdad oficial -tal como decía Alarcón- viniendo en boca de mentiroso siempre será sospechosa.
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6
El
pensamiento totalizante
(La construcción social de la realidad)
“La verdad es lo que es y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés” - Antonio Machado
Anselmo: “Es como lo digo y lo tengo por
seguro”
Perínclito: “¿Y cómo puedes estar tan seguro de
ello?
Anselmo: “Porque no se me ocurre como
podría ser de otra manera”
Manuel Xilo Salinas
(“El hombre retirado”)
A |
partir de las ideas
fundadoras de George H.Mead, sus sucesores Ellsworth Faris, Herbert Blumer,
Mandford Kuhn y Erwin Goffman fueron los desarrolladores históricos de lo que
en Psicología Social se conoce como Interaccionismo Simbólico, que en su núcleo
conceptual duro afirma que las personas no responden mecánicamente al estímulo,
sino a la interpretación simbólica que se hace de ese estímulo objetivo: así el
reto de un tutor podría ser tomado por un alumno como una falta de
consideración y por otro como un gesto de interés por su educación. Con
diversos aportes no siempre coincidentes, estos investigadores convinieron en
la importancia de los roles sociales, la subjetividad interpretativa de la
realidad y el condicionamiento social de la conducta humana desplegada en los
escenarios cotidianos.
Kuhn, por su parte, enfatizo la idea de que la personalidad es simplemente la combinación de todos los papeles interiorizados por el individuo durante el curso de la socialización. (Hay que agregar hoy la importancia de los factores bio-heredables que interactuarán con el medio ambiente)
En los últimos diez años de trabajo en el ámbito de las organizaciones y los RRHH, influido por estas ideas, he sostenido la importancia de tener en cuenta la transacción entre las necesidades de la persona y los requerimientos del personaje sociolaboral, articulados por el estilo de personalidad y condicionada por la situación contingente. También que las representaciones que tenemos de las cosas y los procesos se asientan sobre creencias, pacientemente construidas a lo largo de la socialización individual.
Un mundo sin ventanas
En ese mismo dialéctico transcurso de socialización, las
personas penamos y disfrutamos construyendo nuestra identidad a partir de
aceptar y oponernos a la percepción y el discurso del otro. Una condición para
lograr un equilibrio saludable en la percepción y el juicio sobre la realidad
es la aceptación de un fenómeno psicológico clave en el proceso del
razonamiento por sobre la emoción: la duda. La duda (cuando es moderada y no el
emergente obsesivo de una neurosis) nos aleja del comportamiento egocéntrico
(centrado en sí mismo) y paranoide (persecutorio de seudo amenazas
imaginarias).
Por el contrario, las ideologías fundamentalistas suelen
alentar estos últimos comportamientos impactando en personalidades de sujetos
predispuestos a buscar su identidad en certezas omnipresentes. Estas personas
no soportan la duda y la ansiedad de la incertidumbre al que todo juicio humano
de valor está sujeto. La representación de relatividad de las ideas y la
presunta evidencia de que las verdades se co-instituyen a partir de la mirada
valorativa del que intenta establecerlas, resulta intolerable para el creyente
de un discurso total y único.
Si la “realidad” no es sinónimo de verdad única -lo que no implica la pretensión idealista de negar la objetividad del hecho material como tal, sino su interpretación unívoca, como señala Machado- entonces se sigue que no hay relato que legitime un discurso “más verdadero y universal que otro”. Sin embargo, existe un tipo de pensamiento que genera un discurso que propongo llamar “totalizante” o “totalizador”. El sociólogo Ervin Goffman, precisamente trabajó con el concepto de “Institución Total” (IT), definiéndolo como aquellos lugares (reales o virtuales) en los que un sujeto “internado” permanentemente realizaba todas sus tareas vitales sin salir de ellas nunca, padeciendo así una distorsión del espacio-tiempo por efecto de la continuidad perceptual sin variantes ni diversidad de escenarios. Se ha demostrado que las IT fuerzan la alienación del sujeto internado.
Creo, luego afirmo, después actúo.
Al sujeto que sostiene un discurso producto de un pensar
totalizante no le agrada la diversidad, lo inquietan las diferencias y por eso
siempre tiende a pensar uniformidades. Desearía unanimidad (y totalitaria) de
sus creencias. El “totalizador” es ante todo un discurso ideológico en sentido
estricto, de núcleo duro, que no admite las dispersiones y pretende abarcar
todos los aspectos de la vida. Está “internado” en su propio relato.
Por eso nada escapa a su crítica y control. La vida privada
-último refugio que resiste la persecución doctrinal de los totalitarismos- se
transforma en una amenaza para el pensamiento totalizador. Creer (sin dudar en
el dogma), Obedecer (a quienes encarnan la palabra del dogma) y Combatir (a los
descarriados que al pensar diferente se convierten en enemigos): Este ha sido
históricamente el tríptico doctrinal de los fascismos de cualquier signo. Dos
películas extraordinarias entre tantos ejemplos del cine histórico, nos lo
muestra con claridad didáctica: “La vida de los otros”, ya mencionada en otro
artículo (el escenario de la ex-Alemania comunista) y “Los chicos swing” (los
primeros años de la Alemania nazi).
Al ser total, este tipo de pensamiento lo contamina todo: el amor, la política, las compras, la amistad, la tecnología, la familia, etc. todo será atravesado por lo que es “políticamente correcto” asimilado al dogma totalizador. El mundo de las ideologías es para esta lógica el único posible, nada escapa a estas y la propia, claro está, es la “correcta”. En otras oportunidades hemos dicho que el “ideologismo” es la creencia que no hay nada fuera de la ideología. No es difícil demostrar en la vida cotidiana la debilidad de este aserto. Sin embargo, al pensamiento totalizante no se le ocurre como las cosas podrían ser de otra manera. Quizá el pez no imagine (si tal cosa pudiera hacer) que existe un mundo más allá del agua, salvo cuando es pescado, pero en ese caso -parafraseando libremente el final del célebre poema “Y por mi vinieron…” de Martín Niemöller- ya resultaría demasiado tarde para poder disfrutarlo.
* * *
7
Ideología y realidad
(Creo, luego existo: acerca de la interpretación ideológica de la realidad)
“Temo al hombre de un solo libro”
-Tomás de Aquino
“Pienso, luego soy” -
René Descartes
“La duda es la escuela de la verdad”
- Francis Bacon
Esa
cosa llamada “ideología”
N |
o cualquier creencia aislada tiene el estatus de
“ideología”. Estrictamente una “ideología” es un sistema de pensamiento
coherente y congruente en torno a una escala única de percepción axiológica
sociocultural que genera creencias ético-morales. Las hay políticas, sociales,
religiosas, ecológicas, vitalistas, etc.
¿Pero qué relación hay entre la ideología y la realidad? El “ego
cogito, ergo sum” (pienso, luego soy) de Cartesius, tiene una versión
extrema en el fanático ideológico: “credo, ergo sum” (creo, luego soy)
Las ideologías de cualquier orden, como sistemas omniabarcativos proponen tácitamente “cómo debe ser la realidad” (sic), más allá de cómo presuntamente “es” según la interpreta la misma ideología que construye el perfil propuesto. Por tanto, la ideología es implícitamente propositiva a partir de una “descripción” subjetiva interpretativa-axiológica de la realidad, que se realimenta en una dinámica de creencias ilusorias en el marco sesgado de la dialéctica disponibilidad – confirmación. La ideología finalmente es un sistema de ideas complementarias que se autojustifican tautológicamente y que operan como un pre-juicio generalizado sobre los hechos, las cosas y las conductas, con una lógica de presuntas causas y efectos “necesarios” que se aplican sobre un tema o temática universal cualquiera. En los libros “El hombre de un solo libro: creo luego existo”, (2023); “El árbol y el bosque” (2024) y próximamente “Ser en el hacer”, he desarrollado en una perspectiva complementaria el tema del pensamiento ideológico en relación facilitadora con determinadas estructuras y estilos de personalidad.
Identidad y creencia
Sigmund Freud decía que en sentido amplio toda psicología
era social. El psiquiatra y psicólogo social Enrique Pichón Reviere (1985) lo
enmendó: “El sentido estricto toda psicología
es social”. Es la parte de la identidad de
pertenencia: algo de nuestra identidad se construyen torno a la familia, al
barrio, al trabajo, a nuestra profesión, a nuestra nacionalidad, etc. Pero nada
en particular nos define totalmente; la pertenencia es solo una parte de
nuestra mirada.
El hombre normal (promedio estadístico) no se percibe
exclusivamente en función de un rol o de una preferencia. Es muchas cosas al
mismo tiempo y ante todo tiene libertad para pensar diferencialmente evaluando semejanzas y diferencias con el pensamiento
del otro, y por tanto la pertenencia no lo aliena.
Pero hay otras personas que por complejas razones evolutivas de su historia van más allá y necesitan de la pertenencia exclusiva a una entidad trascendente que los contenga y en la cual alienarse; son aquellas de identidad sectaria, que necesitan creer en “verdades trascendentes” y cuya expresión social es el fenómeno del pensamiento único corporativo. No soy la totalidad de mí, soy un elemento ejecutor, un brazo de un cuerpo trascendente al que acepto someterme y subsumirme. De tal suerte queda abierto el camino para mutar a una condición psicosocial muy intensa y complicada: el fanatismo.
La identidad sectaria: el fanático
“Fan”,
deriva indirectamente del latín “fanaticus”,
alguien “divinamente inspirado”. El término alude a “fanum”:
templo o espacio sagrado. Winston Churchill dijo alguna vez que “un
fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de
tema”. He leído en algún lugar un metafórico aserto
advirtiendo que la creencia de tenerlo todo perfectamente aclarado es
peligrosa, porque la excesiva claridad es cegadora.
El fanatismo es una actitud de vida que responde a una identidad sectaria; es decir que se reconoce sólo en referencia a un “Ideal del Yo” imaginario (especular) que se inscribe en una axiología maniquea extrema. La “identidad sectaria” surge cuando la identidad del sujeto no solo se identifica con algunos aspectos de los otros, sino que se “disuelve” en el grupo cerrado (de los idénticos y no solo semejantes). Su identidad está limitada al endogrupo (espectro de la familia idealizada) de pertenencia-referencia y no al exogrupo de referencia (la sociedad plural) que garantiza el pase socializador de la cosmovisión “endogámica” a la “exogámica”. Es normalmente el tránsito del grupo primario a los grupos secundarios. Pero para el sectario su grupo cerrado es una fantasmagoría, una reconstrucción imaginaria de su grupo primario que nunca pudo superar. Soy en tanto pertenezco a un colectivo de unidad y completud imaginaria que me define como “uno de nosotros”, donde mi pensamiento resulta clonado. Cualquier desvío será percibido como traición al grupo y por tanto mi identidad estará en riesgo. El espacio sectario, (una parte del todo que se vende sin embargo como el todo mismo) es un “club” que se apropia de todo mi ser. Nada soy sin el cuerpo sectario que me incluye y le pertenezco difusamente. Pienso con arreglo al “manual” de estilo del dogma al que adhiero. La realidad es la que previamente ha definido el corpus de creencias de la secta a la que pertenezco, es decir de un endogrupo cerrado a la influencia de terceros con miradas alternativas.
Enamoramiento,
“identificación proyectiva” e indiscriminación Yo-Tu.
La “identificación proyectiva” es un mecanismo psicológico
inconsciente que consiste en “proyectar” aspectos propios en la figura de otra
persona (o de una imagen icónica o idea omnipotente que la persona represente)
y luego identificarse con ellos como si fueran realmente parte de ese otro. El
resultado es una actitud egocéntrica de indiscriminación entre lo mío y lo
tuyo, entre el Yo y el otro.
Los enamorados (sic) y los fanáticos sectarios (enamorados
de los fundamentos de un relato cosmogónico) comparten ese mismo fenómeno de
indiscriminación, solo que por suerte el enamoramiento del sujeto normal, al
igual que la adolescencia, pasa con solo esperar un tiempo prudencial y queda
lo mejor del vínculo: la mesurada afectividad. Cabe aclarar que cuando decimos
“normal” aludimos a la “norma”, una medida estadística que solo indirectamente
puede ser valorada positiva o negativamente según sus efectos en la salud o
patología de una población. No ocurre lo mismo con las personas que por las
vicisitudes de sus personalidades necesitan incorporar la “droga” de la
pertenencia excluyente al grupo sectario. Y uso esta palabra metafóricamente
porque el sectario es psicológicamente un “adicto” (del latín addictus,
apegado a alguien, a un amo; esclavo),
adicto a la “Idea” suprema, la imagen, el culto al ícono, a la adoración
totémica del líder, a con-fundirse con el Dogma que justifica y es razón
necesaria y suficiente de existencia. El
sectario no pertenece a una corriente de opinión, “es” la corriente misma. Por
eso se define a partir de una exterioridad que lo co-instituye: el “ismo”. Así
mudará en “…ista”, precedida su presentación por la expresión “Soy (tal cosa)
...ista”. Aquella presentación es una autopreservación, un reaseguro de que
“es” alguien por ser parte de algo más grande que él, donde se asienta una
ideología de pertenencia, sostén de identidad. Ese es un aspecto explicativo
del curioso comportamiento de la acrítica pleitesía y la obediencia ciega
automática.
Los cuerpos fanatizados (piénsese en el concepto de grupo
“corporativo”) en la historia de la Humanidad enfatizaban siempre el término
“obedecer” emparentado a la idea de “lucha” y de “vencer”. El tríptico “Credere, obbedire e combattere per vincere”,
por ejemplo, era el lema del fascismo italiano de entreguerras.
Vemos pues como “el simio humano” (que eso somos) se debate desde la noche de los tiempos entre la objetividad y la interpretación subjetiva de las cosas. Es que el Hombre es un “animal teleológico” (buscar causas finales y dar sentido trascendente y metafísico al mundo real), por eso mismo necesita, unos menos, otros más y otros mucho más, creer para existir.
Imagen: https://www.utdt.edu/imagen/_170653811149491700.jpg
* * *
8
El miedo a la libertad
“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.”- Luis Buñuel
“La
libertad, cuando se le teme, muda en fantasma” - Albert Relmu
E |
n “El Fantasma de
Canterville”, Oscar Wilde nos muestra cómo la manera de neutralizar e incluso
ridiculizar a un fantasma es dejar de temerle. Años después Luis Buñuel en “Le fantôme de la
liberté”, plantea una
hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que todo lo gobierna; la necesidad, que lejos
está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”.
La cuestión es qué hacemos -por acción u omisión- con la libertad a la que “estamos condenados”, diría Jean Paul Sartre. Si dejamos de pensar la cotidiana realidad de males como el mero discurrir azaroso de hechos anecdóticos inconexos y sin causalidad (el lugar común “Es lo que hay” expresa una resignación determinista), para entender que la libertad es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades, descubriremos que la primera es la libertad misma para decidir aquel orden. Ante los recurrentes laberintos cotidianos “de alguna manera tenemos que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos mentales para encontrar luego la salida de los físicos.
El miedo a la libertad
En su “Historia de la civilización en Europa” (1928), François Guizot pregunta: “¿La sociedad está hecha para servir al individuo, o el individuo para servir a la sociedad?” Y afirma que “de la respuesta a esta pregunta depende inevitablemente la de saber si el destino del hombre es puramente social, si la sociedad agota y absorbe al hombre entero", o -agregamos nosotros- si el hombre y su derecho a la libertad y la felicidad está por encima de esa generalidad inasible que llamamos “sociedad” y que suele estar representada jurídica e institucionalmente por el Estado. En su “Filosofía del derecho” (1831), Eugéne Lerminier parece responderle al afirmar que "la libertad social concierne a la vez al hombre y al ciudadano, a la individualidad y a la asociación: debe ser a la vez individual y general, no concentrarse ni en el egoísmo de las garantías particulares, ni en el poder absoluto de la voluntad colectiva.” En 1859 John Stuart Mill publica “On Liberty”. Allí dice que “la única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla. (…) La especie humana -enfatiza- ganará más en dejar a cada uno que viva como le guste más, que en obligarle a vivir como guste al resto de sus semejantes.”
Los laberintos reiterados
Desdibujada en la difusa categoría de “pueblo”, una
parte de la población en las distintas sociedades se muestra sesgada por un
conjunto de creencias colectivas que nos hablan de mitos persistentes,
oquedades ideológicas perimidas, mentiras conniventes toleradas, crímenes
banalizados, felonías festejadas y necedades complacientes.
Finalmente, una tercera porción incipiente y protagónica
parece empezar a entender la diferencia entre “democracia populista” y “democracia institucional”,
toda vez que sólo la última garantiza la efectiva
división de poderes, la alternancia gubernamental, el pluralismo y la
consideración de las circunstanciales minorías.
Los “populismos”,
en cambio, enfatizan solamente la representatividad popular de origen, pero
desestiman y resisten las formas, los límites y los controles institucionales,
deslizándose a estilos autoritarios y demagógicos de gobierno, que fomentan los
perversos clientelismos de necesidad.
Abren así la puerta a la discrecionalidad, la desmesura, la corrupción y
la mentira, -ahora se
llama “posverdad”-, y que genera discusiones sobre lo que
no existe. Donde todo parece ser y no ser a la vez, la diferencia entre
realidad y fantasía se borra y la tentación de editar la realidad lleva a un
oportunismo moral que elude los principios que diferencian lo bueno de lo malo
y lo malo de lo feo, es decir lo justo de lo injusto.
Así pues, el desafío político estratégico -aunque suene utópico- se relaciona con el cambio cultural orientado a que las sociedades le pierdan el miedo a la libertad, sin obturar la incertidumbre y la insatisfacción social con promesas de mundos refundados, sino planteando contextos autocríticos capaces de edificar valores que impulsen proyectos colectivos realistas y racionales, que contengan el pasado común, pero sublimado en futuro de progreso, sin relatos alucinados y sin la neurótica queja de un puro presente. Para que la libertad deje de ser un temido fantasma.
Imágenes
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El pensamiento antagónico
y el espíritu de facción
E |
n distintas sociedades, en el mundo del trabajo, la política y la cultura, en fin, en el núcleo de la comunidad misma, se constata con frecuencia la hegemonía del “pensamiento antagónico”. El antagonismo (oposición, contrariedad, discrepancia, etc.) construye sistemáticamente antinomias (denominaciones y designaciones que denotan opuestos y connotan valoraciones irreconciliables). Este tipo de pensamiento se sostiene sobre una lógica de supuestas esencias heterogéneas y permanece en un nivel analítico, que -por su propia dinámica- es desagregante, es decir disgrega y particiona la cosa misma analizada. Pero resulta que lo que se analiza es más la forma que el fondo. Es una taxonomía de las apariencias y una exégesis de los prejuicios.
Por eso el pensamiento antagónico es sostén de las doctrinas del disenso perpetuo. Apoyándose con frecuencia en una seudo fundamentación de principios, (que en general no son más que fundamentalismos vacuos), funciona con la bipolaridad nosotros-ellos, bueno-malo, amigo-enemigo, todo-nada, viejo-nuevo, lealtad-traición. Es necesariamente monologal sobre una lógica formal.
El pensamiento “contextual” y la búsqueda de consenso
Por contraste con el anterior, el “pensamiento contextual”
es sintético,
parte de diagnosticar analizando no las formas sino los contenidos, para
superar las diferencias a partir de enfatizar las coincidencias. No se detiene
en la confrontación de “posiciones” sino que abunda en el examen de los
“intereses” comunes a los actores involucrados y se dirige a buscar diagonales
de solución que superen al imaginario confrontativo, proveyendo una síntesis
proactiva que facilite el avance ante la inacción propia de la pelea
narcisista. Por eso, la lógica contextual no es el reverso de la anterior, sino
que constituye un proceso alternativo que dialécticamente lo niega, lo contiene
y lo supera.
Va de la afirmación originaria (universal) a contemplar la
negación de la primera (particular) y de allí a negar la última negación
(singular). Funciona así descentralizando la percepción central de la cosa para
examinar sus “bordes”, es decir, las zonas grises
de transición y coincidencia con la otra cosa que aparece al comienzo como
opuesta. Busca, como se dijo, los factores de intereses comunes que son
trascendentes, sin detenerse en las posiciones sostenidas por el sofisma
discursivo con el léxico propio de las ideologías. Establece territorios de
colaboración grupal, trabajando en equipos que aprovechan las diferencias
individuales de personalidad en lugar de negarlas o anularlas.
El pensamiento contextual, -a diferencia del antagónico- parte leyendo los contextos para relacionarlos con el texto e inferir la decodificación del subtexto. Será a partir de este proceso que construirá síntesis consensuadas.
Dos lógicas opuestas: dialéctico vs. antagónico
El pensamiento contextual es necesariamente dialogal
sobre una lógica dialéctica.
Al contrario, para la “lógica antagónica”, por
ejemplo, un partido de fútbol es el cuadro A o el cuadro B, uno excluye al
otro; no se trata simplemente de ganar o perder, sino paradójicamente- de negar
al contrincante sobre el que se sostiene el partido mismo. Si no hay otro no
hay partido y sin partido no hay fútbol. La lógica antagónica conduce siempre
al disenso como
condición de existencia.
Para la “lógica contextual”, en cambio, lo importante es el consenso, porque sobre el consenso se construye la “política”, que es la condición de existencia de la comunidad de individuos trascendiendo en convivencia. El consenso es un punto de llegada y presupone una pluralidad de partida. Consenso no es necesariamente unanimidad indiscriminada de ideas, ni uniformidad de opiniones, sino ajuste de bordes para llegar a los núcleos de interés común (por ejemplo, en la Nación las políticas de Estado) que nos permita una similitud contractual de actitudes, alejadas del comportamiento de facción, que tanto perjuicio ha provocado a las sociedades, más allá de sus orígenes, creencias y culturas.
Imagen:
https://enciclopedia.net/anexo/antagonico.jpg
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10
La
naturaleza de la polémica
en
las sociedades antagónicas
- ¿Por qué me has picado con tu
veneno, en medio del río, si al morir yo tú te ahogarás? - dijo la rana.
- Perdona, es que picar está en mi naturaleza- respondió el escorpión. -Clásica fábula atribuida a Esopo
T |
oda polémica (del griego “polemos”: guerra, lucha) se
inicia por la mera confrontación de opiniones, sin un acuerdo-marco de inicio.
La polémica es hija dilecta del “dilema”, porque opone de arranque, juicios de
valor no racionales (es decir prejuicios) como insumos protagónicos casi
excluyentes. No se busca compartir una descripción consensuada de los hechos,
porque se teme que ésta afecte la posición ideológica que se pretende imponer.
La polémica implica el objetivo de triunfar sobre el otro argumento, (y por
defecto sobre el interlocutor) y no de intercambiar evidencias para llegar a
una posición tercera que resulte de la transformación de los contenidos de lo
uno y de lo otro. No interesa al polemista exponer dudas sobre su posición,
sino presentarla como verdadero, íntegro, total y no perfectible. El polemista
defiende un sentimiento producto de una creencia íntima o de un interés
pragmático que desconsidera a los intereses o deseos del otro bajo el
maquiavélico conocido apotegma: “El fin justifica los medios”.
El extremo de esta lógica confrontativa irracional es la actitud encarnada por Pirro de Epiro, aquel rey y general griego que logró ganar la batalla contra los romanos al costo del exterminio casi total de su propio ejército. "Con otra victoria como ésta, estaré perdido", habría exclamado al final de la lucha. Aquí la relación costo-beneficio aparece muy alejada del sentido común y la razón de medianía, pero con frecuencia la polémica se torna aún más estéril y necia cuando surge de un pensamiento “maniqueo”, rechazando matices.
Todo en blanco o negro
El persa Mani o Manes, del siglo III DC, postulaba dos
principios universales contrarios y eternos, que luchan entre sí: el bien y el
mal. El pensamiento maniqueo, por tanto, es dualista, segregacionista de lo
diferente y milita ilusoriamente para lograr la uniformidad; detesta el
pluralismo y la diversidad, a la que presume como la causa de todas las
desgracias sociales.
El hombre maniqueo es un fanático de su verdad que cree
que, si todos pensaran y actuaran como él, se terminarían los problemas.
Autoritario, aunque no lo sepa, en lo sociopolítico se incomoda con la
democracia republicana. Se podría reducir el basamento de su cultura a la
visión de un mundo dicotómico. Antónimos que connotan antinomias: blanco o
negro.
Cuando esta manera de ver el mundo se extiende desde las llamadas “minorías intensas” a grandes colectivos sociales perjudicados o insatisfechos en sus expectativas, tenemos el germen de lo que he propuesto llamar “sociedades antagónicas”. Escindidas crónicamente en grupos y subgrupos de intereses disonantes, se presentan con un sesgo tribal en cualquiera de los ámbitos de pertenencia: intelectuales, culturales, religiosos, deportivos, económicos, políticos, etc. Se constata la opción confrontativa-dilemática, antes que la colaborativa-problemática, y un afán de triunfo rotundo sobre el otro diferente, donde se piensa que siempre uno debe ganarlo todo y el otro ser derrotado en todo a cualquier precio. Es el “voy por todo y por todos”, sobre las ruinas de la dignidad del otro, que es considerado un “enemigo” antes que un semejante con rol circunstancial de adversario de opinión.
Las sociedades antagónicas
Compulsión y decadencia
Las tradiciones culturales antagónicas son incapaces de
dialogar sintetizando diferencias para trabajar colaborativamente y de manera
“adulta”, responsablemente en equipo con propios y ajenos, para prescindir de
la adolescente conducta de formar clanes para desautorizar y desestimar al
otro, por lo que nunca progresan, repitiendo compulsiva y neuróticamente los
mismos dilemas una y otra vez. Son por acción u omisión, decadentes y la causa
en general, no es económica, ni de recursos humanos o naturales: es netamente
cultural. Tal como rezaba aquel mítico grafiti de La Sorbona: “Las ideas que se
estancan, se terminan pudriendo”.
Es que los relatos dogmáticos suelen sostener dilemas
basados en ideas icónicas y fundamentos ideológicos-doctrinarios rígidos,
aunque débiles ante la prueba de realidades materiales evidentes y más aún en
las épocas de la “posverdad”. Esto lleva a la desconfianza de todos contra
todos, resultando así una doble lectura especulativa y todo entonces se torna
conspirativo. Una frecuente inclinación por la cultura del club y la bandería
suele derivar en la construcción de mitos que dan sentido a una pertenencia
empobrecida.
Si las nuevas generaciones no logran romper ese círculo
vicioso en el que se han socializado y mudar hacia una identidad cultural
colectiva de coincidencias mínimas en las diferencias, pluralismo cooperante y
consensos estratégicos inclusivos conforme a Derecho, -por ejemplo en el marco
institucional que brinda una democracia republicana- la decadencia de la sociedad tribal seguirá
alimentando la estéril e insensata polémica, porque, como en la fábula de la
picadura del escorpión, sencillamente es su naturaleza.
* * *
11
Cultura, liderazgo y tribalismo
(El síndrome de Godot. Reflexiones sobre la vida afectiva en los
grupos)
E |
l término "cultura" significa para los estudiosos de las sociedades, no la cantidad y la sofisticación de los conocimientos, sino la totalidad de lo que los grupos humanos producen en una comunidad determinada: desde los utensilios para comer hasta su música y sus creencias. ¿Qué se entiende entonces por “cultura institucional”, si tomamos a este último término como sinónimo de organización, por ejemplo, un club, una empresa, una asociación, una escuela, etc.? "Cultura institucional" es la suma de los estilos, las formas de funcionamiento, las prácticas(lo que se hace),los discursos (lo que se dice),los intercambios (lo que se busca obtener), los síntomas (lo que aparece sin que nadie se lo proponga), la historia de esa entidad, los mitos (casi siempre relacionados con los momentos fundacionales) y finalmente el tipo de liderazgos ,roles de los integrantes y momento actual (la situación económica, administrativa y afectiva por la que están pasando los actores de la vida institucional);todos estos componentes referidos, claro está, a la dinámica de un grupo humano dentro de una institución.
Cultura institucional
Y si de cambios hablamos, no podemos dejar de mencionar un
fenómeno universal de todo grupo humano institucionalizado: la tendencia a
conservar lo conocido y resistir lo nuevo.
Esta tendencia esta enraizada en lo más profundo del psiquismo humano y
se relaciona con el miedo a perder una identidad de pertenencia, un referente
dentro del grupo. Según su cultura en un momento dado de la vida institucional
una organización podrá mostrarse como democrática, anárquica, autoritaria,
temerosa, desafiante, perseguida, asustada, desorganizada, ordenada, rígida,
flexible, depresiva, excitada, violenta, desconfiada, etc., etc., en una
combinación no excluyente de algunos de estos aspectos.
Demos algunos ejemplos simples a riesgo de realizar una
caricatura. En un momento de liderazgo fuerte y rígido, los integrantes podrían
sentirse dependientes pero seguros y con su identidad garantizada por el estilo
que impone el líder grupal.
En otra institución que pasara por un momento de duelo por la pérdida de un líder o por el cambio brusco en su conducción sus integrantes podrían sentirse aterrorizados, solos, abandonados, desconfiados hacia el afuera y con enormes resistencias al cambio.
El fantasma del líder: a rey muerto…
La desaparición de un liderazgo fuerte genera siempre y
duran te un tiempo prolongado un sentimiento de desamparo y un rechazo a
cualquier nueva figura que intente cambios o simplemente sumarse al grupo
original. Este sentimiento se deriva al
poco tiempo en rivalidad entre pares, ninguna iniciativa es bien tolerada por
los miembros del grupo porque es sospechada como una desobediencia o
irreverencia a la imagen del líder ausente. Hasta cierto punto este comportamiento
es esperable y normal en los primeros tiempos, sin embargo, si se prolonga
indefinidamente estaremos ante una esclerotización de la cultura instituida y
un aumento de la resistencia a seguir creciendo.
Otra alternativa que aparece en una organización que ha
perdido un liderazgo fuerte y carismático es buscar rápidamente un
"sucesor" con estilos similares que hable en nombre de su antecesor y
sea visto en principio como identificado con él. Este recurso
"fóbico" (miedo irracional) tiende a evitarle al grupo la angustia de
la acefalía y refuerza la negación de la pérdida: aquí no pasó nada.
Si el líder elegido para esta tarea traiciona o distorsiona su mandato, tomando otros caminos, recibirá duros reproches, porque es difícil perdonar cuando la estafa de la confianza viene de un igual. A nivel macro, son muchos los ejemplos de esta dinámica que se observan en la historia de los movimientos políticos en las diferentes sociedades, especialmente aquellos con características de una relación demagógica con las masas.
Crecer es asumir y elaborar
los duelos
Crecer, personal o grupalmente, es penar las pérdidas.
Aceptarlas y transitar sus duelos. Perder es poder elegir. Si un grupo se
aferra a una imagen y un estilo sin entender que a cada circunstancia le
corresponde una respuesta adecuada, no podrá acceder al comportamiento flexible
requerido ante lo nuevo, que garantiza el reacomodamiento institucional que
demanda todo cambio, haya sido éste buscado o accidental. Aún la resistencia a
los cambios, si estos son considerados críticamente por el grupo como negativos
o injustos, requieren una adaptación racional y una comprensión inteligente de
la nueva situación.
Si los miembros de un grupo no logran superar la crisis que
provoca todo cambio, adecuando sus roles sin perder por eso sus fundamentos o
sus principios éticos, políticos o estéticos, sobrevendrá entonces un
empobrecimiento grupal que llevará al estancamiento de la iniciativa, la
desconfianza y el sentimiento de impotencia. En definitiva, a lo que Freud
llamaba la compulsión neurótica de repetir los fracasos, tropezando siempre con
la misma piedra. Una suerte de masoquismo social propio de aquellos que “fracasan al triunfar” porque no
coincide con la imagen del sometimiento tribal
sobre el que han construido su identidad.
Si el pasado habita déspota en la esencia del ser, no hay
futuro diferente, solo interminable presente de espera inútil y vacua. Como en
la desesperante pieza teatral de Samuel Beckett, Godot nunca llegará.
Imagen: https://bocetosdekomarovo.files.wordpress.com/2015/07/lot-159347.jpg?w=1024
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12
Nosotros y los cambios
“Solo los grupos capaces de discutir sin miedos sus problemas, teniendo claro la importancia primordial de los resultados de su función, superan las crisis del cambio y crecen enriqueciendo a cada uno de sus miembros”
E |
l cambio desde un liderazgo de estilo “paternalista”, emocional y centralizado (que en RRHH llamamos “tutorial-participativo”) a uno “democrático”, racional y descentralizado (“racional-protagónico”) que sostiene que hay más de una manera de hacer bien las cosas, a menudo resulta compleja y difícil. Todo cambio produce miedos, resistencias y ambigüedad, deseo y temor, entusiasmo y nostalgia.
Pasado el momento de ansiedad, aparecerá otro de
“amesetamiento” y luego uno de polémica y lucha, si es que el grupo no se
disolvió antes por extrema rigidez.
Entre las múltiples actitudes de los miembros del grupo y
en medio de la maraña de críticas, quejas, culpas, broncas, chismes, etc.,
pueden recortarse sintéticamente tres actitudes
básicas que se corresponden con otros tantos roles claves que motorizan o
detienen la dinámica de la organización: a) el innovador-realista b) el
conservador- dependiente y c) el indiferente-distante.
Cabe acotar que, si el cambio de la cultura institucional es por mero desgaste o desprestigio del líder, la dinámica que estamos analizando será otra muy diferente.
a) El
innovador
aceptará finalmente que la situación ya no es la misma e intentará tomar lo
mejor de las tradiciones grupales buscando nuevas rutinas o cambiando formatos y
costumbres que eran funcionales cuando estaban contenidas por el liderazgo
carismático, pero en la nueva situación podrían resultar ineficaces o
imposibles de sostener. En general reconoce las virtudes del líder, pero se da
cuenta que si aplica el mismo estilo la solidaridad grupal no resistirá porque
no hay figura fuerte que inspire la suficiente confianza depositada en forma
vertical. Intentará entonces introducir cambios de perfil horizontal,
racionalizando y reglamentando con un mínimo consenso posible lo que antes era
intuición y decisión unipersonal. También propondrá cambios de estilos, ahora
vistos como disfuncionales y tal vez algunos criterios o normas que no siempre
fueron totalmente compartidos por unanimidad en la anterior etapa.
b) El conservador depende de la fijación a la historia pasada para mantener su equilibrio emocional. En nombre del líder ausente, no aceptara modificaciones de ningún tipo. Lamentará una y otra vez el cambio, sin que en realidad pueda entender su naturaleza. Criticará cada propuesta del innovador, denostará su solvencia y en nombre del pasado congelará el presente. En la lógica del conservador la mayor desgracia sin solución es el advenimiento de este tiempo diferente al que no puede adaptarse porque nunca aprendió a pensar por sí mismo. Todo lo que hacía era lo que otro había autorizado y el confiaba en ese otro de tal manera que le era cómodo actuar, obedecer y negarse el derecho a pensar otro camino posible. Ahora está paralizado frente a costumbres que pudieran desembocar en formas distintas de hacer las cosas, pero quizá igual o más eficaces que antes. El conservador resistirá en nombre de la nostalgia. Su actitud se irá tornando conflictiva, hostil y sobre todo lo asaltará el miedo. Es un rol, al igual que los otros, sostenido en una personalidad facilitadora: es rígido y prejuicioso, sobre todo prejuicioso porque ya ha decidido de antemano que no puede haber nada mejor después de la pérdida. Por eso decretó que la vida debe cesar y transformarse en una fotografía a la que hay que contemplar abatido para siempre. Es en el fondo y paradojalmente la gran negación del espíritu emprendedor y dinámico que el líder encarnaba; su negativo. Adviértase que no estamos analizando tipos psicológicos de personalidades, ni ideologías político-filosóficas y por consiguiente no abrimos juicio sobre éstas, sino señalando roles (lugares con forma determinada que ocuparán diferentes integrantes sin que estos se lo propongan intencionalmente y sin conocer los efectos paralelos o secundarios de tal proceder.
c) Finalmente tenemos al indiferente: nunca tuvo un gran compromiso con el grupo.Su inclusión era más bien pragmática y voluntarista. Nunca se
impresionó demasiado por el papel del liderazgo: en el fondo es un personaje
escéptico, pero independiente. Su personalidad aparece frecuentemente
relacionada a un fondo "fóbico” (miedos imprecisos que llevan al
aislamiento social), es individualista y su permanencia en el grupo estuvo siempre enmarcada en una
necesidad práctica, utilitaria o fortuita. No se mueve por ideales. Es un
integrante aparente que cumplía por interés. Antes y ahora solo funciona en
base a ciertas normas burocráticas, es decir cumple formalismos funcionales para
evitar conflictos. Es una figura cercana al oportunista en el sentido que vive
las oportunidades desprovistas de ideales: le sirven o no le sirven.
Antes actuaba las disposiciones del líder, ahora está
atento a la posible nueva autoridad o a la disposición de la mayoría del grupo.
No sufre los cambios en tanto no pierda comodidad o privilegios. El indiferente
le teme al compromiso afectivo porque su mundo termina en sí mismo, al menos en
el ámbito grupal que integra.
En resumen, lo importante para el grupo es no perder el objetivo de su existencia: la tarea para la que fue creado. Y esta se reciente cuando una organización se estanca en un "dilema", es decir, cuando sus integrantes quedan pegados a antinomias insolubles vividas como “enemigas”. La vida en los grupos es compleja y siempre amenazada en su fútil intento por evitar, paradójicamente, lo que los mantiene vivos: los cambios.
Imagen:
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