Psicología Social e identidad nacional
La sociedad de los miedos
por
Alberto Farias Gramegna
“El miedo es el argumento de la razón y la prisión del corazón” - Anónimo
C
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uando en
los inicios de los ochenta la dramaturga Diana Álvarez creó y dirigió aquellos
míticos unitarios “Nosotros y los miedos”, rodeando la censura del régimen
militar de la época, planteo uno de los temas tabúes para la sociedad argentina:
la paradoja de tener miedo de hablar precisamente de sus miedos paradigmáticos,
y en particular de aquellos vinculados con los mitos folclóricos del “ser”
nacional, del “como somos”, olvidando
-al decir de Eladia Blázquez- que de no hacerlo a tiempo “no seremos
nunca más”.
Como nunca
hoy la sociedad argentina aparece atravesada por muchos miedos, que parecen
haberse potenciado de manera abrumadora por la traumática conmoción social que
generó la noticia de la aún oscura muerte de un fiscal de la Nación, quien para
una probable mayoría parece haber encarnado a la sazón un compendio de valores personales
y ciudadanos extrañados, más allá del grado mayor o menor de veracidad, de las
implicancias políticas y de las polémicas suscitadas por el impactante y
puntual asunto jurídico que puso a la consideración pública.
Escuchando
los comentarios de anónimos oyentes entrevistados en diversos medios, la
palabra “miedo” aparece con notable recurrencia: miedo a la inseguridad física,
a la inseguridad jurídica, a la pérdida del empleo, a la incertidumbre del futuro
mediato, a la discriminación ideológica , a los fantasmas del autoritarismo político,
a perder una vez más la República, a la maldición de votar siempre “en contra
de”, o eligiendo el mal menor, a caer en la marginalidad económica, a ver a los
hijos sin proyecto de vida en su propia tierra, a sentirse defraudado y
estafado por políticas amorales, a caminar mirando siempre hacia atrás y nunca
poder levantar la cabeza para ver más allá del horizonte. A sospechar, en fin,
que quizá -cual en “Il Gattopardo- luego
algo pueda cambiar para que nada cambie. Pero también miedo a estar mal consigo
mismo, a mentirse y negarse, envuelto en el sopor de la mitomanía cotidiana del
poder de un relato triunfalista que violenta las almas críticas. Es que de
pronto, como en el cuento de las ilusorias ropas magníficas del rey, el
sobresalto de lo siniestro rasgó el velo que ocultaba una realidad
sociocultural cuyo conocimiento a la vez perturba y libera: ¡el rey estaba
desnudo!
Esa cosa llamada miedo
El miedo
es la conducta instintiva autodefensiva de los animales superiores por
antonomasia. El miedo es la respuesta funcional a un peligro posible, a la
injuria física o psicológica. El miedo humano es un miedo complejo de mixtura
socio-bio-psicológica, resultante de nuestra condición de criaturas culturales,
incompletas, falibles y vulnerables pero también de nuestra necesidad saludable
de ser reconocidos y aceptados socialmente: la locura y la delincuencia son
finalmente efectos tardíos de un repudio
anómalo del sujeto a una adaptación
activa a los patrones sociales consensuados por la norma. Por eso si esa
“norma” muda en sus valores morales, la mayoría de los sujetos de esa sociedad
tenderán a adaptarse dramáticamente a esa nueva escala axiológica para no
quedar afuera. Es más fácil ir con la corriente que contra ella, como se muestra en la clásica obra teatral “Un
enemigo del pueblo” de Henrik Ibsen.
Pero
volvamos al miedo: éste puede ser un motor de adaptación y detección del
peligro, pero también puede ser un efector de alienación y parálisis. Se ha
dicho que frente a un peligro real es mucho más útil la prevención activa que
el temor pasivo. El miedo puede deshumanizar y al mismo tiempo puede ayudar a
reconocer la real dimensión de una amenaza. Lo cierto es que es lo primero que aparece en
la víctima y también lo que busca instalar el victimario. En nombre del miedo
se pueden obedecer órdenes indignas, se puede vender el alma y se puede
denigrar al semejante o torturar al otro por obediencia debida al discurso
dominante o en nombre de una ideología fanática a la que se puede adherir
también por miedo al vacío existencial que da el agnosticismo secular de la
postmodernidad. A veces la razón provoca más miedo que la irracional ilusión.
Realidad y libertad: miedo a perder
el miedo
Resulta
tan inicuo tener miedo de vivir responsablemente con uno mismo, como patológico
desestimar toda amenaza real expresando una omnipotencia temeraria. Nacemos
desnudos y libres pero también carentes y al socializarnos la libertad , paradojalmente,
puede darnos miedo, tal como demostró Erich
Fromm en su célebre “El miedo a la libertad”, un clásico sobre la lucha del
hombre por ser él mismo, con su identidad libérrima por sobre los temores
adocenados, las mediocridades de la sociedad “políticamente correcta”, las identidades corporativas, los fanatismos y
las ideologías de dominio sobre la vida de los otros, porque libertad y crecimiento
son solidarios.
La nuestra
es hoy una sociedad de miedos antes que de esperanzas porque siempre se ha fascinado
con los estilos autoritarios de interacción que resultan luego en seudo-liderazgos
por la esencia clásica de su metamensaje: “no necesito que me quieran, solo que
me teman”. Así los unos y los otros se
temen mutuamente. Es que nosotros somos los otros de los otros: la verdad del
otro nos da miedo porque pone en tela de juicio la nuestra y con ella la idea
misma de realidad como relato unívoco. Hay quienes están más enamorados de su
verdad que otros: son los ideólogos y fanáticos que pretenden imponerla
elevándola a la categoría de Universal. Pero también, como se ha dicho, ocurre
que a veces negamos nuestra propia percepción cotidiana por miedo a quedar
fuera de la colmena y así el miedo resulta ser nuestro “socio del silencio”. Ese
es el camino que lleva a lo que he dado en llamar el “oportunismo moral” de la
sociedad. Todo parece decirnos entonces, que cuando el miedo termina impidiendo
la palabra libre y plena de identidad, el silencio que escuchamos no es salud.
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