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miércoles, 1 de enero de 2025

BIENVENIDOS AL BLOG...


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EL VALOR DE LAS PALABRAS...
Dime como piensas…y te diré que mundo te cabe.

El modelo mental previo de la percepción, interpretación y propositividad de la organización social que nos entorna, actuando como referente práctico o como sistema ideológico, refrenda y legitima luego la totalidad del proceso interpretativo de cada suceso. Por eso unos y otros “vemos cosas” distintas al mirar los mismos objetos interactuar , y así sacamos seguidamente diferentes conclusiones causales y valorativas de esos procesos que aunque ocurren con una dinámica propia objetiva -es decir espacio-temporalmente por fuera de nuestra subjetividad- sin embargo los ordenamos en secuencias disímiles a la hora de evaluarlos. Los sesgamos con arreglo a nuestras preferencias “lógicas” consecuencia no de una evidencia trascendente sino de nuestra escala valorativa y necesidad emocional  “ad hoc”. Los socio-comunicólogos llaman este proceso cotidiano “sesgo de disponibilidad” (lo que se ofrece ahí fuera para su selección significativa) y “sesgo de confirmación” (termino seleccionando lo que busco encontrar para confirmar mis creencias).
Cuando esta dialéctica resulta extrema se hace irreductible a la contrastación alternativa y surge la “polémica” (confrontación de posiciones imaginarias opuestas por sobre el análisis de la tensión suplementaria o complementaria de intereses legítimos). Y ya se sabe que se empieza cediendo en las palabras y luego se termina cediendo en los hechos.
En tanto que un camino diferente hacia el esfuerzo por descentralizar las ideas por parte de los protagonistas, los llevaría a un “debate” de fundamentaciones (en lugar de los agobiantes y tóxicos “fundamentalismos”, propios de los fanatismos de ayer, de hoy y de siempre) capaz de flexibilizar posiciones y explicitar intereses, lo que muda el dilema insoluble y lo transforma en problema soluble. La etapa final de este segundo camino es el acercamiento de intereses comunes y la negociación de aquellos intereses particulares. El común denominador lleva de lo abstracto a lo concreto, del dilema al problema y de éste a encontrar la solución, potenciando así el valor ético y crucial de las palabras.















                                                                         
















domingo, 19 de julio de 2020

ALLÍ DONDE FUERES HAZ LO QUE VIERES...

Sociedad y normalidad en tiempos de pandemia...

Allí donde fueres haz lo que vieres
(acerca de la “norma”, lo “normativo” y la “normalidad”)
Por Alberto Farías Gramegna


“Lo normativo modela la normalidad…y viceversa”- Alex Miro de Lacalle


Si bien el concepto de “normal” finalmente alude a un concepto de la estadística : “la norma”   (resultado promedio obtenido a partir de las mediciones de un número suficiente de individuos, que permite luego comparar a cada uno respecto de ese guarismo medio) lo cierto es que en la vida social se cumple aquello de que “lo normal termina definiendo lo normativo”, así como luego también no es menos cierto que dialécticamente lo normativo (lo que se postula como aceptable, bueno, legal, etc.)  modela e instituye el sesgo conceptual de “normalidad”, como dice Miro de Lacalle. Entonces aparece el “dónde fueres haz lo que vieres”. También es cierto que es normal (aunque no normativo) en el ser humano tener dos brazos y “anormal” (ya veremos este término) tener solo uno, y precisamente el tenerlos es, además un signo de salud anatómica, al menos a la vista de terceros (enseguida veremos el tema de lo saludable o lo no saludable). Por eso la normalidad no es “nueva” ni “vieja”, es un continuum siempre en transformación que incluye las novedades “ad hoc” sin abandonar el soporte de la lógica que la subyace, es decir los hábitos que satisfacen las necesidades impostergables y las que se instalan como hijas del “deseo humano”, lo que es redundar, ya que el “deseo”, como tal es propia exclusividad del Hombre, motor de la acción allende la sobrevivencia animal…Por ejemplo perseguir un bien fáctico psicofísico y a la vez un Ideal como la Libertad.

Normalidad y salubridad

Por otro lado el concepto de “normalidad” en el habla cotidiana hace referencia mutatis mutandis, a lo presuntamente opuesto a la “anormalidad”, en sentido de lo patológico o disfuncional a la norma saludable. Veamos esto con un poco de detalle.
A lo largo de las últimas décadas, la problematización teórica acerca de la temática  “normalidad” (entendida como no enfermedad o salubridad (sic) vs. patología, es decir enfermedad, (una dicotomía de entrada poco felizmente expresada, ya que esta antinomia alude formalmente a dos dimensiones gnoseo-etimológicas muy diferentes: estadística la una y axiológica la otra) se fundó en poder comprender y re-construir el campo de la salud-enfermedad inundado de tensiones, relaciones, procesos que hacen de ciertos personas enfermas o con cierta disfuncionalidad.
Ahora bien, problematizar la “normalidad” y no solamente  la “anormalidad”, nos da la posibilidad de realizar una construcción que involucra y analiza las condiciones de producción de dicha normalidad, generando rupturas en las producciones lingüísticas de los hablantes y luego en sus prácticas cotidianas. Entonces -va de suyo- no hay idea de déficit, de enfermedad, ni de salud sin noción contrastante de normalidad como deseabilidad, con lo cual la producción de la normativo (en tanto la norma es un “como es” y lo normativo un “como deber ser”) obra conjuntamente con la producción del comportamiento-en-situación.

Allí dónde fueres haz lo que vieres…

El conocido aserto Allí donde fueres, haz lo que vieres” (que hay que advertir que tomado mecánicamente puede ser muy riesgoso …A buen entendedor..) proviene del latín Cum Romae fueritis, Romano vivite more: Cuando a Roma fueres, como romano vivieres”. (Leemos la historia de la frase en el Blog de 20 minutos.es): Es decir “Cuando vayas a Roma, vive como un romano-y seguidamente continúa- “Fue pronunciada por primera vez en el siglo IV por Ambrosio de Milán, considerado como uno de los padres de la actual Iglesia católica y uno de los personajes que más influyó para que el cristianismo se impusiera al paganismo del Imperio Romano, consiguiendo que el poder de la Iglesia acabara por encima del poder del Estado.”(…) Pero con esta locución Ambrosio de Milán no pretendía dar consejos de cómo debían comportarse los ciudadanos a la hora de viajar a Roma, sino que originalmente la utilizó para adoctrinar a los fieles y señalarles cuál era el modo de seguir los mandatos de la Iglesia Romana por encima del ‘Arrianismo’, doctrina surgida en esa misma época (promovida por Arrio de Alejandría) y que negaba la divinidad de Cristo.
Y finalmente nos enteramos entonces de… “como, una exhortación advirtiendo que se debía seguir los mandatos de la Iglesia Romana y no la Arriana que provenía de Alejandría, acabó convirtiéndose en un popular refrán que utilizamos para recomendar que nos adaptemos a las costumbres y hábitos del país en el que nos encontramos, habiendo desaparecido de su intencionalidad  el sentido religioso original” (1). 

De usos y costumbres: Normalidad y disnormalidad.

Ya hemos advertido que la “normalidad” es eso que hace o deja de hacer el promedio de las personas consideradas precisamente “normales” (sic), por observar los usos y costumbres de la media poblacional en un lugar dado y en un contexto que le da significación saludable o insalubre, sociable o insociable a cada comportamiento. También se sigue de lo visto en líneas anteriores que no todo comportamiento “normal” (promedio) en una colectividad o grupo dado es necesariamente saludable o no patológico: en una secta delirante sería normal creer que si todos se suicidan, eso traerá un ejemplo de salvación al mundo, etc. (Este ejemplo lamentablemente fue real hace unos años). Esto es que lo normal (promedio) no implica ausencia de patología. Imaginemos ahora una comunidad acosada por la ignorancia, la manipulación social y el pánico irracional ante un agente amenazante desconocido (por ejemplo una pandemia); lo normal en este caso suele ser un comportamiento huidizo, desconfiado, autoritario, persecutorio y eventualmente agresivo con sesgo de insolidaridad. (Este otro ejemplo también refiere lamentablemente a hechos reales de nuestra cotidianeidad); y bien, en ese contexto un sujeto apartado de la norma, sería aquel que se comportara diferente a lo mencionado, y ese comportamiento sería, por muchas razones funcionales, mucho más saludable que el que muestra la normalidad de la mayoría. A este comportamiento alejado de la “media estadística” (otro concepto clave referido a la gráfica de la curva regular conocida como “campana de Gaüss”) lo llamaremos comportamiento “disnormal” por su alejamiento hacia uno de los extremos de esa distribución normal. Finalmente existe una conducta que nos remite a un concepto muy extendido tanto dentro como fuera del ámbito académico, con significados muy similares: el de “anormalidad”.

Anormalidad…

¿Qué sería la “a-normalidad”? Vamos a empezar con la definición del diccionario, que nos da una pista para ensayar luego una respuesta más elaborada: “Anormal: Adjetivo que alude a lo que (accidentalmente o no ) se halla fuera de su natural estado o de las condiciones que le son inherentes”. A diferencia de lo “disnormal” que se distancia de la media, pero permanece dentro del área de “la campana”, lo “anormal” aparece fuera de la misma; es decir que se comporta con arreglo a pautas que son exógenas a  “las condiciones” que supuestamente debiera regirlo. Retomando el ejemplo anterior, pensemos ahora que en esa situación de amenaza en una crisis sanitaria por efecto de una pandemia, otro sujeto parece no registrar el problema, lo desestima negando su existencia; simplemente se comporta como si no percibe la situación de crisis y eventualmente ubica el tema fuera de lo real, diciendo que es todo una mentira, un invento para asustar a la gente, etc. Esta interpretación “excéntrica” al reconocimiento del fenómeno -a diferencia de quien tienen pánico y de quien aborda el tema racionalmente manteniendo un equilibrio emocional- lo ubica a este tercer sujeto “fuera” del área de las premisas que responden a la norma, sea más cerca o más distante de la media (promedio), fuera de la normalidad y aún de la extrema disnormalidad. Lo posiciona en la anormalidad. Pero, aquí vale también una advertencia: una posición anormal no implica necesariamente un sesgo insalubre o patológico. En este ejemplo, sin duda, si lo es porque el sujeto cae en una desmentida absurda, toda vez que hay evidencia concreta de un hecho. Pero en otra situación diferente, donde lo que afirmara la normalidad no fuese evidente “per se”, una posición “anormal” podría ser la “verdadera” y por tanto más cercana a lo saludable. Como se ve normalidad, disnormalidad y anormalidad, son conceptos relativos al contextos y a la existencia o no de evidencias, si queremos asimilarlas a lo axiológico, bueno o malo, salud o enfermedad.


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sábado, 27 de junio de 2020

LA PERSONALIDAD DOGMATICA Y EL PENSAMIENTO TOTALIZANTE

Sociedad y comportamiento

La personalidad dogmática y el pensamiento totalizante
por Alberto Farías Gramegna




 “Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro, Tomás de Aquino)

La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés” - Antonio Machado

Anselmo: “Es como lo digo y lo tengo por seguro”
Perínclito: “¿Y cómo puedes estar tan seguro de ello?
Anselmo: “Porque no se me ocurre como podría ser de otra manera”
Manuel  Xilo Salinas (“El hombre retirado”)

S
iempre he creído en la importancia ética de la advertencia: “Se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los hechos”. Por eso siguiendo mi “naturaleza” analítica voy a definir brevemente los términos que titulan este artículo.
La personalidad es un concepto complejo siempre mal usado por el habla cotidiana y sobre el que ni siquiera los especialistas se han puesto aún totalmente de acuerdo. Se podría esquematizar intuitiva y vulgarmente diciendo que “es la descripción más o menos objetiva que hace alguien sobre la manera (medios y fines) en que la otra persona se comunica en cuerpo y mente, consciente o no y en tiempo real, con su entorno inmediato”. Claro que aquí para descartar el factor subjetivo del observador ocasional debemos referirnos a una descripción “tipo”, es decir cuando muchas personas coinciden sobre las características de otra. Esto a veces se expresa en los dichos populares: “Fulano es muy divertido”, “Mengano es un tipo demandante”, etc. Son resúmenes de uno o más rasgos pregnantes de la personalidad de cada quien.

Ese perfil observado “desde afuera” es producto de una lenta y dialéctica construcción evolutiva, cuyos materiales provienen de un triple origen: la biología heredo-congénita, lo socio-familiar y lo cultural-antropológico. La primera aporta los genes (lo individual temperamental), la segunda la modalidad de adaptación (las creencias y los valores) y la tercera las formas gregario-comunitarias (la tipicidad caracterológica del grupo). De esta mezcla resultarán tendencias de acción en el vínculo con los otros y con las cosas, y su dinámica se entenderá en contraste con la situación en la que se despliega.
Por su parte el concepto de “dogmático” es más sencillo de explicar: proviene de la creencia en que todo se explica desde un solo lugar de interpretación: el dogma. Este es la manera general discursiva de intentar acomodar la realidad a mi idea sobre esa realidad: la “realidad subjetivada”  (percibida) y que se expresa luego de sufrir un proceso de interpretación por el tamiz del dogma, en “realidad subjetiva”, es decir dogmática.

Pienso, luego soy

La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista, Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con las que suelen entrar en colisión las personalidades dogmáticas.

El huevo y la gallina

¿El pensamiento dogmático surge en una determinada personalidad o esta “lo adopta” porque le es funcional a su manera de interactuar con el mundo? No debemos aquí buscar la disyunción propia de las dicotomías. Más bien es la conjunción la que parece adecuada. La personalidad no está dada desde el inicio de la vida. Es una lenta construcción dialéctica entre biología, ambiente y cultura, como se ha dicho. Por lo tanto serán las “formas” y los “modos”, fuertemente influidos por la emocionalidad (factor a que -en mi opinión- no se le presta aún la importancia que tiene), las que consolidan las “creencias” que luego habrán de expresarse dogmáticamente.
El discurso dogmático elaborado (ideologías religiosas, políticas, sociales, místicas, etc.) es una etapa posterior, en la que el sujeto adecua funcionalmente su personalidad a un “justificativo” existencial: “soy, pienso y actúo así, porque profeso la fe en tal o cual doctrina que me conforta certificando la verdad en la que creo sin necesidad de verificación alguna”.
Las personalidades dogmáticas tienen poca o ninguna capacidad para adaptarse plásticamente a los cambios: son  “reaccionarias” por naturaleza, prejuiciosas y rígidas en sus asertos.
A la manera del mítico Procusto pretenden recortar los comportamientos para hacerlos entrar en sus lechos doctrinales. A la larga el dogmático suele ser susceptible a la tentación de sumarse a colectivos imaginarios que predican fundamentos irreductibles de sesgo mesiánico sobre “cómo deben ser las cosas”, más allá de los deseos y las necesidades humanas. Es una pelea necia contra la espontaneidad natural del hombre, al que ve como “imperfecto” y busca la manera de recrearlo como un “hombre nuevo”. Así, luego ceden a propuestas insensatas, en nombre de supuestos ideales altruistas que ocultan convenientemente sus propias inseguridades psicológicas y necesidades compulsivas de control. Fruto de insomnios fantasmales mudados al amanecer en desmesuradas vigilias autoritarias, aquellas propuestas, -como la Historia lo confirma- suelen terminar en siniestras noches de lamentables pesadillas sociales. Una y otra vez…y otra más.

El pensamiento “totalizante”

A partir de las ideas fundadoras de George H.Mead, sus sucesores Ellsworth Faris, Herbert Blumer, Mandford Kuhn y Erwin Goffman fueron los desarrolladores históricos de lo que en Psicología Social se conoce como Interaccionismo Simbólico, que en su núcleo conceptual duro afirma que las personas no responden mecánicamente al estímulo, sino a la interpretación simbólica que se hace de ese estímulo objetivo: así el reto de un tutor podría ser tomado por un alumno como una falta de consideración y por otro como un gesto de interés por su educación. Con diversos aportes no siempre coincidentes, estos investigadores convinieron en la importancia de los roles sociales, la subjetividad  interpretativa de la realidad y el condicionamiento social de la conducta humana desplegada en los escenarios cotidianos.
Kuhn, por su parte, enfatizo la idea de que la personalidad es simplemente la combinación de todos los papeles interiorizados por el individuo durante el curso de la socialización. (Hay que agregar hoy la importancia de los factores bio-heredables que interactuarán con el medio ambiente)
Entonces la interacción está en función tanto del individuo como de la situación, la que se interpretará singularmente con arreglo a lo que este autor llama el “sí mismo” de cada uno.
En los últimos diez años de trabajo en el ámbito de las organizaciones y los RRHH, influido por estas ideas, he sostenido la importancia de tener en cuenta la transacción entre las necesidades de la persona y los requerimientos del personaje sociolaboral, articulados por el estilo de personalidad y condicionada por la situación contingente. También que las representaciones que tenemos de las cosas y los procesos se asientan sobre creencias, pacientemente construidas a  lo largo de la socialización individual.

Un mundo sin ventanas

En ese mismo dialéctico transcurso de socialización, las personas penamos y disfrutamos construyendo nuestra identidad a partir de aceptar y oponernos a la percepción y el discurso del otro. Una condición para lograr un equilibrio saludable en la percepción y el juicio sobre la realidad es la aceptación de un fenómeno psicológico clave en el proceso del razonamiento por sobre la emoción: la duda. La duda (cuando es moderada y no el emergente obsesivo de una neurosis) nos aleja del comportamiento egocéntrico (centrado en sí mismo) y paranoide (persecutorio de seudo amenazas imaginarias).
Por el contrario, las ideologías fundamentalistas suelen alentar estos últimos comportamientos impactando en personalidades de sujetos predispuestos a buscar su identidad en certezas omnipresentes. Estas personas no soportan la duda y la ansiedad de la incertidumbre al que todo juicio humano de valor está sujeto. La representación de relatividad de las ideas y la presunta evidencia de que las verdades se co-instituyen a partir de la mirada valorativa del que intenta establecerlas, resulta intolerable para el creyente de un discurso total y único.
Si la “realidad” no es sinónimo de verdad única -lo que no implica la pretensión idealista de negar la objetividad del hecho material como tal, sino su interpretación unívoca, como señala Machado-  entonces se sigue que no hay relato que legitime un discurso “más verdadero y universal que otro”.
Sin embargo existe un tipo de pensamiento que genera un discurso que propongo llamar “totalizante” o “totalizador”.
Goffman, precisamente trabajó con el concepto de “Institución Total” (IT), definiéndolo como aquellos lugares (reales o virtuales) en los que un sujeto “internado” permanentemente realizaba todas sus tareas vitales sin salir de ellas nunca, padeciendo así una distorsión del espacio-tiempo por efecto de la continuidad perceptual sin variantes ni diversidad de escenarios. Se ha demostrado que las IT fuerzan la alienación del sujeto internado.

Creo, luego afirmo, después actúo.

Al sujeto que sostiene un discurso producto de un pensar totalizante no le agrada la diversidad, lo inquietan las diferencias y por eso siempre tiende a pensar uniformidades. Desearía unanimidad total (y totalitaria) de sus creencias. El “totalizador” es ante todo un discurso ideológico en sentido estricto, de núcleo duro, que no admite las dispersiones y pretende abarcar todos los aspectos de la vida. Está “internado” en su propio relato.
Por eso nada escapa a su crítica y control. La vida privada -último refugio que resiste la persecución doctrinal de los totalitarismos-  se transforma en una amenaza para el pensamiento totalizador. Creer (sin dudar en el dogma), Obedecer (a quienes encarnan la palabra del dogma) y Combatir (a los descarriados que al pensar diferente se convierten en enemigos): Este ha sido históricamente el tríptico doctrinal de los fascismos (una manera de pensar al sujeto como objeto fusionado corporativamente a la sociedad y ésta diluída en el Estado) de cualquier signo ideológico. Dos películas extraordinarias entre tantos ejemplos del cine histórico, nos lo muestra con claridad didáctica: “La vida de los otros” (el escenario de la ex-Alemania comunista)  y “Los chicos swing” (los primeros años de la Alemania nazi).
Al ser total, este tipo de pensamiento lo contamina todo: el amor, la política, las compras, la amistad, la tecnología, la familia, etc. todo será atravesado por lo que es “políticamente correcto” asimilado al dogma totalizador. El mundo de las ideologías es para esta lógica el único posible, nada escapa a estas y la propia, claro está, es la “correcta”. En otras oportunidades hemos dicho que el “ideologismo” es la creencia que no hay nada fuera de la ideología. No es difícil demostrar en la vida cotidiana la debilidad de este aserto.
Sin embargo al pensamiento totalizante no se le ocurre como las cosas podrían ser de otra manera.
Quizá el pez no imagine (si tal cosa pudiera hacer) que existe un mundo más allá del agua, salvo cuando es pescado, pero en ese caso -parafraseando libremente el final del célebre poema “Y por mi vinieron…” de Martín Niemöller- ya resultaría demasiado tarde para poder disfrutarlo.

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viernes, 26 de junio de 2020

EL VIRUS DE LA INCERTIDUMBRE



Sociedad, pandemia y salud mental

El virus de la incertidumbre
(la distopía del confinamiento interminable)
Por Alberto Farías Gramegna (*)




“El hombre es un ser de tiempo percibido. El tiempo lo atraviesa y lo ubica en una escena siempre por
venir.  Trabajamos no para lo que somos sino para lo que seremos, siempre persiguiendo un cambio, un
porvenir con forma de proyecto. Si desaparece, la vida es vacío en un presente continuo”- Alberto Relmú

 “Distopía o cacotopía son términos antónimos de eutopía, significando una ´utopía negativa´, donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal, representando una sociedad hipotética indeseable”-  Wikipedia.es

“Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha” - Cayo Julio César  (100-44 a. C.)

Aquella cita de Julio César ha pasado a ser famosa expresada como: “La esposa del César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo”. Y en el caso del confinamiento interminable producto de la mal llamada “cuarentena” argentina (que ya lleva casi cien días), al igual que la mujer del César, podrá o no ser honesta, pero sin embargo muchos opinan que, por sus imprecisos resultados sanitarios, su mención justificadora con fines oportunistas y sus efectos secundarios socio-económicos y políticos-culturales, no lo parece tanto. Algunos quizá los consideren livianamente como previsibles “daños colaterales”, pero otros, menos eufemísticos, afirman que finalmente “es peor el remedio que la enfermedad”, y otros aún, los más escépticos e impíos, llegan a creer que “todos combatimos con sólo media verdad contra una mentira entera”, Arthur Koestler dixit. Es lo que hay. La pandemia desafía la tolerancia  y enrarece los pensamientos.
                            
Permiso para vivir…

En un artículo anterior (“De la caverna a la pradera”; La Capital, 1-5-20) decíamos que el nomadismo, el homo movens es la marca de agua de la Humanidad porque allí está el alimento; el otro diferente y el enigma del mundo. (…)  Platón, en el Mito de la Caverna muestra en sentido figurado el hecho de que el hombre que ignora es esclavo de una ilusión si no sale al exterior al encuentro del “otro real”. (…) La esencia nómade -por suerte, ya que es la condición del enriquecimiento multicultural- insiste y siempre está en tensión con la inercia estática del lugareño (…) Esta tensión territorial antagónica y dilemática afuera-adentro de la casa versus la calle, reemplaza bruscamente a la ecuación inclusiva “la casa y la calle”, es decir la alternancia, que en la mayoría de los casos de la modernidad urbana, la población económicamente activa pasa más de la mitad del tiempo diario fuera de su casa, en el trabajo, el viaje de ida y vuelta  y otras actividades extralaborales. Esa alternancia hace que se asuman diferentes roles que es la esencia de la vida social. Y ese impedimento que altera la normalidad en nombre de una ilusoria e ingenua “nueva normalidad” (sic) abona el terreno para la emergencia de un sinfín de trastornos psicosomáticos más allá o acá de cualquier potencial amenaza de este u otro virus con los que convivimos desde siempre, como las tantas otras gripes que nos acompañan desde la niñez, y ante las que nunca hemos pedido “permiso para vivir”.

Algo huele mal en “cuarentena”

Hace horas, a través de BBC News  (https://www.bbc.com/mundo/noticias-53117592#) leemos que la Dra. Elke Van Hoof, investigadora en Psicología de la Salud de la Universidad de Vrije, de Bruselas, y especialista en estrés y trauma, dijo que el confinamiento planetario es "el mayor experimento psicológico de la historia", y agregó que La falta de atención de las autoridades a la asistencia psicológica durante la pandemia hará que el mundo pague el precio” Entre nosotros, un reciente informe del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) elaborado con los resultados de una encuesta online entre 2490 personas de los principales centros urbanos del país, informa que casi el 70 % de los encuestados, ya experimentaban malestar psicológico, apenas trascurridos los primeros 50 días del confinamiento obligatorio. (Ref: diario La Nación, https://www.lanacion.com.ar/editoriales/salud-mental-cuarentena-mas-prolongada-del-mundo-nid2384225) (…) “Se observaba entonces ya más del doble de sintomatología psicológica clínica que en la primera semana de aislamiento” (…) “Mientras su prevalencia era de 4,8% a los siete días de cuarentena, este porcentaje aumentó a 5,7% al acercarnos a los dos meses. Eso significa que alrededor de 5 de cada 100 personas registran sintomatología clínicamente significativa", refiere el estudio. Luego indica que el uso de medicación autoadministrada sin prescripción médica aumentó del 10, 5 % al 13, 5%. El consumo de alcohol -según los datos obtenidos a través de los encuestados- habría aumentado de 8,1% al 11, 5%. Respecto a las consultas psicológicas se observa, que aumentó en un 3% (de 4,8% al 7,8%). El informe del Observatorio continúa analizando los datos respecto a los trastornos en el sueño -refiere el artículo citado- e indica que afecta al 76 % de los encuestados: “Los síntoma clínicos psicológicos se incrementan significativamente de acuerdo con la duración de la cuarentena. La muestra a los 50-55 días presenta más del doble de síntomas que la realizada a los 7-11 días.". Finalmente, se informa que en relación a la demanda de asistencia psicológica gratuita al Servicio de Salud de se incrementaron exponencialmente, ya que sólo en los dos primeros meses del confinamiento se recibieron 2500 solicitudes, en comparación con las 4000 anuales que registra la estadística en años normales. De lo que se deriva que la relación incremental “tiempo de enclaustramiento-trastornos conductuales psicosomáticos”, resulta directamente proporcional partiendo de la primera variable.

El hombre es proyecto y la incertidumbre forzada lo quebranta

La palabra “proyecto” deriva del latín “pro-iectus” y significa “lanzado hacia adelante, que avanza”. El proyecto es la esencia de hombre en la búsqueda del sentido de la vida, que lo diferencia del resto de los animales que viven en un presente continuo, aunque anticipen escenarios por efecto del aprendizaje y los reflejos condicionados, al menos hasta donde sabemos. La Psicopatología y la Psiquiatría, han enfatizado la importancia del “proyecto de vida” y el papel que el manejo y la planificación del tiempo propio, tienen en la salud mental y el confort emocional de las personas. Un proyecto implica la necesidad de planificar hechos y situaciones que aún no son reales, pero que existen en nuestras cabezas, por lo que implica un ejercicio vital propio del ser humano: la imaginación. Imaginamos cómo seremos, lo que haremos y dónde en un lapso corto, mediano o largo. Imaginamos cómo se verá nuestra forma de ser y hacer en un espacio tiempo virtual, que sólo es prerrogativa humana: la idea de futuro. Y es esa misma idea la que modela nuestro actuar en el presente y su ausencia nos paraliza. Por todo lo dicho, la peor amenaza para sostener un proyecto de vida es la incertidumbre generada por la imposibilidad de decidir sobre la propia libertad personal. La incertidumbre prolongada se realimenta a sí misma y crea las condiciones para el estrés crónico con todos los efectos psicosomáticos deletéreos asociados a la misma. Esto es, al no conocer ningún plan de “desescalada”, y por tanto no saber cuándo, ni cómo se saldrá efectivamente en tiempo y forma de la situación de confinamiento obligado, surge en el inconsciente la fantasía irracional, persecutoria y perturbadora de una “cuarentena perpetua”, lo que -aunque es obviamente ilógica- dispara procesos psiconeurológicos con sesgos depresivos y ansiógenos, que se potencian especialmente en personas con tendencias predisponentes u otras disfunciones psicosomáticas. Un agregado distópico que debiera evitarse. Ya tenemos bastante con el coronavirus, para agregarle este otro virus, el de la incertidumbre y sus nefastas consecuencias de un confinamiento interminable.


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viernes, 29 de mayo de 2020

LA SOBERBIA IGNORANCIA (el virus de los necios)

Comportamiento, ideología y sociedad


La soberbia ignorancia
(el virus de los necios)
Por Alberto Farías Gramegna

“Hablan con la seguridad que sólo da la ignorancia” - Jorge Luis Borges
Donde hay soberbia,  allí habrá ignorancia,  mas donde hay humildad, habrá sabiduría."-  Salomón.
“La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”-  Francisco de Quevedo

Para una mirada religiosa del mundo la soberbia es un pecado. Luego hacer que el soberbio mude en humilde es cuestión de milagro. No soy religioso, ni creyente en doctrina fundamentalista alguna, pero coincido plenamente tanto en la valoración negativa de la soberbia como en la noción de “pecado”, en sentido amplio y secular.

El diccionario de la RAE, en su segunda y tercera acepción, dice: “Cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido. Exceso o defecto en cualquier línea”. Alude entonces a la transgresión de los límites morales que me impone la existencia del “otro” como prójimo, esto es, el semejante cercano, o como el “otro generalizado”, es decir, el semejante lejano.
Para un ateo, entonces, el pecado será la desmesura de su narcisismo, la desestima y la negación del otro en nombre de sus impulsos egoístas, que -por inmanencia de su naturaleza pre-socializada- son en el perfecto sentido del vocablo, amorales.
De modo que para la llamada  por el psicoanálisis “conciencia moral”,  será pecado ceder ante el impulso de desestimar y despreciar al otro, en tanto entidad existente capaz de activar mi identificación con sus afectos, los de él que son semejantes a los míos.
Ya en el terreno extremo de la psicopatología, tomemos como ejemplo el psicópata que, por su parte, peca de la más absoluta  insolidaridad para con sus “víctimas”, que solo son objetos manipulables y con las que nunca se identificará sintiendo culpa. No hay pues empatía en el psicópata: “El mal es la falta de empatía con el otro”, le dice el capitán Gustave Gilbert, (Matt Craven) al fiscal general Jackson  (Alex Baldwin), acusador en el juicio de los crímenes nazis.  El extraordinario diálogo se desarrolla en un clima de enorme emocionalidad en un pasaje clave del film Nüremberg.

Como siempre digo…

Veamos ahora algunas consideraciones acerca de la modalidad comunicacional de la soberbia.
Pecar de soberbia es no saber escuchar. Desestimar la palabra del otro enarbolando la propia por sobre todos  y  todo, alardeando de mis certezas con un  chabacano “yo te canto la justa”.
La soberbia es un retoño compulsivo de la omnipotencia propia del adolescente, o del narcisista ególatra  (que en definitiva no es más que un adolescente tardío).  El soberbio no cree que tenga cosas que aprender, nunca duda de lo que dice. Siempre dando lecciones a sus ocasionales interlocutores, no dialoga, pontifica y está convencido de saberlo todo de todo. Su visión de los hechos y las cosas “es” el reflejo fiel de la realidad que él ve con claridad indiscutible, por lo que discutir es ocioso.
Desde una perspectiva  epistémica  vemos que la persona soberbia aplica una misma lógica universal de diagnóstico y conocimiento a todas las cosas del mundo, que él está convencido de conocer en su profunda “esencia”.  Así  nos cuenta  de primera mano “como son las cosas en realidad” (sic)  y en su  insensata  construcción perceptiva reduce la complejidad polícroma del mundo hasta llegar a un simplismo burdo e ingenuo. El soberbio se reitera en su personaje social enfatizando una suerte de “marca de agua” que, casi sin conciencia, confirma la certeza de su percepción. Hay aquí una egocéntrica  inmutabilidad  en su diagnóstico de esto y aquello,  que se realimenta con entusiasmo en el acto redundante de una clásica enunciación: “como yo siempre digo”.
Vamos al punto: en el fondo de su egolatría el soberbio es un ignorante, pero lo extraordinario es que él no sabe que no sabe. Y por eso siempre cree estar en lo correcto. Si los que lo rodean no lo advierten o aplauden sus errores, el resultado será más soberbia y más ensimismamiento. Traigo un ejemplo de la sociología política: en la Italia fascista de Benito Mussolini, los seguidores fanáticos ante cualquier juicio disparatado del “Duce” solían repetir con ciega necedad: “Mussolini nunca se equivoca”… ¡Y vaya si se equivocó!

La docta ignorancia

Veamos ahora para terminar, el ejemplo antitético del soberbio: hablo del hombre sabio, de “el erudito”. La persona erudita no puede caer en una actitud soberbia, pues por defecto, su límite a la desmesura es la certeza de un saber paradojal: “sabe que no sabe”, o mejor que sabe parcialmente, y eso mismo lo hace consciente  más de su carencia que de su potencia,  asume la condición productiva de su “docta ignorancia”.
El hombre sabio siente  -no uso esta palabra por azar- que siempre tiene algo más por aprender y  cuanto más aprende, más sospecha lo poco que sabe, lo mucho que le resta por saber, que finalmente es siempre “un todo” infinito. Por eso su divisa es la relatividad de las certezas, y también por eso  intenta llegar al conocimiento parcial de las cosas a través de la duda.
A diferencia del  patético soberbio, el sabio erudito es sencillo, sin impostación, humilde y sabe escuchar  porque ama aprender. Tiene al otro  -a la sazón interlocutor-  por fuente de información y conocimiento, la fuente que su pasión por saber necesita. El erudito es por fuerza curioso y deviene en sabio con el curso de su vida. Experimenta  -y como decía Machado- tal es capaz de mudar  de opinión si el otro o la vida misma  lo convence de su error, o le muestra que una verdad del pasado puede ser una mentira del presente. El erudito dialoga, (logos compartido) escuchando más que hablando. Sin embargo importa  reconocer que hay también personas que sin ser  puntualmente “eruditas” son espontáneamente sabias: ellas también saben que no saben y por eso escuchan con humildad y talento, porque si son inteligentes, luego construirán sus propios criterios de erudición. 
Muy lejos de esta deseable actitud el soberbio como se dijo al “no saber que no sabe”  -parafraseando a Borges-  ignora su propia ignorancia,  reincidiendo una y otra vez en la torpeza y el error, lo que es un nuevo pecado de necedad agregado al de soberbia original. Y ya se sabe que entenderse con un necio es… ¡un verdadero milagro!   -


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