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miércoles, 1 de enero de 2025

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EL VALOR DE LAS PALABRAS...
Dime como piensas…y te diré que mundo te cabe.

El modelo mental previo de la percepción, interpretación y propositividad de la organización social que nos entorna, actuando como referente práctico o como sistema ideológico, refrenda y legitima luego la totalidad del proceso interpretativo de cada suceso. Por eso unos y otros “vemos cosas” distintas al mirar los mismos objetos interactuar , y así sacamos seguidamente diferentes conclusiones causales y valorativas de esos procesos que aunque ocurren con una dinámica propia objetiva -es decir espacio-temporalmente por fuera de nuestra subjetividad- sin embargo los ordenamos en secuencias disímiles a la hora de evaluarlos. Los sesgamos con arreglo a nuestras preferencias “lógicas” consecuencia no de una evidencia trascendente sino de nuestra escala valorativa y necesidad emocional  “ad hoc”. Los socio-comunicólogos llaman este proceso cotidiano “sesgo de disponibilidad” (lo que se ofrece ahí fuera para su selección significativa) y “sesgo de confirmación” (termino seleccionando lo que busco encontrar para confirmar mis creencias).
Cuando esta dialéctica resulta extrema se hace irreductible a la contrastación alternativa y surge la “polémica” (confrontación de posiciones imaginarias opuestas por sobre el análisis de la tensión suplementaria o complementaria de intereses legítimos). Y ya se sabe que se empieza cediendo en las palabras y luego se termina cediendo en los hechos.
En tanto que un camino diferente hacia el esfuerzo por descentralizar las ideas por parte de los protagonistas, los llevaría a un “debate” de fundamentaciones (en lugar de los agobiantes y tóxicos “fundamentalismos”, propios de los fanatismos de ayer, de hoy y de siempre) capaz de flexibilizar posiciones y explicitar intereses, lo que muda el dilema insoluble y lo transforma en problema soluble. La etapa final de este segundo camino es el acercamiento de intereses comunes y la negociación de aquellos intereses particulares. El común denominador lleva de lo abstracto a lo concreto, del dilema al problema y de éste a encontrar la solución, potenciando así el valor ético y crucial de las palabras.















                                                                         
















jueves, 16 de julio de 2020

EL VALOR DE LAS PALABRAS (acerca del ser y el parecer en la posverdad)

Temas de gestión y comunicación en tiempos de pandemias


El valor de las palabras
(acerca del ser y el parecer en la posverdad)
por Alberto Farías Gramegna
“La posverdad (o ´mentiras emotivas´) se refiere a que los hechos objetivos y reales tienen menos credibilidad o influencia que los sentimientos y creencias de los individuos al momento de formular una opinión pública o determinar una postura social.”- www.significados.com

“Las palabras significan exactamente lo que yo quiero que signifiquen (…) La cuestión -remató Humpey Dumphy-  es quien manda aquí.” - Alicia en el país de los espejos.

“Si las palabras no son cosas, ni los mapas el territorio mismo, entonces, obviamente, el único vínculo posible entre el mundo objetivo y el mundo lingüístico debe hallarse en la estructura, y solamente en la estructura” - Alfred Korzybski


“Si la libertad significa algo, es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren oír” – George Orwell.



Cuando Antoine de Saint Exupery le “hace decir” a El Principito “Si le pido a un general que vuele y el general no vuela..¿De quién es la culpa, del general o mía?”, el gran escritor, aviador  y  humanista francés, desaparecido en combate durante la Segunda Guerra, nos alerta sobre la cuestión de lo arbitrario de la comunicación humana, y de paso, sobre la necedad y el absurdo de los liderazgos autoritarios. Las cosas son como son, más allá de los deseos de las ideologías y de las insensatas idolatrías de ocasión.
Aceptando el principio polisémico del lenguaje y el valor significador del contexto en el que “algo es dicho por alguien”, lo innegable es que la sintaxis gramatical , la semántica  y la pragmática tienen en el análisis semiótico un valor propio que denota y connota el límite de una interpretación contextual.

Por ejemplo: “Fascismo” no es cualquier expresión autoritaria, discriminatoria o reaccionaria; “Oligarca” no alude a una persona cualquiera que tenga una importante  renta y una buena calidad de vida; “Cipayo” no refiere a un ciudadano que valore o alabe buenas costumbres de otros países; “Enemigo” no denota a un congénere solo por tener ideas diferentes sobre cómo organizar la sociedad; “Odiador” no es “per se”, un ciudadano que critica a la Justicia por su ausencia o venalidad y defiende la importancia del respeto a las instituciones republicanas; etc. Así podríamos seguir mucho tiempo, porque hoy, en nuestra sociedad, todo aparece mezclado, -por no agregar además las llamadas “fake news”- como en el tango “Cambalache” hasta lograr que las palabras nada expresen y que finalmente signifiquen como quería Humpey Dumphy…“lo que quiere el que manda”. Todo un combo degradante en el mundo alucinado de la “posverdad” y la neolengua pretendidamente “inclusiva”, que en algunos casos llega a extravíos ortográficos desopilantes. Las crisis suelen activar muchas tendencias autoritarias que anidan en las personalidades redentoras y épicas, pontificando con arreglo al “Ministerio de la Verdad”, como en la novela “1984” de George Orwell,  sobre lo que es o no es “políticamente correcto” en nombre de una progresía que asume actitudes persecutorias de control y censura, acerca de lo que “se puede” y lo que “no se puede decir”, al estilo del Gran Hermano de la distopía orwelliana, donde hay palabras prohibidas y otras obligatorias, y donde el diario de ayer se reescribe para acomodar la Historia a como convenga al Gran Relato.

La verdad como la mujer del César

Hoy, -así en las guerras como en las pandemias- la primera víctima es la verdad. La clave para salir de la encrucijada que muestra a la verdad sesgada tantas veces como personas pretendan poseerla, y por tanto a la misma realidad partida en otras tantas interpretaciones, reside precisamente en este último concepto: la interpretación que está en el medio del relato de los hechos objetivamente acaecidos. Y es el orden secuencial en la interpretación de ese “relato” el que nos habla del posicionamiento axiológico e ideológico del relator, más allá o más acá de los hechos constatables y las interpretaciones de sus causas y efectos posibles… (Eso ya es objetivamente otra dimensión del análisis). Ya hace mucho tiempo que la teoría de la Programación Neurolingüística, (PNL) sostiene que cada uno de nosotros tiene una experiencia del todo personal y subjetiva de la realidad, a partir, de su propia estructura del  “mapa del mundo” que confunde con “el territorio”, tal como explicó creativamente en “Sciencie and Sanity”, (1933) Alfred  Korzybski, el fundador de la Semántica General.

No es lo mismo “ser profundo que haberse venido abajo…”

Si yo digo, por ejemplo: “Esas personas se manifiestan en mi contra  porque me rechazan y por eso quieren difamarme”, es muy distinto a si dijera “Hice cosas que me difaman ante esas personas, por lo que me rechazan...”. Pareciera lo mismo, pero no lo es. Aquí recíprocamente con el  célebre reproche de César a su mujer Pompeya Sila, no basta con parecer sino que también hay que ser.
Ser y parecer, ¿Qué va primero?...André Guide plantea la cuestión tan enraizada en nuestra comunidad vernácula de si hay que ser para luego parecer o se debe parecer primero para poder ser lo que se parece. Creo que en el nodo de esta aparente trivialidad esta la presencia del “Otro” y su mirada  judicativa, el semejante-diferente en el conjunto genérico de la cultura. Como dijo Sartre “El infierno es la mirada del otro”. En nuestro ejemplo, ¿dónde reside la diferencia?: En la secuencia causa-efecto y su interpretación valorativa. Causalidad y axiología (valores-moral-ética) determinan al unísono un proceso interpretativo en función de cómo se ubican en la cadena sintáctica y la connotación cognitiva que producen , así como su correlato emotivo placentero o displacen tero, provocando en cada uno un reforzamiento de las convicciones, que por fuerza de congruencia tienden a autojustificarse como “naturales”. De tal suerte -exceptuando la “mala fe” del que miente o distorsiona intencionalmente- el sujeto que percibe un hecho interpreta con una dosis mayor o menor de alienación a su propia situación interesada que lo limita en su libertad para descentrarse en la secuencia del otro diferente.

Dime como piensas…y te diré que mundo te cabe.

El modelo mental previo de la percepción, interpretación y propositividad de la organización social que nos entorna, actuando como referente práctico o como sistema ideológico, refrenda y legitima luego la totalidad del proceso interpretativo de cada suceso. Por eso unos y otros “vemos cosas” distintas al mirar los mismos objetos interactuar , y así sacamos seguidamente diferentes conclusiones causales y valorativas de esos procesos que aunque ocurren con una dinámica propia objetiva -es decir espacio-temporalmente por fuera de nuestra subjetividad- sin embargo los ordenamos en secuencias disímiles a la hora de evaluarlos. Los sesgamos con arreglo a nuestras preferencias “lógicas” consecuencia no de una evidencia trascendente sino de nuestra escala valorativa y necesidad emocional  “ad hoc”. Los socio-comunicólogos llaman este proceso cotidiano “sesgo de disponibilidad” (lo que se ofrece ahí fuera para su selección significativa) y “sesgo de confirmación” (termino seleccionando lo que busco encontrar para confirmar mis creencias).
Cuando esta dialéctica resulta extrema se hace irreductible a la contrastación alternativa y surge la “polémica” (confrontación de posiciones imaginarias opuestas por sobre el análisis de la tensión suplementaria o complementaria de intereses legítimos). Y ya se sabe que se empieza cediendo en las palabras y luego se termina cediendo en los hechos.
En tanto que un camino diferente hacia el esfuerzo por descentralizar las ideas por parte de los protagonistas, los llevaría a un “debate” de fundamentaciones (en lugar de los agobiantes y tóxicos “fundamentalismos”, propios de los fanatismos de ayer, de hoy y de siempre) capaz de flexibilizar posiciones y explicitar intereses, lo que muda el dilema insoluble y lo transforma en problema soluble. La etapa final de este segundo camino es el acercamiento de intereses comunes y la negociación de aquellos intereses particulares. El común denominador lleva de lo abstracto a lo concreto, del dilema al problema y de éste a encontrar la solución, potenciando así el valor ético y crucial de las palabras.

URL de las imagenes:

Monumento a George Orwell con la frase sobre la Libertad , en la entrada del edificio de la BBC , en Londres
-https://pbs.twimg.com/media/DQM9xyzW4AEzcvc.jpg
-https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn%3AANd9GcTgIigBZlleFf6BnnEmIa3AhPGYl69gQXKnzQ&usqp=CAU

-https://reflexionesdiarias.files.wordpress.com/2012/01/el-valor-de-la-palabra.jpg

                                                           


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sábado, 27 de junio de 2020

LA PERSONALIDAD DOGMATICA Y EL PENSAMIENTO TOTALIZANTE

Sociedad y comportamiento

La personalidad dogmática y el pensamiento totalizante
por Alberto Farías Gramegna




 “Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro, Tomás de Aquino)

La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés” - Antonio Machado

Anselmo: “Es como lo digo y lo tengo por seguro”
Perínclito: “¿Y cómo puedes estar tan seguro de ello?
Anselmo: “Porque no se me ocurre como podría ser de otra manera”
Manuel  Xilo Salinas (“El hombre retirado”)

S
iempre he creído en la importancia ética de la advertencia: “Se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los hechos”. Por eso siguiendo mi “naturaleza” analítica voy a definir brevemente los términos que titulan este artículo.
La personalidad es un concepto complejo siempre mal usado por el habla cotidiana y sobre el que ni siquiera los especialistas se han puesto aún totalmente de acuerdo. Se podría esquematizar intuitiva y vulgarmente diciendo que “es la descripción más o menos objetiva que hace alguien sobre la manera (medios y fines) en que la otra persona se comunica en cuerpo y mente, consciente o no y en tiempo real, con su entorno inmediato”. Claro que aquí para descartar el factor subjetivo del observador ocasional debemos referirnos a una descripción “tipo”, es decir cuando muchas personas coinciden sobre las características de otra. Esto a veces se expresa en los dichos populares: “Fulano es muy divertido”, “Mengano es un tipo demandante”, etc. Son resúmenes de uno o más rasgos pregnantes de la personalidad de cada quien.

Ese perfil observado “desde afuera” es producto de una lenta y dialéctica construcción evolutiva, cuyos materiales provienen de un triple origen: la biología heredo-congénita, lo socio-familiar y lo cultural-antropológico. La primera aporta los genes (lo individual temperamental), la segunda la modalidad de adaptación (las creencias y los valores) y la tercera las formas gregario-comunitarias (la tipicidad caracterológica del grupo). De esta mezcla resultarán tendencias de acción en el vínculo con los otros y con las cosas, y su dinámica se entenderá en contraste con la situación en la que se despliega.
Por su parte el concepto de “dogmático” es más sencillo de explicar: proviene de la creencia en que todo se explica desde un solo lugar de interpretación: el dogma. Este es la manera general discursiva de intentar acomodar la realidad a mi idea sobre esa realidad: la “realidad subjetivada”  (percibida) y que se expresa luego de sufrir un proceso de interpretación por el tamiz del dogma, en “realidad subjetiva”, es decir dogmática.

Pienso, luego soy

La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista, Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con las que suelen entrar en colisión las personalidades dogmáticas.

El huevo y la gallina

¿El pensamiento dogmático surge en una determinada personalidad o esta “lo adopta” porque le es funcional a su manera de interactuar con el mundo? No debemos aquí buscar la disyunción propia de las dicotomías. Más bien es la conjunción la que parece adecuada. La personalidad no está dada desde el inicio de la vida. Es una lenta construcción dialéctica entre biología, ambiente y cultura, como se ha dicho. Por lo tanto serán las “formas” y los “modos”, fuertemente influidos por la emocionalidad (factor a que -en mi opinión- no se le presta aún la importancia que tiene), las que consolidan las “creencias” que luego habrán de expresarse dogmáticamente.
El discurso dogmático elaborado (ideologías religiosas, políticas, sociales, místicas, etc.) es una etapa posterior, en la que el sujeto adecua funcionalmente su personalidad a un “justificativo” existencial: “soy, pienso y actúo así, porque profeso la fe en tal o cual doctrina que me conforta certificando la verdad en la que creo sin necesidad de verificación alguna”.
Las personalidades dogmáticas tienen poca o ninguna capacidad para adaptarse plásticamente a los cambios: son  “reaccionarias” por naturaleza, prejuiciosas y rígidas en sus asertos.
A la manera del mítico Procusto pretenden recortar los comportamientos para hacerlos entrar en sus lechos doctrinales. A la larga el dogmático suele ser susceptible a la tentación de sumarse a colectivos imaginarios que predican fundamentos irreductibles de sesgo mesiánico sobre “cómo deben ser las cosas”, más allá de los deseos y las necesidades humanas. Es una pelea necia contra la espontaneidad natural del hombre, al que ve como “imperfecto” y busca la manera de recrearlo como un “hombre nuevo”. Así, luego ceden a propuestas insensatas, en nombre de supuestos ideales altruistas que ocultan convenientemente sus propias inseguridades psicológicas y necesidades compulsivas de control. Fruto de insomnios fantasmales mudados al amanecer en desmesuradas vigilias autoritarias, aquellas propuestas, -como la Historia lo confirma- suelen terminar en siniestras noches de lamentables pesadillas sociales. Una y otra vez…y otra más.

El pensamiento “totalizante”

A partir de las ideas fundadoras de George H.Mead, sus sucesores Ellsworth Faris, Herbert Blumer, Mandford Kuhn y Erwin Goffman fueron los desarrolladores históricos de lo que en Psicología Social se conoce como Interaccionismo Simbólico, que en su núcleo conceptual duro afirma que las personas no responden mecánicamente al estímulo, sino a la interpretación simbólica que se hace de ese estímulo objetivo: así el reto de un tutor podría ser tomado por un alumno como una falta de consideración y por otro como un gesto de interés por su educación. Con diversos aportes no siempre coincidentes, estos investigadores convinieron en la importancia de los roles sociales, la subjetividad  interpretativa de la realidad y el condicionamiento social de la conducta humana desplegada en los escenarios cotidianos.
Kuhn, por su parte, enfatizo la idea de que la personalidad es simplemente la combinación de todos los papeles interiorizados por el individuo durante el curso de la socialización. (Hay que agregar hoy la importancia de los factores bio-heredables que interactuarán con el medio ambiente)
Entonces la interacción está en función tanto del individuo como de la situación, la que se interpretará singularmente con arreglo a lo que este autor llama el “sí mismo” de cada uno.
En los últimos diez años de trabajo en el ámbito de las organizaciones y los RRHH, influido por estas ideas, he sostenido la importancia de tener en cuenta la transacción entre las necesidades de la persona y los requerimientos del personaje sociolaboral, articulados por el estilo de personalidad y condicionada por la situación contingente. También que las representaciones que tenemos de las cosas y los procesos se asientan sobre creencias, pacientemente construidas a  lo largo de la socialización individual.

Un mundo sin ventanas

En ese mismo dialéctico transcurso de socialización, las personas penamos y disfrutamos construyendo nuestra identidad a partir de aceptar y oponernos a la percepción y el discurso del otro. Una condición para lograr un equilibrio saludable en la percepción y el juicio sobre la realidad es la aceptación de un fenómeno psicológico clave en el proceso del razonamiento por sobre la emoción: la duda. La duda (cuando es moderada y no el emergente obsesivo de una neurosis) nos aleja del comportamiento egocéntrico (centrado en sí mismo) y paranoide (persecutorio de seudo amenazas imaginarias).
Por el contrario, las ideologías fundamentalistas suelen alentar estos últimos comportamientos impactando en personalidades de sujetos predispuestos a buscar su identidad en certezas omnipresentes. Estas personas no soportan la duda y la ansiedad de la incertidumbre al que todo juicio humano de valor está sujeto. La representación de relatividad de las ideas y la presunta evidencia de que las verdades se co-instituyen a partir de la mirada valorativa del que intenta establecerlas, resulta intolerable para el creyente de un discurso total y único.
Si la “realidad” no es sinónimo de verdad única -lo que no implica la pretensión idealista de negar la objetividad del hecho material como tal, sino su interpretación unívoca, como señala Machado-  entonces se sigue que no hay relato que legitime un discurso “más verdadero y universal que otro”.
Sin embargo existe un tipo de pensamiento que genera un discurso que propongo llamar “totalizante” o “totalizador”.
Goffman, precisamente trabajó con el concepto de “Institución Total” (IT), definiéndolo como aquellos lugares (reales o virtuales) en los que un sujeto “internado” permanentemente realizaba todas sus tareas vitales sin salir de ellas nunca, padeciendo así una distorsión del espacio-tiempo por efecto de la continuidad perceptual sin variantes ni diversidad de escenarios. Se ha demostrado que las IT fuerzan la alienación del sujeto internado.

Creo, luego afirmo, después actúo.

Al sujeto que sostiene un discurso producto de un pensar totalizante no le agrada la diversidad, lo inquietan las diferencias y por eso siempre tiende a pensar uniformidades. Desearía unanimidad total (y totalitaria) de sus creencias. El “totalizador” es ante todo un discurso ideológico en sentido estricto, de núcleo duro, que no admite las dispersiones y pretende abarcar todos los aspectos de la vida. Está “internado” en su propio relato.
Por eso nada escapa a su crítica y control. La vida privada -último refugio que resiste la persecución doctrinal de los totalitarismos-  se transforma en una amenaza para el pensamiento totalizador. Creer (sin dudar en el dogma), Obedecer (a quienes encarnan la palabra del dogma) y Combatir (a los descarriados que al pensar diferente se convierten en enemigos): Este ha sido históricamente el tríptico doctrinal de los fascismos (una manera de pensar al sujeto como objeto fusionado corporativamente a la sociedad y ésta diluída en el Estado) de cualquier signo ideológico. Dos películas extraordinarias entre tantos ejemplos del cine histórico, nos lo muestra con claridad didáctica: “La vida de los otros” (el escenario de la ex-Alemania comunista)  y “Los chicos swing” (los primeros años de la Alemania nazi).
Al ser total, este tipo de pensamiento lo contamina todo: el amor, la política, las compras, la amistad, la tecnología, la familia, etc. todo será atravesado por lo que es “políticamente correcto” asimilado al dogma totalizador. El mundo de las ideologías es para esta lógica el único posible, nada escapa a estas y la propia, claro está, es la “correcta”. En otras oportunidades hemos dicho que el “ideologismo” es la creencia que no hay nada fuera de la ideología. No es difícil demostrar en la vida cotidiana la debilidad de este aserto.
Sin embargo al pensamiento totalizante no se le ocurre como las cosas podrían ser de otra manera.
Quizá el pez no imagine (si tal cosa pudiera hacer) que existe un mundo más allá del agua, salvo cuando es pescado, pero en ese caso -parafraseando libremente el final del célebre poema “Y por mi vinieron…” de Martín Niemöller- ya resultaría demasiado tarde para poder disfrutarlo.

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viernes, 29 de mayo de 2020

LA SOBERBIA IGNORANCIA (el virus de los necios)

Comportamiento, ideología y sociedad


La soberbia ignorancia
(el virus de los necios)
Por Alberto Farías Gramegna

“Hablan con la seguridad que sólo da la ignorancia” - Jorge Luis Borges
Donde hay soberbia,  allí habrá ignorancia,  mas donde hay humildad, habrá sabiduría."-  Salomón.
“La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”-  Francisco de Quevedo

Para una mirada religiosa del mundo la soberbia es un pecado. Luego hacer que el soberbio mude en humilde es cuestión de milagro. No soy religioso, ni creyente en doctrina fundamentalista alguna, pero coincido plenamente tanto en la valoración negativa de la soberbia como en la noción de “pecado”, en sentido amplio y secular.

El diccionario de la RAE, en su segunda y tercera acepción, dice: “Cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido. Exceso o defecto en cualquier línea”. Alude entonces a la transgresión de los límites morales que me impone la existencia del “otro” como prójimo, esto es, el semejante cercano, o como el “otro generalizado”, es decir, el semejante lejano.
Para un ateo, entonces, el pecado será la desmesura de su narcisismo, la desestima y la negación del otro en nombre de sus impulsos egoístas, que -por inmanencia de su naturaleza pre-socializada- son en el perfecto sentido del vocablo, amorales.
De modo que para la llamada  por el psicoanálisis “conciencia moral”,  será pecado ceder ante el impulso de desestimar y despreciar al otro, en tanto entidad existente capaz de activar mi identificación con sus afectos, los de él que son semejantes a los míos.
Ya en el terreno extremo de la psicopatología, tomemos como ejemplo el psicópata que, por su parte, peca de la más absoluta  insolidaridad para con sus “víctimas”, que solo son objetos manipulables y con las que nunca se identificará sintiendo culpa. No hay pues empatía en el psicópata: “El mal es la falta de empatía con el otro”, le dice el capitán Gustave Gilbert, (Matt Craven) al fiscal general Jackson  (Alex Baldwin), acusador en el juicio de los crímenes nazis.  El extraordinario diálogo se desarrolla en un clima de enorme emocionalidad en un pasaje clave del film Nüremberg.

Como siempre digo…

Veamos ahora algunas consideraciones acerca de la modalidad comunicacional de la soberbia.
Pecar de soberbia es no saber escuchar. Desestimar la palabra del otro enarbolando la propia por sobre todos  y  todo, alardeando de mis certezas con un  chabacano “yo te canto la justa”.
La soberbia es un retoño compulsivo de la omnipotencia propia del adolescente, o del narcisista ególatra  (que en definitiva no es más que un adolescente tardío).  El soberbio no cree que tenga cosas que aprender, nunca duda de lo que dice. Siempre dando lecciones a sus ocasionales interlocutores, no dialoga, pontifica y está convencido de saberlo todo de todo. Su visión de los hechos y las cosas “es” el reflejo fiel de la realidad que él ve con claridad indiscutible, por lo que discutir es ocioso.
Desde una perspectiva  epistémica  vemos que la persona soberbia aplica una misma lógica universal de diagnóstico y conocimiento a todas las cosas del mundo, que él está convencido de conocer en su profunda “esencia”.  Así  nos cuenta  de primera mano “como son las cosas en realidad” (sic)  y en su  insensata  construcción perceptiva reduce la complejidad polícroma del mundo hasta llegar a un simplismo burdo e ingenuo. El soberbio se reitera en su personaje social enfatizando una suerte de “marca de agua” que, casi sin conciencia, confirma la certeza de su percepción. Hay aquí una egocéntrica  inmutabilidad  en su diagnóstico de esto y aquello,  que se realimenta con entusiasmo en el acto redundante de una clásica enunciación: “como yo siempre digo”.
Vamos al punto: en el fondo de su egolatría el soberbio es un ignorante, pero lo extraordinario es que él no sabe que no sabe. Y por eso siempre cree estar en lo correcto. Si los que lo rodean no lo advierten o aplauden sus errores, el resultado será más soberbia y más ensimismamiento. Traigo un ejemplo de la sociología política: en la Italia fascista de Benito Mussolini, los seguidores fanáticos ante cualquier juicio disparatado del “Duce” solían repetir con ciega necedad: “Mussolini nunca se equivoca”… ¡Y vaya si se equivocó!

La docta ignorancia

Veamos ahora para terminar, el ejemplo antitético del soberbio: hablo del hombre sabio, de “el erudito”. La persona erudita no puede caer en una actitud soberbia, pues por defecto, su límite a la desmesura es la certeza de un saber paradojal: “sabe que no sabe”, o mejor que sabe parcialmente, y eso mismo lo hace consciente  más de su carencia que de su potencia,  asume la condición productiva de su “docta ignorancia”.
El hombre sabio siente  -no uso esta palabra por azar- que siempre tiene algo más por aprender y  cuanto más aprende, más sospecha lo poco que sabe, lo mucho que le resta por saber, que finalmente es siempre “un todo” infinito. Por eso su divisa es la relatividad de las certezas, y también por eso  intenta llegar al conocimiento parcial de las cosas a través de la duda.
A diferencia del  patético soberbio, el sabio erudito es sencillo, sin impostación, humilde y sabe escuchar  porque ama aprender. Tiene al otro  -a la sazón interlocutor-  por fuente de información y conocimiento, la fuente que su pasión por saber necesita. El erudito es por fuerza curioso y deviene en sabio con el curso de su vida. Experimenta  -y como decía Machado- tal es capaz de mudar  de opinión si el otro o la vida misma  lo convence de su error, o le muestra que una verdad del pasado puede ser una mentira del presente. El erudito dialoga, (logos compartido) escuchando más que hablando. Sin embargo importa  reconocer que hay también personas que sin ser  puntualmente “eruditas” son espontáneamente sabias: ellas también saben que no saben y por eso escuchan con humildad y talento, porque si son inteligentes, luego construirán sus propios criterios de erudición. 
Muy lejos de esta deseable actitud el soberbio como se dijo al “no saber que no sabe”  -parafraseando a Borges-  ignora su propia ignorancia,  reincidiendo una y otra vez en la torpeza y el error, lo que es un nuevo pecado de necedad agregado al de soberbia original. Y ya se sabe que entenderse con un necio es… ¡un verdadero milagro!   -


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 URL de la imagen  http://www.alrededoresweb.com.ar    © by afc  (2013) 
Autorizada su reproducción citando fuente y autor.



                                                          

miércoles, 27 de mayo de 2020

EL DÍA QUE ALBERDI LLORÓ...

El día que Alberdi lloró…
por Alberto Farías Gramegna

“ (…) Constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad (…)”- Preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina

“El Gobierno es una necesidad de civilización, porque es instituido para dar a cada gobernado la seguridad de su vida y de su propiedad. Esta seguridad se llama y es la libertad.”- JB Alberdi

“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera tenemos que escoger un camino.”-  Luis Buñuel

En su alucinante film de culto “Le fantôme de la liberté Buñuel plantea una hermenéutica de la libertad partiendo “del azar que todo lo gobierna; la necesidad, que lejos está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”. Es decir que la cuestión es que hacemos por acción u omisión con la libertad a la que “estamos condenados”.

El genial catalán nos presenta un mundo fantástico y onírico del revés, con pequeñas historias subrepticiamente enlazadas por una lógica críptica (una de las cuales  trascurre en Argenton, -valga el topónimo- una comuna francesa sobre el río Creuce) que al jugar con el absurdo de invertir los valores del sentido hacen que la libertad nos espante como un fantasma que no controlamos y altera nuestra molicie mental. El corolario del mensaje surrealista está muy lejos de ser anodino y mucho atañe al aparente comportamiento irracional de la sociedad argentina: si dejamos de pensar la cotidiana realidad de males como el mero discurrir azaroso de hechos anecdóticos inconexos, sin causalidad -y ante los que el lugar común “es lo que hay” expresa un resignado sometimiento psicológico-, para entender que la libertad es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades, se descubre que la primera es la libertad misma para decidir aquel orden.
Ante los laberintos cotidianos -nos dice Buñuel- “de alguna manera tenemos que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que alude a la manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos mentales para encontrar luego la salida de los físicos.

Las imaginarias ropas del rey

Cuando en una sociedad todo parece ser y no ser a la vez la diferencia entre realidad y fantasía se borra paulatinamente y los significados de silencios y palabras mutan como envueltos en un inquietante sueño a la manera de “Alicia en el país de los espejos”, donde nada resulta lo que parece ser. Como cínicamente quería Humpty Dumpty, las palabras dicen lo que los intereses de quien manda en cada momento quiere que digan. Ante el desafío de los laberintos mencionados por Buñuel, la alternativa innoble e ingenua de editar la realidad para que coincida fugazmente con nuestras necesidades inmediatas, lleva al cabo de un tiempo a la indeseada angustia por la vivencia paradojal de una inquietante irrealidad material de las cosas y los hechos, un “como si”  propio  del despertar confuso de una duermevela. Tal como en la caída catastrófica de la ilusión que mostró la real desnudez del emperador del cuento, pretendidamente vestido con un traje mágico de ricas telas que solo podía ser visto por los iluminados y elegidos. Es que el encantamiento y la fascinación se sostienen en la negación de lo percibido y cuando se deshace da lugar a la vergüenza y al miedo difuso porque el sujeto se queda sin palabras para explicar lo inesperado: se pasa de lo maravilloso a lo siniestro. Los psicólogos llaman a esto vivencia “traumática”  y  los filósofos existencialistas, reacción de pánico por el desamparo del “ser-en-el-mundo-con-los-otros”, ya que produce una injuria narcisista a la autoestima y una confusión de la identidad propia. Más que nunca en los tiempos que corren, de incertidumbre pandémica y confinamiento controvertido, el “hombre de la calle”, ora potencial ciudadano comicial, ora frecuente cliente subsidiado incluido en la ambigua y polisémica categoría de “pueblo”, expresa -generalizo por fuerza- una cultura sesgada transversalmente por un conjunto de miedos colectivos imprecisos  y camuflados en los giros de la lengua coloquial del café, del mercadito o de la fugaz charla con barbijo en la cola del banco: nos habla de mitos persistentes, oquedades ideológicas perimidas, mentiras conniventes toleradas, oscuros crímenes sospechados, felonías burdamente festejadas, necios silencios complacientes y últimamente escepticismo ciudadano extremo encarnado en la delicada vivencia de “no creer en nada ni a nadie”.  Finalmente victimario y víctima de su actitud contemplativa y simuladora, responsable por acción u omisión, nuestro hombre es heredero de una inercia mental trans-generacional resumida diría Aguinis- en el necio y atroz encanto del “yo argentino”, que subsumió la libertad en una cosmovisión determinista naturalizando lo abyecto en una dinámica social  signada por la noria del algo que cambiaba para que nada cambie. Preferencia facilista por delegar su responsabilidad cívica siempre en un cesarismo pragmático, expresión al fin de cuentas de un oportunismo moral en los principios que diferencian lo bueno de lo malo y lo malo de lo feo, otra forma de decir lo justo de lo injusto. Como bien observa Alberto Moravia: “Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”. Pero de eso no se habla y de lo que no se habla se enferma.
El día que Alberdi lloró
Y finalmente  Alberdi lloró porque  Argentina es hoy un país con sus instituciones  republicanas gravemente deterioradas  y una democracia formal de muy baja calidad. El pleno funcionamiento de aquellas es clave para que una democracia no se parezca a la tiranía de mayorías circunstanciales, preservando en el marco de un Estado de Derecho, la libertad de expresión, de opción y de acción real del ciudadano, diferenciándose así del mero habitante de un territorio. Es frecuente que nuestro “hombre de la calle”  no pondere la diferencia entre democracia “a secas” y “democracia republicana”, asimilando genéricamente la una a la otra, sin entender que solo la última garantiza la efectiva división de poderes y en este caso puntual, el sistema de administración federal que consagra la Constitución. Los populismos tercermundistas surgidos en las últimas cinco décadas, en cambio, enfatizan solo la legítima representatividad popular de origen, pero desestiman y rechazan las formas, los límites y los controles republicanos, deslizándose con frecuencia por acción u omisión a estilos autoritarios y demagógicos de gobierno que abren la puerta a la discrecionalidad, la desmesura y la corrupción. El desafío de la política en pos de recuperar su credibilidad será no obturar la incertidumbre social solo con promesas electorales de maravillosos cambios mágicos, sino plantear contextos autocríticos de elaboración de lo perdido para mudarlos en proyectos colectivos vitales y realistas de esfuerzos consensuados, que contengan el pasado común pero sublimado en futuro y sin la neurótica queja de un puro presente. Para que la libertad no sea un fantasma.
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