Innovarás tu reino
Por Alberto
Farías
“La corona real no quita el dolor de cabeza” – George Herbert ,1593-1633
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reciente y sorpresiva abdicación a la Corona española de don Juan Carlos de
Borbón y Borbón-Dos Sicilias , rey por
39 años como “Juan Carlos I” y la continuación
constitucional al sitial prevista por línea sucesoria en su hijo Felipe de
Borbón y Grecia , príncipe de Asturias quien reinará como Felipe VI, ha abierto
-seguramente de manera impensada- una hasta ahora desatendida caja de Pandora,
de donde comienzan a salir todos los
traumas , dramas, prejuicios, resentimientos, deudas impagas, asignaturas
pendientes y fantasmas del pasado, de una España cuya esencia -mal que le pese a la derecha corporativa- es
todo lo que nos ocurra , de bueno, de malo, de lindo y de feo, menos “Una”. La pluralidad,
multiplicidad y diversidad de ideas,
costumbres y pueblos es la característica identitaria del país contemporánea
heredero de reinos y etnias milenarias que expresan hoy el multinacionalismo
regional más expresivo: catalanes, vascos, gallegos, navarros...y podríamos
seguir señalando particularismos culturales fuertes detrás de las autonomías
políticas en las demás regiones: andaluces, aragoneses, valencianos, riojanos,
extremeños, canarios, castellanos leoneses y manchegos, cantábricos, mayorquíes,
murcianos...y claro madrileños.
De aquellos barros…
La Guerra Civil estalla en 1936 con un golpe de Estado fascista parcialmente fallido que pretende derrocar a la agitada y conflictiva II República, surgida en 1931 a partir del exilio voluntario en Italia de Alfonso XIII abuelo de Juan Carlos, al ver que no tenía ya sustento político, luego de las elecciones municipales que fueron interpretadas como un plebiscito entre monarquía y república. Alfonso había apoyado la dictadura de primo de Rivera y esto le valió la desafección de buena parte del arco político español. La contienda bélica intestina cobra dimensión internacional por el contexto ideológico que enfrentaba al mundo de entreguerras. Luego de tres años de sangrienta y feroz lucha desigual, los franco-fascistas, llamados “nacionales” -como si los ejércitos republicanos hubieran sido extranjeros- vencen con el apoyo de la formidable maquinaria bélica amiga de alemanes e italianos. Se inicia así a los albores de los años cuarenta en el marco externo del inicio de la II Guerra Mundial, una despiadada dictadura oscurantista que hizo de la venganza contra los republicanos y demócratas en general -incluidos en la categoría genérica de “los rojos”-, un credo oficial y que solo termina 36 años más tarde con la muerte natural de decrépito déspota, porque en el 45 los aliados victoriosos que liberaron toda Europa del flagelo nazi, pragmáticamente decidieron no entrar y liberar también a España, por miedo a la influencia en occidente de la que era la expansiva URSS, la “amenaza del comunismo internacional”, es decir el mismo argumento con el que se justificó el golpe del 36, esta vez en el escenario creciente de lo que unos años más tarde sería la cínica y agotadora Guerra Fría, que entre otras desmesuras dio lugar a miles de films de espías, incluyendo -por suerte en este caso- a la genial creación bufa de Mel Brooks , el “Super Agente 86” y su compañera la “99”, en su lucha eterna contra “Caos”.
Estos lodos
Pero
ahora estamos a mediados de los setenta y la crisis ha comenzado. Un joven y
carismático príncipe Juan Carlos arropado desde la adolescencia por Franco para
que lo suceda por sobre el derecho de su padre, don Juan, también en el exilio
italiano, manteniendo el “paquete bien atado”, se convierte en rey. Pero esta
monarquía, de la mano de los acuerdos y pactos “ad hoc” y por consenso de la
Constitución de 1978 será más formal que real, ya que el agregado no ocioso de
“parlamentaria” hace que el monarca sea más bien un funcionario Jefe de Estado,
que reina pero no gobierna. Y así fue efectivamente: había nacido la ya mítica
“Transición” de la dictadura a la democracia
-en el marco posible de una monarquía parlamentaria- que como tal
debiera terminar alguna vez...y aunque aún no se comprenda, “esa vez” es
precisamente “ésta”.
Aquella
Constitución, valiosa en los valores que protegía incluía una fórmula
pragmática condicionante: la monarquía. Pero demostró ser muy útil a la hora de
transformar España de un país fuera de Europa, atrasado y cuasi-feudal en una
sociedad moderna y progresista que en pocas décadas avanzó en un estado de
bienestar, que hoy lamentablemente está en retroceso, y no solo por el
desempleo de casi el 25 % de la población activa. Primera lección aprendida: la
monarquía parlamentaria no limitó de ninguna manera el desarrollo de la
democracia y la libertad ciudadana, por tanto ambos conceptos son naturalmente
compatibles, como lo entendieron la mayoría de los actores políticos democráticos
de aquella época y también de nuestros días.
Venceréis pero no convenceréis
El
saber retirarse a tiempo es un signo de inteligencia política y el rey saliente
la dio sin dudas al comprender su propio “kairos”.
Fue una señal positiva y movilizadora, más
en la oposición que en el oficialismo, en un momento de estupor de la dirigencia política tradicional de los
dos grandes partidos mayoritarios, por los resultados de las recientes elecciones
europeas, en las que ambos perdieron millones de votos. Pero ese gesto también
reactivó como nunca un viejo eslogan con esencia de dilema: “monarquía o república”, y así, como el
Ave Fénix, la bandera tricolor de la Tercera República rememoró la frase del
teatro clásico: “los muertos que vos
matais gozan de buena salud”. Así, aquella advertencia impresionante “venceréis, pero no convenceréis”, dicha
por Unamuno a los fascistas en cuando entraron en Salamanca al grito impío de
“Muera la inteligencia, viva la muerte”, se ha verificado fácticamente. El tratamiento en las Cortes de la ley
orgánica “ad hoc” para aceptar la abdicación del rey, dado que en una monarquía
parlamentaria no hay “súbditos sino ciudadanos”, fue un apetecible ejemplo variopinto
de alto ejercicio de plena libertad democrática con interesantes y contundentes
alocuciones sustanciosas que resumían los
principios normativos y éticos de cada
sector, una muestra de las diferentes posiciones ideológicas, culturales,
reivindicativas de nacionalidades con apetencia independentista, y en fin , de
los múltiples intereses en juego que hoy animan la vida sociopolítica española.
Le pese a quien le pese, ya se sabe que la verdad es la verdad, la diga
Agamenón o su porquero, y aunque el porquero no esté convencido, según Mairena
desde la pluma de Machado.
Así
transitan los días actuales, con alabanzas y críticas a la gestión real,
matizada con claroscuros como casi todo en la vida de los hombres, con propuestas
de convocar a una consulta para saber si el pueblo quiere continuidad
monárquica o república de los unos, que los otros rechazan en el método porque
dicen legalmente hay que reformar primero la Constitución para proponer otra
forma de gobierno.
Lo
cierto es que más temprano que tarde esa reforma y actualización constitucional
sin dudas ha de hacerse porque los tiempos que corren así lo piden: segunda
lección aprendida. Que de ella salga un formato de gobierno republicano es menos
probable en el corto y mediano plazo, por razones tácticas y de contexto
histórico. Sin embargo, por imperio de la dialéctica hegeliana, que no se ve
pero obra implacable en la vida de las instituciones, el largo plazo reserva un lugar al tan
postergado y castigado sueño de una tercera y quizá definitiva república. Y
este aserto no pretende ser adivinatorio ni determinista sino estricta dinámica
sociológica.
Un
camino complejo y un desafió enorme para el joven rey Felipe VI, -que es
también por parte de quien esto escribe una expresión de deseo-: Ver a un
inteligente y lúcido estadista, capaz de acompañar el proceso de recuperación
socio-económica, liderando con gestos ejemplares de modernidad, justicia, progresismo y transparencia esta segunda
transición, pero esta vez de la monarquía a la república y cerrar así un ciclo
que comenzó en 1931. Sería un sorprendente homenaje a la memoria de su abuelo y
un buen legado reivindicativo de la utilidad estratégica de la Corona y en
particular de esa imaginada gestión innovadora, que me atrevo hoy a pensar por paradoja quizá como la del último rey.
(c) by afc 2014
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