(y sus pesadillas recurrentes)
“Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro, Tomás de Aquino)
S
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iempre he creído en la importancia ética de la
advertencia: “Se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los
hechos”. Por eso siguiendo mi “naturaleza” analítica voy a definir brevemente
los términos que titulan este artículo.
La personalidad es un concepto complejo siempre mal usado
por el habla cotidiana y sobre el que ni siquiera los especialistas se han
puesto aún totalmente de acuerdo. Se podría esquematizar intuitiva y
vulgarmente diciendo que “es la descripción más o menos objetiva que hace
alguien sobre la manera (medios y fines) en que la otra persona se comunica en
cuerpo y mente, consciente o no y en tiempo real, con su entorno inmediato”.
Claro que aquí para descartar el factor subjetivo del observador ocasional
debemos referirnos a una descripción “tipo”, es decir cuando muchas personas
coinciden sobre las características de otra. Esto a veces se expresa en los
dichos populares: “Fulano es muy divertido”, “Mengano es un tipo demandante”,
etc. Son resúmenes de uno o más rasgos pregnantes de la personalidad de cada
quien.
Ese perfil observado “desde afuera” es producto de una
lenta y dialéctica construcción evolutiva, cuyos materiales provienen de un
triple origen: la biología heredo-congénita, lo socio-familiar y lo
cultural-antropológico. La primera aporta los genes (lo individual
temperamental), la segunda la modalidad de adaptación (las creencias y los
valores) y la tercera las formas gregario-comunitarias (la tipicidad
caracterológica del grupo). De esta mezcla resultarán tendencias de acción en
el vínculo con los otros y con las cosas, y su dinámica se entenderá en
contraste con la situación en la que se despliega.
Por su parte el concepto de “dogmático” es más sencillo
de explicar: proviene de la creencia en que todo se explica desde un solo lugar
de interpretación: el dogma. Este es la manera general discursiva de intentar
acomodar la realidad a mi idea sobre esa realidad: la “realidad
subjetivada” (percibida) y que se
expresa luego de sufrir un proceso de interpretación por el tamiz del dogma, en
“realidad subjetiva”, es decir dogmática.
Pienso, luego soy
La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo
sun” (pienso, luego soy) tenía por
objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la
tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano
de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista,
Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del
propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante
y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del
orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía
al individuo como tal, hombre libre para
pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de
Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo
trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina,
de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A
su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío
humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una
señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo
por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con
las que suelen entrar en colisión las personalidades dogmáticas.
El huevo y la gallina
¿El pensamiento dogmático surge en una determinada
personalidad o esta “lo adopta” porque le es funcional a su manera de
interactuar con el mundo? No debemos aquí buscar la disyunción propia de las
dicotomías. Más bien es la conjunción la que parece adecuada. La personalidad
no está dada desde el inicio de la vida. Es una lenta construcción dialéctica
entre biología, ambiente y cultura, como se ha dicho. Por lo tanto serán las
“formas” y los “modos”, fuertemente influidos por la emocionalidad (factor a
que -en mi opinión- no se le presta aún la importancia que tiene), las que consolidan
las “creencias” que luego habrán de expresarse dogmáticamente.
El discurso dogmático elaborado (ideologías religiosas,
políticas, sociales, místicas, etc.) es una etapa posterior, en la que el
sujeto adecua funcionalmente su personalidad a un “justificativo” existencial:
“soy, pienso y actúo así, porque profeso la fe en tal o
cual doctrina que me conforta certificando la verdad en la que creo sin
necesidad de verificación alguna”.
Las personalidades dogmáticas tienen poca o ninguna
capacidad para adaptarse plásticamente a los cambios: son “reaccionarias” por naturaleza, prejuiciosas y
rígidas en sus asertos.
A la manera del mítico Procusto pretenden recortar los
comportamientos para hacerlos entrar en sus lechos doctrinales. A la larga el
dogmático suele ser susceptible a la tentación de sumarse a colectivos
imaginarios que predican fundamentos irreductibles de sesgo mesiánico sobre “cómo
deben ser las cosas”, más allá de los deseos y las necesidades humanas. Es una
pelea necia contra la espontaneidad natural del hombre, al que ve como
“imperfecto” y busca la manera de recrearlo como un “hombre nuevo”. Así, luego
ceden a propuestas insensatas, en nombre de supuestos ideales altruistas que
ocultan convenientemente sus propias inseguridades psicológicas y necesidades
compulsivas de control. Fruto de insomnios fantasmales mudados al amanecer en
desmesuradas vigilias autoritarias, aquellas propuestas, -como la Historia lo
confirma- suelen terminar en siniestras noches de lamentables pesadillas sociales.
Una y otra vez…y otra más.
© by af
2014.
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