viernes, 20 de junio de 2014

La personalidad dogmática

La personalidad dogmática
 (y sus pesadillas recurrentes)

               por Alberto Farias Gramegna
rrhh@albertofarias.com                       






 “Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro, Tomás de Aquino)

S
iempre he creído en la importancia ética de la advertencia: “Se empieza cediendo en las palabras y se termina cediendo en los hechos”. Por eso siguiendo mi “naturaleza” analítica voy a definir brevemente los términos que titulan este artículo.
La personalidad es un concepto complejo siempre mal usado por el habla cotidiana y sobre el que ni siquiera los especialistas se han puesto aún totalmente de acuerdo. Se podría esquematizar intuitiva y vulgarmente diciendo que “es la descripción más o menos objetiva que hace alguien sobre la manera (medios y fines) en que la otra persona se comunica en cuerpo y mente, consciente o no y en tiempo real, con su entorno inmediato”. Claro que aquí para descartar el factor subjetivo del observador ocasional debemos referirnos a una descripción “tipo”, es decir cuando muchas personas coinciden sobre las características de otra. Esto a veces se expresa en los dichos populares: “Fulano es muy divertido”, “Mengano es un tipo demandante”, etc. Son resúmenes de uno o más rasgos pregnantes de la personalidad de cada quien.

Ese perfil observado “desde afuera” es producto de una lenta y dialéctica construcción evolutiva, cuyos materiales provienen de un triple origen: la biología heredo-congénita, lo socio-familiar y lo cultural-antropológico. La primera aporta los genes (lo individual temperamental), la segunda la modalidad de adaptación (las creencias y los valores) y la tercera las formas gregario-comunitarias (la tipicidad caracterológica del grupo). De esta mezcla resultarán tendencias de acción en el vínculo con los otros y con las cosas, y su dinámica se entenderá en contraste con la situación en la que se despliega.
Por su parte el concepto de “dogmático” es más sencillo de explicar: proviene de la creencia en que todo se explica desde un solo lugar de interpretación: el dogma. Este es la manera general discursiva de intentar acomodar la realidad a mi idea sobre esa realidad: la “realidad subjetivada”  (percibida) y que se expresa luego de sufrir un proceso de interpretación por el tamiz del dogma, en “realidad subjetiva”, es decir dogmática.

Pienso, luego soy

La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista, Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con las que suelen entrar en colisión las personalidades dogmáticas.

El huevo y la gallina

¿El pensamiento dogmático surge en una determinada personalidad o esta “lo adopta” porque le es funcional a su manera de interactuar con el mundo? No debemos aquí buscar la disyunción propia de las dicotomías. Más bien es la conjunción la que parece adecuada. La personalidad no está dada desde el inicio de la vida. Es una lenta construcción dialéctica entre biología, ambiente y cultura, como se ha dicho. Por lo tanto serán las “formas” y los “modos”, fuertemente influidos por la emocionalidad (factor a que -en mi opinión- no se le presta aún la importancia que tiene), las que consolidan las “creencias” que luego habrán de expresarse dogmáticamente.
El discurso dogmático elaborado (ideologías religiosas, políticas, sociales, místicas, etc.) es una etapa posterior, en la que el sujeto adecua funcionalmente su personalidad a un “justificativo” existencial:
“soy, pienso y actúo así, porque profeso la fe en tal o cual doctrina que me conforta certificando la verdad en la que creo sin necesidad de verificación alguna”.
Las personalidades dogmáticas tienen poca o ninguna capacidad para adaptarse plásticamente a los cambios: son  “reaccionarias” por naturaleza, prejuiciosas y rígidas en sus asertos.
A la manera del mítico Procusto pretenden recortar los comportamientos para hacerlos entrar en sus lechos doctrinales. A la larga el dogmático suele ser susceptible a la tentación de sumarse a colectivos imaginarios que predican fundamentos irreductibles de sesgo mesiánico sobre “cómo deben ser las cosas”, más allá de los deseos y las necesidades humanas. Es una pelea necia contra la espontaneidad natural del hombre, al que ve como “imperfecto” y busca la manera de recrearlo como un “hombre nuevo”. Así, luego ceden a propuestas insensatas, en nombre de supuestos ideales altruistas que ocultan convenientemente sus propias inseguridades psicológicas y necesidades compulsivas de control. Fruto de insomnios fantasmales mudados al amanecer en desmesuradas vigilias autoritarias, aquellas propuestas, -como la Historia lo confirma- suelen terminar en siniestras noches de lamentables pesadillas sociales. Una y otra vez…y otra más.

© by af 2014.

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