"Miente, miente, miente que algo quedará...Cuanto
más grande sea una mentira más gente la creerá" - Joseph Goebbels,
ministro de Propaganda de Alemania nazi.
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l mentir es un síntoma
psicológico, una costumbre social y un rasgo espurio en el mundo de la política. Pero
digámoslo de entrada la conducta mendaz parece ser un componente inherente a la
condición humana y nunca debe ser confundido -glosando a José
Ingenieros- con la simulación biológica de la naturaleza en la lucha por
la vida: el hombre culturalmente camaleónico no persigue la misma finalidad que
el camaleón.
Es pues importante diferenciar
simulación, engaño y mentira: Al respecto apunta el psicólogo Lemos
Giráldez:
“El engaño no es exclusivo
de la especie humana sino que es también una característica que está presente
en los primates y en otros animales que viven en entornos sociales de gran
complejidad; y en los reinos animal y vegetal son numerosos los seres vivos que
han desarrollado, en el proceso evolutivo, capacidades de camuflaje y de
adaptación muy elaboradas, que han prosperado gracias al efecto de confundir a
sus competidores o a sus depredadores.”
Mentir puede ser un
síntoma personal, de una comunidad cultural o de un grupo primario (una familia
que sostiene un mito) o secundario (una organización que miente sus objetivos).
Las causas pueden ser muy diversas: cultura, enfermedad, interés perverso o
malsano, finalidad "justificada" por una causa entendida como vital,
independientemente de su contenido ético-moral, Por ejemplo la manida frase:
"El fin justifica los medios", etc.Tal parece que “(…) el
disimulo, la mentira implícita o el engaño deliberado forman parte de todos los
escenarios en los que transcurre la vida social humana. En un proceso evolutivo
cuyas etapas se van consumiendo desde la infancia, se va perdiendo la
espontaneidad conforme se asienta la convicción de que la sinceridad no siempre
es posible ni conveniente, porque puede perjudicar a la otra persona o a uno
mismo (…)”, Lemos Giráldez; 2005
La mentira crónica
Pero cuando se ha contraído el hábito de mentir, o más grave aún cuando alguien padece una personalidad condicionada por la mitomanía, es muy difícil escapar a su recurrencia. Puede suceder que una vez alcanzado un punto crítico, la mentira termina desplazando por completo a la verdad, es decir que la fantasía niegue y desconozca totalmente a la realidad. Por un lado las personas inmaduras, neuróticas o inseguras por trastornos afectivos de la personalidad, tienden a mentir sin un motivo "real y comprensible" para los demás.
Se dice que son personas que "mienten por deporte". Esta variedad del
mentiroso no lleva un interés consciente y perverso enfocado a lograr alguna
meta al mentirle al otro.
En el caso específico
de las mentiras de los neuróticos (fóbicos, obsesivos, histéricos) son autodefensivas,
es decir no buscan perjudicar al destinatario de la mentira sino disimular una
debilidad o aumentar la imagen positiva de uno mismo, creando escenarios
imaginarios donde no haya peligro para la autoestima. Así sucede cuando el
mentiroso, agranda los hechos o los endulza con agregados que adornan
positivamente la imagen ante los otros.
Yo lo hago, yo lo vendo, yo lo compro
Un caso socialmente grave es el de las personas que terminan creyéndose sus propias mentiras, el autoengaño, para disminuir la tensión que sienten al mentir. La mentira “sincera”, ingeniosa expresión de Giráldez para referirse a la capacidad de creernos nuestras propias mentiras. En relación al autoengaño es inevitable citar el libro de Robert Trivers “La insensatez de los necios: La lógica del engaño y el autoengaño” (2013), donde este investigador sugiere que la mejor manera de hacer creíble un engaño es engañarnos primero a nosotros mismos, ya que de esa manera se notará menos que fingimos, será más creíble porque yo mismo me lo creo.
Es sin duda una teoría
adaptacionista-funcionalista, que por su lógica simple es bastante convincente
consigo misma.
Pero tenemos al mismo tiempo la teoría de la contradicción de
las expectativas emotivo-cognitivas, que apuntan a investigar el monto de
tensión emocional que crea afirmar algo que contradice nuestra creencia o
percepciones evidentes. Ante esto parece ser que buscamos maneras prácticas de
disminuir la tensión entre percepción y mentira. Y un camino sencillo es
mentirnos negando en parte lo que vemos o sentimos.
Lo que los psicólogos
clínicos llamarían “negación”. Esto ya lo demostró experimentalmente en 1957 el
psicólogo León Festinger con su concepto de "disonancia cognitiva"
(ver testimonio documental del experimento:http://www.youtube.com/watch?v=jEUb1RIMygU)
También la experiencia
de Stanley Milgram de 1960 y replicas posteriores, sobre "Obediencia a la
autoridad" conlleva momentos derivados que aportan datos sobre los
mecanismos de la mentita y el autoengaño para reducir la tensión interna (ver
secuencia de video: http://www.youtube.com/watch?v=8rocRcUOwFw )
Otro concepto asociado
al comportamiento de "automentirse" es lo que la psicología
clínico-dinámica llama proceso de "racionalización": Como en la
fábula de "La zorra y las uvas" de Esopo, cuando la zorra no consigue
alcanzar las uvas "decide" que en realidad no las quiere. Eso
disminuye la frustración.
Todos estos son
ejemplos de "mentiras" autoinfligidas que no buscan primariamente
dañar a terceros sino protegerse de los riesgos de un Yo lábil e inseguro, y
por lo tanto "infantil".
La mentira "prevaricante"
En la otro extremo se ubica la mentira vil, intencionada y perversa, (la “perversión” misma como estructura psicopatológica, a la luz del psicoanálisis, es una manera de “desmentir la percepción”, una suerte de “negación de la falta” ante el horror de la castración, Freud, dixit). La mentira intencionada o prevaricante se hace con la finalidad consciente de dañar a otro, de manipularlo, de sacarle algún provecho, de someterlo con fines de dominación psicológica o político-ideológica, o bien por el hecho de perjudicarlo a partir de sentir por el otro un afecto negativo: odio por razones particulares, envidia malsana o prejuicios étnicos, religiosos, etc.
El conocido aserto de
lord Acton:”El poder tiende a corromper y
el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre
malas personas”, tiene lamentablemente mucho de verdad. Y un rasgo
“patognomónico” (signos propios de una disfunción deletérea) de la
corrupción es la mentira. Lo primero que
hace un delincuente es negar que robe. Lo primero que hace un político corrupto
es mentir acerca de sus conductas. Esto es de perogrullo. Otra manera de
engañar es el comportamiento “discrecional”, es decir con arreglo al libre
arbitrio de los intereses de una persona determinada y no está sometido a regla
o norma.
De tal manera, los hecho se acomodan a como convenga, pero
enmascarados por la amplitud de una convención que por su inespecificidad puede
ser usada para la verdad o para la mentira. Es el caso de un burócrata que
sabiendo los requisitos de un trámite omite dar toda la información de una vez,
para dilatar el proceso y de tal manera, cada vez que el interesado cumple un
paso, le señala que aún falta este o aquel documento. No hace nada
antirreglamentario, no miente formalmente, pero discrecionalmente al omitir en
cuotas la información total, engaña al usuario, ocultando su intención real que
no es facilitar el trámite, como lógicamente pretendería este, sino
obstaculizarlo y dilatarlo porque ese objetivo responde a sus propios
intereses, por razones muy variadas que no buscamos analizar ahora.
Es una
manera de engaño en los fines que en el ámbito del desempeño del rol laboral he
llamado justamente “discrecionalismo de
rol”.
Es una variedad de
mentira “prevaricante”. En el lenguaje jurídico “prevaricar” es faltar por
parte de una autoridad o funcionario de manera consciente e intencionada a los
deberes de su cargo al tomar una decisión o dictar una resolución injusta, engañosa,
omitir o mentir con esa finalidad, con plena conciencia de la injusticia que se
comete. La prevaricación por tanto implica deshonestidad sin más. El ejemplo
brutal de la mentira política al servicio de la perversión ideológica es la
tristemente famosa afirmación del ministro de la propaganda nazi, citada en el
inicio de este artículo. El “Miente, miente, miente, que algo quedará” alude a
la insistencia de una afirmación: cuanto más aparezca dicha como una verdad,
por la sola recurrencia empieza a tomar forma de verdad, por su sola
existencia.
Pero luego, la afirmación terrible de “Cuanto más grande sea una
mentira más gente la creerá”, resulta éticamente repudiable pero
científicamente interesante. ¿Cómo explicarla si fuese cierta? Matizando el
aserto, una hipótesis débil podría ser esta: el contenido absoluto y taxativo
de una afirmación que contenga componentes fuertes de creencias que impactan en
lo emocional y axiológico genera la tendencia a pensar que esa afirmación
deberá ser verdadera por el solo hecho de su temeridad. Algo así como si el
presupuesto fuera, las mentiras pequeñas son frecuentes, pero las grandes
mentiras no lo son porque quien las diga estaría arriesgando mucho. Si se dice
algo muy importante en sus consecuencias es porque quien lo dice debe estar
medianamente seguro que hay bastante de verdad en ello para exponerse
diciéndolo.
Este extraño razonamiento revela un desconocimiento sobre la construcción
del mito y el mecanismo de la “formación reactiva” de la psiquis humana: una
gran mentira por lo abarcativa tiene el potencial de convencer, justamente
porque parte de la idea de ocultar algo dejándolo a la vista. Nadie busca algo
valioso que supone que otro escondió, mirando primero sobre la mesa, sino que
va a ver debajo de la cama. Edgar Alan Poe, -luego citado en un artículo de
culto, por Jacques Lacan- muestra este curioso fenómeno en su cuento “La carta
robada”.
Por otro lado, un
elemento esencial para creer una gran mentira, es su componente emocional. Esto
se relaciona con la expresión de deseos: Si digo que la decadencia de mi país
no es responsabilidad de mi gobierno, ni de los ciudadanos buenos que yo
represento, sino de los ocultos poderes internos y externos que tratan de
destruir nuestra identidad y nuestra felicidad, etc. facilito que me crean
porque es menos angustiante creer que la culpa de mis sufrimientos la tiene un
“enemigo” externo que asumir mis culpas e irresponsabilidades. De manera que
una gran mentira que aliente y justifique la pelea con Satanás, tiene más
probabilidades de ser creída que una gran verdad que nos diga lo que no
queremos escuchar. Es el síndrome del expediente drástico de “matar al
mensajero”.
Mentiras verdaderas: El efecto
Pigmalión o la profecía autocumplida
Este es una curiosa
manera de transformar una mentira en una verdad
post-factum. La sociología
mostró como a partir de una creencia falsa o de una mentira dicha ex profeso, se crea una “realidad
ficticia” que por las transacciones humanas entre creencia y acción, termina
teniendo efectos reales, es decir verdaderos. Si decimos que alguien es nuestro
“enemigo”, aunque no lo sea realmente, importará que yo lo ubique en ese lugar
en mi imaginario. Las acciones y las actitudes para con él, terminarán
generando en el otro respuestas defensivas que tenderán en mi percepción
pre-juiciosa confirmando que estoy en lo cierto. Finalmente esa persona será
efectivamente mi enemigo, por efecto de mi actitud y no por causa de la misma.
La sociología demostró
este fenómeno con el famoso ejemplo de los depositantes de un banco, cuyas
reservas y capital gozan originalmente
de total liquidez y buena salud.
Bastará con que se
corra el rumor de que dicho banco, está en las malas y es inminente que declare
la quiebra, para que todos los ahorristas corran a retirar sus depósitos. El
obvio resultado será que efectivamente el banco quebrará, “confirmando” así el
falso pronóstico que terminará pasando por real “avant la lettre”. El sociólogo Robert Merton bautizo este fenómeno
como “profecía autocumplida” o autorealizada.
Se lo conoce también como Efecto Pigmalión,
en alusión al personaje de Las
Metamorfosis, el texto de Ovidio, que nos cuenta cómo Pigmalión, rey de
Chipre, se enamora de Galatea, una de sus propias creaciones marmóreas, una
estatua que encarnaba a la mujer de sus sueños, que no encontraba en la
realidad. Afrodita, la diosa del amor,
accediendo a los deseos y ensoñaciones
de Pigmalión, le otorga vida a la estatua. Así lo que es un engaño, una piedra
que simula un ser, termina por imperio del deseo en una verdad. Es que la
mirada de cada uno termina por cincelar la “realidad subjetiva” que el otro es
para el que lo mira. Estamos otra vez en el tema del autoengaño por efecto de
la expresión del deseo. Si ese otro se siente completado y accede a ser objeto
pasivo del deseo de quien lo mira, se cerrará el círculo y actuará tal como se
espera que actúe, la expectativa se cumple y la profecía se realizada, creando
la ilusión de que se estaba en la verdad antes del suceso.
La razón humanitaria: mentiras piadosas
Finalmente, hay un tipo de mentira que se dice
supuestamente para no dañar al otro. Es una mentira protectiva cuando se supone que la otra persona, no
podrá tolerar la verdad, o para evitarle un sufrimiento innecesario. Sin
descartar la incidencia de estos motivos, al mismo tiempo el que dice una
mentira por piedad, también se protege a sí mismo de la responsabilidad de decir
una verdad que resulte incómoda o muy dura.
La mentira por piedad, es en el
fondo un “acuerdo” entre partes. La expresión coloquial “miénteme que me
gusta”, lo deja muy claro: muchas relaciones sociales, las de pareja, por ejemplo, se basan en este tipo
de acuerdos perversos no explicitados, pero muy bien respetados por las partes.
Joaquín Sabina, en su tema “Mentiras Piadosas”, dice
de su amada perdida, que no quería enterarse de algunas cosas que la ponían
mal, porque nunca quiso entender que el mundo era más ancho que sus caderas.
Por eso la mentira piadosa es en el fondo una mentira egocéntrica.
Las patas cortas de la mentira
Hasta aquí, todos los
tipos de mentiras que hemos mencionado tienen un común denominador: una
relación no genuina con el semejante, un ocultamiento de parte de la
información necesaria para establecer una relación entre iguales. La mentira es
una comunicación rarificada entre
desiguales, porque se basa en un desequilibrio de poder: el que miente accede a
una cuota de poder discrecional por sobre el que es víctima del mentiroso. Esto
es así ya que el que miente maneja una parte de información que omite, oculta,
reacomoda o distorsiona en su comunicación con el otro, que lo pone en
inferioridad de condiciones, ya que no puede obrar o elegir con todas las
cartas sobre la mesa.
Hay “ases”, en la maga del mentiroso y de tal manera se
establece un juego con trampas, una relación como si se tratara de iguales con
las mismas oportunidades. El que miente es en este sentido un tramposo…Pero no
puede taparse el cielo con un harnero, por lo que más temprano que tarde, la
primera mentira entra en colapso y debe ser disimulada con una segunda mentira,
que a su vez deberá relacionarse con una tercera, porque una mentira rompe el
sistema de redes lógicas de causa-efecto, por lo que al desacomodar una pieza,
se desacomodan las demás del sistema , hasta que al no poder sostener todas las
piezas en sus nuevos sitios ficticios el sistema total colapsa y la mentira cae
brutalmente arrastrando los relatos que las sostenían, es literalmente una
“catástrofe” , la caída de las estrofas mentirosas..Cuando esto llega, ya ha
tiempo atrás en general el
“mentido” dudaba en algunas partes del
relato y por eso insistía en seguir preguntando al “mentidor”, ya que algunas
de las piezas no cerraban bien…Ya se sabe, como decía mi abuela, que en boca de
mentiroso, lo cierto se hace dudoso.
© by Alberto Farías, Madrid, 2014
Referencias:
-Lemos
Giráldez ,S (2005) Simulación, engaño y mentira . Pap. del Psicólo 92
-Trivers,
R. (2013) La insensatez de los necios.
Katz, Madrid
-Poe,
E A (1993) La carta robada en Obras Completas. Ed.Claridad
-Merton
,R (1964) [1948] “La profecía que se
autorrealiza”, D.A.I Ed.Bs As.
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