viernes, 29 de agosto de 2014

El delicioso encanto de la pleitesía


El delicioso encanto de la pleitesía
Por Alberto Farías Gramegna


“Al pensar en la larga y truculenta historia de la Humanidad veremos que se han cometido más atrocidades en nombre de la obediencia que de la rebelión” – Charles Percy Snow

L
os colectivos humanos, pequeños o grandes, integrantes de una organización laboral  o como simples miembros de una comunidad, cíclicamente tienden a tropezar con la misma piedra: la de la dependencia y el sometimiento acrítico a un liderazgo autoritario.
Hablamos de una dependencia “voluntaria” y no como efecto de una coacción externa (como sería el caso de un régimen de fuerza). Para Freud aquello era producto  de una “proyección” vertical  de los “yoes ideales” de cada uno sobre una figura capaz de fascinar, (del verbo latino “fascinare”) lo que los igualaba en una unión horizontal fraterna, recipientes del amor igualitario del líder, a su vez amado por la masa. Fascinare se deriva de fascinum, hechizo, embrujo, y que pasó a designar una especie de amuleto con forma de falo, como protección contra los encantamientos.

La raíz gramatical común es “fascis”: haz o manojo. Tal el símbolo del fascismo: un haz romano donde las varas representan la unidad y el hacha la fuerza.
Liderazgo, fascinación e ilusión de identidad colectiva por la unidad corporativa son así una misma cosa: el “espíritu de cuerpo”. Por ejemplo el concepto de “héroe colectivo”, implica una enajenación  del individuo, ya que el “uno” se disuelve en el “todos”. 
La noción de “pueblo” (como totalidad masificada) es -sensu strictu- , opuesta a la de ciudadano o individuo, sujeto de su propia independencia de criterio y conciencia.


El poder de las situaciones...

Al momento de explicar-comprender el comportamiento de un sujeto en el contexto de su grupo de referencia-pertenencia, la Psicología Social, no apela a su personalidad (variable individual) que nos indicaría ciertos “desvíos” particulares, sino al poder unificador de la situación, capaz de orientar y moldear conductas  imposibles de imaginar desaparecida aquella. Cuando, además, una situación  es efecto de la acción grupal, el individuo tiende a ser arrastrado a pensar y actuar “en molde” como respuesta necesaria a “verdades” presuntamente evidentes: los enemigos son tal o cual sector; los de la otra empresa siempre se comportan conspirando para...etc.

Estos pre-juicios son propios de las creencias  grupos acríticos bajo presión de la situación, lo que se conoce como “ilusión grupal”, como han demostrado los estudios del psicólogo Irvin Janis, en ocasión de la crisis de los misiles cubanos. Esta ilusión de cuerpo indiferenciado necesita  seudo-certezas que no deben ser cuestionadas ni puestas en duda por ningún miembro,  quien sería  sospechado de traición. Una perspectiva diferente aumenta el riesgo de la caída de la ilusión, como en el cuento infantil del “Rey de las ropas de oro”, que en verdad estaba desnudo.

Para que el hechizo funcione debe establecerse un adentro armónico y perfecto, egosintónico (concordante con el ego grupal)  y un afuera amenazante, egodistónico (discordante con el ego grupal) donde por defecto mora el “enemigo” del grupo, como en  “El enemigo del pueblo”, de Ibsen o en el film alemán “La ola”.
Los grupos afines a  liderazgos verticalistas -que la sociología llama “autoritarios” y la psicología laboral, en diverso sentido: “directivos”- se construyen sobre una identidad indiferenciada y son, por esencia, “cerrados”. Se diferencian así de los “abiertos” que mantienen las semejanzas en las diferencias, preservando la identidad individual de  sus miembros: grupos de trabajo creativo en equipos, etc.

Los primeros se van cocinando a fuego lento -como en la parábola del “sapo hervido”- en sus propias concesiones al poder arbitrario del líder. Pierden libertad de pensamiento y decisión por paradojal delegación del poder. Recordemos los estudios de Foucault acerca de la dinámica del control de los cuerpos a través del vigilar y castigar: el panóptico virtual del Gran Hermano, summun de los colectivos totalitarios pintado magistralmente en la novela “1984” de Orwell.

Yo mando tu obedeces: la obcecación por la obsecuencia

Las situaciones  corporativas de interacción con el tiempo no pueden evitar el surgimiento de sub-grupos que cuestionen ese orden y sus burocráticas e injustas diferencias, y proponen subvertirlo en nombre a veces de los mismos valores que sustenta el líder: son los desvíos contestatarios que el mismo Orwell tan bien describe en la fábula “Rebelión en la granja”: “Todos los animales son iguales, aunque hay algunos son más iguales que otros”.

Analizado en un sujeto dado, la obsecuencia es siempre producto de la amalgama de la personalidad con la situación. Los intereses en juego también pesan, pero la obsecuencia es una actitud activa, que trasciende a la mera obediencia por voluntad o coacción, y suele bordear pragmáticamente la amoralidad: cualquier moral es buena porque ninguna es la suya propia.  Es la búsqueda de agradar y complacer a costa de la propia dignidad, lo que puede llamarse  el “síndrome del eunuco”, ya que al renegar de su potencia para competir o disentir con asertividad moral, se somete perversamente al otro que lo denigra más cuanto mayor sea su obsecuencia mudando al fin en un aplaudidor reactivo.

En el  film “Cul de sac”, de Polansky, George (Donald Pleasence), el protagonista,  encarna esa tipología de sometimiento y muestra como el obsecuente es un “títere” de sí mismo, de masoquismo calculado, ya que responde a lo que se conoce como “identificación con el agresor” o “síndrome de Estocolmo”.  Luego, el obsecuente es probable que sea sádico con sus subordinados. Freud estudio en los neuróticos esta conducta que definió con la famosa frase: “Repetir activamente lo que se padeció pasivamente”. Así los niños golpeados tienden a ser golpeadores. Solo en un contexto donde la autoridad contractual fortalezca la libertad personal en el marco de la Ley, las personas cumplen sus roles sociolaborales sin negarse a sí mismas y los buenos líderes gestionan delegando poder de manera responsable y pertinente…en lugar de exigir malsana pleitesía.


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