Por
Alberto Farías Gramegna
“Al pensar en la larga y truculenta historia de la
Humanidad veremos que se han cometido más atrocidades en nombre de la
obediencia que de la rebelión” – Charles
Percy Snow
L
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os colectivos humanos, pequeños o grandes,
integrantes de una organización laboral
o como simples miembros de una comunidad, cíclicamente tienden a
tropezar con la misma piedra: la de la dependencia y el sometimiento acrítico a
un liderazgo autoritario.
Hablamos de una dependencia “voluntaria” y no
como efecto de una coacción externa (como sería el caso de un régimen de
fuerza). Para Freud aquello era producto de una “proyección” vertical de los “yoes ideales” de cada uno sobre una
figura capaz de fascinar, (del verbo latino “fascinare”) lo que los igualaba en una unión horizontal fraterna,
recipientes del amor igualitario del líder, a su vez amado por la masa.
Fascinare se deriva de fascinum, hechizo,
embrujo, y que pasó a designar una especie de amuleto con forma de falo, como
protección contra los encantamientos.
La raíz gramatical común es “fascis”: haz o manojo. Tal el símbolo
del fascismo: un haz romano donde las varas representan la unidad y el hacha la
fuerza.
Liderazgo, fascinación e ilusión de identidad
colectiva por la unidad corporativa son así una misma cosa: el “espíritu de
cuerpo”. Por ejemplo el concepto de “héroe colectivo”, implica una enajenación del individuo, ya que el “uno” se disuelve en
el “todos”.
La noción de “pueblo” (como totalidad masificada) es -sensu strictu- , opuesta a la de ciudadano o individuo, sujeto de su propia independencia de criterio y conciencia.
La noción de “pueblo” (como totalidad masificada) es -sensu strictu- , opuesta a la de ciudadano o individuo, sujeto de su propia independencia de criterio y conciencia.
El poder de las situaciones...
Al momento de explicar-comprender el comportamiento
de un sujeto en el contexto de su grupo de referencia-pertenencia, la Psicología
Social, no apela a su personalidad (variable individual) que nos indicaría
ciertos “desvíos” particulares, sino al poder unificador de la situación, capaz de orientar y moldear
conductas imposibles de imaginar
desaparecida aquella. Cuando, además, una situación es efecto de la acción grupal, el individuo
tiende a ser arrastrado a pensar y actuar “en molde” como respuesta necesaria a
“verdades” presuntamente evidentes: los enemigos son tal o cual sector; los de
la otra empresa siempre se comportan conspirando para...etc.
Estos pre-juicios son propios de las creencias grupos acríticos bajo presión de la situación,
lo que se conoce como “ilusión grupal”, como han demostrado los estudios del
psicólogo Irvin Janis, en ocasión de la crisis de los misiles cubanos. Esta
ilusión de cuerpo indiferenciado necesita
seudo-certezas que no deben ser cuestionadas ni puestas en duda por
ningún miembro, quien sería sospechado de traición. Una perspectiva
diferente aumenta el riesgo de la caída de la ilusión, como en el cuento
infantil del “Rey de las ropas de oro”, que en verdad estaba desnudo.
Para que el hechizo funcione debe establecerse
un adentro armónico y perfecto, egosintónico (concordante con el ego
grupal) y un afuera amenazante,
egodistónico (discordante con el ego grupal) donde por defecto mora el
“enemigo” del grupo, como en “El enemigo
del pueblo”, de Ibsen o en el film alemán “La ola”.
Los grupos afines a liderazgos verticalistas -que la
sociología llama “autoritarios” y la psicología laboral, en diverso sentido: “directivos”-
se construyen sobre una identidad indiferenciada y son, por esencia, “cerrados”.
Se diferencian así de los “abiertos” que mantienen las semejanzas en las
diferencias, preservando la identidad individual de sus miembros: grupos de trabajo creativo en
equipos, etc.
Los primeros se van cocinando a fuego lento -como en la
parábola del “sapo hervido”- en sus propias concesiones al poder arbitrario del
líder. Pierden libertad de pensamiento y decisión por paradojal delegación del
poder. Recordemos los estudios de Foucault acerca de la dinámica del control de
los cuerpos a través del vigilar y castigar: el panóptico virtual del Gran
Hermano, summun de los colectivos
totalitarios pintado magistralmente en la novela “1984” de Orwell.
Yo
mando tu obedeces: la obcecación por la obsecuencia
Las situaciones corporativas de interacción con el tiempo no
pueden evitar el surgimiento de sub-grupos que cuestionen ese orden y sus
burocráticas e injustas diferencias, y proponen subvertirlo en nombre a veces
de los mismos valores que sustenta el líder: son los desvíos contestatarios que
el mismo Orwell tan bien describe en la fábula “Rebelión en la granja”: “Todos los animales son iguales, aunque hay
algunos son más iguales que otros”.
Analizado en un sujeto dado, la obsecuencia es siempre
producto de la amalgama de la personalidad con la situación. Los intereses en
juego también pesan, pero la obsecuencia es una actitud activa, que trasciende
a la mera obediencia por voluntad o coacción, y suele bordear pragmáticamente
la amoralidad: cualquier moral es buena porque ninguna es la suya propia. Es la búsqueda de agradar y complacer a costa
de la propia dignidad, lo que puede llamarse el “síndrome del eunuco”, ya que al renegar de
su potencia para competir o disentir con asertividad moral, se somete
perversamente al otro que lo denigra más cuanto mayor sea su obsecuencia
mudando al fin en un aplaudidor reactivo.
En el film “Cul de
sac”, de Polansky, George (Donald Pleasence), el protagonista, encarna esa tipología de sometimiento y
muestra como el obsecuente es un “títere” de sí mismo, de masoquismo calculado,
ya que responde a lo que se conoce como “identificación con el agresor” o
“síndrome de Estocolmo”. Luego, el
obsecuente es probable que sea sádico con sus subordinados. Freud estudio en
los neuróticos esta conducta que definió con la famosa frase: “Repetir activamente lo que se padeció
pasivamente”. Así los niños golpeados tienden a ser golpeadores. Solo en un
contexto donde la autoridad contractual fortalezca la libertad personal en el
marco de la Ley, las personas cumplen sus roles sociolaborales sin negarse a sí
mismas y los buenos líderes gestionan delegando poder de manera responsable y pertinente…en
lugar de exigir malsana pleitesía.
(c) by afg 2014 - Madrid
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