(psicología de la identidad sectaria)
por Alberto Farías Gramegna
“Nosotros somos los otros para ellos y por eso la política es la antítesis
del sectarismo”- Alberto Relmu
L
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a película se repite una y otra vez de generación en
generación en la vacua pantalla de la vida cotidiana y desde luego es estúpido
pensar en otro final porque ya la hemos visto hasta el hartazgo, como en los
malos programas de la TV
“retro” que repiten los mismos capítulos de aquellas ingenuas series de buenos
y malos. Pero, claro, lo incómodo es que sentado al lado nuestro hay cándidos
espectadores bisoños que recién llegan y creen estar viendo un “estreno”
imaginando finales que no ocurrirán porque es estúpido esperar resultados
diferentes usando métodos reiterados: en este caso la fracasada interpretación
simplista de una serie clase “B” tan alejada de una gran obra de arte con su
complejidad y su grandeza simbólica. Además nuestros circunstanciales novatos
buscadores de una identidad social heroica y romántica a la que pertenecer,
poco saben de los nombres de los protagonistas originales de aquellas series y
lo más importante de las condiciones y los contextos históricos que alimentaron
a los personajes que encarnaron. Pero la historia y las películas se reiteran
patéticamente, primero como se muestran como dramas y luego como comedias,
según afirmaba uno de aquellos lejanos y míticos personajes.
La identidad y la pertenencia
La identidad de una persona puede ser definida como lo
que permanece idéntico a lo largo de sus años de crecimiento. Es decir lo que
subsiste luego de atravesar los cambios. Estos presuponen conservar un “nicho”
básico de representaciones de uno mismo y del lugar que ocupamos en el mundo,
un punto de referencia que precisamente permite reconocer (re-conocer es al
mismo tiempo re-conocer-se) que uno es quien es siendo sin embargo distinto al
que era. Estamos diciendo que mantener una identidad normal es cambiar. El
adulto normal conserva algo de su adolescencia para reconocerse crecido. No hay
cambio sin conservación. Es una ley de la dialéctica. Al decir de Einstein “es
de sabio cambiar de opinión cuando las cosas cambian a nuestro alrededor”. Pero
ese cambio es de diagnóstico no necesariamente de principios éticos o morales.
La identidad reside en el “Yo” (conciencia de uno mismo)
que a su vez existe fenomenológicamente como talen tanto se confronte con los
otros “yoes”. Su origen evolutivo es una mezcla de lo que traigo y lo
incorporo: su marca es la sociabilidad. Siempre hay algo de los otros en mi
individualidad. Freud decía que en sentido amplio toda psicología era social.
El belga-argentino Pichón Riviere lo enmendó: “El sentido estricto toda psicología es social”. Es la parte de la
identidad de pertenencia: algo de nuestra identidad se construyen torno a la
familia, al barrio, al trabajo, a nuestra profesión, a nuestra nacionalidad,
etc. Pero nada en particular nos define totalmente. La pertenencia es solo una
parte de nuestra mirada. El hombre normal no se percibe exclusivamente en
función de un rol o de una preferencia. Es muchas cosas al mismo tiempo y ante
todo tiene libertad para pensar diferencialmente evaluando semejanzas y
diferencias con el pensamiento del otro. Por tanto la pertenencia no lo aliena.
Pero hay otras personas que por complejas razones evolutivas de su historia van
más allá y necesitan de la pertenencia exclusiva a una entidad trascendente que
los contenga y en la cual alienarse: son aquellas de identidad sectaria, cuya
expresión social es el fenómeno del pensamiento único corporativo. No soy la
totalidad de mí, soy un elemento ejecutor, un brazo de un cuerpo trascendente
al que acepto someterme y subsumirme.
La identidad sectaria
La identidad sectaria surge cuando la identidad del
sujeto no solo se identifica con algunos aspectos de los otros, sino que se
“disuelve” en el grupo cerrado (de los idénticos y no solo semejantes). Soy en
tanto pertenezco a un colectivo de unidad y completud imaginaria que me define como “uno de
nosotros”, donde mi pensamiento resulta clonado. Cualquier desvío será percibido
como traición al grupo y por tanto mi identidad estará en riesgo. La secta (una
parte del todo que se vende sin embargo como el todo mismo) es un “club” que se
apropia de todo mi ser. Nada soy sin el cuerpo sectario. Le pertenezco
difusamente. Pienso con arreglo al “manual” de estilo del dogma. La realidad es
la que previamente ha definido el corpus de creencias de la secta. Los
enamorados y los fanáticos sectarios (enamorados de los fundamentos de un relato
cosmogónico) comparten ese mismo fenómeno de indiscriminación, solo que por
suerte el enamoramiento del sujeto normal, al igual que la adolescencia, pasa
con solo esperar un tiempo prudencial y queda lo mejor del vínculo: la mesurada
afectividad. Cabe aclarar que cuando decimos “normal” aludimos a la “norma”,
una medida estadística que solo indirectamente puede ser valorada positiva o
negativamente según sus efectos en la salud o patología de una población. No
ocurre lo mismo con las personas que por inmadurez de sus personalidades la
“droga” de la secta. Y uso esta palabra porque el sectario es psicológicamente
un adicto (sin palabra propia), adicto ala “Idea” suprema, la imagen, el culto
al ícono, a la adoración totémica, a con-fundirse con el Dogma que justifica y
es razón necesaria y suficiente de existencia.
Psicología del sectario
El sectario no pertenece a una corriente de opinión, “es”
la corriente misma. Por eso se define a partir de una exterioridad que lo
co-instituye: el “ismo”. Así mudará en “….ista”, precedida su presentación por
la expresión “Soy (tal cosa)...ista”
Esa presentación es una autopreservación, un reaseguro
que “es” alguien por ser parte de algo más grande que el. Esa es parte de la
explicación ante el curioso comportamiento de la obediencia automática
acrítica. Los cuerpos fanatizados en la historia de la Humanidad enfatizaban
siempre el término “obedecer” emparentado a la idea de “lucha”. Esto porque la
visión sectaria se alimenta de dos presupuestos básicos: la pertenencia incondicional
al grupo y una temática excluyente que “explica” el mundo. El sectario ve todo
desde un solo tema omniabarcativo, un reduccionismo discursivo, un pandeterminismo:
puede ser seudo-político, económico, clasista, racista, religioso, moral, místico,
sexual, etc. Pero siempre será sesgada la explicación de porque suceden las
cosas con las que la secta debe enfrentarse. Por tanto la idea sectaria se
inscribe en un versus -antagónico por defecto- de o de las contra-ideas. El
pensamiento sectario amenaza la certeza de la identidad corporativa y por tanto
surgirá la idea de luchar siempre para desenmascarar o destruir a las “otras”
explicaciones. Siempre los sectarios están “luchando contra…” (sic). Esa lucha
no es amigable sino inscripta en una lógica amigo sectario-enemigo, al que hay
que imponer la realidad de la secta. Por tanto la identidad sectaria es por
efecto de esa lógica una identidad autoritaria, que en determinadas condiciones
históricas socio-políticas-culturales muda en totalitaria. Los “ismos” así
devenidos son expresión de la identidad sectaria, es decir la antítesis de la
política, que es expresión de la multiplicidad de ideas diversas en la sociedad
abierta de la “polis”, donde la pertenencia no anula la libertad de ser uno
mismo, siendo parte al mismo tiempo del ellos y del nosotros.
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2013
(imagen adress) https://c8.alamy.com/compes/bjw3ej/mundo-antiguo-germanics-alianza-de-dos-tribus-el-alivio-de-la-columna-del-emperador-marco-aurelio-roma-circa-180-195-additional-rights-juegos-na-bjw3ej.jpg
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