(o cómo evitar
el aumento de la entropía)
Por Alberto Farías Gramegna
“La calidad de la
democracia es la calidad de sus ciudadanos”- (Anónimo)
“Para que el mal
triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”- (Edmund Burke)
L
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a entropía es la medida de la tendencia al desorden de un sistema
cualquiera, sea físico o conductual, como en el caso de una sociedad. De la famosa “segunda ley de la
termodinámica” se deriva que en un sistema aislado, cerrado a la interacción
externa, la entropía global no disminuye, antes bien tenderá a aumentar con el
tiempo.
Así planteada la cosa, la entropía social puede
asimilarse al desorden caótico (el caos, es diferente del azar, ya que tiende a
ciertas regularidades en el largo plazo, otro concepto interesante que no
podemos desarrollar aquí) y ese desorden suele ser facilitador de efectos
malsanos, dicho esto no en términos metafísicos ni religiosos, sino más bien
como concepto de sana convivencia en libertad y con observancia de los
contratos sociales, es decir con respeto a las leyes y las instituciones. El
aserto de Burke del inicio, puede traducirse pues, como sigue: Si no hacemos
nada para disminuir la entropía social, esta seguirá aumentando, es decir el
desorden caótico no desaparecerá y a la manera de una noria, los problemas
crónicos retornan una y otra vez como el ave a su nido. Y en nuestras
sociedades políticas, esa tendencia al desorden es alimentada
paradigmáticamente por una seudoideología, que en verdad es ni más ni menos que
una actitud psicosocial demagógica, asentada en la pura emocionalidad ciega por
sobre la razón madura, la negación manipuladora de los hechos, la predominancia
de la inmediatez del hoy sobre el futuro y de la banalidad mendaz sobre la
responsable verdad, que a la mayoría le cuesta aceptar. Y esa seudoideología,
de sesgo finalmente autoritario y excluyente de la compleja pluralidad, se
llama “populismo”, una corriente transversal a los dogmas de derechas e
izquierdas. Con dureza y un tanto simplista, Fernando Sabater lo definió como
“la democracia de los ignorantes”.
De lo nuestro lo
peor
Encuestas encontradas, verdades
sospechosas y mentiras verdaderas, campañas escabrosas, reacomodamientos
partidarios a como sople el viento, eufemismos elegantes, discursos encendidos y
banales de palcos callejeros, marketing aplicado,
profusas pegatinas, candidatos home delivery,
fotos con sonrisas retocadas .Todo vale al momento de jugarse a suerte y
verdad.
Lástima que lo más importante de
una campaña electoral moderna, esto es la discusión racional de ideas y propuestas de políticas de Estado para
analizar su justeza y factibilidad, no se incluya con mayor frecuencia como
prioridad en los intereses del aspirante promedio, aunque sí debiera formar
parte central de los intereses de los votantes. Claro está que por parte de los
populistas sólo podemos esperar anécdotas imprecisas siempre dotadas de
emotividad irracional. Por otra parte predominan las formas y poco de los
contenidos. En los últimos tiempos el producto de las ofertas electorales se ha
degradado, y puesto en el anaquel de las baratijas, se ofrece como un descartable
plástico de ocasión. Están de moda los denuestos y las improvisaciones sacadas
del bolsillo. Pero -a todo esto- sobre
todo desde la tribu del populismo no se muestran (porque no las tienen) las propuestas
estrategias a largo plazo. Y paradojalmente, son los consensos de políticas de
Estado a largo plazo, los que facilitan y definen la aplicabilidad de medidas coherentes,
aunque sean duras y resistidas en el corto
plazo, que satisfagan a futuro al hombre real de las necesidades diarias. Los
ladrillos, si se los coloca en el orden y la dirección precisa que se busca, en
el tiempo que lleve la construcción no se convertirán en un montón de piezas
superpuestas sino en una armoniosa pared.
Lucha de modelos
Los adversarios políticos de
cualquier orden -en una sociedad que se considere madura, y la argentina, que
arrastra el legado peronista aún no lo es- debieran igualarse en la
coincidencia de esas políticas para ameritar seriedad y diferenciarse, en
cambio, en las miradas tácticas (el cómo hacerlo, el cómo lograr las metas y el
orden de las preferencias y prioridades).
Hay tres niveles que es
necesario diferenciar: 1) El modelo de sociedad se confronta en la filosofía
política y expresa los intereses de clase y corporativos. 2) Los intereses
políticos de gestión de gobierno se
confrontan con propuestas del cómo hacerlo y las prioridades de ejecución,
Y 3) Los intereses comunes de la
sociedad, sin embargo, se consensuan en las políticas de Estado.
En el caso que nos ocupa, las
próximas elecciones generales, se juega centralmente el primer nivel
mencionado, por sobre los otros dos: el modelo de sociedad, su componente
estructural, ya que más allá de las declaraciones de ocasión, el “modelo” de
sociedad que subyace a las intenciones del principal sector opositor, descree
en los valores republicanos, de lo que llama despectivamente “democracia
liberal” y finalmente apunta a una sociedad hegemónica de pensamiento único,
con políticas autoritarias de sesgo claramente populista.
Es frecuente ver en los modelos
populistas como la “sobre-ideologización” abstracta de un discurso, -en lugar del diagnóstico fáctico de
las necesidades y la solución ejecutiva ofrecida- termina vaciando de contenido
las propuestas que el ciudadano espera para mejorar su vida cotidiana y
asegurar en parte los proyectos de vida de sus hijos.
Darse cuenta
La realidad de la lidia
mediática no conoce de sesudas reflexiones metafísicas, ético-estéticas o
filosóficas. Más bien es hija del crudo pragmatismo del poder. La verdad en
tiempos del posibilismo es patrimonio sofístico del ganador y votos son amores.
En algunos casos, se venden
marcas que buscan modelar al ciudadano mudándolo en cliente consumidor de “slogans”. En otros, se pregonan discursos
de puros idearios que algunos, empero, consideran pura verborrea de muy poco convincente realismo globalizador. El
vecino medio -ciudadano de a pie al fin de cuentas- termina padeciendo las
consecuencias de tanto personalismo intransigente. En el mientras tanto, la
compulsión a lograr prontas soluciones en el reino de este mundo, lleva a
construir agradables quimeras de prestidigitadores del éxito fácil
Pero no desespere amigo lector, que
siempre habrá una de cal por otra de arena. La clave es darse cuenta de que un gran
país hoy mismo está en obra y nada cambia de la noche a la mañana, sobre todo
cuando hay sectores corruptos y mafiosos desplazados del poder que tuvieron
durante décadas y que cada día intentan boicotear cualquier cambio. Democracia
es esfuerzo republicano serio y sostenido, tolerancia por la opinión del otro
diferente, pero dentro de un sistema consensuado, es aprendizaje compartido,
crecimiento de la madurez política, reemplazo generacional de los
representantes, inteligencia ciudadana y creatividad electiva. Democracia republicana
es marco jurídico institucional para construir sobre la rutina de la soberanía
política la soberanía cívica. Es cambio cultural dentro de la Ley. Es acuerdo
para jugar el mismo juego y no entrar a él para destruirlo desde dentro, como
hacen los enemigos del sistema republicano.
Una elección democrática no es
un partido de fútbol donde se juegue la ilusión de camiseta por una copa, como
si ganáramos el Edén y la salvación del alma popular. Una elección de gobierno
es notablemente mucho más importante, y por eso mismo debe ser menos
espectacular, menos extraordinaria y quizá naturalmente mucho más aburrida,
pero también mucho más razonada y responsable por parte del ciudadano que vota.
No da lo mismo unos u otros, porque ya lo dijimos: en esta oportunidad no se
opta por dos planes de gobierno en un marco de sistema común, se opta por dos
sistemas de vida: libertad, pluralismo y democracia republicana o
autoritarismo, pensamiento único y populismo. ¡Y esto es muy distinto que la
frivolidad de ignorar que se puede rifar el futuro por un voto!
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