La
cisura en el trabajo
Alberto Farías Gramegna
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hace alguien como yo en un lugar como este?. Cuántas veces hemos pensado este
interrogante ante situaciones incómodas o extrañas a las que arribamos no
sabemos muy bien como ni porque. Un ámbito laboral, familiar, recreativo, de
estudio, etc., cualquiera de ellos puede generar en nosotros esa sensación de
impostura, de equívoco, de desencuentro con nuestros valores y gustos, con
nuestro estilo de hacer y nuestra forma de ser. Es cuando sentimos deseos de
irnos, de abandonar el lugar, de no volver, de renunciar si nos une una
obligación contractual.
La
frase suele formularse en clave de pregunta a nosotros mismos, como si
sospecháramos un tropiezo en nuestras prevenciones, una incoherencia en
nuestras elecciones, un extrañamiento del sistema de ideas que sostiene nuestra
mirada del mundo, una contradicción esencial con lo que sentimos que somos o
queremos ser.
Si
la ubicamos en el ámbito del empleo y la tarea laboral, la pregunta es, además,
el emergente de una disonancia
implícita entre la identidad de mi persona y el entorno donde estoy por
elección o contingencia. Y esa disonancia es ante todo “vivencial-axiológica”,
es decir afectivo-valorativa: Mi estilo de vida, mi ser-en-el-mundo, no
coincide con los estilos, valores y características del lugar en que me
encuentro. Y sin embargo allí estoy, por razón o circunstancia. Por necesidad
económica o vocación electiva. Allí estoy por inercia del tiempo o estrategia
de movilidad. Solo con mis contradicciones que resultan de la interacción con
mi rol, mi puesto, el objeto de mi labor, mis jefes y los pares de la rutina
cotidiana.
¿Qué
hace alguien como yo en un lugar como este?. Analicemos ahora la semántica de
esta frase auto interrogativa. “Hacer” “Yo mismo” y “Lugar semejante”. Tres
dimensiones: la de la acción, la de
la identidad, el sí mismo y de la organización
del espacio-tiempo-cultura.
La
acción en el trabajo remite centralmente
a la conducta de rol, es decir a las rutinas del personaje laboral,
prescriptas por la descripción del puesto y las especificaciones de estatus,
deberes y derechos del puesto, la pertinencia de ese hacer. Pero la personalidad del trabajador cumple un
papel muy importante a la hora de articular y funcionalizar las obligaciones
profesionales con las vicisitudes propias del hiato entre tarea ideal y tarea real.
En el medio de esa grieta se ubican el estilo de conducción, la organización
del trabajo, el poder, la ideología de
gestión, las creencias y mitos organizacionales, los diferentes estilos de
personalidad y las necesidades básicas de cada integrante de la organización.
Como se ve una multiplicidad de factores anidados en la herida que se pretende
suturar con la ingenua directiva: “Le pago para que haga su trabajo, no para
que sea feliz”.
Una cisura tridimensional
Esa
cisura institucional molesta y genera conflictos permanentes entre lo que digo
y lo que hago.
Es
tridimensional porque condensa los conflictos del hacer, del ser y la situación, o sea la acción, la identidad
y el entorno. También porque sentir, pensar y actuar de manera disonante
(“haciendo ruido”) es parte de lo que llamo “conducta cisural”. Cuando por
imperio de la costumbre o la molicie y la resignación se termina en lo que he
dado en llamar “caracteropatía (estereotipa o patología del carácter) del
comportamiento organizacional”, la cisura tiende a formar una cicatriz rugosa
que todo lo asimila a un funcionamiento discrecional, que si es generalizado
produce el típico “kafkianismo” productivo, todo muda en una pesadilla de
absurdos trámites y alambicados procedimientos incapaces de eficacia y más aun
de eficiencia, que llevan a la decadencia espiritual del actor de la tarea.
Entonces cada uno termina haciendo el mal que no quiere y no el bien que
quiere, como expresa doliente la epístola de San Pablo a los Romanos, donde el
aquel “pecado” es hoy el
inconsciente como la compulsión a
repetir por fuerza de las situaciones negativas. En esta dirección León
Festinger demostró con su célebre concepto de “disonancia cognitiva” cómo un
sujeto se “autoengaña” conformándose ante una contradicción entre esfuerzo y
recompensa.
El
hacer y el ser se subsumen en la identidad y la salud del trabajador, sea de
los dirigentes como de los dirigidos. Y la pregunta que muchos nos hemos hecho
en distintos momentos de nuestra vida laboral acerca de porque estábamos en
lugares sintiéndolos ajenos o
“antilugares”, es la prueba tanto del poder sobredeterminante de las
situaciones como de las contradicciones de nuestras elecciones. Es la pregunta que el personaje que jugamos en el escenario
laboral le hace a la persona que somos. Es también un reconocimiento de nuestra
identidad esencial y de cómo esta se
resiste a dañarse ante la toxicidad de entornos mediocres y perversos. Pero es
también un grito de lucidez como sujetos
protagonistas buscando una actitud creativa que nos haga sentir orgullosos y
fortalezca nuestra autoestima, evitando repetir que el trabajo es solo “el yugo
de cada mañana”.
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