domingo, 4 de agosto de 2019

4 - LA CISURA EN EL TRABAJO

4
La cisura en el trabajo







Alberto Farías Gramegna
Q
ué hace alguien como yo en un lugar como este?. Cuántas veces hemos pensado este interrogante ante situaciones incómodas o extrañas a las que arribamos no sabemos muy bien como ni porque. Un ámbito laboral, familiar, recreativo, de estudio, etc., cualquiera de ellos puede generar en nosotros esa sensación de impostura, de equívoco, de desencuentro con nuestros valores y gustos, con nuestro estilo de hacer y nuestra forma de ser. Es cuando sentimos deseos de irnos, de abandonar el lugar, de no volver, de renunciar si nos une una obligación contractual.
La frase suele formularse en clave de pregunta a nosotros mismos, como si sospecháramos un tropiezo en nuestras prevenciones, una incoherencia en nuestras elecciones, un extrañamiento del sistema de ideas que sostiene nuestra mirada del mundo, una contradicción esencial con lo que sentimos que somos o queremos ser.
Si la ubicamos en el ámbito del empleo y la tarea laboral, la pregunta es, además, el emergente de una disonancia implícita entre la identidad de mi persona y el entorno donde estoy por elección o contingencia. Y esa disonancia es ante todo “vivencial-axiológica”, es decir afectivo-valorativa: Mi estilo de vida, mi ser-en-el-mundo, no coincide con los estilos, valores y características del lugar en que me encuentro. Y sin embargo allí estoy, por razón o circunstancia. Por necesidad económica o vocación electiva. Allí estoy por inercia del tiempo o estrategia de movilidad. Solo con mis contradicciones que resultan de la interacción con mi rol, mi puesto, el objeto de mi labor, mis jefes y los pares de la rutina cotidiana.
¿Qué hace alguien como yo en un lugar como este?. Analicemos ahora la semántica de esta frase auto interrogativa. “Hacer” “Yo mismo” y “Lugar semejante”. Tres dimensiones: la de la acción, la de la identidad, el sí mismo y de la organización del espacio-tiempo-cultura.
La acción en el trabajo remite centralmente  a la conducta de rol, es decir a las rutinas del personaje laboral, prescriptas por la descripción del puesto y las especificaciones de estatus, deberes y derechos del puesto, la pertinencia de ese hacer. Pero la personalidad del trabajador cumple un papel muy importante a la hora de articular y funcionalizar las obligaciones profesionales con las vicisitudes propias del hiato entre tarea ideal y tarea real. En el medio de esa grieta se ubican el estilo de conducción, la organización del trabajo, el poder,  la ideología de gestión, las creencias y mitos organizacionales, los diferentes estilos de personalidad y las necesidades básicas de cada integrante de la organización. Como se ve una multiplicidad de factores anidados en la herida que se pretende suturar con la ingenua directiva: “Le pago para que haga su trabajo, no para que sea feliz”.

Una cisura tridimensional

Esa cisura institucional molesta y genera conflictos permanentes entre lo que digo y lo que hago.
Es tridimensional porque condensa los conflictos del hacer, del ser  y la situación, o sea la acción, la identidad y el entorno. También porque sentir, pensar y actuar de manera disonante (“haciendo ruido”) es parte de lo que llamo “conducta cisural”. Cuando por imperio de la costumbre o la molicie y la resignación se termina en lo que he dado en llamar “caracteropatía (estereotipa o patología del carácter) del comportamiento organizacional”, la cisura tiende a formar una cicatriz rugosa que todo lo asimila a un funcionamiento discrecional, que si es generalizado produce el típico “kafkianismo” productivo, todo muda en una pesadilla de absurdos trámites y alambicados procedimientos incapaces de eficacia y más aun de eficiencia, que llevan a la decadencia espiritual del actor de la tarea. Entonces cada uno termina haciendo el mal que no quiere y no el bien que quiere, como expresa doliente la epístola de San Pablo a los Romanos, donde el aquel “pecado” es hoy  el inconsciente  como la compulsión a repetir por fuerza de las situaciones negativas. En esta dirección León Festinger demostró con su célebre concepto de “disonancia cognitiva” cómo un sujeto se “autoengaña” conformándose ante una contradicción entre esfuerzo y recompensa.
El hacer y el ser se subsumen en la identidad y la salud del trabajador, sea de los dirigentes como de los dirigidos. Y la pregunta que muchos nos hemos hecho en distintos momentos de nuestra vida laboral acerca de porque estábamos en lugares sintiéndolos ajenos o  “antilugares”, es la prueba tanto del poder sobredeterminante de las situaciones como de las contradicciones de nuestras elecciones. Es la pregunta que  el personaje que jugamos en el escenario laboral le hace a la persona que somos. Es también un reconocimiento de nuestra identidad esencial  y de cómo esta se resiste a dañarse ante la toxicidad de entornos mediocres y perversos. Pero es también un grito de lucidez  como sujetos protagonistas buscando una actitud creativa que nos haga sentir orgullosos y fortalezca nuestra autoestima, evitando repetir que el trabajo es solo “el yugo de cada mañana”.

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