domingo, 4 de agosto de 2019

3- PERSONALIDADES COMPETENTES

3
Personalidades competentes







Alberto Farías Gramegna

S
e habla de “coaching ontológico” para aludir a una actitud que explora los aspectos personales-emocionales, pero en verdad todo entrenamiento técnico del rol debe incluir la visión ontológica (de la persona concreta, con sus fortalezas y debilidades), ya que muchas veces el obstáculo al aprendizaje proviene del estilo de conducción en general y la ausencia de comunicación personalizada en particular. Entrenar es estar en continua interacción comunicativa desde y hacia el rol y desde y hacia la persona que lo sostiene.
Tratar a los demás como cada uno desea ser tratado, ese es el secreto.
Esta técnica es solidaria de la idea de descubrir valores y aptitudes, incentivar virtudes y generar intereses singulares que prohíjen “personalidades competentes”.
Es una tarea propia de supervisores, gerentes, coordinadores y encargados que implementen con coherencia la política corporativa  (gestión por valores en este caso) y seleccionen las tácticas (caminos) y las técnicas (herramientas). Entrenar competencias a partir de la personalidad es parte fundamental del proceso de conducción,  porque conjuga un seguimiento de la creciente experticia del trabajador (calidad del ejercicio del rol), un conocimiento genuino de la persona  y una adecuación de las rutinas del puesto al estilo y las actitudes (expresión de la personalidad). Así se optimiza el desempeño, potenciando lo mejor de la personalidad de cada empleado. Un desafío para quienes saben que hay vida creativa más allá de la admisión.

Algo muy personal…conducir no es liderar
Como líder de equipos en dos cátedras universitarias: Psicología Social en la Universidad Atlántica Argentina y Psicología de la Personalidad, en la Universidad Nacional de Mar del Plata, he aprendido que se puede gestionar roles exitosamente solo si se lidera a personas reales, más bien que conducir a personajes de organigrama. La conducción es una función técnica orientada a las tareas del puesto que a menudo se realiza alienadamente. El liderazgo, en cambio es una actividad siempre estratégica que depende de la empatía con las personas. Ya en 1927 el mítico Elton Mayo mostró la importancia del factor afectivo en las relaciones de grupos productivos. Hoy sabemos que "situación social" y "perfil individual" deben compatibilizarse eligiendo las personalidades adecuadas para cada tarea y además aprovechando las modalidades personales con que cada uno encara una tarea prescripta.
Y el papel protagónico -en un escenario donde estilos de liderazgos, competencias, necesidades humanas, organización, conducción técnica y desempeño son actores de reparto tejiendo la situación-lo tiene la Personalidad. Técnicamente la personalidad es una configuración estable de sistemas psicofísicos en equilibrio, que opera como una herramienta adaptativa al entorno de nuestra identidad como personas.
Como en toda historia, personalidad y situación son las dos caras de una misma moneda. No hay una sin la otra. La personalidad de cada uno de nosotros siempre está situada por la sumatoria de demandas, expectativas y presiones y sitiada en gran parte por las características del rol que estamos desempeñando sobre las tablas de nuestra cultura institucional.

De lo universal a lo singular: las personalidades competentes
La relación entre expectativas de calidad productiva y el desempeño concreto del trabajador está regulada por una ecuación jerárquica inestable: “estilo de liderazgo” (del conductor) y “estilo de interpretación” (del conducido). El jefe suele decir lo que hay que hacer (y con frecuencia como hacerlo). Y el operario interpreta esa consigna adecuándola a su estilo y legitimando o no con arreglo a su experiencia, creencias y afecto hacia quien reporta. La universalidad burocrática de la consiga (trabajo prescripto) al ser filtrada por la particularidad de las necesidades individuales (deseos, expectativas, prejuicios, etc.) dará como resultado la singularidad del desempeño (trabajo real). Y será la personalidad de cada uno la que haga el “trabajo sucio” o el “acto heroico” según los resultados se alejen o se acerquen al ideal de excelencia. Cuanto más rígido sea un liderazgo (omnipotente en su abarcatividad y contralor sin delegación) más las personalidades de los empleados serán instrumentadas para protegerse de cualquier desvío o para acomodar discrecionalmente aquellas tareas que no encuadren en sus necesidades personales. Dice justamente Phillips Zimbardo, -autor del reciente libro “El efecto Lucifer”- que es el poder de un sistema perverso el que hace que “gente buena” y común puesta en una mala situación se transforme en “gente mala” y especial. Y nos señala que se necesitan “héroes” para denunciar que “el rey está desnudo”. Y bien esos “héroes” son tributarios del factor personalidad. La situación de la organización nos iguales, la personalidad nos diferencia. Llegamos así a la idea de “personalidades competentes”, es decir capaz de alcanzar desempeños de excelencia.

Alguien como yo en un lugar como este
Siendo la competencia una variable devenida de la capacitación, el aprendizaje y la experiencia, ¿cómo es posible hablar de “personalidades competentes”? , toda vez que la personalidad es un factor estable propio de la naturaleza y la historia de cada individuo. Hemos acuñado este concepto con la convicción obtenida en la observación cotidiana: una personalidad competente (cualquiera) es aquella capaz de interpretar con plasticidad una consigna y transformar la rutina en un desempeño creativo y autoeficaz. Claro que -como ya advertimos- el clima impuesto por el estilo de liderazgo va facilitar o entorpecer esta oportunidad. La personalidad competente no se encasilla en un “tipo” determinado y se evalúa por la modalidad de tácticas creada “ad hoc” para enfrentar cada nueva situación. Es hija de la espontaneidad pertinente y de la libertad propia de lo protagónico antes que de lo procedimental inicuo. Cuando el Yo del trabajador se permite “pensar” el trabajo y tomar decisiones agrega un “plus” valor que lo diferencia del “commodity” inherente a la prescriptiva. A lo largo de nuestra tarea de muchos años hemos constatado que la clave para lograr un equilibrio delegatorio que haga del equipo una “unidad de semejanzas en diferencias”, es la “autoindicación decisoria” del que tiene que hacer la tarea. La capacidad para decidir en cada momento de su labor en el marco de la organización.
El hombre se “autoindica” nos dice H. Blumer -desarrollador del interaccionismo simbólico- para referirse a una conducta interna, silente, invisible, dinámica e ininterrumpida mediante la que el sujeto evalúa los resultados inmediatos de sus interacciones, las interpreta y se anticipa regulando los errores mediante ajustes dialécticos con los interlocutores destinatarios de sus actos. La autoindicación decisoria dependerá de la capacitación y experiencia, la autoconfianza y el sentido común, pero estará volitivamente asentada en el estilo de personalidad. De allí la importancia de gestionar alejados de presunciones de instructivos estándar y excluyentes opiniones autocráticas,  y buscando resultados que se respalden en las personas y sus personalidades competentes. Sencillamente gestionar ese algo muy personal.

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