El año del
dilema
Por Alberto Farías Gramegna
“El miedo al cambio
alimenta la hipocresía de la reiteración” -
Xavier C. Orozco
Ha
terminado un año y como siempre ocurre, los unos y los otros hicimos votos para
que el nuevo sea mejor que el que se va, según nuestra percepción de lo bueno y
lo malo, es decir según de qué lado de la nefasta “grieta” creencial-emotiva-cultural
(que no es estrictamente ideológica) nos ubiquemos. Sin embargo, curiosamente
es probable que no cambiemos ninguna de nuestras ancestrales costumbres
esenciales, (sociales, gremiales, culturales, cívicas, económicas,
empresariales, ideológicas, educativas, sanitarias, etc.) de las que en gran
medida dependen las mejorías deseadas, y por tanto quizá nuevamente -citando a
Lampedusa- “algo cambie para que nada
cambie”. La recurrencia del tejido destejido de Penélope que espera y
desespera, antes que la hazaña del Fénix, el ave capaz de reconstruirse desde
sus cenizas. Al respecto se le atribuye a
Einstein decir: “No esperen resultados diferentes haciendo siempre las
mismas cosas”, al tiempo que Ortega y Gasset nos arrojó a la cara:
“¡Argentinos, a las cosas!”...Es posible que a una importante porción
mayoritaria de nuestra sociedad promedio
le guste más jugar con las palabras que cambiar realmente las cosas. País del
verso, del reino del revés, el relato y la polémica estéril, somos grandes
enamorados del lenguaje, lo que sería un mérito cultural, pero en este caso no
se trata de buena literatura, sino de una manía de negar la realidad que mortifica
y degrada la comunicación. Relato de palabra liviana que cuando engañosa muda
en “chanta” y “trucha”, dos vulgarismos de la jerga vernácula nacidos como una masoquista
y lúcida conciencia de enfermedad social: que parezca, pero que no sea; más de
lo mismo; simulacro de cambio, donde la demagogia populista, durante décadas,
ha edificado el “país del como sí”, versión nac&pop del país del Nunca
Jamás, donde la cultura de la transgresión
todo lo atraviesa con la mueca burlona
del “mejor fuera de la Ley, que dentro de ella”.
Si pero no…
¿Realmente
“la gente” -como está de moda llamar ahora al colectivo social- está dispuesta
a producir un cambio profundo en su cultura cívica? ¿Queda algo parecido a la
condición de ciudadano de pleno derecho en la mayoría de la población, toda vez
que parte de ella aparece sumida en la desmotivación política y la desafección republicana y otra parte en la pobreza, el oportunismo
populista, la banalidad o el desvarío
antisistema?
Según
algunos sondeos demoscópicos la voluntad ciudadana promedio aceptaría sólo “cambios moderados” en las políticas esenciales relacionadas con la
función del Estado. ¿Pero qué significan “cambios moderados”?, ¿A
qué aspectos se refieren estos cambios?
Todo nos orienta hacia la cultura esencial de la sociedad
profunda, cuyo común denominador puede definirse como un “conservadurismo
contemplativo subsidiado”, que políticamente correcto, con frecuencia se
disfraza de “progresista”, pero cuya hipocresía esconde un cierto oportunismo
moral y el miedo a la incomodidad que todo cambio produce, como las pérdidas de
las prebendas cotidianas o la de una manera de ser “amigable”, pero poco
comprometida con el orden legal y el respeto por el otro. La sociedad argentina
se
ha ido construyendo sobre una vacuidad conceptual que piensa la vida y el mundo
como dilemas léxicos con formato de discurso excluyente (“o” en lugar de “y”), caricatura
adolescente de la tribu que juega a la diferencia, buscando etiquetas con que
rotularse y rotular al diferente, al que
-como hemos visto recientemente- a veces se llega a pretender aniquilar. Al asegurarnos que el otro no
pertenece a nuestro club, estamos a salvo de sus “defectos”. Incluidos en algún
grupo de pertenencia que nos de identidad neta y monocolor, -porque nos
aterrorizan los matices- amamos los extremos y las desmesuras, ante las que
luego nos escandalizamos sin olvidar la expresión de moda: “¡Estoy indignado!”.
El año del dilema
Un
dilema es una dualidad excluyente. Pero hay vida más allá del puro dilema y tiene
forma de problema: no todo está construido sobre los dos caminos propios del
dogma. Sin embargo hay dilemas morales, éticos y de principios institucionales
que no admiten neutralidad o grises: el bien y el mal no son virtuales, la
honestidad es la antítesis de la mentira, el amor no es lo mismo que el odio,
la estupidez se diferencia claramente de la genialidad, la dignidad de la
denigración y libertad de la opresión. Estas antinomias son en verdad antagonismos
existenciales. Nos plantean opciones axiológicas, es decir donde se juegan la
dignidad de nuestros valores personales: no puedo aceptar neciamente que la
injusticia sea lo mismo que la justicia, que el victimario tenga el estatus de
la víctima. No hay lugar para presuntas neutralidades y terceras posiciones ante
la corrupción, la barbarie o la infamia del ilícito: ¿Qué ideología inmoral
podría justificarlas sin mostrar su esencia de basura conceptual? Otra cosa es
reconocer que existen vías diferentes de pensar la realidad que trascienden las
dualidades simplistas y banales, maneras distintas de plantear un mismo asunto
en el plano de la pluralidad de ideas: el pensamiento complejo, la inteligencia
emocional y el pensamiento lateral. En su “Derecha e Izquierda”, Norberto
Bobbio dice que en una sociedad “(…) existen diadas en las que los dos términos
son antitéticos, otras en las que son complementarios”. El desafío de la sociedad
argentina en los próximos años será decidir si realmente quiere cambiar de raíz
la infausta cultura sociopolítica populista que ya lleva casi un siglo o seguir
en el limbo de los simuladores;…Si prefiere la impronta triunfal del Ave Fénix
o la circular interminable rutina de Penélope.
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