viernes, 12 de enero de 2018

El año del dilema

Psicología social y política
El año del dilema
Por Alberto Farías Gramegna 



“El miedo al cambio alimenta la hipocresía de la reiteración” - Xavier C. Orozco


Ha terminado un año y como siempre ocurre, los unos y los otros hicimos votos para que el nuevo sea mejor que el que se va, según nuestra percepción de lo bueno y lo malo, es decir según de qué lado de la nefasta “grieta” creencial-emotiva-cultural (que no es estrictamente ideológica) nos ubiquemos. Sin embargo, curiosamente es probable que no cambiemos ninguna de nuestras ancestrales costumbres esenciales, (sociales, gremiales, culturales, cívicas, económicas, empresariales, ideológicas, educativas, sanitarias, etc.) de las que en gran medida dependen las mejorías deseadas, y por tanto quizá nuevamente -citando a Lampedusa-  “algo cambie para que nada cambie”. La recurrencia del tejido destejido de Penélope que espera y desespera, antes que la hazaña del Fénix, el ave capaz de reconstruirse desde sus cenizas. Al respecto se le atribuye a  Einstein decir: “No esperen resultados diferentes haciendo siempre las mismas cosas”, al tiempo que Ortega y Gasset nos arrojó a la cara: “¡Argentinos, a las cosas!”...Es posible que a una importante porción mayoritaria de nuestra sociedad  promedio le guste más jugar con las palabras que cambiar realmente las cosas. País del verso, del reino del revés, el relato y la polémica estéril, somos grandes enamorados del lenguaje, lo que sería un mérito cultural, pero en este caso no se trata de buena literatura, sino de una manía de negar la realidad que mortifica y degrada la comunicación. Relato de palabra liviana que cuando engañosa muda en “chanta” y “trucha”, dos vulgarismos de la jerga vernácula nacidos como una masoquista y lúcida conciencia de enfermedad social: que parezca, pero que no sea; más de lo mismo; simulacro de cambio, donde la demagogia populista, durante décadas, ha edificado el “país del como sí”, versión nac&pop del país del Nunca Jamás, donde la cultura de la  transgresión todo lo atraviesa con la mueca  burlona del “mejor fuera de la Ley, que dentro de ella”.

Si pero no…

¿Realmente “la gente” -como está de moda llamar ahora al colectivo social- está dispuesta a producir un cambio profundo en su cultura cívica? ¿Queda algo parecido a la condición de ciudadano de pleno derecho en la mayoría de la población, toda vez que parte de ella aparece sumida en la desmotivación política y la desafección  republicana  y otra parte en la pobreza, el oportunismo populista, la banalidad  o el desvarío antisistema?
Según algunos sondeos demoscópicos la voluntad ciudadana promedio aceptaría sólo cambios moderados” en las políticas esenciales relacionadas con la función del Estado. ¿Pero qué significan “cambios moderados”?, ¿A qué aspectos se refieren estos cambios?
Todo nos orienta hacia la cultura esencial de la sociedad profunda, cuyo común denominador puede definirse como un “conservadurismo contemplativo subsidiado”, que políticamente correcto, con frecuencia se disfraza de “progresista”, pero cuya hipocresía esconde un cierto oportunismo moral y el miedo a la incomodidad que todo cambio produce, como las pérdidas de las prebendas cotidianas o la de una manera de ser “amigable”, pero poco comprometida con el orden legal y el respeto por el otro. La sociedad argentina se ha ido construyendo sobre una vacuidad conceptual que piensa la vida y el mundo como dilemas léxicos con formato de discurso excluyente (“o” en lugar de “y”), caricatura adolescente de la tribu que juega a la diferencia, buscando etiquetas con que rotularse y rotular al diferente, al que  -como hemos visto recientemente- a veces se llega a pretender  aniquilar. Al asegurarnos que el otro no pertenece a nuestro club, estamos a salvo de sus “defectos”. Incluidos en algún grupo de pertenencia que nos de identidad neta y monocolor, -porque nos aterrorizan los matices- amamos los extremos y las desmesuras, ante las que luego nos escandalizamos sin olvidar la expresión de moda: “¡Estoy indignado!”.

El año del dilema

Un dilema es una dualidad excluyente. Pero hay vida más allá del puro dilema y tiene forma de problema: no todo está construido sobre los dos caminos propios del dogma. Sin embargo hay dilemas morales, éticos y de principios institucionales que no admiten neutralidad o grises: el bien y el mal no son virtuales, la honestidad es la antítesis de la mentira, el amor no es lo mismo que el odio, la estupidez se diferencia claramente de la genialidad, la dignidad de la denigración y libertad de la opresión. Estas antinomias son en verdad antagonismos existenciales. Nos plantean opciones axiológicas, es decir donde se juegan la dignidad de nuestros valores personales: no puedo aceptar neciamente que la injusticia sea lo mismo que la justicia, que el victimario tenga el estatus de la víctima. No hay lugar para presuntas neutralidades y terceras posiciones ante la corrupción, la barbarie o la infamia del ilícito: ¿Qué ideología inmoral podría justificarlas sin mostrar su esencia de basura conceptual? Otra cosa es reconocer que existen vías diferentes de pensar la realidad que trascienden las dualidades simplistas y banales, maneras distintas de plantear un mismo asunto en el plano de la pluralidad de ideas: el pensamiento complejo, la inteligencia emocional y el pensamiento lateral. En su “Derecha e Izquierda”, Norberto Bobbio dice que en una sociedad “(…) existen diadas en las que los dos términos son antitéticos, otras en las que son complementarios”. El desafío de la sociedad argentina en los próximos años será decidir si realmente quiere cambiar de raíz la infausta cultura sociopolítica populista que ya lleva casi un siglo o seguir en el limbo de los simuladores;…Si prefiere la impronta triunfal del Ave Fénix o la circular interminable rutina de Penélope.





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