lunes, 27 de noviembre de 2017

La mente del populista (PUB. LC 18/11/17)

Psicología Social y Discurso Político

La mente del populista

por Alberto Farías Gramegna



“El populismo es la democracia de los ignorantes. A veces sirve para sublevar contra problemas reales, pero no para solucionarlos. Busca revancha, pero no reforma”.- Fernando Savater


El contundente aserto de Savater sintetiza dos de por lo menos cinco aspectos centrales del discurso populista, hoy de moda en los grupos políticos antisistema europeos: la negación del conocimiento crítico como valor político ciudadano y la propuesta “gatopardista” del no cambio real de estructuras productivas socio-económicas. Los otros tres son, la ausencia de planificación estratégica (el largo plazo) reemplazada por un inmediatismo oportunista perpetuo; la división de la sociedad entre pueblo y antipueblo y, finalmente, la desestima de las instituciones constitucionales que intenta y muchas veces logra, reemplazar discrecionalmente por la relación directa, vociferante  y apasionada entre el líder y la parte del pueblo que lo sigue.
Rigurosamente el populismo no es una ideología, sino un relato sostén de un discurso anclado en el voluntarismo de construir poder a partir de un mensaje manipulador que privilegia lo afectivo por sobre lo racional, con consignas ampulosas, emotivas y heroicas pero simplistas en sus enfoques y con frecuencia falaces en sus afirmaciones profundas: la media verdad y la discrecionalidad son los pilares sobre los que se construye el relato populista que puede sostenerse en una mirada de izquierdas o derechas o a la demagogia pragmática del momento. Como fenómeno sociopolítico ha sido estudiado desde la psicología política, la economía, la sociología y la psicología social. Si bien desde la academia tuvo algunos defensores o posiciones condescendientes como las de Enrique Dussel (“Cinco tesis sobre el populismo”) o incluso propagandistas con llegada al poder como lo fue el controvertido Ernesto Laclau, (“La lógica populista”), la mayoría de los investigadores rigurosos no eluden asumir una clara posición crítica moral, ética e ideológica ante este estilo nefasto de gestión política. Tal el caso del desaparecido Umberto Eco (“El populismo eterno”), de Loris Zanatta (“El populismo”) o de Miguel Wiñazki (“Crítica de la razón populista”), entre muchos otros. Según los politólogos Gloria Álvarez Cross y Axel Kaiser Barents-von Hohenhagen (“El engaño populista”), los populismos se caracterizan por “un discurso que divide a la sociedad en dos: pueblo y antipueblo, donde el antipueblo toma diferentes formas como enemigos de la sociedad (…)” Son todos aquellos “que se ha pronunciado en contra de ciertas medidas económicas y sociales que va tomando el populista. Luego, con ese odio, con esa división de la sociedad que manejan desde la campaña, al llegar al poder utilizan ese mensaje para empezar a cambiar cosas dentro del sistema.”

La lógica política del populismo

Lentamente como ocurre con el ejemplo del “sapo hervido”, el agua populista va calentando con su relato la racionalidad del ciudadano hasta quemarle la cabeza para que naturalice las distorsiones discrecionales del funcionamiento institucional: congresos nacionales débiles o co-optados, jueces y fiscales dóciles o ideologizados, ataques a la libertad de expresión y a todos los medios que no comulguen con el oficialismo, abuso maniqueo y demagógico de los medios oficiales de información, denigración de los mecanismos legales e institucionales del Estado a favor de acciones directas entre el gobernante  y “su pueblo”, así como intentos de reformar las leyes y en particular la Constitución para perpetuarse en el poder, ya que la alternancia republicana y democrática es considerada como “liberal” (sic), término al que los populistas dan absurdamente una connotación negativa o “parte del sistema oligárquico”  y luego se proponen nuevos organismos “a medida” con la intención de ir controlando todo el aparato estatal para adaptarlo al discurso y las arbitrariedades del grupo gobernante que claramente no pretende cumplir con la Ley porque simplemente no le reconoce legitimidad. En el plano económico el populismo destruye las fuerzas productivas de la sociedad generando finalmente miseria y corrupción: dado que -más allá del discurso grandilocuente- carece de pensamiento estratégico de Estado, termina vaciando las arcas oficiales con canonjías, subsidios no específicos con intencionalidad clientelar, avanza mezclando un capitalismo de Estado con uno de rapiña “ad hoc” de familiares, amigos y entenados. Es frecuente el impulso a estatizar y/o nacionalizar cuanta cosa le resulte útil para cooptar, controlar y someter a la productividad independiente. Empresarios, gremialistas y políticos son cooptados con prebendas por igual. La inflación es un efecto ineludible a corto y mediano plazo por efecto, entre otras cosas, de la mayor liquidez monetaria, el aliento del consumismo irresponsable sin respaldo genuino y la gratuidad o abaratamiento artificial de los servicios públicos. El déficit fiscal creciente se suele compensar con deuda externa y la ilimitada emisión de moneda por lo que a la larga ésta se devalúa, generando  especulación en el mercado de divisas.
La mente del populista
La psicología del “hombre populista”, tiene características específicas, resultantes de una configuración de personalidad, educación e historia vital. Psicológicamente dependiente, el populista se fascina ante figuras fuertes y su identidad personal se asemeja más a la ilusión adolescente que a la fortaleza yoica del adulto frente a la frustración. Es facilista y fuertemente emocional. Su percepción del mundo social es difusa, incompleta y muy articulada con las fantasías y las soluciones “mágicas” basadas en el voluntarismo de un líder salvador, que suele tener un sesgo mesiánico. Se trata de una figura parental que restablece el mundo edénico ante un orden injusto, a través del amor a los buenos (como él) y el castigo a los malos (los poderosos). Como el niño, la mente populista funciona de manera maniquea endogámica, con aversión a la complejidad y el desamparo exogámico. Se apoya en imágenes míticas cargadas de adjetivos y en sus procesos de elaboración de juicios predomina lo que Kahneman y Tversky llamaron “pensamiento rápido” por contraposición al “lento”, la emoción desplazando la razón crítica y la duda. No interesa buscar los hechos verdaderos sino reafirmar un relato (hoy se lo llama post-verdad) lo que le permite desestimar al interlocutor crítico, un gambito muy funcional de la mente del populista.



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