lunes, 6 de noviembre de 2017

Creer o reventar (PUB. LC 4/11/2017)

Ideologia y sociedad
Creer o reventar
(las paradojas del fanatismo ideológico)
Por Alberto Farías Gramegna
(desde Madrid)


“Los sabios son los que buscan la sabiduría; los necios piensan ya haberla encontrado” -  Napoleón I 
 “Hablan con la seguridad que da la ignorancia.” - J. L. Borges


El discurso ideológico en general no recurre tanto a los principios que lo sostienen , como a la instrumentación de determinados medios necesarios para realizar aquellos principios. 
Por eso mismo en muchas personas es posible un cambio en el discurso a través de los años o la enseñanza experiencial, sin cambiar empero, los valores morales, ni la ética que de ellos deviene: “Es propio de la inteligencia cambiar de opinión, cuando la realidad la contradice”, Machado dixit.

Pero no es el caso de las ideologías integristas, fundamentalistas y los diversos fanatismos de sesgo populistas, ya que sostenidas en presuntas “verdades absolutas”  generan paradójicamente una lógica de pensamiento con frecuencia contradictorio.
Es que al ser dogmáticos, los fundamentalismos terminan desvirtuando y traicionando los fines morales o éticos que proclaman. Como dice Cottraux: “Desengañados del mundo, -los fanáticos- pero jamás de ellos mismos, preconizan el reino de una nueva virtud: la suya”, y su principal característica es la necia soberbia: nada tienen que aprender, todo lo saben, aunque todo lo ignoren, pero es que ese “saber” no proviene de la realidad, ni de sus investigaciones de la historia, sino del deseo compulsivo de utopías, -que, como señala Sebreli, siempre terminan en tragedia cuando se las quiere forzar- de un saber emocional con mucho de neuroticismo infantil , que construye la subjetividad de la pasión por la ilusión.

La paradoja ética del relato

El fanatismo genera la “posverdad” (el nombre de moda del viejo “relato”) y con ella la “posmoralidad”, -al decir de Miguel Wiñasky-, como expresión de  una búsqueda de la “noticia deseada”, a partir del sesgo de disponibilidad y de confirmación,  una pasión por la falsedad  inherente al “relato”, lo que la politóloga Gloria Álvarez  señala como la desconcertante psicología del “progre”. Una psicología en constante contradicción paradojal de valores: así, por ejemplo, en nombre de la libertad del hombre abstracto, se justifica y hasta se promocionan dictaduras variopintas; en nombre de la justicia universal se avala la iniquidad del caso concreto; en nombre de la lucha contra el sistema, se aplauden acciones terroristas y un largo etcétera.
Las personalidades inmaduras y emocionalmente lábiles suelen facilitar la instalación de dogmatismos ideológicos, en un contínuum con enunciados que circulan por izquierdas y derechas, construyendo ficciones egosintónicas que confirman sus creencias y reclaman hacia sí mismo y los demás la adhesión absoluta al dogma que se dan por cierto, lejos de la duda o la higiénica autocrítica. Los populismos decadentes en América y los ahora renacidos en Europa a través de expresiones políticas contestatarias y sesgadas, de sectores radicales cultural-nacionalistas, -verbigracia los grupos xenófobos, separatistas o antisistema en diversos países o regiones- son una muestra palpable de este comportamiento discursivo.
La ideología del dogma -cuando está firmemente instalada y abroquelada a la identidad del sujeto- aliena la capacidad de objetivizar el hecho percibido y compararlo con el pre-juicio ideativo, rectificando la idea si fuese necesario, por lo que no habrá posibilidad ninguna de aprendizaje y promoverá la “mentira emotiva”, cuya primera víctima es  la misma persona que la declama, porque ante la evidencia, no se rectifica -antes bien frente a la objeción o desacuerdo, se afirma y agranda- ya que no concibe una verdad distinta al dogma que profesa y está incapacitado para escuchar una opinión diferente. Al igual que el “sujeto paranoide”, interpreta cualquier cuestionamiento a su creencia como un intento de “ganarle” una guerra de verdades ligadas a intereses perversos que hay que desenmascarar o desestimar. Ceder a una duda razonable es una inquietante “jactancia” que lo acerca peligrosamente a la idea de traición a la “causa”  y a los que con él comparten el cuerpo grupal de pertenencia.  El “nosotros” de la endogamia ideológica siempre presupone  un “los otros” que son tenidos como diferentes a convencer o potenciales enemigos a derrotar. Es la naturaleza del sistema, la propia estupidez de la soberbia ideológica.

La soberbia fundamentalista


El fundamentalista no cree que tenga cosas que aprender, nunca duda de lo que dice, siempre da lecciones a sus ocasionales interlocutores. No dialoga, pontifica y está convencido de saberlo todo. Su visión de los hechos y las cosas “es” el reflejo fiel de la realidad que él ve con claridad indiscutible. Desde un análisis lógico se observa que aplica una lógica universal de diagnóstico y conocimiento a todas las cosas del mundo que está convencido de conocer en su “esencia”. Nos cuenta “como son en realidad”  reduciendo la complejidad a un simplismo burdo e ingenuo de causa-efecto, intencionalidad y determinismo. Se reitera enfatizando una suerte de “marca de agua” que cree confirma  la certeza de su percepción  y una egocéntrica  inmutabilidad diagnóstica que se realimenta con la enunciación redundante. Porque en el fondo de su egolatría, el soberbio es un ignorante, que no sabe que no sabe y creyendo estar en lo correcto.
Por lo contrario, el hombre prudente, tolerante y reflexivo siente que siempre tiene algo más por aprender  y cuanto más aprende, más sospecha lo poco que sabe, aceptando la posibilidad de la duda. Muy lejos de esta deseable actitud, la soberbia de la necia ideología -parafraseando a Borges- ignora su propia ignorancia reincidiendo una y otra vez en la torpeza y el error, lo que es una nueva recaída en la necedad. Y ya se sabe que entenderse con la necedad es un desafío de lesa contradicción, es decir una paradoja más.

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