y su resistencia
al cambio
Por Alberto Farías Gramegna
“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” - Albert Einstein.
"Nosotros no podemos soportar ni nuestros vicios ni sus remedios" - Tito Livio
En “La naturaleza del prejuicio” y “La
personalidad prejuiciosa”, Gordon Allport escribe que “en todos los casos de intenso prejuicio caracterológico emerge un factor
común: la tendencia a sentirse amenazado”. El sujeto pareciera que se teme a sí
mismo, a sus instintos, y su conciencia, le teme al cambio mismo y a su propio ambiente social. Y
concluye: “Puesto que no puede vivir cómodo consigo mismo ni con los demás, se
ve forzado a organizar todo su estilo de vida. (…) No se trata de que comiencen
por estar deformadas sus actitudes sociales específicas sino que es su yo el
que está lisiado”.
Y es que los
prejuicios -en particular aquellos de las ideologías fundamentalistas, los
fanatismos utópicos- son refractarios a cualquier prueba de realidad. Anidan en
la incapacidad del “hombre mediocre” -diría Ingenieros- de trascender su propia
mirada del mundo que cree única, universal y verdadera. Es también el miedo a
abandonar su “zona de confort”, aunque esta sea fuente de constante frustración
y sufrimiento. Parafraseando a Gastón Bachelard, es que el seudoconocimiento
creencial es un obstáculo para el conocimiento crítico, lo que suele generar la
paradoja de un seudo-progresismo reaccionario y conservador. Es pues el sesgo
del pensamiento mítico fundamentalista, soporte de utopías integristas y
populistas, sean de izquierdas, de derechas,
o de cuanto dogma religioso, cultural o social existió, terminando siempre en
barbarie y opresión. Como dice Juan José Sebreli: “Suele ocurrir con las
utopías, que sus consecuencias resultan contrarias a las propuestas de aquellos
que las sostienen”.
¿Qué ves cuando me ves?
En “Emoción
y Sentimientos”, López Rosetti señala que el hombre es un ser emocional
eventualmente capaz de raciocinio. ¿Es posible una mirada no ideologizada de
las cosas y los hechos?...Sí, a condición de evaluarlos por su validación
práctica en el logro de los resultados buscados y no por sus presuntas “esencias”
enunciadas como buenas o malas intenciones. Lo que no resulta posible es
desligarlos del marco ético-moral que de él se desprende en los comportamientos de los
actores: puedo creer estar haciendo el bien con mi adhesión a tal o cual
discurso, pero si a poco de comprobar que termino haciendo el mal no cambio mi
actitud, habré traicionado mi moral por falta de ética. Como dijo Machado: “Es
de sabios cambiar de opinión, cuando la realidad la objeta”, para no caer en la
autojustificación que se daba a sí mismo Tomás de Aquino: “No hago el bien que
quiero, más sí el mal que no quiero”
Ciertamente toda percepción del
mundo es selectiva. Se sostiene
en un pre-juicio de la cosa percibida, porque no es posible percibir -inicialmente
y hasta que nos enfoquemos en una mirada reflexiva no prejuiciosa- por fuera de
nuestras creencias sociales, culturales y políticas, es decir con independencia
de nuestro marco de representación y referencia cotidiana. Por lo que ese
inevitable marco espontáneo se constituye, paradójicamente, como obstáculo para
acceder a una percepción diferente a la inicial, susceptible de ser despojada
de los “clichés” y las etiquetas propias del espíritu de cuerpo, tribu política
o clan ideológico, endogámico como toda secta, en la que por labilidad
identitaria o por pragmáticos intereses psicológicos o pecuniarios muchos se
incluyen como atributo de identidad de pertenencia.
Las creencias responden al mecanismo conocido como “sesgo de
confirmación”: se encuentra siempre “el dato” (“sesgo de disponibilidad”) que
presuntamente confirma aquello en lo que se cree, desestimando la información
que lo contradice. De todo eso sobran ejemplos entre nosotros, donde la
“posverdad” y el prejuicio ideológico manda sobre la razón evidente. Esta
realidad cultural fáctica, es aprovechada por aquellos que llevan agua turbia a
sus dudosos molinos de tierras “non sanctas”, donde cuanto peor mejor.
No sé de qué se trata…pero me opongo
“Hablan con
la seguridad que sólo da la ignorancia”, sentenciaba Borges, dando en el centro
de la causalidad del prejuicio ideológico: el sentimiento de amenaza a la
identidad, propio de las personas socio-emocionalmente inmaduras. “Aquí las cosas siempre se hicieron así, no nos compliquemos tratando de
cambiarlas, además seguro que detrás hay algún interés oculto”, me dijo alguna
vez, entre irónico y escéptico un antiguo empleado de una empresa, ante el
requerimiento de revisar ciertos aspectos en la organización del trabajo. Es
que el cambio afectaba no solo a su débil identidad prejuiciosa amenazada por
lo nuevo, (como defensa apela a la idea de la intriga y la confabulación) sino
principalmente a sus concretos intereses ocultos que proyectaba en los demás.
Este es un ejemplo de lo que llamo “inercia cultural perceptiva”.
Se ha dicho hasta el
cansancio que nuestra sociedad ha perdido la “cultura del trabajo” y ya muy pocos
se esmeran en “hacer bien las cosas”. El “se igual” es heredero de la falta de
“premios” y “castigos”, reflejo de la mediocridad necia de creer que premiar la
excelencia, el esfuerzo y el talento es “discriminar” o “estigmatizar” (sic) al
que no alcanza esa performance. Es otro ejemplo del prejuicio de quien ignora,
porque pre-juzgar es ignorar, ya que se cree que se conoce antes de conocer. Con
el argumento (en general cierto) de las injusticias sociales y los
determinismos socio-económico-culturales, se pretende “corregir” la desigualdad
de oportunidades, proponiendo la igualdad “nivelando para abajo”, como ocurre
frecuentemente en el ámbito educativo, confundiendo así oportunidad con
resultados, una transposición propia del discurso populista. El problema de la
necedad por intoxicación ideológica, es que el sujeto en su terca y porfiada
actitud negadora ante una evidencia contraria que no puede percibir, tampoco sospecha
la existencia de esa misma limitación. Es la naturaleza del prejuicio.
http://afcrrhh.blogspot.com.es/
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