por Alberto Farías Gramegna
“Porque sabrás que un hombre al fin conocerás por su
vivir (…) no hay que llorar, no hay que fingir, puedo llegar hasta el final ...a mi
manera”- Paul
Anka
Tiempo atrás, ante la inminente
posibilidad de un triunfo electoral de Mr.Trump y la incertidumbre que ello
generaba por su destemplados gestos y sus controvertidas ideas, un amigo me
dijo: “No hay que preocuparse demasiado,
porque allí el sistema institucional establece límites claros”. El aserto
era “políticamente correcto” y tranquilizador: no importaba tanto el hombre
como la fuerza de su circunstancia. Sin embargo una verdad a medias, porque la
historia de los liderazgos institucionales nos muestra que el carácter, la
personalidad y las creencias, más aún que los contenidos de los relatos
ideológicos, juegan un papel muy importante a la hora de entender el derrotero
de los procesos socio-políticos.
Una
cuestión de estilo
El estilo de personalidad es
producto complejo de tres variables: la genética, las condiciones de
socialización primaria y la cultura nativa. Una vez consolidado sesga
intenciones, se amalgama con las creencias morales y sociales profundas de cada uno y facilita o
entorpece determinadas actitudes porque las creencias son refractarias a los
hechos.
Tiñe el rol del sujeto dándole una coloratura singular a los valores
jugados en su vida social de relación: agresivos, componedores, reformadores,
reactivos, manipuladores, empáticos, cerebrales, superficiales, solidarios,
egoístas, dogmáticos, creativos, inseguros, afirmados, enigmáticos,
comunicadores, entusiastas, temerosos, etc. Todas estas “etiquetas” son
síntesis que según se combinen evidenciarán una diferente estructura
subyacente.
Veamos primero los estilos
personales con independencia de sus contenidos ideológicos, morales y éticos.
La forma y no el fondo contingente. Va de suyo que más allá del estilo del
sujeto, si su moral incluyese disvalores como la deshonestidad o el
escepticismo ético, tenderá al aprovechamiento discrecional de las normas instituidas,
orientándolas en dirección a los intereses que se derivan de su concepción del
ser y el poder. Por lo contrario si sus valores implican honestidad, solidaridad y empatía, tratará de
optimizar las normativas que pudieren dificultar una gestión transparente.
Cuatro
a la carta
De entre muchas clasificaciones y enfoques existentes
en el campo de la sociología y la psicología política, mencionaremos cuatro
“tipos” distintivos puros, aunque es frecuente su mixtura:
1) El “autoritario
dogmático”; es un sujeto jerárquico, competitivo, agresivo en su lenguaje,
dominante y egocéntrico con componentes narcisistas que se realimentan por la
obsecuencia y el miedo de sus seguidores. Aunque muestre un discurso
“revolucionario-contestatario” es en el fondo de su ser un conservador perverso.
Piensa la política no como búsqueda de consenso sino como una lucha en el marco
de la díada amigo-enemigo, al que hay que destruir y humillar, triunfando siempre,
lo que dadas ciertas condiciones lo pueden llevar a posiciones totalitarias y
mesiánicas. Los fascismos de cualquier signo albergan con frecuencia a estas
personalidades.
2) El “narcisista
demagógico”: siempre busca ser el centro del mundo. Es exhibicionista e
histriónico. Su credo es la seducción, el carisma y la persuasión de sus
acólitos. No se muestra autoritario
-aunque sí lo es- sino simpático y protector. Alude a la lealtad
incondicional y suele mostrarse dolorido y defraudado si alguien “lo traiciona”
en su exigencia de fidelidad. Es manipulador pero lo disimula. Se presenta como
encarnación de los intereses del pueblo contra el “anti-pueblo”. Piensa la
política como la construcción de una imagen a la que hay que amar. Los
populismos variopintos suelen albergar a estas personalidades.
3) El “trágico paranoide”, se resume en un sujeto desconfiado, con raptos
patéticos, atento a los significados ocultos, a las conspiraciones y conjuras que
presume pretenden perjudicarlo. Contradictorio y ambiguo en su credo, suele
distorsionar la realidad haciendo de ella una lectura persecutoria. Se presenta
como víctima de fuerzas que buscan su desgracia contra las que hay que luchar.
Piensa la política en clave trágica que lo tiene como mártir o héroe incomprendido
de una causa trascendente. Tiene varios sesgos comunes con los dos estilos
anteriores.
4) Finalmente el “demócrata normativo”, es un dirigente equilibrado
en su percepción del entorno en el que actúa. Privilegia la norma institucional
por sobre sus inclinaciones circunstanciales. Es respetuoso de los contratos
sociales y ajusta su comportamiento al personaje de rol que la institución le
prescribe. Más allá de su adscripción ideológica o partidaria, sus actitudes
van en dirección a no trasgredir las pautas constitucionales. Sabe que su poder
es siempre relativo y está limitado por los otros poderes con los que comparte
las responsabilidades legales. Su discurso es formal y prolijo con arreglo a las
normas. Sus opositores son percibidos como adversarios y nunca como enemigos.
Piensa la política como el arte de buscar consensos y negociar reformas en el
marco de las reglas del juego que la Ley permite.
Personalidad
e identidad política
Tal como sostiene Jeffery Mondak en su
libro “La personalidad y los fundamentos de la conducta política”, “es del todo natural que la personalidad
contribuya a moldear nuestras creencias y nuestro comportamiento político”. Es que
ciertos rasgos de la personalidad sesgan actitudes ideológicas más “liberales”,
más “conservadoras” o más “autoritarias”, así como más dispuestos o más
reactivos a apoyar un reclamo gremial o social o simplemente a la indiferencia política.
Para el psiquiatra Pablo Malo “un rasgo clave es el de apertura a la
experiencia, ya que predice la tolerancia social y el liberalismo político”. Por
ejemplo, en relación a la disposición de la personalidad ante la novedad y los
cambios que ofrecen experimentar cosas diferentes: las personas introvertidas, renuentes
y prejuiciosas, tienden natural y consecuentemente a adoptar una actitud ideológica
más afín a un pensamiento político conservador o reaccionario; en cambio
aquellas otras más extrovertidas, permeables y abiertas tienden a simpatizar
con un sistema de ideas liberales de progreso. Así mismo las personalidades inmaduras, inseguras, resentidas, dogmáticas,
controladoras y/o poco tolerantes a las diferencias y a la libertad de pensamiento, suelen adscribir
a doctrinas autoritarias. Cada cual a su manera.
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