jueves, 30 de marzo de 2017

La identidad en tiempos de cambio


La identidad en tiempos de cambio



por Alberto Farías Gramegna


“La mayoría de la gente no quiere la libertad realmente, porque la libertad implica responsabilidad y la mayoría de la gente teme la responsabilidad”- Sigmund Freud


Una reciente y emotiva visita a la consulta-museo de Sigmund Freud en Berggasse 19,Viena, fue el disparador de esta nota. En las paredes de las salas pueden verse muchas fotos impactantes de los diferentes momentos de la vida y obra del mítico padre del psicoanálisis. Las personas que allí aparecen ya no están físicamente entre nosotros, pero sin embargo siguen estando en la medida que sus rastros en nuestras creencias modelan muchos de nuestras actitudes presentes. Así será también con las nuevas generaciones que llevarán huellas de nuestras vidas actuales. Todo pareciera repetirse y volver a empezar.  El “eterno retorno” es una concepción filosófica del tiempo que el estoicismo impulsó al plantear una repetición del mundo en donde éste se extingue para luego volver a crearse y así “ad aeternum”. Mircea Eliade en su “El mito del eterno retorno”, hace una lectura crítica de lo que sería una creencia religiosa universal: la regresión a una mítica edad de oro, momento originario en estado de gracia. El mito y los ritos son la “vía reggia” para mantener esta ilusión.  Dado que la naturaleza es cíclica en sus fases, lo que implica discontinuidad con recurrencia (orbitas celestes, alternancia día-noche, ritmo circadiano, estaciones anuales, clima), el hombre le dio un sentido trascendente a la circularidad, por la importancia en su supervivencia: la luz del sol, la primavera, la lluvia y la sequía, etc. se relacionaban con la recolección y la caza, durante el nomadismo y luego con el salto a la agricultura y la ganadería, lo que permitió el sedentarismo y la noción de territorialidad.  Desde la psicología social estos rituales tienen interés para entender la relación entre creencias, intenciones y hechos consecuentes. En su Carta a los Romanos, San Pablo dice: “El querer está a mi alcance, el hacer el bien, no. De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. Cada año pues, hacemos un balance del bien que hicimos y del mal que no evitamos, por acción u omisión, por error, desidia, estupidez, desvarío  o ignorancia. “Errare humanum est”.

Del círculo virtuoso al círculo vicioso

Aprender de los errores históricos para corregirlos y no repetirlos, reiniciando ciclos virtuosos de libertad superando pérdidas, es propio de la madurez intelectual, del equilibrio emocional que da la salud mental y de la inteligencia para imaginar con pensamiento lateral, pero como dice Woody Allen en Café Society: “Uno hace planes, y después la vida tiene los suyos propios”. El problema aparece cuando se cumple el adagio de Einstein: “Es estúpido esperar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”. Entonces no habrá voluntad que sirva, porque se habrá instalado un círculo vicioso. Y a muchos individuos como a otros tantos pueblos les pasa que insisten en tropezar con la misma piedra a partir de una inercia cultural de fuerte implicancia psicosocial, sostenida en una lógica lineal determinista y mística que busca alcanzar lo que supone un Ideal edénico interrumpido. Se instala así una mirada dilemática del mundo, emergente del prejuicio, la necedad o las creencias irracionales: las neurosis de destino, las ideologías integristas y las cosmovisiones sectarias y maniqueas son ejemplos diferentes de aquella vana pretensión recurrente. Analizando la insistencia de los neuróticos en volver a más de lo mismo para poder quejarse de la “mala suerte” que les tocaba, Freud construyó la teoría de la “pulsión de muerte”, que se expresa en lo que llamó “compulsión a la repetición”, una suerte de obsesión laberíntica de repetir actos para no recordar partes desagradables de la historia y aceptar responsabilidades, que curiosamente oculta el amor patológico a los síntomas que se padecen: es la identidad de los que “fracasarían si triunfaran”, es decir si superaran el factor traumático que los define en su rígida y sesgada identidad, por eso se empeñan en no querer cambiar. En el plano grupal y no patológico, los sociólogos y los psicólogos sociales estudian lo que llaman “resistencia a los cambios” o miedo a dejar la “zona de confort”, donde uno puede sentirse seguro aunque sufriendo.

Cambiar o no cambiar…esa es la cuestión

Aquí el asunto de la pregnancia de la identidad es clave: ¿soy lo que creo que fuí y me determina para el resto de mis días o lo que imagino que pueda llegar a ser en libertad abriendo mi cabeza a ideas diferentes? Sartre nos alentaba: “Podemos hacer algo diferente con lo que otros antes ya han hecho de nosotros”.
Sin embargo no pocos sujetos actúan bajo una consigna diferente: la del “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Las sociedades que -al igual que los histéricos que acudían al médico vienés- “padecen de reminiscencias” repiten los mismos síntomas para evitar entender las causas profundas de sus sufrimientos, sus fracasos, sus decadencias culturales, sus neurosis y desvaríos ideológicos. Prefieren la ilusión discursiva demagógica a la esperanza fáctica, la ficción balsámica a la verdad desarropada. Así, el neurótico que  busca ayuda, al igual que parte de una sociedad traumatizada, no quiere realmente cambiar sino encontrar la manera de convivir con la angustia del reproche. Como en la novela de Lampedusa, que algo cambie para que nada cambie. Aunque la ilusión, como la mentira, tenga patas cortas, sin embargo puede instalarse como un obstáculo siniestro que le impide “amar y trabajar”, porque si no se lo interroga y se lo desvela, el síntoma vuelve una y otra vez. Vale aquí el aserto de aquel conductor radial encarnado por José Sacristán en el maravilloso soliloquio de “Solos en la Madrugada”: “No podemos pasarnos los próximos cuarenta años sólo hablando de los últimos cuarenta años”. El cambio implica repensar nuestra identidad porque si el pasado logra definir nuestro futuro, éste sólo será un triste recuerdo de más locura y decadencia.




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