por Alberto Farías Gramegna
-Donde
dice “Debe decir”, debe decir “¿Dónde dice..?” - (“Fe
de erratas”- Alberto Relmú)
El refrán latino nos
recuerda que “errare humanun est”. Se
completa con el aserto que reza “ignoscere
divinum”. Y como “perdonar es
divino”, los imperfectos mortales nos imaginamos investidos de una pía
sacralidad al esbozar el gesto generoso el perdón. “Ego te absolvo”…en el
nombre de mi racional y empática comprensión de tu error porque la equivocación
es parte de lo humano. Pero pido a cambio que te autocritiques, sino debo
entender que no ha sido solo un error tu conducta pasada, sino una intención
obstinada que aún persiste, aunque puedas ver
(¿o no?) las consecuencias dramáticas de aquellas. Si persistes en el error,
pensaré que eres tonto, neurótico, perverso o acaso nada de eso…simplemente un argentino.
Así en la tierra como en el cielo.
Los sujetos, hombres de a pié, como las sociedades, conjunto
de hombres mediados por las instituciones y expresando una media cultural
hegemónica, pueden aprender de sus errores históricos y evitar tropezar más de
tres veces con la misma piedra o repetir los errores realimentando la
frustración y potenciando la idea de un destino al que se está condenado, al
estilo de la “compulsión a la repetición” de los neuróticos que trataba Freud y
que el adicto psiquiatra vienes, inventor del psicoanálisis, vinculaba con la
presencia tenaz de lo que llamaba “pulsión de muerte”. La autodestrucción, el
encadenamiento a comportamientos degradantes, la persistencia de conductas
deletéreas y la adicción a cualquier cosa en general (“a-dictum” , significa “sin palabras” y era pues el esclavo el que
no podía hablar, no tenía palabra porque no era libre, por eso el adicto es un
esclavo de sus actos compulsivos), serían ejemplos del imperio de aquella
pulsión por sobre la pulsión de vida, es decir que Thanatos domina a Eros.
De momento que resulta creíble aquel aserto atribuido
al irónico Albert Eienstein: “Es estúpido
esperar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”, no podemos tener
expectativas de cambio si la mayoría de los ciudadanos no se propone cambiar de
actitud frente a las ideas tercas con las que se han venido abordando los problemas
complejos que nuestra sociedad, en los últimos 80 años, con mayor o menor
fundamentalismo ideológico.
Sucede que en el mundo contemporáneo persisten dos tradiciones político-filosóficas
provenientes del siglo XVIII: la franco-latina que inauguró J.J Rousseau, con su
idea del “buen salvaje” víctima de una sociedad cuyos usos y costumbres lo
corrompen, y la mirada opuesta, la anglosajona, cuyo mayor exponente fue John Locke
con su visión del hombre naturalmente imperfecto en su perfecta búsqueda de la felicidad
basada en la responsable libertad y voluntad personal para tener éxito o
equivocarse.
La primera desembocó en los experimentos de ingeniería
social dónde el Estado define la felicidad de sus ciudadanos controlando al
hombre y su economía individual; la segunda en la primacía de los derechos del
individuo a buscar su propia felicidad y ejercer la libertad económica en el marco de las Rules of Law por sobre la omnipotencia del Estado proveedor
y sometedor siempre presuntamente en nombre del “bien común”. La Historia de
estos últimos 300 años demuestra cual de las dos tradiciones ha producido más
progreso y desarrollo de las sociedades que las han adoptado.
Soy o me hago
En otro famoso
artículo de curioso título, Freud sintetiza un notable descubrimiento clínico
relacionado con aquella neurosis de destino: en “Los que fracasan al triunfar” muestra como hay sujetos que no
saben, no pueden y básicamente no quieren triunfar, porque la culpa por el
placer los aleja del erotismo. Boicotean sus logros para poder seguir quejándose
de sus desgracias. Por lo que no es tanto la causa como el motivo. El problema
de estos sujetos y de estas sociedades -como la nuestra- no está tanto en la
constante letanía y añoranza por el pasado adolescente perdido, sino por el
temor a las responsabilidades de un futuro adulto. Aquí el aparente oxímoron de
aquel político peronista que avisaba a los argentinos que “estaban condenados al éxito”, resulta muy interesante, porque -conscientemente
o no- expresa la contradicción inherente a vivir un éxito como una condena. Y
así es cuando la sociedad percibe estar cerca del éxito, acude a boicotearlo,
para seguir atribuyendo su fracaso a las causas de aquellos que quieren verla
sufrir: los padres “autoritarios” o “desamorados” son al neurótico lo que los “malos”,
los ricos, el imperialismo, la oligarquía, la antipatria, el neoliberalismo,
etc. a la sociedad enferma de la pulsión a seguir actuando un populismo
compulsivo que la detiene en el “es lo que hay” y el “no va a andar” o adorando
fotos sepias de ídolos demagógicos de dudosa creencia libertaria, alimentando así
el culto a los muertos vivos. Los sociólogos y los psicólogos sociales han
mostrado con suficientes pruebas experimentales los efectos concretos de las
“profecías autocumplidas”: no importa que las premisas sean falsas, si pensamos
que algo es o será de tal o cual manera, actuaremos preventivamente en consecuencia
produciendo los mismos hechos que tememos y que de habernos comportado
diferente habríamos evitado. A lo que hay que sumar la acción de los
desquiciados morales que con sus locuaces desvaríos pretenden llevar agua a su
envenenado molino. El controvertido empresario innovador Henry Ford, dijo: “Si piensas que una cosa va a funcionar o no
va a funcionar, finalmente en ambos casos estarás en lo cierto”.
Fe de a ratos
Una característica patognomónica de las sociedades aturdidas de
nostalgia paternalista como la nuestra es la de la oscilación brusca del ánimo,
la fe de a ratos y la poca o ninguna tolerancia a la espera. Aún no sabe bien
lo que quiere, pero lo quiere ya. Los extremos son siempre más ilusoriamente
entretenidos que los centros que suelen ser menos excitantes para alimentar las
fantasías heroicas de las personalidades inmaduras. Hoy pongo toda la carne al
asador y mañana me muero de hambre. Hoy estoy convencido de elegir al Mesías,
el salvador, líder amoroso, papá grande que resolverá más allá de la Ley y las
Instituciones todos los problemas y mañana me doy cuenta que es mortal y está
“castrado” del omnipoder que infantilmente le otorgué. Entonces no le perdono
que haya herido mi ilusión. “Se me cayó un ídolo”, dicen los chicos del barrio.
El problema es que -sepámoslo- los
ídolos siempre se caen más temprano que tarde porque sus pies están hechos con
las fantasías de los creyentes. Y las fantasías son eso, fantasías. Los niños
creen en la omnipotencia de sus padres, en el falo que todo lo puede. Los
adultos saben que los reyes, la cigüeña y los padres inmortales no existen.
Saben que los sueños se construyen con las manos y se concretan en la acción.
Por eso los dioses son buenos, pero si se los ayuda son mucho mejores. No hay
nada escrito a manera de un destino. Es la decisión pragmática de la fe en la
errata: donde dice “Debe decir”, debe decir “¿Dónde dice…?”. En criollo: ¿dónde
lo encontraste escrito?.
(c) by afc 2016
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario