jueves, 28 de julio de 2016

La sociedad de la polémica

La sociedad de la polémica
por Alberto Farías Gramegna




"Las ofensas deben hacerse todas de una vez, porque cuanto menos se repitan, menos hieren” - Maquiavelo


Diálogo (dia-logos) significa alcanzar una verdad contingente a través de la palabra compartida. Lo dialógico contempla y propicia el “debate”, antes que lo “polémico” que es propio de la agonística. Así, la esencia de lo dialógico es “problemática”, es decir aborda de manera “pluránime” (permítaseme el neologismo)  un problema, mientras que lo polémico refuerza lo “dilemático” que sólo concibe una opción valorativa que preexiste con carácter excluyente.
“Polémica” deriva del griego “polemos”: lucha, confrontación, combate dialéctico, discusión encendida con un punto de hostilidad. La persona afecta a la polémica recibe el nombre de polemista”, (“combatiente, guerrero”), alguien que persigue imponer una idea a través de una lidia verbal.

Polemizo, luego soy

El ejercicio racional del dialogo presupone poner sobre la mesa “el problema”, describirlo, examinar sus características en el contexto actual, investigar su historia y las condiciones de producción en las que surge la “cosa problemática”. Desde luego que incluye pasión e interés, pero los actores pactan sujetarse a reglas más o menos objetivas.
A partir de aquí los interlocutores (lo dialogantes) con la información objetiva que disponen deberán transformarla en “datos” compartidos (no polémicos), es decir consensuar un “diagnóstico mínimo” que les permita -luego durante el dialogo- apartar “la paja del trigo”, lo objetivo de las opiniones,
que por su misma naturaleza, contienen subjetividad, deseo e ideología. También negociar intereses personales.
La polémica -por lo contrario- sigue un derrotero lógico diferente: se inicia por la mera confrontación de opiniones (la opinión es siempre sesgada porque es “interesada” y sensible al afecto personal) sin un acuerdo marco de inicio. La polémica es hija dilecta del dilema, porque opone de arranque  juicios de valor no racionales (es decir pre-juicios) como punto de protagonismo y no como componente anexo. No se busca compartir una descripción consensuada porque se teme que ésta afecte la posición ideológica que se pretende imponer como verdadera.
Y he aquí la cuestión nodal: la polémica implica el objetivo de triunfar sobre el otro argumento y no de intercambiar evidencias para llegar a una posición tercera que resulte de la transformación de los contenidos de lo uno y de lo otro. No interesa al polemista exponer dudas sobre su posición, sino presentarlo como verdadero, íntegro, total y no perfectible.
Está en juego su identidad, y por eso el polemista defiende un sentimiento producto de una creencia íntima que lo define, y/o de un interés pragmático que necesariamente desconsidera los intereses o deseos del otro. Es en suma la prevalencia del maquiavélico apotegma que reza: “el fin justifica los medios”.
El extremo de esta lógica confrontativa irracional es la actitud encarnada por Pirro de Epiro, aquel rey y general griego que logró ganar la batalla contra los romanos al costo del exterminio casi total de su propio ejército. "Con otra victoria como ésta, estaré perdido", habría exclamado al final de la lucha. Aquí la relación costo-beneficio aparece muy alejada del sentido común y de la razón de medianía.

Somos como somos…

Desde los años cuarenta la cultura política argentina ha moldeado en el habitante medio una “personalidad básica” orientada a la confrontación pírrica. Amasada históricamente con el populismo discursivo, aquella cultura “progresista y combativa” resulta una mezcla de eterna “lucha” obsesionada con los “poderes oligárquicos y corporativos”-espejo paradójico de su propia esencia- , los fantasmas de las conjuras del Imperio, el desprecio por las instituciones “burguesas y liberales”  de la República  y  la nostalgia de los paternalismos demagógicos de bombo y balcón.
Autoritarismos, convicciones dogmáticas excluyentes, y oportunismos poco responsables, todo lo han dividido en diferencias supuestamente irreconciliables. “La grieta” no es un invento nuevo: se podría reducir al basamento de esa cultura edificada sobre la cosmovisión de un mundo dicotómico de antagonismos, antinomias y antónimos. Es pues una cultura que adora el sectarismo gregario del “ellos o nosotros”, de lo confrontativo y la especulación de lo oculto. Hay una doble lectura de cada hecho hasta inventar un mundo inexistente en el que el otro diferente luce como un ser conspirativo. Impera una fascinación por la cultura del club, la bandería y el credo amigo-enemigo; empezando por las polémicas en el fútbol, para continuar por la política, el sexo, la moda, los autos, el periodismo, todo es discordante y hasta la ciencia muda en seudociencia militante de partido.

En los tiempos que corren vemos a muchos políticos opositores acercarse más a la filosofía del general griego que al discurso socrático mesurado, inquisidor y reflexivo.
La dramática incapacidad de dirigentes y dirigidos, de intelectuales fanatizados y vecinos escépticos, para sintetizar diferencias reales y trabajar colaborativamente en equipo, prescindiendo de la adolescente conducta ideologista de formar clanes que desautorizan al otro, ha envilecido la autonomía crítica del habitante medio, que en gran medida sigue aferrado a mitos que el dogma preserva alejándolo de la condición de pleno ciudadano.
Al filo del Bicentenario, sin embargo, se vislumbra una nueva oportunidad para que el conjunto del país apunte a un desarrollo sociocultural, político e institucional profundo y diferente, más allá de la economía. No depende solo de un hombre ni de un partido de gobierno como creen algunos. Sin duda, es un enorme desafío a la inteligencia socioemocional de todos para restaurar la capacidad racional de corregir y superar el “como somos -al decir de Eladia Blázquez- o no seremos nunca más”, y producir un cambio cultural de criterio y convivencia saludable. En fin, un reto a la voluntad de diálogo, abandonando así la insalubre práctica de seguir siendo la persistente sociedad de la neurótica y tóxica polémica.



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