por Alberto Farías
Gramegna
“Puedo estar seguro de lo que te digo, pero no de que
tú me entiendas”- Xavier Orozco
“¿Qué ves cuando me
ves? Cuando la mentira es la verdad…”- Divididos
Estrictamente,
“percibir” es el resultado de una “sensación” (estímulo sensorial) más la
decodificación-interpretación de la misma. Toda percepción está condicionada
por los límites bio-fisiológicos y psico-sociales: afectos, inteligencia,
hábitos, cultura, ideología y situación coadyuvan para establecer el sentido y
el valor que enmarca y define lo percibido, más allá o más acá de sus
características físicas “fuertes” y unívocas. Al decir de la filosofía, la cosa
objetiva en tanto “objeto en sí”, que
al sujeto que percibe le aparece como “objeto para sí”.
Por lo tanto toda percepción
humana “normal” (es decir, dentro de la norma estadística, entendida como no patológica)
será una “percepción secundaria”: luego de “introyectar” las sensaciones y
filtrarlas por la subjetividad del sujeto, que la “proyecta” así modificada
sobre la cosa externa real. Creemos estar viendo algo totalmente objetivo, con
significaciones que emergen de la cosa real percibida, cuando, en la mayoría de
los casos, son agregadas por la interpretación del contexto del que la mira. ¿Pero
existe una percepción “primaria”, originalmente pura de toda contaminación
cultural y sin distorsiones de significación? La respuesta es afirmativa,
solo si hablamos de una “percepción originaria”, algo así como una mítica
“primera vez” en que el recién nacido mira y ve un objeto sin condicionamiento,
pero en cuanto ese objeto se relaciona con otro y con una palabra de la lengua
materna, esa percepción se significa y por tanto todas las siguientes serán secundarias.
En otras palabras, la subjetividad del “percipiente” objetivará siempre particular y singularmente al objeto
real.
¿Qué vemos cuando
miramos?
Toda percepción es
selectiva. Nadie ve todo lo existente del entorno de una vez. No hay percepción global “a primera vista”. Vemos lo que conocemos
y buscamos ver. Es lo que los investigadores de la percepción humana llaman
“escotoma ideológico-perceptual”. La percepción se sostiene en un pre-juicio de
la cosa percibida, porque no es posible percibir inicialmente -lo hemos dicho- por fuera de
nuestras creencias y marco de representación-referencia. Por lo que ese
inevitable marco se autoinstituye -paradójicamente- como obstáculo para acceder
a una percepción diferente. En la feliz sentencia de Gastón Bachelard: “El
conocimiento (anterior) es un obstáculo para el conocimiento (actual)”. Los
paréntesis son míos.
El ciclo perceptivo
sigue la secuencia: creencia-representación-valores-actitudes-generalización,
es decir, primero creo (pre-juicio), entonces represento (imagino) y valoro
(afectividad), por fin actúo (tendencia y acción observable).
En otras palabras,
creo que tal o cual cosa tiene tal o cual efecto, entonces le otorgo
determinados atributos buenos o malos y los ordeno con arreglo a mi escala
valorativa general; por fin actúo, aceptando o rechazando la cosa examinada. La
significación de la experiencia también actúa como valor pragmático
anticipatorio-preventivo, y a veces como prejuicio generalizado: “si me quemé con
leche, veo una vaca y lloro”. Gordon
Allport en su gran obra “The
Nature of Prejudice”, define al prejuicio social como “una
actitud suspicaz u hostil hacia una persona que pertenece a un grupo, por el
simple hecho de pertenecer a dicho grupo, y a la que -a partir de esta
pertenencia- se le presumen las mismas cualidades negativas que se adscriben a
todo el grupo”
La esencia perceptiva de “la grieta”
Conversar (hablar-con-el-otro)
implica siempre la posibilidad de polemizar
(polemos; lucha, guerra), antes que dialogar debatiendo (día; a través y logos, palabra, alcanzar el conocimiento por la
palabra compartida). Pero cuando el “otro
de la palabra” está inficionado por una percepción fuertemente ideologizada, o
peor aún sesgada por un refrito de prejuicios oportunistas seudo-ideológicos, -y
por tanto incoherentes entre sí- el dialogo y el debate se obstaculiza y muda
en polémica, siempre enlazada con la pulseada por el poder (con-vencer al otro).
Cabe aclarar aquí que
la característica prejuiciosa de toda percepción, -que ya hemos señalado- no
debe confundirse y homologarse con la noción llana y genuina de “ideología”.
Toda ideología es una gran red cognitiva de pre-juicios, con efectos
valorativos netos sobre las cosas, los hechos, sus causas y consecuencias, pero
no todo prejuicio es ideológico. Efectivamente no todo es ideológico en el
mundo social, como muchos militantes
“a la violeta” erróneamente creen, cayendo en una mirada “ideologista” del
mundo social. El pensamiento ideológico, en sentido estricto, implica un
sistema de ideas coherentes, integradas y universales, al modo de una doctrina
total sobre la realidad, que tiñe toda la percepción a cualquier nivel,
dotándola de un meta-sentido que produce lo que propongo llamar la “certeza
ideológica de una verdad trascendente”. El gran problema de establecer una
“comunicación dialogante” constructiva y efectiva con el otro semejante, en
tanto sea un “percipiente ideologizado”, es que se parte de un dramático malentendido:
creer que ambos hablamos de la misma cosa, pero sólo que valorándola distinto.
Y no es así.
Lo cierto es que la valoramos diferente porque no percibimos
lo mismo, ya que la creencia condiciona la cosa mudando su misma esencia
significante. A tal punto llega esta muda, que dejamos de percibir lo que no
significa interés para nuestros esquemas de referencia, y de esta forma hacemos
desaparecer a la misma realidad “real”. Esta es la esencia de la tan meneada
“grieta” socio-política. Desde luego no nos referimos a discutir la ontología (la
existencia del ente) de un objeto físico contundente o de una situación
evidente, -va de suyo un absurdo, aunque algunos ridículamente lo intenten- sino
de percibir un gesto, entidad, discurso o situación investidos “per se” con un
valor “natural” (bueno, malo, justo, injusto, etc.) ostensiblemente indudable y
verdadero. Tal como en este mismo momento le ha de ocurrir al lector de esta
nota. Pero mientras intentemos dialogar hay esperanza de entendernos, unos y
otros, sobre lo que vemos cuando miramos.
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