lunes, 29 de febrero de 2016

Creo, luego insisto...

El enfoque racional-emotivo y los prejuicios sociales

Creo, luego insisto (*)
por Alberto Farías Gramegna




“Las creencias irracionales se cambian mediante un esfuerzo activo y persistente para reconocerlas, retarlas y modificarlas, lo cual constituye la tarea de la terapia racional emotiva”- Albert Ellis

 “No aceptes lo habitual como cosa natural, porque en tiempo de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar” - Berthold Brecht 


Años después de haber sobrevivido a una educación académica oficial más centrada en fundamentos ideológico-voluntaristas y filosóficos-literarios, que científicos empiristas contrastados por la evidencia, leo con placer a Violaine Guéritault: “La psicología moderna comprendió por fin que el psiquismo no era un parque de diversiones en el cual uno puede permitirse enunciar seudoverdades sin tener pruebas tangibles de lo que se postula”.

Con frecuencia, en mis años de estudiante universitario, me impresionaba observar a personas inteligentes adherirse con facilidad a todo tipo de creencias, sin que medie evidencia o pedido de alguna razón para creer en ellas. Es propio de lo humano insistir en un comportamiento a partir de una credo y nunca plantearse si aquella pudiera ser errónea o aludir a un inexistente. 

De allí que baste con un enlace emocional empático a una causa, discurso, relato, doctrina o mito, para transformar pasión en verdad y verdad en cosmovisión excluyente. Mi desconfianza ante la fe en los relatos dogmáticos y totalizantes, sean discursos políticos, sociales, religiosos o  presuntamente “científicos”, me llevó, durante la lejana etapa de formación como psicólogo clínico orientado a la práctica de las psicoterapias, a recorrer casi todos los modelos en boga por aquellas épocas: el psicoanalítico, el sistémico, el gestáltico, el transaccional, el comprensivo-existencial y el conductual cognitivo. Intentaba lograr una integración práctica de sus técnicas según la situación y el problema. Pero el enfoque que menos popularidad tenía entre mis colegas, fue sin embargo el que más llamó mi atención: el racional-emotivo desarrollado por Albert Ellis (que en su versión original terapéutica se conocía como “Terapia Conductual Racional Emotiva”).

Los seis principios del pensamiento

El comportamiento humano, riguroso objeto de estudio de la Psicología, implica pensamientos, sentimientos y acciones. Estos tres aspectos están inextricablemente interrelacionados, de tal suerte que los cambios en uno producirán cambios en el otro. Si las personas modifican el modo en que piensan acerca de sí mismas, de las cosas y del mundo, sentirán, vivenciarán, de modo diferente y se comportarán por tanto de diferente forma. Los seis principios claves del pensamiento vistos desde la mirada racional-emotiva son:

1. El pensamiento es el determinante principal de las emociones humanas.

2. El pensamiento “disfuncional” es la causa central del malestar emocional

3. Sentimos en función de lo que pensamos, por eso para solucionar un problema emocional, hay que plantear el análisis de nuestros pensamientos.
Recuérdese el “cogito cartesiano”, núcleo del racionalismo idealista: “pienso, luego existo”.
En este caso la verdad de la proposición resulta de una clara lógica formal, empero, así mismo, solemos creer que las cosas percibidas como claras y distintas son necesariamente verdaderas.

4. Factores multideterminados, y determinantes, genéticos y ambientales, están en el origen del pensamiento irracional y la patología psicológica.

5. Sin ignorar la influencia del pasado en la conducta disfuncional, el enfoque racional-emotivo acentúa las influencias presentes, por ser las responsables de la continuación del malestar a lo largo del tiempo, aunque aquella influencia pasada haya dejado ya de existir.

6. Aunque las creencias puedan ser cambiadas, en general el cambio no sucede frecuentemente con rapidez y facilidad. Lleva tiempo y esfuerzo.
Estos principios enfatizan la importancia del factor creencial, del sesgo valorativo que el pensamiento de a una situación percibida, del presente sobre la actividad pasada y de lo emocional como función primordial dependiente de la previa valoración interpretativa del pensamiento. Por ejemplo un pensamiento “irracional” o “disfuncional” suele generar emociones poco confortables, desmesuradas y negativas.

El trabajo de la psicología y los prejuicios sociales

La Psicología tiene una importante labor explicativa que realizar en los ámbitos productivos formales (empresas, comunidades de trabajo, organizaciones políticas en general, etc.): se trata de investigar, determinar y clasificar los factores individuales que inciden en -y al mismo tiempo son afectados dialécticamente por- el entorno cultural socio-productivo.
Estos factores  personales (que generalizamos bajo el concepto de “factor humano”) obedecen a las diferencias de personalidades y actitudes ante situaciones similares de aquel entorno. La personalidad singular de un sujeto concreto, -por ejemplo- resulta una variable clave a la hora de gestionar competencias y mejorar desempeños y, sin embargo, curiosamente no suele ser tenida en cuenta.

En una empresa se gestiona para un trabajador “estándar”, cual si fuese un “commodity”, es decir para el personaje laboral vacío de la  persona que lo sostiene.
Pero, por otra parte y complementariamente, la Psicología en el ámbito del trabajo en general (tributaria de la Psicología Social e Institucional-Organizacional), se ha interesado por el condicionamiento sociogrupal del sujeto productor instituido en la empresa. Ahora bien, ¿hasta dónde la situación de mi entorno de trabajo cotidiano determina mi conducta y modifica transitoriamente mis actitudes y valores?

Y aquí llegamos al tema que nos conduce directamente al modelo de Ellis: la cultura organizacional instituida en una empresa -“mutatis mutandis” en las costumbres de una comunidad nacional-  incide imperceptible e insiste en creencias, que a modo de paradigma, modela el sentir y el hacer de las personas implicadas: “Aquí las cosas siempre se hicieron así y no van a cambiar”; “Si a la gente no se la vigila no trabajan”; “Es lo que hay…yo argentino”, etc. son lugares comunes que instalan climas cotidianos más o menos irracionales sostenidos sobre mitos, prejuicios, ideologías y representaciones interesadas que alimentan creencias hasta naturalizarlas: no pensamos lo que vemos, vemos lo que pensamos. 
Tengo para mí que la actitud socrática de cuestionar lo presuntamente “verdadero”, nos ayuda a desarmar críticamente las emociones negativas y pesimistas del tan nuestro “esto no va andar”. Solo así un equipo de trabajo, como una comunidad, aprenderá a insistir racional y positivamente, logrando los objetivos del cambio necesario.

(*) Publicado en La Capital de Mar del Plata, 29/2/2016



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