El enfoque racional-emotivo y
los prejuicios sociales
Creo, luego insisto (*)
por Alberto Farías Gramegna
“Las creencias irracionales se
cambian mediante un esfuerzo activo y persistente para reconocerlas, retarlas y
modificarlas, lo cual constituye la tarea de la terapia racional emotiva”-
Albert Ellis
“No aceptes
lo habitual como cosa natural, porque en tiempo de desorden, de confusión
organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar”
- Berthold
Brecht
Años después
de haber sobrevivido a una educación académica oficial más centrada en
fundamentos ideológico-voluntaristas y filosóficos-literarios, que científicos
empiristas contrastados por la evidencia, leo con placer a Violaine Guéritault:
“La psicología moderna comprendió por fin que el psiquismo no era un parque de
diversiones en el cual uno puede permitirse enunciar seudoverdades sin tener
pruebas tangibles de lo que se postula”.
Con
frecuencia, en mis años de estudiante universitario, me impresionaba observar a
personas inteligentes adherirse con facilidad a todo tipo de creencias, sin que
medie evidencia o pedido de alguna razón para creer en ellas. Es propio de lo
humano insistir en un comportamiento a partir de una credo y nunca plantearse
si aquella pudiera ser errónea o aludir a un inexistente.
De allí que baste con
un enlace emocional empático a una causa, discurso, relato, doctrina o mito,
para transformar pasión en verdad y verdad en cosmovisión excluyente. Mi desconfianza
ante la fe en los relatos dogmáticos y totalizantes, sean discursos políticos,
sociales, religiosos o presuntamente “científicos”,
me llevó, durante la lejana etapa de formación como psicólogo clínico orientado
a la práctica de las psicoterapias, a recorrer casi todos los modelos en boga
por aquellas épocas: el psicoanalítico, el sistémico, el gestáltico, el
transaccional, el comprensivo-existencial y el conductual cognitivo. Intentaba lograr
una integración práctica de sus técnicas según la situación y el problema. Pero
el enfoque que menos popularidad tenía entre mis colegas, fue sin embargo el
que más llamó mi atención: el racional-emotivo desarrollado por Albert Ellis (que
en su versión original terapéutica se conocía como “Terapia Conductual Racional
Emotiva”).
Los seis principios del
pensamiento
El
comportamiento humano, riguroso objeto de estudio de la Psicología, implica pensamientos,
sentimientos y acciones. Estos tres aspectos están inextricablemente
interrelacionados, de tal suerte que los cambios en uno producirán cambios en
el otro. Si las personas modifican el modo en que piensan acerca de sí mismas,
de las cosas y del mundo, sentirán, vivenciarán, de modo diferente y se
comportarán por tanto de diferente forma. Los seis principios claves del
pensamiento vistos desde la mirada racional-emotiva son:
1. El pensamiento
es el determinante principal de las emociones humanas.
2. El
pensamiento “disfuncional” es la causa central del malestar emocional.
3. Sentimos
en función de lo que pensamos, por eso para solucionar un problema emocional,
hay que plantear el análisis de nuestros pensamientos.
Recuérdese
el “cogito cartesiano”, núcleo del racionalismo idealista: “pienso, luego
existo”.
En este
caso la verdad de la proposición resulta de una clara lógica formal, empero,
así mismo, solemos creer que las
cosas percibidas como claras y distintas son necesariamente verdaderas.
4. Factores multideterminados, y determinantes, genéticos y ambientales, están en el origen del pensamiento irracional y la patología psicológica.
5. Sin
ignorar la influencia del pasado en la conducta disfuncional, el enfoque
racional-emotivo acentúa las influencias presentes, por ser las responsables de
la continuación del malestar a lo largo del tiempo, aunque aquella influencia
pasada haya dejado ya de existir.
6. Aunque
las creencias puedan ser cambiadas, en general el cambio no sucede
frecuentemente con rapidez y facilidad. Lleva
tiempo y esfuerzo.
Estos
principios enfatizan la importancia del factor creencial, del sesgo valorativo
que el pensamiento de a una situación percibida, del presente sobre la
actividad pasada y de lo emocional como función primordial dependiente de la
previa valoración interpretativa del pensamiento. Por ejemplo un pensamiento
“irracional” o “disfuncional” suele generar emociones poco confortables, desmesuradas
y negativas.
El trabajo de la psicología y los
prejuicios sociales
La
Psicología tiene una importante labor explicativa que realizar en los ámbitos
productivos formales (empresas, comunidades de trabajo, organizaciones políticas
en general, etc.): se trata de investigar, determinar y clasificar los factores
individuales que inciden en -y al mismo tiempo son afectados dialécticamente por-
el entorno cultural socio-productivo.
Estos
factores personales (que generalizamos
bajo el concepto de “factor humano”) obedecen a las diferencias de
personalidades y actitudes ante situaciones similares de aquel entorno. La
personalidad singular de un sujeto concreto, -por ejemplo- resulta una variable
clave a la hora de gestionar competencias y mejorar desempeños y, sin embargo,
curiosamente no suele ser tenida en cuenta.
En una
empresa se gestiona para un trabajador “estándar”, cual si fuese un
“commodity”, es decir para el personaje laboral vacío de la persona que lo sostiene.
Pero, por
otra parte y complementariamente, la Psicología en el ámbito del trabajo en
general (tributaria de la Psicología Social e Institucional-Organizacional), se
ha interesado por el condicionamiento sociogrupal del sujeto productor instituido
en la empresa. Ahora bien, ¿hasta dónde la situación de mi entorno de trabajo cotidiano
determina mi conducta y modifica transitoriamente mis actitudes y valores?
Y aquí
llegamos al tema que nos conduce directamente al modelo de Ellis: la cultura
organizacional instituida en una empresa -“mutatis mutandis” en las costumbres
de una comunidad nacional- incide imperceptible
e insiste en creencias, que a modo de paradigma, modela el sentir y el hacer de
las personas implicadas: “Aquí las cosas siempre se hicieron así y no van a
cambiar”; “Si a la gente no se la vigila no trabajan”; “Es lo que hay…yo
argentino”, etc. son lugares comunes que instalan climas cotidianos más o menos
irracionales sostenidos sobre mitos, prejuicios, ideologías y representaciones
interesadas que alimentan creencias hasta naturalizarlas: no pensamos lo que
vemos, vemos lo que pensamos.
Tengo para mí que la actitud socrática de
cuestionar lo presuntamente “verdadero”, nos ayuda a desarmar críticamente las
emociones negativas y pesimistas del tan nuestro “esto no va andar”. Solo así
un equipo de trabajo, como una comunidad, aprenderá a insistir racional y
positivamente, logrando los objetivos del cambio necesario.
(*) Publicado en La Capital de Mar del Plata, 29/2/2016
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