Pub. La Capital 15/12/15
La República
ganada
Por Alberto Farías Gramegna
“La tarea del héroe y del
político es la misma que la del artista: la instalación de un orden ideal que
niega y modifica el real”- José Ortega y Gasset
"Sigan ideas, no a hombres” - Raul
Alfonsín
Desde los lejanos
tiempos de la organización nacional la República se ha perdido en varias
ocasiones, unas por golpes de Estado y otras por socavamiento interno o
distorsión populista de sus bases institucionales. Y las recuperaciones de
aquellos ultrajes nunca fueron completas. Pero ¿qué es una “república” moderna?,
¿qué relación hay entre república y democracia”?, ¿por qué reaparece hoy el “republicanismo”
como un valor esencial a recuperar?
Estas preguntas
elementales parecieran vinculadas solo a
un formalismo jurídico-institucional y sin embargo expresan temas centrales que
impactan en la calidad de la vida cotidiana del hombre de la calle. Aluden a la
diferencia entre “pueblo” y “ciudadano”, el uno como noción abstracta donde el
sujeto desaparece indiferenciado, disuelto en masa; el otro como concepto
concreto de la individualidad consciente del individuo, sujeto de derechos y
deberes.
El “pueblo”
puede incluirse en un régimen electivo democrático (demos: pueblo; kratos:
poder) y suele ser objeto (nunca sujeto) de la demagogia de los populismos
variopintos.
El
“ciudadano”, en cambio, siempre es sujeto a y de derecho, con arreglo al
sistema republicano de gobierno, cualquiera sea las variantes constitucionales
específicas que regulen las características de los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial. La “república” (res: cosa o asunto; publico, populus) tal
como la pensó Montesquieu en “El espíritu de la leyes” implica la división de poderes
relativamente independientes que se controlan y regulan entre sí.
La
Constitución que nos rige con espíritu de origen “liberal”, bella y potente
palabra injusta e torpemente bastardeada por ignorancia o maledicencia, -en
todo compatible con la idea de progreso, tan cara al “progresismo” real- en su
artículo primero afirma que “La Nación Argentina
adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y
federal…”. Esto es que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus
representantes elegidos por el voto universal, secreto y obligatorio.
Más modernamente
se han incluido instrumentos de consulta como “el plebiscito” y el
“referendum”. La alusion a lo republicano define, reitero, la existencia de
tres poderes, de los cuales solo dos son electivos. El judicial, por razones de
obvia necesidad de independencia respecto de la opinion política del electorado,
no podría serlo. Y finalmente organización federal implica autonomía política
local, al tiempo que participación de los recursos de la renta nacional. Todo
esto constituye el nodo institucional de una sociedad que los regímenes
populistas surgidos del voto popular no respetan, destruyendolo lentamente de
manera discrecional y perversa.
Dura lex, sed lex
“Dentro de
la Ley todo, fuera de la Ley nada”. Impecable propuesta que pocos se atreverían
a criticar. Aserto políticamente correcto, que sin embargo ha sido una y otra
vez desestimado por la dirigencia populista que nos ha tocado padecer e ignorado o poco
valorado por gran parte de nuestra
sociedad, poco instruida cívicamente y en mucho encandilada con los liderazgos
mesiánicos corporativos desde los inicios de la década del 30 del siglo pasado,
que le prometían “pan y circo” y finamente solo circo y poco pan.
La frase fue
instalado en el folklore político vernáculo -paradójicamente como parte del
primigenio relato populista- por el controvertido Juan Perón, pero su origen se
halla oculto y lejano, allá en la Italia dictatorial fascista y deriva
metamorfoseada, casi irreconocible, de otra propositiva en apariencia diferente: “Todo para el Estado,
todo por el Estado, nada fuera del Estado”, vociferaba Benito Mussolini. Pero
cuando la Ley sucumbe a los caprichos e intereses personales y el Estado se confunde
con el gobernante, ambas frases se acercan en su significación última:
demagogia autoritaria y paternalismo político. “L'État, c'est moi”, habría
dicho Luis XIV. Lo cierto es que para el “Rey Sol” la Ley, el Estado y su
persona, se confundían con frecuencia.
Poder y corrupción
La Historia -nos dice
Vico- tiene casi siempre un “corsi e ricorsi”, y esa recurrencia enseña que cuando
el arco de la Ley y la cancha de la Constitución se mueven según soplen los
vientos a favor o en contra de la conveniencia del poder de turno y sus
acólitos circunstanciales, nada bueno depara para la salud de la una república
democrática.
El Estado de Derecho se
debilita siempre que el Poder intenta
reemplazar la interacción reguladora y limitante de los poderes
institucionales. Sin reglas no hay deporte y sin deporte no hay partido. Sin
Ley no hay República y sin República no hay Democracia genuina. Existe una
dialéctica de proporción inversa entre la delegación del poder y la
instauración de la ley en el marco de una sociedad de derecho: cuanto más Poder
Unilateral, menos vigencia de los “poderes” institucionales que provee y prevé
la Constitución (lo común consensuado: co-instituir). Tal como nos recuerda
Lord Acton, el poder absoluto corrompe absolutamente.
Al revés, cuanto más Ley
(con mayúscula) menos “seudo-leyes”
amañadas al uso del Poder de turno y los intereses particulares. En este
sentido la sociología maneja un concepto muy interesante para comprender la
naturaleza del enroque entre poder, institucionalidad, legalidad e intereses
personales, el de “discrecionalidad”: esto
es la
potestad gubernativa en las funciones de su competencia que no están regladas.
Es decir, hay una franja gris de posibilidades que dependen de mi moral y mi
honestidad para acomodar o no las cosas, de tal suerte que en el primer caso, sin
aparecer transgrediendo sin embargo transgredo con intencionalidad no
confesada.
Es común que los hombres
-más allá de sus convicciones y buenas ideas- terminen siendo prisioneros y
esclavos de sus impulsos básicos, creencias y deseos narcisistas. De ahí la
importancia de la conciencia ciudadana, que al iluminar estas debilidades,
permite participar, discutir, coincidir, disentir, sumar, pero todo dentro de
la Ley. Por eso, ahora la República.
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