miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los miedos y los cambios...

Los miedos y los cambios (*)
Por Alberto Farías

“Solo los grupos capaces de discutir sin miedos sus problemas, teniendo claro la importancia primordial de los resultados de su función, superan las crisis del cambio y crecen enriqueciendo a cada uno de  sus miembros”- Alberto Relmú

                                                                      

Así en la empresa como en la sociedad civil, el cambio desde un liderazgo de estilo “paternalista-emocional” y centralizado (en RRHH: tutorial-participativo), a uno “democrático-racional” y descentralizado (en RRHH: racional-protagónico), que sostiene que hay más de una manera de hacer bien las cosas, resulta complejo y difícil. Toda propuesta externa de cambio produce intrigas, miedos, resistencias y nostalgias en unos, pero también deseos positivos mezclados con dudas y ambigüedad junto a entusiasmo en otros.
Ante cualquier iniciativa de un nuevo gerente o jefe político, surgirán en algunos grupos reacciones diversas con arreglo a los diferentes intereses concretos, compromisos emocionales e identitarios de los sujetos, personalidades diferentes (exceptuando los grupos sectarios de fanáticos de identidad fusionada neutraliza el estilo personal) y que antes estaban latentes por efecto de un estilo de liderazgo que “garantizaba”  la ilusión de seguridad y pertenencia a una identidad grupal homogénea. Pasado el momento de ansiedad, suele aparecer primero la polémica confrontativa y más tarde un “amesetamiento”, al valorar aspectos funcionales de la novedad. Pocos permanecerán hipercríticos más por rigidez de identidad que por racionalidad.


Cada cual atiende su juego

Si la propuesta de cambio de la cultura institucional deviene además naturalmente de un desgaste o desprestigio de la modalidad anterior, encontrará menor resistencia actitudinal. Pueden recortarse sintéticamente tres modalidades básicas que se corresponden con otros tantos estilos y roles claves que motorizan o entorpecen la dinámica de las organizaciones: a) el innovador-realista b) el conservador- dependiente y c) el indiferente-distante.
a) El innovador aceptará finalmente que la situación ya no es la misma e intentará tomar lo mejor de las tradiciones grupales buscando nuevas rutinas o cambiando formatos y  costumbres que eran funcionales cuando  estaban contenidas por el liderazgo carismático, pero en la nueva situación podrían resultar ineficaces o imposibles de sostener. Se da cuenta que si aplica el mismo estilo de siempre, la funcionalidad grupal se deteriora porque no hay ya figura omnipotente que inspire confianza ciega depositada masivamente en forma vertical. Intentará entonces introducir cambios protagonísticos de perfil horizontal, racionalizando y reglamentando con  consenso posible lo que antes era  intuición y decisión unipersonal. Tenderá pues a privilegiar el equipo. Propondrá cambios de estilos, ahora vistos como disfuncionales y tal vez algunos criterios o normas que no siempre fueron totalmente compartidos por unanimidad en la anterior etapa.
b) El conservador depende de la fijación a la historia pasada para mantener su equilibrio emocional. Nostálgico de paternalismo, no aceptara modificaciones de ningún tipo. Lamentará una y otra vez el cambio, sin que en  realidad pueda  entender su naturaleza. Criticará cada propuesta del innovador, denostará su solvencia y en nombre del pasado congelará el presente. En la lógica del conservador la mayor desgracia sin solución es el advenimiento de este tiempo diferente al que no puede adaptarse porque nunca aprendió a pensar por sí mismo. Todo lo que hacía era lo que otro había autorizado y el confiaba en ese otro de tal manera que le era cómodo actuar, obedecer y negarse el derecho a pensar otro camino posible. Ahora está paralizado frente a costumbres que pudieran desembocar en formas distintas de hacer las cosas pero quizá igual o más eficaces que antes. El conservador resistirá en nombre de la nostalgia. Su actitud se irá tornando conflictiva, hostil y sobre todo lo asaltará el miedo. Es un rol, al igual que los otros, sostenido en una personalidad facilitadora: es rígido y prejuicioso, sobre todo prejuicioso porque ya ha decidido de antemano que no puede haber nada mejor después de la pérdida. Por eso decretó que la vida debe cesar y transformarse en una fotografía a la que hay que contemplar abatido para siempre. Es en el fondo y paradojalmente la gran negación del espíritu emprendedor y dinámico que el líder encarnaba; su negativo.

Adviértase que no estamos analizando tipos psicológicos de personalidades, ni ideologías político-filosóficas y por consiguiente no abrimos juicio sobre éstas, sino señalando roles (lugares con forma determinada que ocuparán diferentes integrantes sin que estos se lo propongan intencionalmente y sin conocer los efectos paralelos o secundarios de tal proceder.
c) Finalmente tenemos al indiferente: nunca tuvo un gran compromiso con el grupo. Su  inclusión era más bien pragmática y voluntarista. Nunca se  impresionó demasiado por el papel del liderazgo: en el fondo es un personaje escéptico, pero independiente. Su personalidad  aparece  frecuentemente relacionada a un fondo "fóbico"  (miedos imprecisos que llevan al aislamiento social), es  individualista y su permanencia en el   grupo estuvo siempre  enmarcada en una necesidad práctica, utilitaria o fortuita. No se  mueve por ideales. Es un integrante aparente que cumplía  por interés. Antes y ahora solo funciona en base a ciertas normas burocráticas, es decir cumple formalismos funcionales para  evitar conflictos. Es una figura cercana al oportunista en el sentido que vive las oportunidades desprovistas de ideales: le sirven o no le sirven.
Antes actuaba las disposiciones del líder, ahora está atento a la posible nueva autoridad o a la disposición de la mayoría del grupo. No sufre los cambios en tanto no pierda comodidad o privilegios. El indiferente le teme al compromiso afectivo porque su mundo termina en sí mismo, al menos en el ámbito grupal que integra.
Finalmente, los objetivos de excelencia, progreso y crecimiento se perjudican cuando una organización humana ante una crisis -y el cambio lo es- se estanca en un "dilema", es decir, cuando sus integrantes quedan pegados a antinomias insolubles vividas como “enemigas”. La vida en los grupos, sean pequeños o grandes colectivos sociales, es compleja y siempre amenazada en su fútil intento por evitar, paradójicamente, lo que los mantiene vivos: los cambios.


(*) Publicado en La Capital de mar del Plata el 2/12/15

                                            
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