Por Alberto Farías
“Solo los grupos capaces
de discutir sin miedos sus problemas, teniendo claro la importancia primordial
de los resultados de su función, superan las crisis del cambio y crecen
enriqueciendo a cada uno de sus
miembros”- Alberto Relmú
Así en la empresa como en la sociedad civil, el cambio desde un liderazgo
de estilo “paternalista-emocional” y centralizado (en RRHH: tutorial-participativo),
a uno “democrático-racional” y descentralizado (en RRHH: racional-protagónico),
que sostiene que hay más de una manera de hacer bien las cosas, resulta
complejo y difícil. Toda propuesta externa de cambio produce intrigas, miedos,
resistencias y nostalgias en unos, pero también deseos positivos mezclados con
dudas y ambigüedad junto a entusiasmo en otros.
Ante cualquier iniciativa de un nuevo gerente o jefe político, surgirán en
algunos grupos reacciones diversas con arreglo a los diferentes intereses
concretos, compromisos emocionales e identitarios de los sujetos,
personalidades diferentes (exceptuando los grupos sectarios de fanáticos de
identidad fusionada neutraliza el estilo personal) y que antes estaban latentes
por efecto de un estilo de liderazgo que “garantizaba” la ilusión de seguridad y pertenencia a una
identidad grupal homogénea. Pasado el momento de ansiedad, suele aparecer primero
la polémica confrontativa y más tarde un “amesetamiento”, al valorar aspectos
funcionales de la novedad. Pocos permanecerán hipercríticos más por rigidez de
identidad que por racionalidad.
Cada cual
atiende su juego
Si la propuesta de cambio de la cultura institucional deviene además
naturalmente de un desgaste o desprestigio de la modalidad anterior, encontrará
menor resistencia actitudinal. Pueden recortarse sintéticamente tres modalidades
básicas que se corresponden con otros tantos estilos y roles claves que
motorizan o entorpecen la dinámica de las organizaciones: a) el
innovador-realista b) el conservador- dependiente y c) el indiferente-distante.
a) El innovador aceptará finalmente que la situación ya no es la
misma e intentará tomar lo mejor de las tradiciones grupales buscando nuevas
rutinas o cambiando formatos y
costumbres que eran funcionales cuando
estaban contenidas por el liderazgo carismático, pero en la nueva
situación podrían resultar ineficaces o imposibles de sostener. Se da cuenta
que si aplica el mismo estilo de siempre, la funcionalidad grupal se deteriora
porque no hay ya figura omnipotente que inspire confianza ciega depositada masivamente
en forma vertical. Intentará entonces introducir cambios protagonísticos de
perfil horizontal, racionalizando y reglamentando con consenso posible lo que antes era intuición y decisión unipersonal. Tenderá pues
a privilegiar el equipo. Propondrá cambios de estilos, ahora vistos como
disfuncionales y tal vez algunos criterios o normas que no siempre fueron
totalmente compartidos por unanimidad en la anterior etapa.
b) El conservador depende de la fijación a la historia pasada para
mantener su equilibrio emocional. Nostálgico de paternalismo, no aceptara
modificaciones de ningún tipo. Lamentará una y otra vez el cambio, sin que
en realidad pueda entender su naturaleza. Criticará cada
propuesta del innovador, denostará su solvencia y en nombre del pasado
congelará el presente. En la lógica del conservador la mayor desgracia sin
solución es el advenimiento de este tiempo diferente al que no puede adaptarse
porque nunca aprendió a pensar por sí mismo. Todo lo que hacía era lo que otro
había autorizado y el confiaba en ese otro de tal manera que le era cómodo actuar,
obedecer y negarse el derecho a pensar otro camino posible. Ahora está paralizado
frente a costumbres que pudieran desembocar en formas distintas de hacer las
cosas pero quizá igual o más eficaces que antes. El conservador resistirá en
nombre de la nostalgia. Su actitud se irá tornando conflictiva, hostil y sobre
todo lo asaltará el miedo. Es un rol, al igual que los otros, sostenido en una
personalidad facilitadora: es rígido y prejuicioso, sobre todo prejuicioso
porque ya ha decidido de antemano que no puede haber nada mejor después de la
pérdida. Por eso decretó que la vida debe cesar y transformarse en una
fotografía a la que hay que contemplar abatido para siempre. Es en el fondo y
paradojalmente la gran negación del espíritu emprendedor y dinámico que el
líder encarnaba; su negativo.
Adviértase
que no estamos analizando tipos psicológicos de personalidades, ni ideologías
político-filosóficas y por consiguiente no abrimos juicio sobre éstas, sino
señalando roles (lugares con forma determinada que ocuparán diferentes
integrantes sin que estos se lo propongan intencionalmente y sin conocer los
efectos paralelos o secundarios de tal proceder.
c) Finalmente tenemos al indiferente: nunca tuvo un gran
compromiso con el grupo. Su inclusión
era más bien pragmática y voluntarista. Nunca se impresionó demasiado por el papel del liderazgo:
en el fondo es un personaje escéptico, pero independiente. Su personalidad aparece
frecuentemente relacionada a un fondo "fóbico" (miedos imprecisos que llevan al aislamiento
social), es individualista y su
permanencia en el grupo estuvo
siempre enmarcada en una necesidad
práctica, utilitaria o fortuita. No se
mueve por ideales. Es un integrante aparente que cumplía por interés. Antes y ahora solo funciona en
base a ciertas normas burocráticas, es decir cumple formalismos funcionales
para evitar conflictos. Es una figura
cercana al oportunista en el sentido que vive las oportunidades desprovistas de
ideales: le sirven o no le sirven.
Antes actuaba las disposiciones del líder, ahora está atento a la posible
nueva autoridad o a la disposición de la mayoría del grupo. No sufre los
cambios en tanto no pierda comodidad o privilegios. El indiferente le teme al
compromiso afectivo porque su mundo termina en sí mismo, al menos en el ámbito
grupal que integra.
Finalmente, los objetivos de excelencia, progreso y crecimiento se
perjudican cuando una organización humana ante una crisis -y el cambio lo es- se
estanca en un "dilema", es decir, cuando sus integrantes quedan
pegados a antinomias insolubles vividas como “enemigas”. La vida en los grupos,
sean pequeños o grandes colectivos sociales, es compleja y siempre amenazada en
su fútil intento por evitar, paradójicamente, lo que los mantiene vivos: los
cambios.
(*) Publicado en La Capital de mar del Plata el 2/12/15
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