martes, 29 de diciembre de 2015

Balance

Balance
(antes que den las 12)
Por Alberto Farías Gramegna

“Éramos tan jóvenes que no sabíamos que existía el tiempo” - Alberto Relmú


Los hombres tienen la costumbre de medir y establecer inicios y finales. Es una forma de controlar el azar. Por eso han inventado el calendario y con él la ilusión de controlar el tiempo, ese extraño e implacable proceso del devenir deteriorante de la materia, que Eistein hizo relativo con arreglo al movimiento. Tiempo responsable de la mutación en la apariencia de los seres y las cosas, en la tozuda lucha por mantener lo esencial, que -según el pequeño príncipe de Antoine de Saint Exupéry- es invisible a los ojos. Así, muchos hombres, aún con diferente aspecto exterior y otros creencias, conservan la identidad de valores con los que miran el mundo. Otros, en cambio, como el río de Heráclito, cambian las aguas profundas en las que abrevan, aunque parezcan seguir siendo los mismos ante la mirada frugal del circunstante. Y si de esencias hablamos, los ciclos y los ritos de pasaje son otras curiosas obsesiones humanas sobre las que nuevamente el poeta-piloto  con su “Petit Prince”,  a través del sabio zorro, nos ha llamado la atención: los rituales.  
“- Hubiese sido mejor regresar a la misma hora  -dijo el zorro-  Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno que haya ritos…
- ¿Qué es un rito? - dijo el principito.
- Es algo también demasiado olvidado  -respondió el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito: el jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces el jueves ¡es un día maravilloso! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.”

Tiempo de balance

Dicen que “se termina el año” y que  -va de suyo-  empieza el siguiente. Una ilusión cultural con mucho de naturaleza. Sin dudas un ritual social y psicológicamente necesario vinculado desde la noche de los tiempos de la Humanidad con los ciclos astronómicos de los movimientos circadianos aparente del sol y la luna y con la traslación orbital de la Tierra, que da lugar a las recurrencias estacionales y con ellas los climas planetarios que se alternan en cada hemisferio. La vida misma del hombre dependió históricamente de esos ciclos. Y los ciclos sociales incluyen objetivos de logro que se verifican por metas a alcanzar: cumplir una cosecha, terminar un estudio, escribir un libro, dejar de fumar, cambiar un hábito, iniciar un camino para cumplir un sueño. Mis hijos saben de una frase rectora que siempre me ha dado resultado, y ya es una suerte de lema de familia: “Los sueños se construyen con las manos y se estrenan con la acción”. La complemento con esta otra en latín “Carpe diem” (puede traducirse como “aprovecha el día”) que tomé prestada de aquel film delicioso maravilloso “Los poetas muertos”, protagonizado por el recordado Robin Williams encarnando a un profesor rebelde en una escuela conservadora. Por eso al finalizar un ciclo es menester hacer un balance que nos muestre qué metas logramos alcanzar y cuáles no. También saber un poco más acerca de si vamos en dirección de los objetivos planteados o por acción u omisión nos hemos desviado. El balance arroja un resultado del haber y el debe de nuestra cuenta de vida y por eso también nos da información de cuánto gastamos a cuenta de lo que no puede reponerse porque es el elemento más escaso de nuestra existencia: el tiempo. Por suerte -sería agobiante para nuestra psicología finita- no somos eternos…ni parece que el Universo lo es: tuvo un inicio y tendrá presuntamente un fin, aunque nuestra pobre lógica temporal no pueda imaginar  el “después” que se nos aparece como un “sinsentido”, el absurdo de la nada si no se la puede comparar con el todo. Y nuestro todo no es otra cosa que el proyecto de vida: lo que ya hicimos y lo que nos queda por hacer en un siempre renovado “mañana empiezo”. Porque vivir es siempre volver a empezar. Somos temporales, finitos en existencia pero eternos en conciencia trascendente y eso es lo que diferencia al perfectible mono humano de los otros seres vivos, y eso mismo nos permitió construir una realidad cultural paralela a la realidad “natural”, mal que le pese a los fundamentalistas biologicistas.

Columnas del recuerdo

El 8 de febrero de 2004, publiqué en este espacio un artículo sobre recursos humanos y escenarios comerciales: “El cliente siempre tiene razón, pero podemos convencerlo”. Decía que “ser competente como agente es tener competencia en el rubro en el que se está. Competir es participar con la meta de ganar”. Desde aquella primera colaboración a la que fui invitado, hasta hoy fueron más de 200 columnas que abarcaron el análisis de temas laborales, reflexiones sobre costumbres sociales, psicología política y estilos institucionales. 
El balance de esa producción de casi 12 años me dice que he sido coherente -aunque no siempre estuve satisfecho - con mi empeño ético en combinar información académica veraz con un enfoque didáctico y un implícito mensaje crítico-moral ante comportamientos amañados, relatos falaces o actitudes populistas  improcedentes con la institucionalidad republicana, que desde el poder se ofrecían a la opinión pública y de las que me separa un abismo conceptual y no solo preceptos ideológicos opinables. La escritura  continuará infatigable dando lugar en este nuevo año a nuevas zagas en busca de nuevas metas. Y claro está, serán evaluadas en sus logros o fracasos con un nuevo balance, el año que viene antes que den las 12.






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