(antes que den las 12)
Por Alberto Farías Gramegna
“Éramos tan jóvenes que no sabíamos que existía el tiempo” - Alberto Relmú
Los hombres
tienen la costumbre de medir y establecer inicios y finales. Es una forma de
controlar el azar. Por eso han inventado el calendario y con él la ilusión de
controlar el tiempo, ese extraño e implacable proceso del devenir deteriorante
de la materia, que Eistein hizo relativo con arreglo al movimiento. Tiempo
responsable de la mutación en la apariencia de los seres y las cosas, en la
tozuda lucha por mantener lo esencial, que -según el pequeño príncipe de Antoine
de Saint Exupéry- es invisible a los ojos. Así, muchos hombres, aún con
diferente aspecto exterior y otros creencias, conservan la identidad de valores
con los que miran el mundo. Otros, en cambio, como el río de Heráclito, cambian
las aguas profundas en las que abrevan, aunque parezcan seguir siendo los
mismos ante la mirada frugal del circunstante. Y si de esencias hablamos, los
ciclos y los ritos de pasaje son otras curiosas obsesiones humanas sobre las
que nuevamente el poeta-piloto con su
“Petit Prince”, a través del sabio
zorro, nos ha llamado la atención: los rituales.
“-
Hubiese sido mejor regresar a la misma hora
-dijo el zorro- Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz.
Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me
agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes
en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno
que haya ritos…
-
¿Qué es un rito? - dijo el principito.
-
Es algo también demasiado olvidado
-respondió el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los
otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un
rito: el jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces el jueves ¡es un
día maravilloso! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en
cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.”
Tiempo de balance
Dicen
que “se termina el año” y que -va de
suyo- empieza el siguiente. Una ilusión
cultural con mucho de naturaleza. Sin dudas un ritual social y psicológicamente
necesario vinculado desde la noche de los tiempos de la Humanidad con los
ciclos astronómicos de los movimientos circadianos aparente del sol y la luna y
con la traslación orbital de la Tierra, que da lugar a las recurrencias
estacionales y con ellas los climas planetarios que se alternan en cada
hemisferio. La vida misma del hombre dependió históricamente de esos ciclos. Y
los ciclos sociales incluyen objetivos de logro que se verifican por metas a
alcanzar: cumplir una cosecha, terminar un estudio, escribir un libro, dejar de
fumar, cambiar un hábito, iniciar un camino para cumplir un sueño. Mis hijos
saben de una frase rectora que siempre me ha dado resultado, y ya es una suerte
de lema de familia: “Los sueños se construyen con las manos y se estrenan con
la acción”. La complemento con esta otra en latín “Carpe diem” (puede
traducirse como “aprovecha el día”) que tomé prestada de aquel film delicioso
maravilloso “Los poetas muertos”, protagonizado por el recordado Robin Williams
encarnando a un profesor rebelde en una escuela conservadora. Por eso al
finalizar un ciclo es menester hacer un balance que nos muestre qué metas logramos
alcanzar y cuáles no. También saber un poco más acerca de si vamos en dirección
de los objetivos planteados o por acción u omisión nos hemos desviado. El
balance arroja un resultado del haber y el debe de nuestra cuenta de vida y por
eso también nos da información de cuánto gastamos a cuenta de lo que no puede
reponerse porque es el elemento más escaso de nuestra existencia: el tiempo.
Por suerte -sería agobiante para nuestra psicología finita- no somos eternos…ni
parece que el Universo lo es: tuvo un inicio y tendrá presuntamente un fin,
aunque nuestra pobre lógica temporal no pueda imaginar el “después” que se nos aparece como un
“sinsentido”, el absurdo de la nada si no se la puede comparar con el todo. Y
nuestro todo no es otra cosa que el proyecto de vida: lo que ya hicimos y lo
que nos queda por hacer en un siempre renovado “mañana empiezo”. Porque vivir
es siempre volver a empezar. Somos temporales, finitos en existencia pero
eternos en conciencia trascendente y eso es lo que diferencia al perfectible
mono humano de los otros seres vivos, y eso mismo nos permitió construir una
realidad cultural paralela a la realidad “natural”, mal que le pese a los
fundamentalistas biologicistas.
Columnas del recuerdo
El 8 de febrero de 2004, publiqué
en este espacio un artículo sobre recursos humanos y escenarios comerciales: “El
cliente siempre tiene razón, pero podemos convencerlo”. Decía que “ser competente como agente es tener competencia en el rubro en el
que se está. Competir es participar con la meta de ganar”. Desde aquella
primera colaboración a la que fui invitado, hasta hoy fueron más de 200
columnas que abarcaron el análisis de temas laborales, reflexiones sobre
costumbres sociales, psicología política y estilos institucionales.
El balance de esa producción de casi 12 años
me dice que he sido coherente -aunque no siempre estuve satisfecho - con mi
empeño ético en combinar información académica veraz con un enfoque didáctico y
un implícito mensaje crítico-moral ante comportamientos amañados, relatos
falaces o actitudes populistas improcedentes con la institucionalidad
republicana, que desde el poder se ofrecían a la opinión pública y de las que
me separa un abismo conceptual y no solo preceptos ideológicos opinables. La
escritura continuará infatigable dando lugar
en este nuevo año a nuevas zagas en busca de nuevas metas. Y claro está, serán
evaluadas en sus logros o fracasos con un nuevo balance, el año que viene antes
que den las 12.
…
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