Comportamiento social: entre el determinismo y la libertad
La
naturaleza del escorpión
por Alberto Farías Gramegna
“Al querer
la libertad descubrí que ella depende enteramente de la libertad de los otros”
- Jean Paul
Sartre
Cuenta una fábula atribuida a
Esopo que “había una vez una rana sentada en la orilla de un río, cuando se le
acercó un escorpión que le dijo: -Amiga rana, necesito cruzar el río. ¿Podrías
llevarme en tu espalda? -Pues claro que
no -respondió la rana- Si te llevo en mi espalda, me picarás y moriré.
-No seas tonta
-argumentó con lógica el escorpión- Si te picase, me hundiría contigo y
me ahogaría. Ante esta respuesta racional irrefutable, la rana finalmente accedió.
El escorpión se colocó sobre la espalda de la rana y empezaron a cruzar el río.
Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, el escorpión sorpresivamente en
un gesto instintivo picó a la solidaria rana. Ésta, al sentir el dolor y darse
cuenta que moriría por el veneno inoculado, le preguntó agonizante a su victimario:
-¿Pero por qué me has picado, como yo temía? ¿Tal como dijiste, no te das
cuenta que morirás ahogado cuando yo me hunda? A lo que el escorpión resignado respondió:
-Perdóname, no lo pude evitar...porque está en mi naturaleza.”
Entre Eros y Thánatos
¿Los hombres están condenados a
su “naturaleza” como el escorpión de nuestra fábula o, para mejor decir, a su
“condición” humana, como quería André Malraux? Esa condición sintetiza el
entorno socio-cultural, los mitos, las ideologías, las creencias religiosas, políticas
o sociales y la biografía que sujeta a
cada uno ora a la manía triunfalista, ora a los fatalismos, los personalismos
fanáticos o la resignación, entre otras tantas conductas individuales o
colectivas. ¿Estamos acaso condenados a la libertad de elegir sobre lo que ya antes
otros han elegido para nosotros?. Una mirada existencialista sartreana del
hombre-en-situación diría que sí, que nuestras decisiones oscilan entre el
determinismo y la libertad de cambiar. Sigmund Freud creía que tanto los
sujetos padecientes como los pueblos con una identidad inmadura, traumática y
dependiente de una instancia omnipotente y mágica (por ejemplo un Estado
paternalista) “fracasan al triunfar”, es decir, no toleran independizarse de su
tutela asfixiante, repitiendo una y otra vez sus errores, rumiando un pasado
perdido, añorando el “Superpadre” (líder seductor, idealizado como macho viril
y poderoso pero autoritario, terrible y cruel con los que no se someten a él)
que los reúne bajo la identidad filiatoria
de un “ismo” cuasi religioso, que no deja crecer ni pensar más allá de su
imagen oclusiva a la que hay que adorar. El prosélito necesita además el
complemento de una imagen materna mítica sobreprotectora, milagrera, de amor
absorbente solo para ellos y desprecio fanático para quienes están más allá de
su círculo. Todo queda en la familia endogámica, sea de sangre o política. No
hay Ley porque la ley es el líder. De allí la perversión institucional. Hasta
aquí el determinismo freudiano cuya noción estrella es la de “compulsión a la
repetición” del fracaso, una “neurosis de destino”, síntoma metapsicológico de
la parte oscura del ser: la “pulsión de muerte”, Thánatos en su tensión con
Eros. El psicólogo Wilfred Bion llamaba “supuesto básico” a las poderosas
tendencias afectivas que afectan a los grupos que buscan inconscientemente
evitar la frustración propia de todo aprendizaje y los sujetos caen en una
regresión psicológica primitiva. Al “grupo de trabajo” racional y productivo,
se oponen como obstáculos emocionales tres supuestos: a) “de dependencia” (el
grupo depende de un líder para recibir protección material y espiritual) b)
supuesto de “ataque y fuga” (se construye un enemigo externo frente al cual
debe defenderse) y c) supuesto “mesiánico o de apareamiento” (ilusiona la
existencia de una pareja o una figura mesiánica, que habrá de resolver los
miedos y ansiedades grupales).
Se hace camino al andar
Desde una perspectiva
existencialista la libertad es responsabilidad individual de elegir un camino
entre varios, frente a la creencia determinista que marca el “carácter nacional” de una
comunidad, su manera de ser y hacer de
su vida cotidiana y de pensarse a sí misma. Responsabilidad de saber que mi “acto”
tiene valor universal, es decir que no vale justificar mi conducta porque “todos
hacen lo mismo”: como muchos roban, entonces puedo robar, como muchos ensucian
si ensucio no se nota.
A esta lógica perversa Sartre la
llama “mala fe”. Mi acto individual expresa mi moral y mi potencia ética, por
tanto mi mundo de valores. En una interesante nota sobre el contenido de la
dramaturgia sartreana, aparecida recientemente en el suplemento literario de
este diario, Maximiliano Reimondi nos dice que “el hombre inclinado al
fatalismo se lamenta de que la realidad se ha vuelto insulsa o cruel, y por eso
cae en la desesperación, mientras que -según Sartre-, la verdad es la opuesta:
el hombre que cae en la apatía o en la desesperación, es precisamente aquel que
hace que una situación sea apática o desesperada”. La diferencia es esencial y
refiere al orden de la causa y el efecto. Un poco más adelante leemos que para
el pensador francés “el hombre es responsable tanto de elegir la fuente que
pueda saciar su sed de auto afirmación, como de encontrar el motivo al cual le
concederá su preferencia. Si el hombre cede a la apatía, al egoísmo y a la
desesperación, significa que prefirió su miedo ante el dolor y ante la muerte,
y con éste colmó su proyecto existencial que le estaba destinado para algo más
noble y elevado”. Es decir, soy finalmente responsable por lo que elijo y por
lo que omito. Puedo seguir fracasando ante la idea de triunfar y por tanto
hacer que triunfe mi fracaso como una manera de reafirmar mí miedo a crecer y
alejarme del mito. Entonces no es cuestión de un determinismo natural, como el
de la fábula. A diferencia del hombre, el escorpión no pudo trascender la
naturaleza que lo condenaba y con su compulsión, condenó también el futuro de
quien intentaba ayudarlo.
(c) by afc 2015
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