lunes, 14 de septiembre de 2015

La ilusión al divan


Psicología social: entre el deseo y realidad 

La ilusión al diván (*)
por Alberto Farías Gramegna


“Sé lo difícil que es evitar las ilusiones, y es muy posible que las esperanzas por mí confesadas antes sean también de naturaleza ilusoria” - Sigmund Freud

En "El porvenir de una Ilusión", (1927) Sigmund Freud hace un análisis acerca de la necesidad  humana de "creer" o "ilusionarnos", a través de las ideologías religiosas, políticas, sociales o eligiendo íconos mesiánicos de cualquier índole, y de esa manera expresar nuestros valores morales y modelos de mundo, que suponemos mejor que el de los otros para contrarrestar los miedos, y darle sentido a los sufrimientos y esperanzas de la vida cotidiana. En las primeras páginas de aquel texto el ínclito vienes nos advierte que “ilusión” y “error” no son sinónimos: “Una ilusión no es lo mismo que un error ni es necesariamente un error. Da como ejemplo de error la opinión aristotélica de que “la suciedad engendra los parásitos”. “En cambio -ilustra a renglón seguido-  fue una ilusión la de Cristóbal Colón el creer que había descubierto una nueva ruta para llegar a las Indias. La participación de su deseo en este error resulta fácilmente visible. (…) Así, pues, calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real”. Para que haya ilusión entonces ha de haber un deseo de ocurrencia. Por eso la ilusión no tiene por fuerza que ser verdadera ni falsa, realizable o contraria a la realidad posible, en todo caso diremos que nada garantiza que realmente acontecerá en el futuro. Es parte de la actividad desiderativa del pensamiento que refleja muy bien la expresión popular: “De ilusión también se vive”. Pero aquí se hace necesario establecer una nueva diferencia que en el citado trabajo aparece reiterada a manera de un “va de suyo”: la que hay entre la naturaleza de la "ilusión" y  la actitud asertiva específica que llamamos "esperanza".

Los límites de la esperanza

Hallándonos dispuestos a renunciar a buena parte de nuestros deseos infantiles, podemos soportar muy bien que algunas de nuestras esperanzas demuestren no ser sino ilusiones”. El aserto nos sorprende al conducirnos ahora a ver que la ilusión se co-instituye  integrada al pensamiento mágico  (como el de los niños)  y avanza en la dirección al cumplimiento de los deseos con el sólo hecho de pensar en ellos. La omnipotencia del pensamiento fuerza la realidad  pretendiendo que esta no interfiera con el final deseado. La ilusión ,desde luego, no es privativa de los niños: como adultos más de una vez quedamos enajenados en la fascinación a la espera de algún acontecimiento maravilloso que debería suceder porque así lo queremos. A diferencia de la ilusión, la esperanza se relaciona comprensivamente con la posibilidad estadística de que un hecho tenga una razonable  posibilidad de suceder, de acuerdo con nuestros proyectos y desde luego también con nuestros deseos ligados a la escala de valores que constituyen nuestra identidad moral e ideológica. Así, en tanto la ilusión nos mantiene pasivos, ingenuos, dependientes de “ver qué pasa”, en la inacción contemplativa, la esperanza (aún con toques de ilusión), por lo contrario, nos motiva para construir sueños realizables. Sin embargo la esperanza por sí sola no alcanza. Unicamente la acción racional, el plan de trabajo concreto sobre la materia de que se trate hace factible el logro buscado, previniendo inconvenientes y minimizando lo azaroso.

La voluntad jactanciosa

Al mismo tiempo apelar solo a la voluntad por toda estrategia de acción esperanzada, el llamado “voluntarismo”, como forma de alcanzar logros es una actitud que se sostiene en otro error ilusorio: la doctrina del siempre “querer es poder”. La voluntad es sin dudas condición necesaria para iniciar una acción orientada a un logro, pero no es suficiente porque la voluntad como motor del deseo debe crear luego las condiciones de factibilidad de ese logro. El éxito es el resultado de una construcción que se inicia en la esperanza de la efectividad de un emprendimiento, y no el precipitado causal de una ilusión machacona. Si así apareciera en el tiempo, sería más bien por orden de una casualidad contingente. Una esperanza declamada que reposa solo en la ilusión voluntarista es una seudo-esperanza y por tanto una empresa de escasa factibilidad, ya que supone la creencia en la omnipotencia de las ideas y el triunfo de la voluntad por sobre los límites materiales y las leyes que regulan los sistemas psicológicos, sociales, económicos, políticos o culturales. Al decir de Jean Cottraux: “Toda ideología triunfalista termina por toparse con la realidad, que un día pone fin a sus ilusiones”. El pensamiento promedio del “hombre de la calle” es afecto a refugiarse en la lógica de aquel viejo tema folklórico donde se alentaba al grotesco “sapo cancionero” para que siga cantando su deseo desde el charco, su universo conocido, porque suponía que “la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”. Y si de sapos hablamos, la sociedad tiene experiencia en tragarse muchos a lo largo de la historia institucional del país. Pareciera entonces que una legítima esperanza en un próspero porvenir de las menospreciadas instituciones republicanas no alcanza, sin embargo, para alejar el trance de otra frustración. Es necesario reconocer por fin que “los sueños se construyen con las manos” y solo se hacen realidad cambiando autocríticamente actitudes e ideas atávicas que se han revelado ineficaces, ora anticuadas y necias, ora oportunistas y obsecuentes, porque detrás de sus seductoras apariencias omnipotentes solo habita el vacío de una vaga ilusión nostálgica a la manera de la “compulsión a la repetición” de los neuróticos.
Así como cierto es que -al igual que algunos amores adictivos- hay ilusiones que matan, no menos verdadero -y alentador en este caso- resulta constatar que donde hay vida hay esperanza. Como dicen los psicoanalistas, por hoy dejamos acá.

(*) Publicado en La Capital de Mar del Plata, Argentina el 14/09/15


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