por
Alberto Farías Gramegna
“Que la boca mentirosa
incurre en tan torpe mengua, que solamente en su lengua es la verdad
sospechosa”
- Juan
Ruiz de Alarcón: La verdad sospechosa
“Eppur si
muove” - Galileo Galilei
Unanimidad quiere
decir “coincidencia de ánimo”, concurrencia unívoca de voluntades y
convicciones, encuentros de conveniencias y/o concordancias de creencias. Por
fin la unanimidad podría emerger de una sobredeterminación ajena o externa a
los sujetos, devenidos en objetos animados por circunstancias sin opción.
Aunque en este último caso la unanimidad pasa a ser un efecto obligado por el
sentido común: por ejemplo, si hay fuego en la sala de un cine, todos
unánimemente -salvo el suicida- querrán
salir del lugar.
Por lo dicho, una
actitud unánime puede darse en circunstancias extremas, por dogmatismo
sectario, en ocasiones especiales o por temas de tal fuerza emocional o
racional, que todos los implicados al momento coinciden. Sin embargo -y por la simple razón de la diversidad y el
pluralismo de personalidades, historias personales, creencias, intereses,
ideologías y opiniones “a la violeta”, lo normal es -si se me permite el
término- la “pluranimidad” y lo raro la “unanimidad”.
En todo caso las
ocasiones unánimes son contingentes y limitadas temporalmente. Duran lo que la
situación de la que emergen.
El pensamiento clonado
Si hay una obsesión
que define más claramente al autoritarismo y especialmente al totalitarismo, es
la constante búsqueda final de la unanimidad del discurso social: el reinado
del “pensamiento único”, moldeado por acción propagandística de la mentira sistemática
y por omisión de una parte de la realidad, a la manera de un objeto de
producción en serie. Pero se sabe que “en boca de mentiroso…”.
Por lo contrario si
hay una esencia que caracteriza a las sociedades libres, abiertas y
democráticas es la diversidad de ánimos y la multiplicidad de opiniones,
algunas semejantes, otras muy diferentes. Opinar es comunicar intuiciones sin
obligación de ser rigurosos, exponer impresiones informales y miradas
existenciales sobre el mundo. Ni siquiera en los límites y alcances del sistema
que las contiene a todas, los actores concurren con unanimidad de criterio.
Esa curiosa y
elástica característica es precisamente la que hace a los sistemas vivos, en
cambio y renovación permanente. También es la que permite el crecimiento de la
inteligencia social y la creatividad productiva sostenida en la libertad de los
actores y no en el temor a la coacción sistema. Es decir la “no-unanimidad” es
motivadora en sí misma. Pero eso no significa en absoluto una apología del
constante desencuentro como forma de convivencia. Porque la no unanimidad de
partida o presupuesta, no implica que no se coincida en determinadas reglas
básicas estratégicas que evitan caer en los dilemas paralizantes y por lo tanto
son esas normas culturales y reglas institucionales las que coadyuvan para
mudar las pluranimidades existentes en consensos tácticos que permiten
construir soluciones estratégicas de interés común.
La unanimidad sospechosa
Y bien, si
aceptamos que todo discurso unánime “total” (valga este aparente pleonasmo que
en verdad no lo es) es decir que implique la totalidad del “universo”
considerado, tiene por fuerza una vida fugaz, solo la coacción del poder
arbitrario o la mentira sistemática de la propaganda gubernamental, pueden
pretender clonar los pensamientos y alinear (y así alienando) las ideas en una
sola que las pretenda subsumir y conculcar.
Los grupos llamados
“primarios” (como la familia endogámicas o las sectas, cuyos individuos está
ligados por fuertes lazos emocionales directos y/o por identificaciones
indiscriminadas) manifiestan una tendencia “natural” a crear y alentar climas
psicológicos de pensamiento clonal, sostenidos en estados anímicos especulares
(en espejo).
Estos grupos
tienden a alienarse al ser “uno-en-el-otro”, es decir a con-fundirse en la
imagen del par. Así el imaginario (palabra que deriva de imagen) totalizante es
la búsqueda del ideal de la unanimidad.
Los ideologismos
dogmáticos, los fundamentalismos extremos -como en su triste momento de
popularidad paradigmática fueron el nazismo, el fascismo y el comunismo-
impulsan el pensamiento único oficial y castigan (a veces hasta con la muerte)
los desvíos de las ideas “equivocadas” o
“políticamente incorrectas” Similar actitud de desagrado e intolerancia frente
al pluralismo de creencias y opiniones , aunque con efectos menos dramáticos, encontramos
en los regímenes populistas, bonapartistas, cesaristas y otras ramas multicolores
del mismo árbol perverso donde florecen los relatos demagógicos y las
propuestas fantasiosas de un “hombre monologal” , autómata , bajo la mirada
cruel de un Gran Hermano que promueve el fanatismo.
En el pasado, la
Iglesia Católica medieval -y ahora mismo igualmente los desvíos autoritarios y atroces
del fundamentalismo religioso en algunos Estados confesionales- no toleraba un discurso doctrinal diferente,
al que se lo consideraba herético. Pensemos en el juicio a Galileo, que para
salvar su vida amenazada por la Santa Inquisición, lo obligó a abjurar públicamente
de su visión heliocéntrica del sistema planetario. Otra vez el imaginario omnipotente
de la unanimidad a palos, y sin embargo la Tierra, rebelde y
desafiante, siguió moviéndose en contra del pensamiento dominante de la
época. Es que la pretensión de una unánime verdad oficial -tal como decía Alarcón- siempre será sospechosa.
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