martes, 23 de junio de 2015

La necedad del dogmatismo

La necedad del dogmatismo
por Alberto Farías Gramegna
(desde Madrid)

Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad” – ironía  de John Locke

Necio (lat. nescius, de nescire, ignorar) es el que ignora e ignora que ignora, por lo que no puede escapar a su pre-juicio que se muestra absurdo y refractario a la mirada de terceros que no tienen esa limitación perceptiva. Cuando la cultura de una comunidad está atravesada por esa doble ignorancia, esa cultura esta en problemas, porque -va de suyo- nada se puede conocer de algo cuya existencia se ignora. Los necios son personas tozudas  que desconocen la causalidad y la contingencia. Su curiosa lógica procede de una mirada caprichosa y obcecada del mundo. La necedad se parece bastante al ideologismo de cerril espíritu despótico. Los necios se conjuran contra el sentido común más por omisión defensiva que por acción intencionada: frente a la necesidad de sensatez, el necio responde con el sentimiento de la fe que solo da el egotismo.

La sociedad de los necios

Las sociedades que padecen el “mal crónico de la necedad” manifiestan una constelación de síntomas recurrentes: incapacidad para el trabajo colaborativo, individualismo autodestructivo, prejuicios de lesa ignorancia, permanente antinomia y discordia  entre unos y otros, dualidad amigo-enemigo con espíritu sectario, discrecionalidad, simulación social, autoengaño, adolescente ideologización de todo, espíritu de facción corporativa, obsecuencia rayana en el servilismo mental al líder de turno, imprevisión crónica,  pensamiento mágico infantil de la espera del mesías salvador, dependencia mental de la acción del Estado, abandono de la cultura del trabajo y elogio insensato de la misma necedad, causante de aquellos males. Es que nos parecemos al lugar donde vivimos y este se dibuja con arreglo a la manera en que la gente ve el mundo.
Esas lacras actitudinales sintomáticas, crecen en el comportamiento colectivo a la sombra de una “sociedad de la pelea”, antinómica, antagónica, esencialmente ambigua en sus códigos morales y alentada por diferentes escenarios históricos y desiguales discursos ideológicos, aunque coincidentes en su formato de aplicación: el intento recurrente del control y dominio del pensamiento del otro con fines oportunistas tanto económicos como culturales.
En este aspecto, “los daños que resultan de la violencia individual -nos advierte A. Kloester- son insignificantes en relación con las orgías de destrucción resultantes de la adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que trascienden al individuo”.


Elogio de la vida

Erasmo de Roterdam desafiaba la rigidez de la oscura seriedad del catolicismo medioeval para ensalzar la “locura” de la vida  con pasión además de la mera razón, como una especie de juego donde cada cual como un actor aparece en el escenario social con su propia máscara representando el papel de personaje que en parte ha elegido. Las posturas dogmáticas sin embargo, en lugar de tomar al hombre como es: finito, carente, potente, sugestionable, místico, irracional, racional, amoroso, perverso, destructivo, solidario, contradictorio, diverso, creativo y en fin lo que realmente importa, ¡perfectible! , se pretende que negando su derecho y circunstancia “de ser tal como es” y “obligándolo” a ser diferente a sí mismo,  -enfatizando solo la condición que señalaba Malraux, pero ignorando la naturaleza humana- para clonarse a un modelo “perfecto” e irreal, producto de un  relato prototípico alucinado, se obtendrá un androide obediente en una nueva sociedad  “idealmente atroz” como al que describen magistralmente  Aldous Huxley en “Un mundo feliz” , George Orwell en “1984” o Ray Bradbury en  “Farenheit 451”. Existir en cambio es insistir en sostener al mundo percibido con la posibilidad de nombrarlo con las propias palabras, tal como quería el existencialismo sartreano, y no con las ajenas. Para Jean Paul Sartre  la existencia humana se concibe como existencia consciente. El ser del hombre se distingue del no ser de la cosa porque el ser es consciente. Entonces existir es salirse de las cosas para no ser una más y poder dejar de ser objeto hablado desde el otro del discurso del poder para ser sujeto parlante de conciencia propia. Ser “para sí” antes que “en si” adicto a la masa o la secta.

Pienso, luego soy

En el marco histórico del advenimiento de la pujante  burguesía , impulsora del renacentismo iluminista, Descartes  expresa su “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) sostenido en la racionalidad de un método que abrió el camino a la lógica de la objeción, la causalidad, la pluralidad y la racionalidad alejada del dogma del poder religioso terrenal. Racionalidad trasgresora con la que suelen entrar en conflicto las personalidades de creencias dogmáticas, que abrazan alguna seudo-ideología totalitaria que en nombre de “la causa” les refuerza su necesidad de control del pensamiento ajeno y castigo a cualquier trasgresión de la fe en el dogma maniqueo que predica la unanimidad de voluntades y el pensamiento único, lo que hoy llamaríamos “pensamiento clonado”.
De tal suerte el pensador francés proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del universo humano. Esa mirada relativista cartesiana abrió las puertas al pensamiento moderno: un elogio de la razón y la libertad de la existencia en lugar del triste elogio de la necedad.
Publicado en La Capital de Mar del Plata, el 7/5/2015

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