(de Alberdi al hombre de la calle)
(versión ampliada para el blog)
por Alberto Farias Gramegna
“Nos encontramos tantas veces en complicados cruces que nos
llevan a otros cruces, siempre a laberintos más fantásticos. De alguna manera
tenemos que escoger un camino.”- Luis Buñuel
“El Gobierno es una necesidad de civilización, porque es
instituido para dar a cada gobernado la seguridad de su vida y de su propiedad.
Esta seguridad se llama y es la libertad.”- JB
Alberdi
En su film de culto “Le fantôme de la liberté” Buñuel plantea una hermenéutica de la libertad
partiendo “del azar que todo lo gobierna;
la necesidad, que lejos está de tener la misma pureza, sólo viene más tarde”.
Es decir que la cuestión es que hacemos por acción u omisión con la libertad a
la que “estamos condenados”. El corolario nos dice que si dejamos de pensar la
cotidiana realidad de males como el mero discurrir azaroso de hechos anecdóticos
inconexos, sin causalidad -y ante los que el lugar común “es lo que hay”
expresa un resignado sometimiento psicológico-, para entender que la libertad
es la capacidad que tenemos de ordenar las prioridades de nuestras necesidades,
se descubrirá que la primera es la libertad misma para decidir aquel orden. Ante
los recurrentes laberintos cotidianos -nos dice Buñuel- “de alguna manera
tenemos que elegir un camino”, y aquí aparece una cuestión relevante: la que
alude a la manera de elegir el camino que nos aleje primero de los laberintos
mentales para encontrar luego la salida de los físicos.
Aquellos fueron los días
En 1884, año de la muerte de Juan Bautista Alberdi,
autor de “Bases
y puntos de partida para la organización política …” una Argentina entusiasta prometía ser una de las
naciones más importantes del mundo, no solo por sus recursos naturales y
humanos, sino también por su cultura, sus ideas modernistas y sus nacientes
instituciones republicanas, -aunque a la sazón imperfectas respecto a una plena democracia electiva que
llegaría años más tarde- creciendo con un impresionante progreso impulsado por
la “Generación del 80” y enriquecida por
el aporte humano de la formidable corriente inmigratoria de los “hombres libres
de buena voluntad que quisieran habitar el suelo argentino”. Ilusionada en
conciliar los mejores ideales liberales de la revolución norteamericana con los
valores filosóficos de la revolución francesa, hoy después de casi 200 años de
vida independiente e infinitos claroscuros político-sociales, el país se debate
en una histórica encrucijada dilemática de características socio-económicas, políticas
y culturales trascendentes a varias generaciones por venir: república, justicia
y progreso o demagogia, impunidad y decadencia.
Las responsabilidades estatales en seguridad, salud, asistencia social y educación pública aparecen fuertemente debilitadas, en el marco de una grave crisis de pertinencia institucional, una democracia de baja calidad, devaluada en participación ciudadana y ausencia de clara protección de los valores republicanos por parte del gobierno. La plena apreciación de estos últimos, es clave para que una democracia no se parezca a la tiranía de mayorías circunstanciales, preservando en el marco de un Estado de Derecho, la libertad de expresión, de opción y de acción del ciudadano, diferenciándose así del mero habitante de un territorio. Sin embargo es frecuente que el manido “hombre de la calle” no pondere la diferencia entre democracia “a secas” y “democracia republicana”, asimilando genéricamente la una a la otra, sin entender que solo la última garantiza la efectiva división de poderes y en este caso puntual, el sistema de administración federal que consagra la Constitución. Los populismos que fueron surgiendo durante la segunda mitad del siglo pasado, en cambio, enfatizan solo la legítima representatividad popular de origen, pero desestiman y rechazan las formas, los límites y los controles republicanos, deslizándose con frecuencia por acción u omisión a estilos autoritarios y demagógicos de gobierno que fomentan los perversos “clientelismos de necesidad” abriendo así la puerta a la discrecionalidad, la desmesura y la corrupción.
Es que hoy como ayer, por aquí como en muchos otros
lugares del mundo, podemos ver
nostálgicos de otrora nefastas simpatías de ideologías fundamentalistas fascio-cesaristas
que prometían redención mesiánica para los pueblos, siempre acompañadas de
liderazgos paternalistas con tentaciones despóticas, cuyo rezo laico pedía
creencia, obediencia, lealtad, admiración y temor, por sobre reflexión, estima,
respeto y libertad de pensamiento, valores de la sociedades abiertas
contemporáneas que la Humanidad conquistó luego de milenios de oscurantismo y
barbarie que se hunde en las tinieblas de la misma alborada del “homo sapiens”.
Los
espejos del ser y el no ser
En
una sociedad donde todo parece ser y no ser a la vez, la diferencia entre
realidad y fantasía se borra paulatinamente y los significados de los silencios
y las palabras mutan como en “Alicia en
el país de los espejos”, donde nada resulta lo que parece ser y las palabras
-como explicaba Humpty Dumpty- dicen lo que el interés de quien manda en cada
momento quiere que digan. Ante los laberintos mencionados por Buñuel, la
alternativa innoble de editar la realidad para que coincida fugazmente con
nuestras necesidades inmediatas, lleva finalmente a la angustia por la vivencia
paradojal de una inquietante irrealidad material de las cosas y los hechos, un
“como si” donde todo se revela como copia infiel con categoría de “trucho”.
Como en el cuento infantil, el traje mágico de hebras doradas no existía, era
solo ilusión de quien no quería ver que el emperador estaba desnudo. Y el
“hombre de la calle”, ora consumidor subsidiado, ora potencial ciudadano
comicial desdibujado en la vaga categoría de “pueblo”, se nos muestra sesgado
trasversalmente por un conjunto de miedos camuflados y rituales colectivos que nos
hablan de mitos persistentes, oquedades
ideológicas perimidas, mentiras conniventes toleradas, oscuros crímenes
sospechados, felonías burdamente festejadas, necedades complacientes y
últimamente escepticismo ciudadano extremo encarnado en la delicada vivencia de
no creer en nada ni a nadie, a veces ni siquiera en él mismo como potente actor
de cambio.
Yo argentino
Victimario
y víctima de su habitual actitud contemplativa, responsable por acción u
omisión, nuestro “hombre de la calle” es heredero incómodo de una inercia
mental trans-generacional resumida en el necio y atroz encanto del “yo
argentino”, aquel que subsumió la libertad en una cosmovisión determinista, simulando
siempre, naturalizando lo abyecto en una noria del algo que cambiara para que
nada cambie. Preferencia facilista por delegar su responsabilidad cívica en un pragmático
tutelaje y oportunismo moral ante los
principios que diferencian lo bueno de lo malo y lo malo de lo feo, otra forma
de decir lo justo de lo injusto. “Curiosamente, -dice Alberto
Moravia- los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno
que han votado”. Pero de eso no se
habla y de lo que no se habla se enferma. Por eso la expresiva reacción
catártica de la mayoría de la población ante la enigmática y conmovedora muerte
del fiscal Alberto Nisman, además de la inevitable repercusión sociopolítica
por defecto, tiene un componente psicológico social saludable, aunque por ahora
insuficiente, porque si bien trasciende el estupor del trauma y el miedo
subyacente, no garantiza “per se” la adecuada elaboración de un duelo, si no se
lo acompaña más temprano que tarde de la reparación por presencia de justicia
que esclarezca, consuele y reconstituya simbólicamente, otorgando un sentido permanente
a la inmediatez del sinsentido. Porque la irrupción catastrófica de la muerte
condiciona la emocionalidad de lo percibido al precipitar las palabras que
sostenían el discurso racional primigenio. El desafío de la política para los
próximos años en pos de recuperar su credibilidad ciudadana será no pretender obturar
la incertidumbre y la insatisfacción social solo con promesas electorales de
maravillosos cambios mágicos y mundos refundados, sino plantear contextos
autocríticos de elaboración de los valores perdidos para mudarlos en proyectos
colectivos vitales, realistas y de esfuerzos consensuados, que contengan el
pasado común pero sublimado en futuro de progreso y sin la neurótica queja de
un puro presente. Y para que la libertad no sea otra vez un fantasma.
(c) by afc 2015
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