sábado, 28 de febrero de 2015

CONTRA EL ELOGIO DE LA NECEDAD...

Cultura, ideología y sociedad

Contra el elogio de la necedad
(y a favor de la gaya existencia)
por Alberto Farias Gramegna


“Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro) -  Tomás de Aquino

Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad” - John Locke

“Nos parecemos al lugar donde vivimos y este se dibuja con arreglo a la manera en que la gente ve el mundo” - Xavier  C. Orozco


Los necios son personas tozudas  que desconocen la causalidad y la contingencia. Su curiosa lógica procede de una mirada caprichosa y obcecada del mundo. La necedad se parece bastante al ideologismo de cerril espíritu despótico. Como ironizaba John Locke: “Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad”. Los necios se conjuran contra el sentido común más por omisión defensiva que por acción intencionada: frente a la necesidad de sensatez, el necio responde con el sentimiento de la fe que solo da el egotismo.

La palabra “necio” deriva del latín “nescius  (“nescire” es ignorar,  negación de “scire”: saber). Nescius es el que ignora e ignora que ignora, por lo que no puede escapar a su pre-juicio que se muestra absurdo y refractario a la mirada de terceros que no tienen esa limitación perceptiva. Cuando la cultura de una comunidad está atravesada por esa doble ignorancia, esa cultura esta en problemas, porque -va de suyo- nada se puede conocer de algo cuya existencia se ignora.

Las sociedades que padecen el “mal crónico de la necedad” -nobleza obliga, como la nuestra- manifiestan una constelación de síntomas recurrentes: incapacidad para el trabajo colaborativo, individualismo autodestructivo, prejuicios de lesa ignorancia, permanente antinomia y discordia  entre unos y otros, dualidad amigo-enemigo con espíritu sectario, discrecionalidad, simulación social, autoengaño, adolescente ideologización de todo, espíritu de facción corporativa, obsecuencia rayana en el servilismo mental al líder de turno, imprevisión crónica,  pensamiento mágico infantil de la espera del mesías salvador, dependencia mental de la acción del Estado, abandono de la cultura del trabajo y elogio insensato de la misma necedad, causante de aquellos males.


Todo es historia

Esas lacras actitudinales sintomáticas, crecen en el comportamiento colectivo a la sombra de una “sociedad de la pelea”, antinómica, antagónica, esencialmente ambigua en sus códigos morales y alentada por diferentes escenarios históricos y desiguales discursos ideológicos, aunque coincidentes en su formato de aplicación: el intento recurrente del control y dominio del pensamiento del otro con fines oportunistas tanto económicos como culturales.

En este aspecto, “los daños que resultan de la violencia individual -nos advierte A. Kloester- (…) son insignificantes en relación con las orgías de destrucción resultantes de la adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que trascienden al individuo”.

En los regímenes autoritarios y con mayor rigor los totalitarios de cualquier signo formal, el “delito” es pensar diferente, ser opositor a la coacción de la libertad de conciencia y expresión. El control de las mentes por la propaganda se complementa con el control de los cuerpos impidiendo la libre circulación física del ciudadano, como  dramáticamente hoy  mismo aún ocurre en un grupo pequeño de países auto-marginados del mundo globalizado de las sociedades libres y abiertas. Por eso los muros materiales materializan los mentales: cualquier “ideología totalizante”, es decir que pretenda instalar una seudo “Gran Verdad” supraindividual para explicar lo que pasa y lo que debiera pasar en una sociedad dada, -qué cosa  se debiera ver o escuchar y qué no, como se deben decir algunas noticias y cuales nunca se deberán contar, qué pensamientos son buenos al ser popular y cuales son malos para la Nación según la concibe esa misma ideología , etc. - lleva consigo el virus de la destrucción de la libertad del hombre. Parafraseando a Popper: en nombre de la búsqueda de  una presunta igualdad se conculca transitoriamente la libertad y luego se constata que finalmente se terminan perdiendo ambas cosas para siempre.

Así, en nombre de un Ideal mesiánico  -que resulta ser perverso y siniestro por la barbarie ética y moral que la manipulación de las conciencias implica- se construye una colosal mentira que se autoalimenta con el manido mito fundacional de “una sociedad nueva con hombre nuevo”, estafando las expectativas ingenuas de quienes en los comienzos del ciclo político  instituyente se fascinan con la fantasía de una epopeya  social y como los insectos atraídos por la luz azul engañosa, luego mueren calcinados por la descarga eléctrica de la desilusión, cuando no la tragedia de sus propias vidas. Toda ingeniería social es en esencia “fascista” (tomado este término en su naturaleza salvaje de dominio del otro y la consecuente negación de su individualidad y libertad, ya que se busca uniformidad especular, y se descarta la pluralidad y diversidad).

En su “Stultitiae Laus” o Elogio de la locura (que erróneamente algunos sin leerlo lo creen un elogio de la ignorante estulticia de los necios) Erasmo de Roterdam  desafía  la rigidez de la oscura seriedad del catolicismo medioeval para ensalzar la “locura” de la vida  con pasión además de la mera razón, como una especie de juego donde cada cual como un actor aparece en el escenario social con su propia máscara representado el papel de personaje que en parte ha elegido. 

Las posturas dogmáticas sin embargo, en lugar de tomar al hombre como es, “loco”, finito, carente, potente, sugestionable, místico, racional, amoroso, perverso, destructivo, solidario, contradictorio, diverso, creativo y en fin lo que realmente importa, ¡perfectible! , se pretende que negando su derecho y circunstancia de ser tal como es, y “obligándolo” a ser diferente a sí mismo, -enfatizando solo la condición que señalaba Malraux, pero ignorando la naturaleza humana- para clonarse a un modelo “perfecto” e irreal producto de un  relato alucinado (la raza superior nazi, el hombre de moral socialista, etc.), se obtendrá un androide obediente en una nueva sociedad  “idealmente atroz” como al que describen magistralmente  Aldous Huxley en “Un mundo feliz” , George Orwell en “1984” o Ray Bradbury en  “Farenheit 451”. Existir en cambio es insistir en sostener al mundo percibido con la posibilidad de nombrarlo con las propias palabras, tal como quería el existencialismo sartreano, y no con las ajenas. 

Para Jean Paul Sartre  la existencia humana se concibe como existencia consciente. El ser del hombre se distingue del ser de la cosa por ser consciente. Entonces existir es salirse de las cosas para no ser una más y poder dejar de ser objeto hablado desde el otro del discurso del poder para ser sujeto parlante de conciencia propia. Es cierto que las palabras plenas no son finalmente la quintaesencia de las cosas, pero al menos nos dan razón para existir libres como humanos de ser “para sí” y no solo de ser “en sí” esclavos  del quehacer en la alienada y alienante indiferencia del adicto a la masa o a la secta.


Pienso, luego soy

La célebre expresión idealista cartesiana “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la tradición y el determinismo. Descartes no renunciaba a Dios, como se verá enseguida,  pero invertía la lógica de la razón feudal privilegiando la autoconciencia del sujeto sobre la acción refleja de quien hasta entonces existía como siervo pensado desde el poder del señor de la gleba. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista, De tal suerte Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo.

La mirada relativista de Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica renacentista de la mano del iluminismo con las que suelen entrar en colisión las personalidades de creencias dogmáticas que abrazan pragmáticamente alguna seudo-ideología totalitaria que en nombre de “la causa” les refuerce su necesidad vocacional de control del pensamiento ajeno y castigo a cualquier trasgresión de la fe en el dogma maniqueo que predica la unanimidad de voluntades y el pensamiento único.

De la unanimidad sospechosa al  pensamiento clonado

Unanimidad quiere decir “coincidencia de ánimo”, concurrencia unívoca de voluntades y convicciones, encuentros de conveniencias y/o concordancias de creencias. Por fin la unanimidad podría emerger de una sobredeterminación ajena o externa a los sujetos, devenidos en objetos animados por circunstancias sin opción. Aunque en este último caso la unanimidad pasa a ser un efecto obligado por el sentido común: si hay fuego en la sala de un cine, todos unánimemente -salvo el melancólico suicida- querrán salir del lugar.
Por lo dicho, una actitud unánime puede darse en circunstancias extremas, por dogmatismo sectario, en ocasiones especiales o por temas de tal fuerza emocional o racional, que todos los implicados al momento coinciden. Sin embargo -y por la simple razón de la diversidad y el pluralismo de personalidades, historias personales, creencias, intereses, ideologías y opiniones “a la violeta”, lo normal es -si se me permite el término- la “pluranimidad” y lo raro la “unanimidad”.

En todo caso las ocasiones unánimes son contingentes y limitadas temporalmente. Duran lo que la situación de la que emergen. Otra cosa es la unanimidad forzada en el proceso de violar ideas para apretarlas en el lecho restringido y mecánico de lo que he dado en llamar el “pensamiento clonado”. Es la meta de los necios conjurados contra la pluralidad compleja de las sociedades abiertas. El “pensamiento clonado” es en verdad un seudo-pensamiento. Si hay una obsesión que define más claramente la actitud autoritaria y especialmente a la totalitaria, ésta es la constante búsqueda final de la unanimidad discursiva del grupo: el reinado del pensamiento único, clon de un “cliché” que es, por fuerza, seudo-pensamiento moldeado por acción propagandística sistemática y por omisión de una parte de la realidad, a la manera de un objeto de producción en serie.


Por lo contrario si hay una esencia que caracteriza a los grupos heterogéneos, al igual que a las sociedades abiertas es la diversidad de ánimos y la multiplicidad de opiniones, algunas semejantes, otras muy diferentes. En esta aceptación de la realidad social se sostiene la riqueza de la democracia republicana, reflejo del mundo cívico de las opiniones, no de las certezas. Un mundo que a partir de la modernidad encarna en la libertad de prensa. Opinar es comunicar intuiciones sin obligación de ser rigurosos, exponer impresiones informales y miradas existenciales sobre el mundo y nuestros particulares y legítimos  intereses. Y no olvidemos que ni siquiera en los límites y alcances del sistema que las contiene a todas, los actores concurren con unanimidad de criterio.

Esa curiosa y elástica característica es precisamente la que hace a los sistemas organizacionales abiertos, vivos, en cambio y renovación permanente. También es la que permite el crecimiento de la inteligencia social y la creatividad productiva sostenida en la libertad de los actores y no en el temor al sistema al que pertenecen. Es decir la “no-unanimidad” es motivadora en sí misma, se contesta y se cuestiona. Pero eso no significa en modo alguno una apología absurda del constante desencuentro. Para nada. Porque la no unanimidad de partida o presupuesta, no implica que no se coincida en determinadas reglas básicas estratégicas que evitan caer en los dilemas paralizantes y por lo tanto son esas normas culturales y reglas institucionales las que coadyuvan para mudar las pluranimidades existentes en consensos tácticos que permiten construir soluciones estratégicas de interés común. Un elogio de la razón y la libertad de la existencia en lugar del triste elogio de la necedad.

© by AFG (2015)


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