viernes, 16 de enero de 2015

La sociedad abierta y sus enemigos

El dilema de la sociedad política contemporánea

La sociedad abierta y sus enemigos (*)
por Alberto FARIAS


“Los grandes hombres pueden cometer grandes errores  (…) algunas de las celebridades más ilustres del pasado llevaron un permanente ataque contra la libertad y la razón.”-  K. R.Popper

“La lucha entre la libertad y la autoridad es el rasgo más saliente de las épocas históricas…”- J. Stuart Mills

E
n “La sociedad abierta y sus enemigos”,  Karl Popper analiza la relación de las ideologías totalitarias con las principales corrientes de pensamiento y sus promotores, examinados a la luz de sus ideas sobre el hombre, la libertad y la estructura de poder de la sociedad . Escrita en medio de la Segunda Guerra Mundial esta obra sigue hoy viva, ya que las ideas autoritarias e irracionales -que  apuntan a manipular, exterminar y conculcar el pensamiento y los cuerpos- no mueren, solo duermen para cobrar fuerzas y despertar ante cada crisis sociopolítica volviendo sobre sus propuestas de “uniformidad y alienación”, enmascaradas en su gastada cantinela crítica a las libertades del mercado y las ideas liberales.


El siglo XX vio nacer y crecer a los dos sistemas ideológicos más atroces que ha conocido el mundo moderno: el nazismo con su siniestra y monstruosa idea de la “raza superior” y el comunismo con la delirante búsqueda del “hombre nuevo”. Ambos sistemas masacraron planificadamente a millones de personas en nombre de sus “ideales” políticos…(sin contar a los 60 millones de muertos por la guerra entre el 39 y el 45). Uno quería construir una sociedad pangermánica “libre de judíos, gitanos, homosexuales, desvalidos, negros y el resto de la humanidad no aria”; los comunistas, por su parte, soñaban con una sociedad unificada, libre de “burgueses” y propietarios, donde todos pensaran de igual manera y trabajaran bajo la mirada del Partido, recibiendo cada cual según sus necesidades, y tomando de cada uno según sus capacidades (sic). La realidad fue que se termino trabajando para el Estado totalitario, controlado por un grupo de ideólogos oligarcas homicidas, tal como sucedió en la ex Unión Soviética. No hace falta abundar más en estas cuestiones ya harto demostradas, salvo para los necios o los cínicos.

Los fascismos de ayer, de hoy y de siempre

Umberto Ecco en su conferencia “El fascismo eterno”, describe la “patognomonia” fascista: 1) culto a las tradiciones y al pasado, 2) rechazo del modernismo progresista, 3) culto a la acción por la acción misma, 4) rechazo del pensamiento crítico y de la duda, 5) desprecio por el diálogo,  6) convocatoria a los sectores sociales frustrados o nostálgicos de épocas “de gloria” a refundar la Historia, 7) nacionalismo visceral y xenofobia, 8) obsesión por el complot y las conspiraciones,  9) envidia y miedo al otro diferente que es visto como “enemigo”, 10) desprecio por los “débiles” y moderados, 11) principio de lucha permanente, 12) construcción del mito del heroísmo militante, 13) desprecio al parlamentarismo , 14) culto de la personalidad y elogio de la figura del líder omnipotente, 15) estereotipos, uniformidad, símbolos, himnos, cánticos y léxicos de pertenencia. Todas estas peculiaridades  -me permito agregar-  se asientan en complejos procesos de percepción de masas que ha estudiado detalladamente la psicología social desde Kurt Lewin en adelante. Hoy dramáticamente las creencias fascistoides siguen seduciendo a los sectores más lúmpenes que emergen de las crisis. Enmascarado por derecha y por izquierda tras las mil caras de los populismos contemporáneos, la ideología neo-fascista piensa al hombre como órgano de un cuerpo social que lo contiene y debe someterlo en aras de un “bien superior”: el de la comunidad corporativa organizada en torno al Estado paternalista. El dilema hoy como ayer es la manera de pensar al hombre: como ciudadano libre y diverso, plural  y  consciente de sí mismo o como pueblo-esclavo de las doctrinas, hombre-masa sometido a la manipulación ideológica de los demagogos y dirigido en sus creencias más elementales. Por ignorancia, miedo, fanatismo o mera banalidad del mal, ellos obedecen y salen a perseguir al prójimo para no dejarlo ser y vivir como semejante a la vez que culturalmente diferente.

La sociedad abierta

La oposición sociopolítica esencial sigue siendo liberalismo vs. corporativismo. El pensamiento liberal clásico (los prejuiciosos y desinformados leerán “neo”...) que nace en el siglo XVII ha sido el avance más formidable de la lucha de la humanidad por sacudirse el yugo del totalitarismo, la ignorancia  y la sumisión a la religión opresiva. Como dice Joaquín Abellan: “(las ideas liberales lucharon) “en contra del poder absoluto del Estado y de la autoridad excluyente de las iglesias y en contra de los privilegios político-sociales existentes, con el fin de que el  individuo pudiera desarrollar sus capacidades personales, su libertad, en el ámbito  religioso, económico y político. La reivindicación de la libertad y de la autonomía del individuo apuntaba hacia la creación de un orden político que las reconociera y las garantizara”. Fueron mucho más que una doctrina socioeconómica, una concepción filosófica del hombre libre y sus derechos personalísimos. Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mills y otros, influidos por los fisiócratas franceses, retomaron lo mejor de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, desmarcándose claramente de la barbarie del Terror robespierano.

Revulsivas para el conservadurismo, con las ideas liberales nacen los estados laicos y las sociedades abiertas, modernas y seculares que caracterizaron el progreso de occidente.
La sociedad abierta se caracteriza por un equilibrio dinámico y creativo entre Estado y Mercado jugando libremente dentro del estado de derecho de los tres poderes republicanos.
La sociedad abierta lo es a la inclusión social, al pluralismo, a la libertad de ideas y de expresión, a la ciencia, a la prensa libre, a los derechos de las minorías, al diálogo, al estado de derecho, a la propiedad privada, a la seguridad, al progreso, a la razón, a la alternancia política.
Las sociedades abiertas están construidas sobre los grandes valores del liberalismo. En ellas la democracia es condición necesaria pero no suficiente sino se articula con el orden republicano. Por lo contrario las sociedades cerradas son subsidiarias de las ideas corporativas. La ausencia de República lleva a un corporativismo que finalmente también destruye  la democracia legítima que la validó en su inicio. Regímenes despóticos y dictadores sangrientos surgieron de elecciones democráticas. Estas garantizan  voluntades de  mayorías contingentes, pero solo la República garantiza los derechos de las minorías y protege al ciudadano de los abusos del Estado. Nuestros constituyentes imaginaron un país creciendo a partir de una sociedad abierta… ¿Qué sociedad imaginarán sus herederos contemporáneos para el país del tercer milenio en un mundo globalizado?

(*) Una versión ampliada de este artículo puede leerse en  www.albertofarias.8k.com

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