La sociedad abierta
y sus enemigos (*)
por Alberto FARIAS
“Los grandes hombres pueden
cometer grandes errores (…) algunas de
las celebridades más ilustres del pasado llevaron un permanente ataque contra
la libertad y la razón.”- K. R.Popper
“La lucha entre la
libertad y la autoridad es el rasgo más saliente de las épocas históricas…”- J. Stuart Mills
E
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n “La sociedad abierta y sus enemigos”, Karl Popper analiza la relación de las
ideologías totalitarias con las principales corrientes de pensamiento y sus
promotores, examinados a la luz de sus ideas sobre el hombre, la libertad y la
estructura de poder de la sociedad . Escrita en medio de la Segunda Guerra
Mundial esta obra sigue hoy viva, ya que las ideas autoritarias e irracionales
-que apuntan a manipular, exterminar y
conculcar el pensamiento y los cuerpos- no mueren, solo duermen para cobrar
fuerzas y despertar ante cada crisis sociopolítica volviendo sobre sus
propuestas de “uniformidad y alienación”, enmascaradas en su gastada cantinela crítica
a las libertades del mercado y las ideas liberales.
El siglo XX vio nacer y crecer a los dos
sistemas ideológicos más atroces que ha conocido el mundo moderno: el nazismo
con su siniestra y monstruosa idea de la “raza superior” y el comunismo con la delirante
búsqueda del “hombre nuevo”. Ambos sistemas masacraron planificadamente a
millones de personas en nombre de sus “ideales” políticos…(sin contar a los 60
millones de muertos por la guerra entre el 39 y el 45). Uno quería construir
una sociedad pangermánica “libre de judíos, gitanos, homosexuales, desvalidos,
negros y el resto de la humanidad no aria”; los comunistas, por su parte,
soñaban con una sociedad unificada, libre de “burgueses” y propietarios, donde
todos pensaran de igual manera y trabajaran bajo la mirada del Partido, recibiendo
cada cual según sus necesidades, y tomando de cada uno según sus capacidades
(sic). La realidad fue que se termino trabajando para el Estado totalitario, controlado
por un grupo de ideólogos oligarcas homicidas, tal como sucedió en la ex Unión
Soviética. No hace falta abundar más en estas cuestiones ya harto demostradas,
salvo para los necios o los cínicos.
Los fascismos de ayer, de hoy y de siempre
Umberto Ecco en su conferencia “El fascismo
eterno”, describe la “patognomonia” fascista: 1) culto a las tradiciones y al
pasado, 2) rechazo del modernismo progresista, 3) culto a la acción por la
acción misma, 4) rechazo del pensamiento crítico y de la duda, 5) desprecio por
el diálogo, 6) convocatoria a los
sectores sociales frustrados o nostálgicos de épocas “de gloria” a refundar la
Historia, 7) nacionalismo visceral y xenofobia, 8) obsesión por el complot y
las conspiraciones, 9) envidia y miedo
al otro diferente que es visto como “enemigo”, 10) desprecio por los “débiles”
y moderados, 11) principio de lucha permanente, 12) construcción del mito del
heroísmo militante, 13) desprecio al parlamentarismo , 14) culto de la
personalidad y elogio de la figura del líder omnipotente, 15) estereotipos,
uniformidad, símbolos, himnos, cánticos y léxicos de pertenencia. Todas estas
peculiaridades -me permito agregar- se asientan en complejos procesos de
percepción de masas que ha estudiado detalladamente la psicología social desde Kurt
Lewin en adelante. Hoy dramáticamente las creencias fascistoides siguen seduciendo
a los sectores más lúmpenes que emergen de las crisis. Enmascarado por derecha
y por izquierda tras las mil caras de los populismos contemporáneos, la ideología
neo-fascista piensa al hombre como órgano de un cuerpo social que lo contiene y
debe someterlo en aras de un “bien superior”: el de la comunidad corporativa
organizada en torno al Estado paternalista. El dilema hoy como ayer es la manera de pensar al hombre: como
ciudadano libre y diverso, plural y consciente de sí mismo o como pueblo-esclavo
de las doctrinas, hombre-masa sometido a la manipulación ideológica de los
demagogos y dirigido en sus creencias más elementales. Por ignorancia, miedo,
fanatismo o mera banalidad del mal, ellos obedecen y salen a perseguir al
prójimo para no dejarlo ser y vivir como semejante a la vez que culturalmente
diferente.
La sociedad abierta
La oposición sociopolítica esencial sigue
siendo liberalismo vs. corporativismo. El pensamiento liberal clásico (los
prejuiciosos y desinformados leerán “neo”...) que nace en el siglo XVII ha sido
el avance más formidable de la lucha de la humanidad por sacudirse el yugo del
totalitarismo, la ignorancia y la
sumisión a la religión opresiva. Como dice Joaquín Abellan: “(las ideas
liberales lucharon) “en contra del poder absoluto del Estado y de la autoridad
excluyente de las iglesias y en contra de los privilegios político-sociales existentes,
con el fin de que el individuo pudiera
desarrollar sus capacidades personales, su libertad, en el ámbito religioso, económico y político. La
reivindicación de la libertad y de la autonomía del individuo apuntaba hacia la
creación de un orden político que las reconociera y las garantizara”. Fueron
mucho más que una doctrina socioeconómica, una concepción filosófica del hombre
libre y sus derechos personalísimos. Adam Smith, David Ricardo, John Stuart
Mills y otros, influidos por los fisiócratas franceses, retomaron lo mejor de la
Declaración Universal de los Derechos del Hombre, desmarcándose claramente de
la barbarie del Terror robespierano.
Revulsivas para el conservadurismo, con las
ideas liberales nacen los estados laicos y las sociedades abiertas, modernas y
seculares que caracterizaron el progreso de occidente.
La sociedad abierta se caracteriza por un
equilibrio dinámico y creativo entre Estado y Mercado jugando libremente dentro
del estado de derecho de los tres poderes republicanos.
La sociedad abierta lo es a la inclusión
social, al pluralismo, a la libertad de ideas y de expresión, a la ciencia, a
la prensa libre, a los derechos de las minorías, al diálogo, al estado de
derecho, a la propiedad privada, a la seguridad, al progreso, a la razón, a la
alternancia política.
Las sociedades abiertas están construidas sobre
los grandes valores del liberalismo. En ellas la democracia es condición
necesaria pero no suficiente sino se articula con el orden republicano. Por lo
contrario las sociedades cerradas son subsidiarias de las ideas corporativas. La
ausencia de República lleva a un corporativismo que finalmente también destruye
la democracia legítima que la validó en
su inicio. Regímenes despóticos y dictadores sangrientos surgieron de
elecciones democráticas. Estas garantizan
voluntades de mayorías contingentes,
pero solo la República garantiza los derechos de las minorías y protege al
ciudadano de los abusos del Estado. Nuestros constituyentes imaginaron un país
creciendo a partir de una sociedad abierta… ¿Qué sociedad imaginarán sus
herederos contemporáneos para el país del tercer milenio en un mundo
globalizado?
(*) Una versión ampliada de este artículo puede
leerse en www.albertofarias.8k.com
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