viernes, 2 de enero de 2015

El año del dilema..

El año del dilema
Por Alberto Farias Gramegna

“El miedo al cambio alimenta la hipocresía de la reiteración” - Xavier C. Orozco

H
a terminado un año y como siempre ocurre hicimos votos para que el nuevo sea mejor que el que se fue. Sin embargo, curiosamente es probable que no cambiemos ninguna de nuestras ancestrales costumbres, (sociales, electorales, culturales, cívicas, económicas, empresariales, ideológicas, educativas, sanitarias, etc.) de las que en gran medida dependen las mejorías deseadas, y por tanto nuevamente “algo cambiará para que nada cambie”, Tomasi di Lampedusa dixit en “Il Gattopardo”. Al respecto Einstein aportó: “No esperen consecuencias diferentes si las causas siguen siendo las mismas”. Por fin Ortega y Gasset nos arrojó: “¡Argentinos, a las cosas!”. A buen entendedor.

Pero sospecho que a la sociedad argentina promedio le gusta más jugar con las palabras que cambiar realmente las cosas. País del verso y el relato, somos los grandes enamorados del lenguaje, lo que sería un mérito cultural si no fuera porque cuando el relato no forma parte de la buena literatura, sino que está al servicio de negar la realidad, mortifica y degrada la comunicación. Palabra liviana que se torna engañosa por  “chanta” y “trucha”, dos vulgarismos de la jerga vernácula nacidos como una masoquista y lúcida conciencia de enfermedad social. Que parezca, pero que no sea. Más de lo mismo. Simulacro de cambio, donde la conducta “as if” plasma el “País del Como Sí”, una suerte de versión nac&pop del Nunca Jamás. Como una terrible mueca de burla siniestra, la cultura del poder y -también hay que decirlo- la del hombre de la calle -causa y consecuencia de  aquella cultura- parecen enarbolar la consigna: “Todo fuera de la Ley, Nada dentro de la Ley”. Es el Reino del Revés que nos pronosticaba María Elena Walsh.

Votos más, votos menos…

¿Realmente “la gente” -como se dice ahora- está dispuesta a producir un cambio profundo en su cultura cívica? ¿Queda algo parecido a la condición de ciudadano de pleno derecho en la mayoría de la población, sumida en la pobreza creciente, la desmotivación, el oportunismo populista, la banalidad , la desafección política y la corrupción a pequeña escala en el hombre de a pie y a gran escala en los grupos de poder.?
Según una muy reciente encuesta exploratoria realizada a 1.300 personas de 40 localidades del país, la mitad de los sujetos dijeron que le pedirían un “cambio moderado” al próximo gobierno (sic). Un 18% quiere continuar la "mayoría" de las políticas actuales (sic) y el 29% espera un cambio profundo  (ref: artículo de La Nación; 26/10/14). Si nos atenemos a estos resultados, solo uno de cada tres argentinos estaría dispuesto  a “barajar y dar de nuevo”. ¿Pero que significa un “cambio moderado”? , ¿A que aspectos se refieren estos cambios? La nota referida aporta algunas pistas débiles: "Los votantes afrontan las próximas elecciones con actitud conservadora, con una mayoría que desea que el próximo gobierno mantenga los logros del actual y corrija las malas políticas. Sólo un tercio de los electores no le reconoce nada (positivo) al actual gobierno”. 

Esto pareciera  avalar la idea de  una cultura esencial de la sociedad profunda: el “conservadurismo contemplativo subsidiado”, que se disfraza de progresista, pero cuya hipocresía esconde el miedo a la incomodidad que todo cambio produce, como las pérdidas de las prebendas cotidianas o la de una manera de ser “amigable”, pero poco comprometida con el orden legal y el respeto por el otro. La sociedad argentina se ha ido construyendo sobre una vacuidad conceptual que piensa la vida y el mundo como dilemas léxicos con formato de discurso excluyente (“o” en lugar de “y”), caricatura adolescente de la tribu que juega a la diferencia, buscando etiquetas con que rotularse y rotular al diferente, al que -¡por suerte!- ya no pretende aniquilar sino tenerlo como blanco de la crítica y “la cargada” como en el fútbol. Al asegurarnos que el otro no pertenece a nuestro club, estamos a salvo de sus “defectos”. Incluidos en algún grupo de pertenencia que nos de identidad neta y monocolor, -porque nos aterrorizan los matices- amamos los extremos y las desmesuras, ante las que luego nos escandalizamos sin olvidar la expresión de moda: “¡Estoy indignado!”.

El año del dilema

Un dilema es una dualidad excluyente. Pero hay vida más allá del puro dilema y tiene forma de problema: no todo está construido sobre los dos caminos propios del dogma. Sin embargo hay dilemas morales, éticos y de principios institucionales que no admiten neutralidad o grises: el bien y el mal no son virtuales, la honestidad es la antítesis de la mentira, el amor no es lo mismo que el odio, la estupidez se diferencia claramente de la genialidad, la dignidad de la denigración y libertad de la opresión. Estas antinomias son en verdad antagonismos existenciales. Nos plantean opciones axiológicas, es decir donde se juegan la dignidad de nuestros valores personales: no puedo aceptar neciamente que la injusticia sea lo mismo que la justicia, que el victimario tenga el estatus de la víctima. 

No hay lugar para presuntas neutralidades y terceras posiciones ante la corrupción, la barbarie o la infamia del ilícito: ¿Qué ideología inmoral podría justificarlas sin mostrar su esencia de basura conceptual?. Otra cosa es reconocer que existen vías diferentes de pensar la realidad que trascienden las dualidades simplistas y banales, maneras distintas de plantear un mismo asunto en el plano de la pluralidad de ideas: el pensamiento complejo, la inteligencia emocional y el pensamiento lateral. En su “Derecha e Izquierda”, Norberto Bobbio dice que en una sociedad “(…) existen diadas en las que los dos términos son antitéticos, otras en las que son complementarios”. El desafío de la sociedad argentina en este año electoral será decidir si realmente quiere cambiar de raíz la infausta cultura sociopolítica populista que ya lleva casi un siglo o seguir en el limbo de los simuladores, donde algo cambia para que nada cambie.

(c) by afc2015

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