Por Alberto Farías
Gramegna
I
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nicia un nuevo año. Exactamente cuando den las doce campanadas
intentaré comer a su compás cada una de las uvas escuchando la “Canción del Adiós”
y emocionado me pensaré viajero trascendente, y una turbada lágrima sincera
sola inundará mis ojos, y agridulce en la lengua dirá que soy humano.
El año que viene a la misma hora diré que espero una mejor
vida, que las cosas encuentren caminos ideales. Y pensaré en mis hijos, en mi
mujer, en la salud de mi madre y mis hermanas y en el dolor del cuerpo al
levantarme.
El año que viene a la misma hora diré que el que pasó fue
un año complicado. Y pensaré en la inseguridad de los caminos, en los crímenes
absurdos, en los hombres inmorales, en los estudiantes que no estudian, en los
buenos que se esfuerzan, en los soñadores, en los justos.
El año que viene a la misma hora diré que no cumplí con
mis promesas prometidas. Y pensaré en los cursos que no hice, en los amigos que
no frecuenté, en los miedos que ganaron, en la lucha que me debo, en la gente
que me sigue, en los logros que alcancé sin felonía.
El año que viene a la misma hora diré que aún tengo
proyectos en carpeta. Y pensaré en todos los destinos que me esperan, en los libros que no abrí, en las propuestas que
me impulsan, en la fiesta de la vida.
El año que viene a la misma hora diré que las Fiestas me
incomodan. Y pensaré que reunirse por rutina es vaciar las emociones verdaderas,
y que los regalos sin embargo son bonitos, que me fastidian los petardos y que me lastima la locura de aquellos que se
matan justo antes de ver la luz recién nacida.
El año que viene a la misma hora creeré ingenuo en la
magia del discurso. Y pensaré que todos juntos podremos derrotar la pesadilla,
y crecer comunitarios, y dejar de engañarnos con palabras, y pasar a ser dueños
del color de la sonrisa.
El año que viene a la misma hora diré que soy el que soy
y me contengo. Y pensaré que puedo dominar mis pensamientos, y que controlo mis
días y mi suerte, y que soy capaz de doblegar a los malvados y desestimar a los
mediocres.
El año que viene a la misma hora beberé y comeré lo que
no puedo. Y pensaré que total por una vez, y me sumaré a los rituales, y
recordaré las mesas de la infancia, y a los que ya no pueden sentarse con
nosotros. Y una fuerza oprimirá mi corazón, como cada año desde siempre.
El año que viene a la misma hora exclamaré “¡Feliz Año!”,
y besaré a quien esté a mi lado, y chocaré mi copa, y abrazando a los que
quiero pensaré que el tiempo es fugaz y que al final no valió la pena pelearse
por pavadas, y olvidaré las distancias que separan.
El año que viene a la misma hora diré que lo importante
es el amor y las sencillas cosas que no vemos. Y pensaré con el poeta que lo
esencial es invisible a los ojos, y que hay que reírse más, y comer sano, y no
fumar que mata, y no llevar el trabajo a nuestra casa y de cuando en cuando
mandar al jefe donde cuadre.
El año que viene a la misma hora seré un poco más viejo
de almanaque y un poco más joven de prejuicio. Y pensaré que aprendiendo a
vivir se va la vida, y qué suerte que he tenido a pesar de mis errores, y
miraré alrededor sin tener porqué quejarme, y sin perder empero la costumbre. El
año que viene a la misma hora pensaré que algo se termina y que algo está
empezando. Imaginaré que el tiempo existe y viajaré hacia atrás y hacia
delante. Resistiré al cansancio y mentiré sobre el sueño que no tengo. No sabré
si irme o si quedarme. Si negar mi condición de carenciado o reafirmar mi
derecho a que me miren. Repetiré lo mismo que reitera mi calidad de ser humano.
El año que viene a la misma hora quizás escriba lo que escribo ahora, el año
que viene…en la mera esperanza de estar vivo.
(*) El original de esta nota fue
escrita en diciembre de 2012 y en los años siguientes tuvo diferentes
versiones
* * *
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