por Alberto
Farias Gramegna
“Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro) -
Tomás de Aquino
“Nos parecemos al lugar donde vivimos y este se dibuja con arreglo a la
manera en que la gente ve el mundo” - Xavier C. Orozco
S
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egún cuenta su confidente
y servidor, Artemio Gramajo, el general Julio A. Roca, amargado por las
confrontaciones políticas de su tiempo y sus consecuencias, en la última década
del siglo XIX, sentado en su despacho, pensativo y con los ojos nublados, de
pronto exclama: “¡Qué país difícil es este!”. Hoy, más de cien años después
podríamos decir lo mismo. La incapacidad para el trabajo colaborativo, el
individualismo autodestructivo, la permanente antinomia y discordia entre unos y otros, la dualidad amigo-enemigo
con espíritu sectario, la discrecionalidad, la simulación social, el
autoengaño, la adolescente ideologización de todo, el espíritu de facción
corporativa, la obsecuencia rayana en el servilismo mental al líder de turno,
la imprevisión crónica, el pensamiento
mágico infantil de la espera del padre salvador, la dependencia mental del
estado, y más recientemente el abandono de la cultura del trabajo y el elogio
insensato de la necedad, son todos atributos infelices de gran parte de la
cultura social argentina.
Esas lacras actitudinales fueron históricamente
creciendo a la sombra de una sociedad de la pelea, alentada por diferentes
escenarios históricos y diferentes discursos ideológicos, aunque coincidentes
en su formato de aplicación: el intento recurrente del control del pensamiento
ajeno. En este aspecto, “los daños que
resultan de la violencia individual -nos advierte A. Kloester- (…) son
insignificantes en relación con las orgías de destrucción resultantes de la
adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que trascienden al
individuo”. Y en los regímenes autoritarios y con mayor rigor los totalitarios
de cualquier signo formal, el “crimen” es pensar diferente, ser opositor a la
coacción de la libertad. El control de las mentes por la propaganda se
complementa con el control de los cuerpos impidiendo la libre circulación del
ciudadano. Por eso los muros materiales materializan los mentales. Cualquier
“ideología totalizante”, es decir que pretenda instalar una seudo Gran Verdad
supraindividual para explicar lo que pasa y lo que debiera pasar en una
sociedad dada, -que se debe ver o escuchar y que no, como se deben decir
algunas noticias y cuales nunca se deben contar, que pensamientos son buenos al
ser popular y cuales son malos para la Patria, etc. - lleva consigo el virus de
la destrucción de la libertad del hombre, en nombre de un Ideal mesiánico, que
resulta ser perverso y siniestro por donde se lo pretenda mirar, ya que además
de la barbarie ética y moral que la manipulación de las conciencias implica,
inevitablemente construye una colosal mentira que se autoalimenta estafando las
expectativas ingenuas de quienes en los comienzos del ciclo se fascinan y como
los insectos atraídos por la luz azul engañosa
, luego mueren calcinados por la descarga eléctrica.
Pienso,
luego soy
La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo
sun” (pienso, luego soy) tenía por
objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la
tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano
de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista,
Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del
propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante
y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del
orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía
al individuo como tal, hombre libre para
pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de
Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo
trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina,
de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A
su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío
humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una
señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para
reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna,
lógica con las que suelen entrar en colisión las personalidades de creencias dogmáticas
que abrazan pragmáticamente alguna seudo-ideología totalitaria que en nombre de
“la causa” les refuerce su necesidad vocacional de control del pensamiento ajeno
y castigo a cualquier trasgresión de la fe en el dogma maniqueo que predica la
unanimidad de voluntades y el pensamiento único.
La unanimidad sospechosa
Unanimidad quiere decir
“coincidencia de ánimo”, concurrencia unívoca de voluntades y convicciones, encuentros
de conveniencias y/o concordancias de creencias. Por fin la unanimidad podría
emerger de una sobredeterminación ajena o externa a los sujetos, devenidos en
objetos animados por circunstancias sin opción. Aunque en este último caso la
unanimidad pasa a ser un efecto obligado por el sentido común: si hay fuego en
la sala de un cine, todos unánimemente -salvo el suicida- querrán salir del lugar.
Por lo dicho, una actitud unánime
puede darse en circunstancias extremas, por dogmatismo sectario, en ocasiones
especiales o por temas de tal fuerza emocional o racional, que todos los
implicados al momento coinciden. Sin embargo -y por la simple razón de la
diversidad y el pluralismo de personalidades, historias personales, creencias,
intereses, ideologías y opiniones “a la violeta”, lo normal es -si se me
permite el término- la “pluranimidad” y lo raro la unanimidad. En todo caso las
ocasiones unánimes son contingentes y limitadas temporalmente. Duran lo que la
situación de la que emergen. Otra cosa es la unanimidad forzada en el proceso
de violar ideas para apretarlas en el lecho restringido y mecánico del
pensamiento clonado. Es la meta de los necios conjurados contra la pluralidad
compleja de las sociedades abiertas.
El pensamiento clonado
El pensamiento “clonado” es en
verdad un seudo-pensamiento. Si hay una obsesión que define más claramente la
actitud autoritaria y especialmente a la totalitaria, esta es la constante
búsqueda final de la unanimidad discursiva del grupo: el reinado del pensamiento
único, clon de un “cliché” que es, por fuerza, seudo-pensamiento moldeado por
acción propagandística sistemática y por omisión de una parte de la realidad, a
la manera de un objeto de producción en serie. Por lo contrario si hay una
esencia que caracteriza a los grupos heterogéneos, al igual que a las
sociedades abiertas es la diversidad de ánimos y la multiplicidad de opiniones,
algunas semejantes, otras muy diferentes.
Opinar es comunicar intuiciones
sin obligación de ser rigurosos, exponer impresiones informales y miradas existenciales
sobre el mundo. Ni siquiera en los límites y alcances del sistema que las
contiene a todas, los actores concurren con unanimidad de criterio.
Esa curiosa y elástica
característica es precisamente la que hace a los sistemas organizacionales
abiertos, vivos, en cambio y renovación permanente. También es la que permite
el crecimiento de la inteligencia social y la creatividad productiva sostenida
en la libertad de los actores y no en el temor al sistema al que pertenecen. Es
decir la “no-unanimidad” es motivadora en sí misma. Pero eso no significa una
apología del constante desencuentro. Para nada. Porque la no unanimidad de
partida o presupuesta, no implica que no se coincida en determinadas reglas
básicas estratégicas que evitan caer en los dilemas paralizantes y por lo tanto
son esas normas culturales y reglas institucionales las que coadyuvan para
mudar las pluranimidades existentes en consensos tácticos que permiten
construir soluciones estratégicas de interés común. Un elogio de la razón y la
libertad en lugar del triste elogio de la necedad.
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