martes, 6 de enero de 2015

Contra el elogio de la necedad

Contra el elogio de la necedad
por Alberto Farias Gramegna



“Timeo hominem unius libri” - (Temo al hombre de un solo libro) -  Tomás de Aquino

“Nos parecemos al lugar donde vivimos y este se dibuja con arreglo a la manera en que la gente ve el mundo” - Xavier  C. Orozco

S
egún cuenta su confidente y servidor, Artemio Gramajo, el general Julio A. Roca, amargado por las confrontaciones políticas de su tiempo y sus consecuencias, en la última década del siglo XIX, sentado en su despacho, pensativo y con los ojos nublados, de pronto exclama: “¡Qué país difícil es este!”. Hoy, más de cien años después podríamos decir lo mismo. La incapacidad para el trabajo colaborativo, el individualismo autodestructivo, la permanente antinomia y discordia  entre unos y otros, la dualidad amigo-enemigo con espíritu sectario, la discrecionalidad, la simulación social, el autoengaño, la adolescente ideologización de todo, el espíritu de facción corporativa, la obsecuencia rayana en el servilismo mental al líder de turno, la imprevisión crónica,  el pensamiento mágico infantil de la espera del padre salvador, la dependencia mental del estado, y más recientemente el abandono de la cultura del trabajo y el elogio insensato de la necedad, son todos atributos infelices de gran parte de la cultura social argentina. 

Esas lacras actitudinales fueron históricamente creciendo a la sombra de una sociedad de la pelea, alentada por diferentes escenarios históricos y diferentes discursos ideológicos, aunque coincidentes en su formato de aplicación: el intento recurrente del control del pensamiento ajeno.  En este aspecto, “los daños que resultan de la violencia individual -nos advierte A. Kloester- (…) son insignificantes en relación con las orgías de destrucción resultantes de la adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que trascienden al individuo”. Y en los regímenes autoritarios y con mayor rigor los totalitarios de cualquier signo formal, el “crimen” es pensar diferente, ser opositor a la coacción de la libertad. El control de las mentes por la propaganda se complementa con el control de los cuerpos impidiendo la libre circulación del ciudadano. Por eso los muros materiales materializan los mentales. Cualquier “ideología totalizante”, es decir que pretenda instalar una seudo Gran Verdad supraindividual para explicar lo que pasa y lo que debiera pasar en una sociedad dada, -que se debe ver o escuchar y que no, como se deben decir algunas noticias y cuales nunca se deben contar, que pensamientos son buenos al ser popular y cuales son malos para la Patria, etc. - lleva consigo el virus de la destrucción de la libertad del hombre, en nombre de un Ideal mesiánico, que resulta ser perverso y siniestro por donde se lo pretenda mirar, ya que además de la barbarie ética y moral que la manipulación de las conciencias implica, inevitablemente construye una colosal mentira que se autoalimenta estafando las expectativas ingenuas de quienes en los comienzos del ciclo se fascinan y como los insectos atraídos por la luz azul engañosa  , luego mueren calcinados por la descarga eléctrica.

Pienso, luego soy

La célebre expresión cartesiana “ego cogito ergo sun”  (pienso, luego soy) tenía por objeto romper la lógica medieval donde imperaba la certeza del poder de la tradición. Y esto en el marco histórico del advenimiento de la razón de la mano de la pujante burguesía, necesaria impulsora de la racionalidad progresista, Descartes proponía una idea revulsiva: de todo era posible dudar, menos del propio pensamiento que dudaba. Lo real, lo seguro era ahora el sujeto pensante y racional por oposición al paradigma de la sociedad medieval, expresión del orden feudal vinculado a la tierra y al dogma religioso, donde no se concebía al individuo como tal,  hombre libre para pensar y pensarse a sí mismo como centro del Universo. La mirada relativista de Descartes abrió las puertas al pensamiento moderno, aunque el mismo no pudo trascender a su fe, ya que no cuestionaba la existencia de la voluntad divina, de la que en todo caso provenía su capacidad de dudar y pensarse a sí mismo. A su manera retomaba difusa e implícitamente el mito original del libre albedrío humano sujeto a la mirada trascendente del Creador. Pero no era entonces una señal para reafirmar el dogma del poder religioso terrenal, sino para reemplazarlo por un método que abrió el camino para la lógica racional moderna, lógica con las que suelen entrar en colisión las personalidades de creencias dogmáticas que abrazan pragmáticamente alguna seudo-ideología totalitaria que en nombre de “la causa” les refuerce su necesidad vocacional de control del pensamiento ajeno y castigo a cualquier trasgresión de la fe en el dogma maniqueo que predica la unanimidad de voluntades y el pensamiento único.

La unanimidad sospechosa

Unanimidad quiere decir “coincidencia de ánimo”, concurrencia unívoca de voluntades y convicciones, encuentros de conveniencias y/o concordancias de creencias. Por fin la unanimidad podría emerger de una sobredeterminación ajena o externa a los sujetos, devenidos en objetos animados por circunstancias sin opción. Aunque en este último caso la unanimidad pasa a ser un efecto obligado por el sentido común: si hay fuego en la sala de un cine, todos unánimemente -salvo el suicida- querrán salir del lugar.
Por lo dicho, una actitud unánime puede darse en circunstancias extremas, por dogmatismo sectario, en ocasiones especiales o por temas de tal fuerza emocional o racional, que todos los implicados al momento coinciden. Sin embargo -y por la simple razón de la diversidad y el pluralismo de personalidades, historias personales, creencias, intereses, ideologías y opiniones “a la violeta”, lo normal es -si se me permite el término- la “pluranimidad” y lo raro la unanimidad. En todo caso las ocasiones unánimes son contingentes y limitadas temporalmente. Duran lo que la situación de la que emergen. Otra cosa es la unanimidad forzada en el proceso de violar ideas para apretarlas en el lecho restringido y mecánico del pensamiento clonado. Es la meta de los necios conjurados contra la pluralidad compleja de las sociedades abiertas.

El pensamiento clonado

El pensamiento “clonado” es en verdad un seudo-pensamiento. Si hay una obsesión que define más claramente la actitud autoritaria y especialmente a la totalitaria, esta es la constante búsqueda final de la unanimidad discursiva del grupo: el reinado del pensamiento único, clon de un “cliché” que es, por fuerza, seudo-pensamiento moldeado por acción propagandística sistemática y por omisión de una parte de la realidad, a la manera de un objeto de producción en serie. Por lo contrario si hay una esencia que caracteriza a los grupos heterogéneos, al igual que a las sociedades abiertas es la diversidad de ánimos y la multiplicidad de opiniones, algunas semejantes, otras muy diferentes.
Opinar es comunicar intuiciones sin obligación de ser rigurosos, exponer impresiones informales y miradas existenciales sobre el mundo. Ni siquiera en los límites y alcances del sistema que las contiene a todas, los actores concurren con unanimidad de criterio.
Esa curiosa y elástica característica es precisamente la que hace a los sistemas organizacionales abiertos, vivos, en cambio y renovación permanente. También es la que permite el crecimiento de la inteligencia social y la creatividad productiva sostenida en la libertad de los actores y no en el temor al sistema al que pertenecen. Es decir la “no-unanimidad” es motivadora en sí misma. Pero eso no significa una apología del constante desencuentro. Para nada. Porque la no unanimidad de partida o presupuesta, no implica que no se coincida en determinadas reglas básicas estratégicas que evitan caer en los dilemas paralizantes y por lo tanto son esas normas culturales y reglas institucionales las que coadyuvan para mudar las pluranimidades existentes en consensos tácticos que permiten construir soluciones estratégicas de interés común. Un elogio de la razón y la libertad en lugar del triste elogio de la necedad.

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