Serlo
y parecerlo
(ética y estética en el discurso moral)
Por Alberto
Farías Gramegna
“Estos son mis principios, pero si no les gusta tengo otros” - Groucho Marx.
La palabra “ética” proviene del
griego “ethos” cuyo significado
es "costumbre" o "comportamiento" , se la define como “la
teoría del comportamiento moral”. Con la moral y la acción humana como objetos, elabora doctrinas que toman posición
ante afirmaciones, juicios y actitudes. Su estudio se remonta a los orígenes de
la filosofía moral en Grecia.
Siendo la moral el conjunto de creencias y normas
de una persona o grupo social que oficia de guía para el obrar, orientando
acerca del bien o el mal, la función de la ética será mostrar la congruencia o
incoherencia entre aquellas creencias y los comportamientos cotidianos
concretos que habrán de confirmarlas o contradecirlas.
La coherencia o incoherencia entre el decir moral del ser y el hacer consecuente es la estética de la ética. Si una persona -por ejemplo- aboga por la independencia de criterios y la importancia de la discreción, y sin embargo presiona institucionalmente para conculcar un pensamiento o lograr un rédito que perjudica a otros, no estará observando un comportamiento coherente con su presunta moral enunciada, es decir su conducta no será ética.
La coherencia o incoherencia entre el decir moral del ser y el hacer consecuente es la estética de la ética. Si una persona -por ejemplo- aboga por la independencia de criterios y la importancia de la discreción, y sin embargo presiona institucionalmente para conculcar un pensamiento o lograr un rédito que perjudica a otros, no estará observando un comportamiento coherente con su presunta moral enunciada, es decir su conducta no será ética.
De tal suerte para juzgar si un
comportamiento es o no ético, debemos previamente conocer los valores de su
moral, que para la cultura que nos contiene puede ser aceptable o repudiable.
Es decir que aquellos valores serán definidos como moralmente “buenos” (morales),
“malos” (inmorales) o “ausentes” (amorales). Esta última posibilidad
emparentada con personalidades perversas y psicopáticas implica una paradoja:
la ética del vale todo por ausencia de normas morales internalizadas. El poder en
general y poder de la política en particular atraen con frecuencia a estos
perfiles personales.
Del ser moral al hacer ético
La
ética en el campo del hacer profesional -cualquiera sea su contenido temático-
supone una moral del trabajo, una escala de valores que ordene gestos,
vínculos, consignas y expectativas, hacia arriba y hacia debajo de los niveles
de decisión y hacia la horizontalidad de los pares. Y entre esta moral y su
ética consecuente se instalará el “honor” que las mantiene unidas.
Mas
lo que resulta ético para unos puede no serlo para otros y esto es así porque
no hay una sola moral. Por ejemplo, un profesor grita a un estudiante porque
realizo deficientemente una tarea encomendada. Su comportamiento ético es
reflejo de sus creencias sobre el efecto que el miedo a la autoridad tiene
sobre el desempeño educativo: piensa que el estudiante se esmerará si se lo
trata con dureza. Sin embargo su actitud será vista como desconsiderada,
despótica y negativa por quienes piensen que solo en un clima de tutoría discipular,
tolerancia, comprensión y respeto personal se puede aprender y mejorar la
calidad del proceso educativo. Dos creencias diferentes.
Mientras
alguien se percibe ético consigo mismo (coherente con su axiomática), otro lo
podría ver falto de ética, y es que esta “falta” corresponde a un
comportamiento rechazado por una distinta moral. Entonces, ser ético es ser
coherente con la propia moral, independientemente de cuan amorosa o vil sea
ésta. Lo que genera ruidos en la comunicación y conflictos de interpretación,
son los comportamientos éticos antagónicos, producto de morales diferentes: la
ética del autoritario, déspota y soberbio, es diferente de la del tolerante,
modesto y demócrata.
El espíritu de la ética
En su obra clásica “La ética
protestante y el espíritu del capitalismo”, Max Weber definía aquel espíritu
como hábitos e ideas que favorecen el comportamiento racional para
alcanzar el éxito económico. Sin
embargo Weber
estaba convencido de que no era el materialismo mercantil el mecanismo social
más importante, sino que la cosmovisión, las creencias y el sistema de ideas,
resultaban los principios fundamentales que regían la vida de las personas y
los grupos. Así el trabajo se convertía en una actividad noble en su esencia,
más allá de la prosperidad personal. El sacrificio, la superación y el triunfo
económico no buscaban necesariamente solo una recompensa en la ostentación de
bienes, sino que mostraban a un ser predestinado por “divina gratia”, una
existencia amarrada a una ética propiamente derivada de la moral
socio-religiosa del colectivo y el contexto epocal.
En
nuestros días teñidos de hipocresía y anomia , de tendencias
ultra-economicistas dominantes, de crisis de las morales personales, muchas
veces sacrificadas en el altar pragmático de la ecuación monetaria
coste-beneficio disfrazado de relato épico, pareciera que la noción de “lo
ético” se arrodilla ante una “moral flexible”. Se observa un pragmatismo
incongruente entre los que se “debe ser” (moral) y lo que “hay que hacer”
(ética), generando una estética deslucida y dudosa.
Hoy
es común en el mundo del trabajo y en el de las políticas sociales, abundar en
una seudo-ética o ética pragmática “light”. Se busca que produzca resultados
económicos favorables inmediatos, que disimule conflictos y que aumente la
productividad a cualquier precio. Esta “ética de los resultados más allá de la
moral” es rechazada tanto por humanistas racionales que buscan la armonía entre
capital y trabajo como por fundamentalistas de la “plusvalía” que predican la
confrontación perpetua y “natural” entre empleador-empleado.
Allende
los ideologismos sucede que el trabajo es al empleo lo que el valor es al
precio. Todo empleo genera una cierta enajenación respecto a la autoestima y a
la toma de decisiones, en orden inversamente proporcional a la ausencia de una
ética del protagonismo (empoderamiento de los procesos) y del llamado “trabajo
decente” (compensación y condiciones y medio ambiente de trabajo). La ética en
el empleo es la forma que nos habla de un contenido moral, bueno o malo, según
que conlleve más o menos felicidad y calidad de vida laboral.
Por
lo que el empleo de la ética será el reaseguro de coherencia de toda gestión
-particular o pública- con la moral que a la sazón se predique, sino se quiere recaer
en la abominable y tan frecuente impostura vernácula de la hipocresía.
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