(el
tango nuestro de cada día)
por Alberto Farias
Gramegna
“Curiosamente,
los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado
- Alberto Moravia
D
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as Unbehagen in der Kultur (“El malestar en la cultura”, 1930) es un
ensayo clásico de Sigmund Freud. Junto con “Psicología
de las masas y análisis del yo” (1921), forma parte de los artículos
freudianos más relevantes
e influyentes en el desarrollo incipiente de la psicología social occidental. El
texto aborda el malestar producto del irremediable antagonismo entre los deseos
más íntimos (exigencias “pulsionales”) y
las restricciones a los mismos que junto a los mandatos morales impone la cultura
de una sociedad. La conclusión es que sin
restricción e inhibición parcial a aquellas pulsiones vitales (“libidinales” y
“tanáticas”) no hay cultura, solo barbarie animal.
De lo nuestro lo mejor…
Digamos
para empezar que por “cultura” entendemos el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones,
costumbres y los productos generados que caracterizan a un pueblo, a un país, a
una clase social, a una época, etc. Cuando se dice, por ejemplo, remembrando al
Cambalache discepoliano, que entre nosotros se ha perdido la cultura del
trabajo para reemplazarla por la cultura del subsidio, o la del clientelismo
político, la del facilismo, etc. se apunta a un aspecto importante de aquella
definición: La cultura implica ante todo una visión práctica y filosófica de la
vida cotidiana y del mundo cercano y lejano. También una concepción de lo
interpersonal, en relación a la libertad, la ley, el poder y las jerarquías. Y
algo no menos importante: una idea más lejana o más cercana del pensamiento
mágico, de la causalidad y la casualidad, una representación más racional o más
irracional de la interacción de la naturaleza de las cosas y de las cosas de la
naturaleza. Así los miembros de una comunidad nacional son generadores y al
tiempo receptores de su propia cultura. Benefactores y beneficiados o
victimarios y víctimas de ellos mismos.
Un tango de cada cosa…
Si aceptamos
la hipótesis freudiana, toda cultura lleva implícita la existencia de un cierto malestar en su seno,
producto de aquella contradicción. Discépolo dixit: “No pienses más; sentate a un lao, que
a nadie importa si naciste honrao.” Y surge enseguida el sentimiento de
culpabilidad ante la tentación de trasgredir las restricciones impuestas: “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”. Hay
que distinguir “malestar en la
cultura” en general del específico “malestar de una cultura” particular. El primero refiere genéricamente a la
condición del sujeto civilizado, el precio saludable que paga el hombre normal
para socializarse. El segundo “malestar” en cambio refiere a un producto no
deseado surgido de un conflicto cultural puntual generalmente explícito: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador”. O por
ejemplo, el racismo, la xenofobia, la violencia de género, etc.
Y la cultura del malestar…
Finalmente
llegamos a un tercer tipo de malestar -muy tanguero- aludido en el título de
esta nota y vinculado a cierta clase de cultura comunitaria de carácter
nacional cuyo sello de identidad explícita es precisamente ¡el malestar en sí mismo!
Se expresa en la queja neurótica, es decir recurrente porque conlleva un regodeo
en el sufrimiento y una extraña falta de conciencia en la responsabilidad
individual que le cabe a cada uno como gestores de los males político-culturales
que luego padecerán como víctimas. En
este caso el malestar no emerge de una tensión esencial, ni surge contingente por
algún desencuentro de intereses económicos, ideológicos o discriminatorios, -que
desde luego también los hay- sino que pareciera resultar de su identidad misma,
la razón del ser nacional y popular, su folklore excluyente, la forma y el
fondo amalgamados en una unidad inseparable que paradojalmente se ha
naturalizado: es la “cultura del malestar”, una marca de agua argentina.
Tal como somos…
Ante la hipótesis
opinada de una presunta tal “cultura nacional del malestar esencial”, ¿cuál
sería su origen y su motivación?Tengo algo en mente, pero la respuesta no es breve
y es posible que el lector la encontrara simplista, prejuiciosa o amañada, por
lo que me excuso de intentarla aquí, aludiendo a una cómoda razón de espacio
editorial. En cambio para finalizar acudiré en mi auxilio a la poética pintura
del argentino medio que hace Eladia Blázquez en su tango “Somos como somos”: “(…)
Sensibleros, bonachones, compradores
de buzones por creer en el amor. ¡Como
somos!...con tendencia al melodrama y a enredarnos en la trama por vivir en la ficción. ¡Tal como
somos!...como un niño acobardado
con el andador gastado por temor a echarse a andar. Chantas... y en el fondo solidarios, más
al fondo muy otarios y muy piolas más
acá. ¡Vamos...! aprendamos pronto el tomo de asumirnos como somos
o no somos nunca más. ¡Nos gusta hacer las leyes, después crear la trampa tirando por la ´rampa´ las tangas a rendir, cargar
a voz en cuello, y protestar bajito prefabricando mitos para poder vivir! Nos gusta sobre todo comer a dos carrillos rociando con tintillo la gris preocupación, y así mancomunados hacemos con unción el
culto más sagrado...a la manducación.”.
Es
poco lo que se puede agregar a este crudo y honesto “striptease” de ser
nacional. Solo me queda arriesgar que la influencia del populismo fascistoide
derramado a partir de los años treinta y nunca del todo desaparecido de la
cultura vernácula , vive en el “locus profundis” del carácter popular.
Por
eso, hoy más que nunca, luego de la última década -que será recordada más por su infame legado
antes que por sus arbitrarios logros- vemos que “es lo mismo el que
labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata,
que el que cura, o está fuera de la ley...”.
La culpa no
es del chancho…, decía mi padre. ¿Será la cultura del malestar quien le da de
comer?
imagen: http://www.jornada.unam.mx/2005/08/14/Images/sem-freud1.jpg
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