Psicología y
Sociedad: a 25 años de la caída del Muro de Berlín
Los muros del pensamiento
(del relato mítico a la servidumbre ideológica)
(del relato mítico a la servidumbre ideológica)
por Alberto
Farías Gramegna
“Pensar sin el otro es pensar la vida
como un muro”- Xavier C. Orozco
“Bárbaros, las ideas no se matan”
- Domingo Faustino Sarmiento
El 9 de noviembre pasado se conmemoró en
el mundo la sorprendente -por lo precipitada- y espectacular caída del Muro de
Berlín ocurrida en 1989, producto de la crisis del régimen comunista de la RDA,
de la presión de sus ciudadanos convertidos en rehenes y de una confusa y ambigua
conferencia de prensa de los burócratas estatales que anunciaban un protocolo
de flexibilización de visitas entre ambos lados de la ciudad y terminaron por
facilitar involuntariamente la apertura de los pasos de control que cedieron a
la imparable ola de las miles de personas que ansiaban la libertad y el
reencuentro con sus familiares allende los bloques de piedra y las alambradas
de púas. Ese muro físico como tantos, expresaba otro mucho más difícil de
derribar: el muro del pensamiento que separa una visión totalitaria, egotista y
egocéntrica del hombre y su sociedad, alejada abismalmente de la mirada abierta
y respetuosa de las diferencias que honra y promueve la más valiosa posesión
humana: la libertad de pensamiento y acción. Alexis de Tocqueville solía decir
con justeza que solo la democracia extiende la esfera de la libertad
individual.
Pero los verdugos de la libertad del
ciudadano siempre escudados en algún relato ideológico perverso -delirante en
sus fines y cruel y destructivo en sus medios- siempre empiezan coartando la
libertad de los cuerpos para llegar a vulnerar la libertad de las ideas.
Los
muros ideológicos
La
ideología -y su expresión panfundamentalista, el ideologismo- es un muro mental que restringe y cristaliza
el ángulo de visión de la realidad con sus innumerables matices. Levanta una
pared infranqueable de seudocertezas sostenidas en creencias con núcleo de
acero. Y esto porque cada aserto discursivo está apoyado en una vivencia
emotiva, ligada en sus raíces a la emocionalidad infantil de la diada bueno-mala,
alegría-tristeza y al pensamiento mágico omnipotente que no tolera la
frustración de descubrir que se está equivocado o que el mundo no es como lo
quiere mi fantasía placentera. La articulación de las series de creencias
parciales forman un relato que se pretende posar por sobre la claroscura y
contradictoria realidad objetiva, es decir evidente, negando su imperfecta
dualidad axiológica en un intento de retocarla y presentarla sacrosanta : así
los obreros son todos buenos y puros, el pueblo nunca se equivoca, la propiedad
privada es mala porque expresa el egoísmo, la “raza” aria es superior a todas
las demás, los judíos son avaros, los negros son perezosos, los gitanos son
ladrones, los comunistas son justos y nobles o peligrosos y nihilistas, según
los vean los unos o los otros, el capitalismo es un sistema perverso, los
“yanquis” son ambiciosos e imperialistas, el cristianismo es humanitario y
redentor o el opio de la libertad del hombre, occidente es la encarnación de la
corrupción de las almas, los musulmanes son autoritarios y medioevales, etc.
Cada uno de estos prejuicios a favor o en contra de un existente sociocultural
se atornilla a una creencia de base que se amalgama en red con otras
complementarias de igual valoración positiva o negativa y juntas forman un relato
que da sentido a la percepción de la “realidad construida”, la única posible
para un pensamiento mítico-ideológico. Porque no otra cosa es un sistema
ideológico, que un entretejido de pequeños mitos que construyen uno grande -una
seudo “Gran Verdad”, al decir de Rüdiger Safranski, que es una Gran Mentira- donde se
aloja el nudo de sentido que guarda la emocionalidad primitiva del ideólogo
(aquel que piensa ideológicamente). Con contundencia lo dice Claude Lévi
Strauss: “Nada se parece más al
pensamiento mítico que la ideología política”.
El mito: del sentimiento a la sensatez
El mito es una forma de relato
imperecedero que se apoya en un hecho del pasado presuntamente acaecido que le
da sentido comprensivo al presente. No explica como la ciencia sino que
interpreta en un movimiento mental de comprensión empática: “El peronismo es un
sentimiento”. Esta frase condensa ejemplarmente el origen de una agrupación
política basada en una relación mística de carisma y acción que le da identidad
al hombre que en el presente adscriba a esa facción, y autoexplica su
comportamiento emotivo y su liturgia folclórica por aquella esencia fundante:
el sentimiento. Lo emocional intentará apoyarse en certidumbres racionales:
hechos políticos, condiciones y cualidades presuntamente evidentes del objeto,
pero en este caso el componente irracional (emotivo antes que cognitivo) lo
envuelve todo haciendo del relato mítico un discurso sesgado por la
tendenciosidad discrecional que impulsa el sentimiento, al igual que en la
parcialidad del ojo del hincha fanático de un cuadro de futbol. Su equipo suele
recibir todas sus las alabanzas y el rival todas las críticas, disminuyendo al
otro crezco yo, porque hay un nexo sentimental que une la identidad del secuaz
con la organización con la que me identifico y así pierdo toda imparcialidad de
criterio. El contexto sociopolítico e ideológico y las condiciones de
producción de aquellas acciones políticas fundacionales se omiten, desaparecen
disueltas en la única razón mítica que le da sentido a la inclusión gregaria del
“ser peronista”. El sentimiento, es una cuestión que se expresa en la cultura y
la manera de ser-en-el-mundo de ese partidario. Por eso, la sensatez ante los
mitos que sustentan las seudoverdades ideológicas, consiste en deconstruir sin
prejuicios los relatos de las grandes doctrinas que describen el mundo
sociopolítico exclusivamente en términos de una eterna lucha maniquea entre
oprimidos y opresores, y mentando ampulosamente la lucha contra la injusticia
siempre construyen muros psicológicos y físicos que empiezan coartando la
libertad en nombre de la necesidad y terminan transformando al hombre en un
esclavo autómata enajenado a la doctrina.
El mito como relato político
En el mito como en el relato político
se acomodan los hechos reales con los deseados y se mezclan mentiras con
verdades. Se omiten algunas verdades relevantes para privilegiar otras que
acomoden favorablemente a mis deseos. Se obtienen así “verdades mentirosas”, verdades
parciales mudan en absolutas y se agregan mentiras no intencionadas (“se non e
vero e ben trovato”) para adornar la “Gran Verdad” con el menor ruido
inconsistente para el creyente el ella. El fans, el secuaz, el acólito es un
feligrés que adora su relato mítico porque sin él se desmorona su identidad. La
duda es devastadora para el creyente religioso (adore a un dios o a un
caudillo). Lo desampara ideológicamente. Por eso el fanático odia al escéptico
al que ve como un diabólico iconoclasta. Ya lo dijo un fundamentalista de la
acción “manu militari”: la duda es la jactancia de los intelectuales.
Pero hay algo dos aspectos más en la
dinámica y la esencia del relato mítico-religioso que -va de suyo- lo ubica en las antípodas del
discurso de la ciencia o inclusive del discurso (por oposición a “relato”) de
la evidencia llana intuitiva: 1) La cadena causal de los hechos, la secuencia
causa-efecto y la interacción causalidad-motivación. Un hecho reactivo
resultante de una causa externa, supongamos una reacción de protesta en
respuesta a una medida inconstitucional, es descripto como causa (invirtiendo
la secuencia) y contexto desencadenante de un conflicto posterior: se omite la
causa verdadera y se pone el foco en la respuesta cargando sobre ella toda la
responsabilidad de los posibles efectos deletéreos. Luego para reforzar la
construcción del relato mítico se agregan mentiras intencionadas (actitud
pragmática al estilo “el fin justifica los medios”) u otras en las que conviene
creer, por ejemplo la sospecha de conjuras para desacreditar al responsable de
la medida inconstitucional, etc.
Por supuesto que la dinámica de reforzamiento escalar (feedback actitudinal) se instala entre unos y otros, como en la discusión de una pareja, y se pierde la noción de responsabilidad inicial del conflicto: si A entonces B. Y es que el faccioso siempre ve la película ya empezada y no puede entender el disparador de la escena, porque esto desmoronaría su orden maniqueo del mundo: si los empresarios para él son esencialmente “malos” y “ladrones de la plusvalía”, (relato propio de un extremista antisistema radical) pone play justo en el momento en que se despide a un trabajador, confirmando la maldad del personaje, pero no le interés ver la escena anterior donde ese trabajador se manejaba discrecionalmente para llevarse mercancías del depósito a su casa. Cuando se le señale ese hecho, podría decir por ejemplo: “Y el que roba a un ladrón…”.
Por supuesto que la dinámica de reforzamiento escalar (feedback actitudinal) se instala entre unos y otros, como en la discusión de una pareja, y se pierde la noción de responsabilidad inicial del conflicto: si A entonces B. Y es que el faccioso siempre ve la película ya empezada y no puede entender el disparador de la escena, porque esto desmoronaría su orden maniqueo del mundo: si los empresarios para él son esencialmente “malos” y “ladrones de la plusvalía”, (relato propio de un extremista antisistema radical) pone play justo en el momento en que se despide a un trabajador, confirmando la maldad del personaje, pero no le interés ver la escena anterior donde ese trabajador se manejaba discrecionalmente para llevarse mercancías del depósito a su casa. Cuando se le señale ese hecho, podría decir por ejemplo: “Y el que roba a un ladrón…”.
Así desaparece la noción lineal
victimario-víctima en un confuso escenario seudo-sistémico donde se atribuye
injustamente mudanzas de roles: si le han pegado o la han violado “por algo
será”, “algo habrá hecho”, “si lo han robado es por descuidado o se lo tendría
merecido”, etc. y otras necedades, insensateces y cinismos por el estilo.
2) En esta misma dirección de
autojustificación de la justeza de mi creencia, se ubica el fenómeno
motivacional, que conlleva la noción de intencionalidad: una causa es un motor
restrospectivo y se inscribe en la ley de la acción y la reacción. Una motivación,
en cambio, es prospectiva, es decir refiere a un motor desiderativo que intenta
alcanzar metas en el contexto de objetivos. La motivación (movere, movimiento) tira del sujeto desde la “zanahoria” del deseo,
en tanto la causalidad lo empuja hacia delante por necesidad impostergable, por
lo que el sujeto responde pasivamente antes que buscar activamente como cuando
está motivado por su deseo.
El relato autosuficiente que como la pescadilla se muerde la
cola
Y bien, en la lógica de un sistema
mítico-religioso todo lo que ocurra tendrá que ver con el deseo del gran
demiurgo, del caudillo o en el contexto de la Gran Verdad, nada de lo que pase
puede contradecir la esencia del orden del relato, donde los roles y los
acontecimientos siempre deberán confirmar la “teoría” sobre la que descansa la
creencia del relato. Este es precisamente el aspecto insostenible sobre el que
recae la crítica que la epistemología ha hecho respecto al discurso
explicativo-interpretativo de buena parte de la teoría psicoanalítica: como el
inconsciente es inaccesible con antelación a su manifestación
explícita-consciente, suceda lo que suceda, siempre se podrá explicar por la intencionalidad
inconsciente sobre la que no se puede experimentar. Si en un sueño el sujeto
dice que tal figura es su padre o si dice que no lo es, ambas respuestas pueden
ser interpretadas por el psicoanalista como confirmatorias de la teoría de la
“castración simbólica” en el marco del complejo de Edipo. Independientemente de
la eurística pragmática y de la verosimilitud de la explicación en el marco de
un contexto clínico singular del caso de ese paciente, (lo digo con la
autoridad de haberme formado institucionalmente en el psicoanálisis durante
cinco años, y haber ejercido como psicólogo clínico psicoanalista durante los
siguientes veinte años) el método no cumple con los requisitos exigidos por la
ciencia formal en cuanto a la “falsación” (1) posible de tal hipótesis, esto es
si no se puede demostrar con evidencias fehacientes la existencia de Dios,
-como dijo Bertrand Russell- entonces el debate es inútil porque queda dentro
de la creencia religiosa y fuera de la objetividad de la ciencia.
Así mismo el relato religioso se
asemeja en este punto al del psicoanálisis: si el feligrés tiene suerte en su
vida es porque Dios lo premia por ser buena persona y hombre de fe, y si no la
tiene y sufre es voluntad de Dios poner a prueba su fe, etc. Siempre se
confirma la voluntad divina. Como la pescadilla del dicho popular termina
mordiendo su propia cola en una tautología explicativa. Porque la existencia de
esa voluntad no está en discusión, lo mismo que la existencia ideológica de la
“Gran Verdad Política” que expresa el relato ideológico. Por ejemplo para un
marxista ortodoxo, otorgue una mejora salarial o despida a un trabajador,
siempre el dueño del capital confirmará su condición de explotador de la fuerza
de trabajo contratada y apropiador del plusvalor que produce esa fuerza puesta
en acción productiva, porque la contradicción se asienta en el núcleo duro del
relato: incompatibilidad de intereses burguesía-proletariado. De ahí el rechazo
“in toto” del sistema conocido como “capitalista”.
Vigilar y castigar: la policía del
pensamiento
Como comenta Friedrich Hayek en “Camino de la servidumbre”, obra
señera aparecida en 1944: “Mientras la
democracia (se refiere al sistema democrático republicano occidental) busca la igualdad en la libertad, el
socialismo (se refiere a la versión marxista totalitaria de esta modelo
como vía al comunismo a través de una dictadura de partido único) busca la igualdad en la restricción y la
servidumbre". Y enseguida señala: “(…) Resulta particularmente significativa, y digna de observar, la relación
entre fascismo y comunismo, y la facilidad con que se hace el tránsito de una
ideología a la otra. Es verdad que ambas ideología compitieron en los años 30,
pero ambas representan la misma ideología colectivista y antiliberal y
compitieron por el mismo tipo de mentalidad”.
Los populismos y el acecho a la democracia republicana
Basset plantea este drama como “el
dilema de la democracia”: Alicia Hinarejo Parga, académica de la Universidad de
Valencia en un trabajo sobre este tema: “La prohibición de partidos políticos
como mecanismo de defensa del Estado”, reflexiona: “¿Es necesario y lícito limitar la libertad política de quien pretende
utilizarla contra la propia democracia?, ¿o ha de tolerarse cualquier tipo de
uso de esta libertad, aunque ello pueda llevar a la destrucción de todas las
libertades? El llamado “suicidio constitucional (…)”, a partir de ir
tolerando procedimientos discrecionales por parte del gobierno de turno. Como
en la metáfora del “sapo hervido”, que se cocina a fuego lento si reaccionar,
así el ciudadano y la república van diluyendo su poder a manos del poder
concentrado del partido antisistema. Por eso el límite de la libertad política debería
estar en el punto en que se pretende ejercerla para destruir la libertad de los
otros, aboliendo el sistema de garantías y el Estado de Derecho.
El
control del poder discrecional y la Constitución
A propósito de este tema el gran jurista Karl Loewenstein,
padre de la Teoría Constitucionalista moderna, analizando el tema del poder
político discrecional sostiene que “el
poder encierra en sí mismo la semilla de su propia degeneración”. En su
trabajo de síntesis “La idea de la Constitución en Karl Loewenstein”, J.A
González Casanova señala que “Las
libertades individuales fueron el gran telos
liberal de los inicios del constitucionalismo moderno, junto a la
separación de poderes, pero en la actualidad, varios fenómenos han puesto en
peligro la intangibilidad de tales libertades y su progresiva adaptación a las
necesidades reales de libertad del hombre de hoy. Para Loewenstein las
libertades fundamentales deberían ser supraconstitucionales, en el sentido de
que no pudieran ser derogadas en ningún caso al amparo de las limitaciones de
orden legal que la mayoría de las Constituciones escritas prevén a posteriori. Las necesidades de
seguridad estatal en una época de transformaciones violentas han limitado la
libertad individual, y los ciudadanos han renunciado en muchos casos
voluntariamente a su misma libertad por una mayor seguridad colectiva, fruto de
una seguridad del gran benefactor del Estado”. Esto entraña un gran peligro
ya que de a poco se puede ir cediendo esos derechos con la justificación que de
esa manera me garantizan una supuesta seguridad. Aquí aparece otra vez el
delicado dilema de fines y medios. Si en nombre de combatir la rabia mato al perro, no habrá
más rabia pero tampoco habrá más perros.
“Para
Loewenstein -continúa González Casanova- el Poder incontrolado era intrínsecamente
malo. El Poder debe ser limitado mediante su distribución y su control para que
no degenere. Pero esa limitación no actúa automáticamente; el Poder no se
autolímita (Jellinek), si no es por una introducción efectuada desde fuera de
él.”. Dado la claridad del párrafo que sigue,
me permito reproducirlo enseguida en su totalidad, ya que no podría resumirlo
mejor con mis palabras. En relación al tema del poder y su control por parte de
los diferentes estamentos constitucionales en una sociedad libre…“(…) la experiencia atestigua que allí donde
el Poder político no se halla controlado, el Poder se corrompe y abusa de su
control social. La esencia del Poder reside en su ejercicio limitado: el Poder no
puede dejar de ser limitado, pues un Poder absoluto {tiranía, autocracia) (y
populismo a la manera de lo que Guillermo O´Donnell (2) llama “democracia
delegativa” agrego yo) traiciona el telos ideológico de la libertad. El
control político, por tanto, es cuestión central, según Loewenstein, en todos los valores e ideologías políticos.
La elección, entre la dualidad libertad-autoridad marca el telos de cada sociedad. En cuanto la libertad de los destinatarios del Poder queda garantizada por el control de los detentadores, una sociedad de ideología autoritaria diferirá de otra liberal en la falta, de los convenientes controles limitativos del Poder. (La negrita es mía). El proceso político tiene, pues, un desarrollo que culmina en el control que del Poder se realice en el transcurso de dicho proceso. Este podrá ser comprendido mejor partiendo del mecanismo de control del Poder, porque, según nuestro autor, «lo que caracteriza a un sistema político y le permite diferenciarse de otro es precisamente la existencia o ausencia de controles, su estabilidad y eficacia, su ámbito e intensidad»
La elección, entre la dualidad libertad-autoridad marca el telos de cada sociedad. En cuanto la libertad de los destinatarios del Poder queda garantizada por el control de los detentadores, una sociedad de ideología autoritaria diferirá de otra liberal en la falta, de los convenientes controles limitativos del Poder. (La negrita es mía). El proceso político tiene, pues, un desarrollo que culmina en el control que del Poder se realice en el transcurso de dicho proceso. Este podrá ser comprendido mejor partiendo del mecanismo de control del Poder, porque, según nuestro autor, «lo que caracteriza a un sistema político y le permite diferenciarse de otro es precisamente la existencia o ausencia de controles, su estabilidad y eficacia, su ámbito e intensidad»
Dijimos en el inicio de este extenso artículo que se
cumplieron 25 años de la caída del siniestro y vergonzoso Muro de Berlín. Quedan
aún muchos muros lamentables en el mundo, tanto físicos como mentales que son
los más peligrosos y difíciles de derribar. Depende de que los hombres buenos
hagan algo con lo que los malos ya han hecho en nombre de ellos. Y la primera
piedra que deberá caer es la del mito de las terribles Grandes Verdades, que no
es más que una gran estafa al pensamiento y la inteligencia de la Humanidad.
Bibliografía
citada:
-Basset, R (1964 ) The esentials of Parliamentary Democracy,2da.Edición
Londres
-Foucault, M (2012) Vigilar y Castigar Bibioteca Nueva-Siglo
XXI Madrid
-González Casanova,JA (1965) La idea de la Constitución en Karl Loewenstein, Revista de estudios
políticos, ISSN 0048-7694, Nº 139, 1965 , págs. 73-98
-Hayek von, F A (2011) Camino de la servidumbre -Alianza, Barcelona
-Hayek von, F A (2011) Camino de la servidumbre -Alianza, Barcelona
-Hinarejo Parga, A “La
prohibición de partidos políticos como mecanismo de defensa del estado” -
Trabajo de tésis doctoral Universidad de Valencia, España.
-Lévi-Strauss,
C (1994) El mito
estructural Grial XXIII
-Loewenstein,K (1966) Teoría de la Constitución, Ariel,
Barcelona
-Russell, B (2008) Porque no soy cristiano ,Edhasa, Barcelona
-Safransky, R (2013 ) ¿Cuánta verdad necesita el hombre?
Tusquet Barcelona
-Tocqueville de,A (1996) Vitta attraverso le lettere,trad. it (Bolonia: il Mulino 1996,p.173)
-Tocqueville de,A (1996) Vitta attraverso le lettere,trad. it (Bolonia: il Mulino 1996,p.173)
Referencias:
(1)
En filosofía de la ciencia, se entiende por “falsabilidad” a la
propiedad que se verifica si se sigue, deductivamente, por modus tollendo tollens (del latín, modo que negando niega),
que la proposición universal es falsa cuando se consigue demostrar
mediante la experiencia que un enunciado observable es falso. Es un concepto
central de la teoría epistemológica de Karl Popper conocida como falsacionismo..
Dicho de otro modo, falsabilidad (refutabilidad) es la propiedad que tendrá una
proposición universal si existe al menos un enunciado lógicamente posible que
se deduzca de ella que pueda demostrarse falso mediante observación empírica.
Si ni siquiera es posible imaginar un enunciado empíricamente comprobable que
contradiga la proposición original, entonces tal proposición no será falsable. (REF:
http://es.wikipedia.org/wiki/Falsabilidad
)
(2)
A partir de los años setenta, comenzó a estudiar las características del Estado autoritario a partir de la observación del
gobierno militar denominado Revolución Argentina que gobernó la Argentina entre 1966 y
1973. Se destacan de este período su libros Modernización
y autoritarismo (1972) y El Estado burocrático autoritario (1982), este último convertido en un
libro clásico de la Ciencia Política. Desde 1983, en sintonía con los procesos
de recuperación de la democracia en América Latina O'Donnell
comenzó a profundizar las estudios sobre la democracia, sus presupuestos,
componentes y mecanismos internos. Se destaca de este período su artículo Democracia macro y micro (1982) y el libro Transiciones desde un gobierno
autoritario (coeditado,
1988). A partir de la década del '90 O'Donnell
ha desarrollado el concepto de democracia delegativa para distinguirla de la democracia representativa;
según O'Donnell los procesos democráticos que se produjeron en América Latina y
en la Europa del Este no
alcanzaron a establecer democracia representativas, sino democracias
delegativas, institucionalmente débiles con poderes ejecutivos muy
centralizados. Se destacan de este período Contrapuntos:
ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización(1997), Pobreza y desigualdad en América
Latina (coeditado, 1999), La (in)efectividad de la ley y la
exclusión en América Latina (coeditado,
2001). (REf: http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_O%27Donnell
)
© by afc 2014-11-24
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