martes, 25 de noviembre de 2014

Los muros del pensamiento....

Psicología y Sociedad: a 25 años de la caída del Muro de Berlín

                
Los muros del pensamiento  
(del relato mítico a la servidumbre ideológica)
por Alberto Farías Gramegna

“Pensar sin el otro es pensar la vida como un muro”- Xavier C. Orozco
“Bárbaros, las ideas no se matan” - Domingo Faustino Sarmiento

El 9 de noviembre pasado se conmemoró en el mundo la sorprendente -por lo precipitada- y espectacular caída del Muro de Berlín ocurrida en 1989, producto de la crisis del régimen comunista de la RDA, de la presión de sus ciudadanos convertidos en rehenes y de una confusa  y  ambigua conferencia de prensa de los burócratas estatales que anunciaban un protocolo de flexibilización de visitas entre ambos lados de la ciudad y terminaron por facilitar involuntariamente la apertura de los pasos de control que cedieron a la imparable ola de las miles de personas que ansiaban la libertad y el reencuentro con sus familiares allende los bloques de piedra y las alambradas de púas. Ese muro físico como tantos, expresaba otro mucho más difícil de derribar: el muro del pensamiento que separa una visión totalitaria, egotista y egocéntrica del hombre y su sociedad, alejada abismalmente de la mirada abierta y respetuosa de las diferencias que honra y promueve la más valiosa posesión humana: la libertad de pensamiento y acción. Alexis de Tocqueville solía decir con justeza que solo la democracia extiende la esfera de la libertad individual.
Pero los verdugos de la libertad del ciudadano siempre escudados en algún relato ideológico perverso -delirante en sus fines y cruel y destructivo en sus medios- siempre empiezan coartando la libertad de los cuerpos para llegar a vulnerar la libertad de las ideas.

Los muros ideológicos

La ideología -y su expresión panfundamentalista, el ideologismo-  es un muro mental que restringe y cristaliza el ángulo de visión de la realidad con sus innumerables matices. Levanta una pared infranqueable de seudocertezas sostenidas en creencias con núcleo de acero. Y esto porque cada aserto discursivo está apoyado en una vivencia emotiva, ligada en sus raíces a la emocionalidad infantil de la diada bueno-mala, alegría-tristeza y al pensamiento mágico omnipotente que no tolera la frustración de descubrir que se está equivocado o que el mundo no es como lo quiere mi fantasía placentera. La articulación de las series de creencias parciales forman un relato que se pretende posar por sobre la claroscura y contradictoria realidad objetiva, es decir evidente, negando su imperfecta dualidad axiológica en un intento de retocarla y presentarla sacrosanta : así los obreros son todos buenos y puros, el pueblo nunca se equivoca, la propiedad privada es mala porque expresa el egoísmo, la “raza” aria es superior a todas las demás, los judíos son avaros, los negros son perezosos, los gitanos son ladrones, los comunistas son justos y nobles o peligrosos y nihilistas, según los vean los unos o los otros, el capitalismo es un sistema perverso, los “yanquis” son ambiciosos e imperialistas, el cristianismo es humanitario y redentor o el opio de la libertad del hombre, occidente es la encarnación de la corrupción de las almas, los musulmanes son autoritarios y medioevales, etc. Cada uno de estos prejuicios a favor o en contra de un existente sociocultural se atornilla a una creencia de base que se amalgama en red con otras complementarias de igual valoración positiva o negativa y juntas forman un relato que da sentido a la percepción de la “realidad construida”, la única posible para un pensamiento mítico-ideológico. Porque no otra cosa es un sistema ideológico, que un entretejido de pequeños mitos que construyen uno grande -una seudo “Gran Verdad”, al decir de Rüdiger Safranski, que es una Gran Mentira- donde se aloja el nudo de sentido que guarda la emocionalidad primitiva del ideólogo (aquel que piensa ideológicamente). Con contundencia lo dice Claude Lévi Strauss: “Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política”.

El mito: del sentimiento a la sensatez

El mito es una forma de relato imperecedero que se apoya en un hecho del pasado presuntamente acaecido que le da sentido comprensivo al presente. No explica como la ciencia sino que interpreta en un movimiento mental de comprensión empática: “El peronismo es un sentimiento”. Esta frase condensa ejemplarmente el origen de una agrupación política basada en una relación mística de carisma y acción que le da identidad al hombre que en el presente adscriba a esa facción, y autoexplica su comportamiento emotivo y su liturgia folclórica por aquella esencia fundante: el sentimiento. Lo emocional intentará apoyarse en certidumbres racionales: hechos políticos, condiciones y cualidades presuntamente evidentes del objeto, pero en este caso el componente irracional (emotivo antes que cognitivo) lo envuelve todo haciendo del relato mítico un discurso sesgado por la tendenciosidad discrecional que impulsa el sentimiento, al igual que en la parcialidad del ojo del hincha fanático de un cuadro de futbol. Su equipo suele recibir todas sus las alabanzas y el rival todas las críticas, disminuyendo al otro crezco yo, porque hay un nexo sentimental que une la identidad del secuaz con la organización con la que me identifico y así pierdo toda imparcialidad de criterio. El contexto sociopolítico e ideológico y las condiciones de producción de aquellas acciones políticas fundacionales se omiten, desaparecen disueltas en la única razón mítica que le da sentido a la inclusión gregaria del “ser peronista”. El sentimiento, es una cuestión que se expresa en la cultura y la manera de ser-en-el-mundo de ese partidario. Por eso, la sensatez ante los mitos que sustentan las seudoverdades ideológicas, consiste en deconstruir sin prejuicios los relatos de las grandes doctrinas que describen el mundo sociopolítico exclusivamente en términos de una eterna lucha maniquea entre oprimidos y opresores, y mentando ampulosamente la lucha contra la injusticia siempre construyen muros psicológicos y físicos que empiezan coartando la libertad en nombre de la necesidad y terminan transformando al hombre en un esclavo autómata enajenado a la doctrina.

El mito como relato político

En el mito como en el relato político se acomodan los hechos reales con los deseados y se mezclan mentiras con verdades. Se omiten algunas verdades relevantes para privilegiar otras que acomoden favorablemente a mis deseos. Se obtienen así “verdades mentirosas”, verdades parciales mudan en absolutas y se agregan mentiras no intencionadas (“se non e vero e ben trovato”) para adornar la “Gran Verdad” con el menor ruido inconsistente para el creyente el ella. El fans, el secuaz, el acólito es un feligrés que adora su relato mítico porque sin él se desmorona su identidad. La duda es devastadora para el creyente religioso (adore a un dios o a un caudillo). Lo desampara ideológicamente. Por eso el fanático odia al escéptico al que ve como un diabólico iconoclasta. Ya lo dijo un fundamentalista de la acción “manu militari”: la duda es la jactancia de los intelectuales.   

Pero hay algo dos aspectos más en la dinámica y la esencia del relato mítico-religioso que  -va de suyo- lo ubica en las antípodas del discurso de la ciencia o inclusive del discurso (por oposición a “relato”) de la evidencia llana intuitiva: 1) La cadena causal de los hechos, la secuencia causa-efecto y la interacción causalidad-motivación. Un hecho reactivo resultante de una causa externa, supongamos una reacción de protesta en respuesta a una medida inconstitucional, es descripto como causa (invirtiendo la secuencia) y contexto desencadenante de un conflicto posterior: se omite la causa verdadera y se pone el foco en la respuesta cargando sobre ella toda la responsabilidad de los posibles efectos deletéreos. Luego para reforzar la construcción del relato mítico se agregan mentiras intencionadas (actitud pragmática al estilo “el fin justifica los medios”) u otras en las que conviene creer, por ejemplo la sospecha de conjuras para desacreditar al responsable de la medida inconstitucional, etc. 
Por supuesto que la dinámica de reforzamiento escalar (feedback actitudinal) se instala entre unos y otros, como en la discusión de una pareja, y se pierde la noción de responsabilidad inicial del conflicto: si A entonces B. Y es que el faccioso siempre ve la película ya empezada y no puede entender el disparador de la escena, porque esto desmoronaría su orden maniqueo del mundo: si los empresarios para él son esencialmente “malos” y “ladrones de la plusvalía”, (relato propio de un extremista antisistema radical) pone play justo en el momento en que se despide a un trabajador, confirmando la maldad del personaje, pero no le interés ver la escena anterior donde ese trabajador se manejaba discrecionalmente para llevarse mercancías del depósito a su casa. Cuando se le señale ese hecho, podría decir por ejemplo: “Y el que roba a un ladrón…”.
Así desaparece la noción lineal victimario-víctima en un confuso escenario seudo-sistémico donde se atribuye injustamente mudanzas de roles: si le han pegado o la han violado “por algo será”, “algo habrá hecho”, “si lo han robado es por descuidado o se lo tendría merecido”, etc. y otras necedades, insensateces  y cinismos por el estilo.

2) En esta misma dirección de autojustificación de la justeza de mi creencia, se ubica el fenómeno motivacional, que conlleva la noción de intencionalidad: una causa es un motor restrospectivo y se inscribe en la ley de la acción y la reacción. Una motivación, en cambio, es prospectiva, es decir refiere a un motor desiderativo que intenta alcanzar metas en el contexto de objetivos. La motivación (movere, movimiento) tira del sujeto desde la “zanahoria” del deseo, en tanto la causalidad lo empuja hacia delante por necesidad impostergable, por lo que el sujeto responde pasivamente antes que buscar activamente como cuando está motivado por su deseo.

El relato autosuficiente que como la pescadilla se muerde la cola

Y bien, en la lógica de un sistema mítico-religioso todo lo que ocurra tendrá que ver con el deseo del gran demiurgo, del caudillo o en el contexto de la Gran Verdad, nada de lo que pase puede contradecir la esencia del orden del relato, donde los roles y los acontecimientos siempre deberán confirmar la “teoría” sobre la que descansa la creencia del relato. Este es precisamente el aspecto insostenible sobre el que recae la crítica que la epistemología ha hecho respecto al discurso explicativo-interpretativo de buena parte de la teoría psicoanalítica: como el inconsciente es inaccesible con antelación a su manifestación explícita-consciente, suceda lo que suceda, siempre se podrá explicar por la intencionalidad inconsciente sobre la que no se puede experimentar. Si en un sueño el sujeto dice que tal figura es su padre o si dice que no lo es, ambas respuestas pueden ser interpretadas por el psicoanalista como confirmatorias de la teoría de la “castración simbólica” en el marco del complejo de Edipo. Independientemente de la eurística pragmática y de la verosimilitud de la explicación en el marco de un contexto clínico singular del caso de ese paciente, (lo digo con la autoridad de haberme formado institucionalmente en el psicoanálisis durante cinco años, y haber ejercido como psicólogo clínico psicoanalista durante los siguientes veinte años) el método no cumple con los requisitos exigidos por la ciencia formal en cuanto a la “falsación” (1) posible de tal hipótesis, esto es si no se puede demostrar con evidencias fehacientes la existencia de Dios, -como dijo Bertrand Russell- entonces el debate es inútil porque queda dentro de la creencia religiosa y fuera de la objetividad de la ciencia.

Así mismo el relato religioso se asemeja en este punto al del psicoanálisis: si el feligrés tiene suerte en su vida es porque Dios lo premia por ser buena persona y hombre de fe, y si no la tiene y sufre es voluntad de Dios poner a prueba su fe, etc. Siempre se confirma la voluntad divina. Como la pescadilla del dicho popular termina mordiendo su propia cola en una tautología explicativa. Porque la existencia de esa voluntad no está en discusión, lo mismo que la existencia ideológica de la “Gran Verdad Política” que expresa el relato ideológico. Por ejemplo para un marxista ortodoxo, otorgue una mejora salarial o despida a un trabajador, siempre el dueño del capital confirmará su condición de explotador de la fuerza de trabajo contratada y apropiador del plusvalor que produce esa fuerza puesta en acción productiva, porque la contradicción se asienta en el núcleo duro del relato: incompatibilidad de intereses burguesía-proletariado. De ahí el rechazo “in toto” del sistema  conocido como “capitalista”.

Vigilar y castigar: la policía del pensamiento

En “Vigilar y castigar”, su obra clásica, Michel Foucault analizando los aspectos del control político de la sociedad afirma que “El derecho de castigar será, pues, como un aspecto del derecho del soberano a hacer la guerra a sus enemigos: castigar pertenece (y cita aquí a Muyart de Vouglans) a ese  ´´derecho de guerra , a ese poder absoluto de vida y muerte de qué habla el derecho romano con el nombre de ´merum imperieum´ , derecho en virtud el cual el príncipe hace ejecutar su ley ordenando el castigo del crimen.´´ ”. Y en los regímenes autoritarios y con mayor rigor los totalitarios de cualquier signo formal, el “crimen” es pensar diferente, ser opositor a la coacción de la libertad. El control de las mentes por la propaganda se complementa con el control de los cuerpos impidiendo la libre circulación del ciudadano. Por eso los muros materiales materializan los mentales. Cualquier “ideología totalizante”, es decir que pretenda instalar una seudo Gran Verdad supraindividual para explicar lo que pasa y lo que debiera pasar en una sociedad dada, lleva consigo el virus de la destrucción de la libertad del hombre, en nombre de un Ideal mesiánico (vg: la sociedad sin clases ni propiedad privada, la superioridad racial del pueblo ario, la guerra santa contra las costumbres “satánicas” y las actitudes blasfemas del modernismo iconoclasta, los movimientos facciosos nacional-populistas de raíz corporativa, etc.), que dice querer ordenar el mundo para felicidad futura de los mismos ciudadanos que muda en autómatas y empieza por esclavizar.

Como comenta Friedrich Hayek en “Camino de la servidumbre”, obra señera aparecida en 1944: “Mientras la democracia (se refiere al sistema democrático republicano occidental) busca la igualdad en la libertad, el socialismo (se refiere a la versión marxista totalitaria de esta modelo como vía al comunismo a través de una dictadura de partido único)  busca la igualdad en la restricción y la servidumbre". Y enseguida señala: “(…) Resulta particularmente significativa, y digna de observar, la relación entre fascismo y comunismo, y la facilidad con que se hace el tránsito de una ideología a la otra. Es verdad que ambas ideología compitieron en los años 30, pero ambas representan la misma ideología colectivista y antiliberal y compitieron por el mismo tipo de mentalidad”.

Los populismos  y el acecho a la democracia republicana

“La pregunta es si vamos a permitir a los enemigos declarados de la democracia utilizar la maquinaria democrática con el único propósito de derrocar la democracia”. Con estas inquietantes y sentidas palabras Reginald Basset nos introduce en un tema crucial de la democracia republicana: los límites de la tolerancia a aquellos grupos que se proponen destruir o desnaturalizar el sistema desde dentro escudándose en que fueron elegidos por votación de mayorías, para luego cambiar las reglas de juego y desenmascarar sus perversos objetivos. Este engaño a las expectativas de los electores, esta estafa a las reglas del juego democrático, funciona como un caballo de Troya que en la medianoche, desembarca paso a paso a sus arietes ubicándolos en lugares claves del poder para ir minando los dispositivos de control del poder y a través de mayorías parlamentarias circunstanciales avanzar en modificar leyes constitucionales acomodando la legislación de manera arbitraria, discrecional, engañosa y con frecuencia transgrediendo las normas constitucionales. Estos regímenes seudo-democráticos se van alejando cada vez más de la legalidad normativa cuanto más poder discrecional obtienen. Desprecian las instituciones que les posibilitaron acceder al poder y solo se dirigen a las masas para someterlas clientelísticamente a través del trabajo demagógico de los punteros barriales y de los subsidios masivos. La historia reciente es dramáticamente clara de lo que estamos diciendo: en regímenes siniestros que mudaron en feroces dictaduras genocidas como el nazismo, el fascismo italiano, por ejemplo, sus líderes originalmente accedieron al poder por elecciones libres dentro de las reglas de juego que a poco andar destruyeron.

Basset plantea este drama como “el dilema de la democracia”: Alicia Hinarejo Parga, académica de la Universidad de Valencia en un trabajo sobre este tema: “La prohibición de partidos políticos como mecanismo de defensa del Estado”, reflexiona: “¿Es necesario y lícito limitar la libertad política de quien pretende utilizarla contra la propia democracia?, ¿o ha de tolerarse cualquier tipo de uso de esta libertad, aunque ello pueda llevar a la destrucción de todas las libertades? El llamado “suicidio constitucional (…)”, a partir de ir tolerando procedimientos discrecionales por parte del gobierno de turno. Como en la metáfora del “sapo hervido”, que se cocina a fuego lento si reaccionar, así el ciudadano y la república van diluyendo su poder a manos del poder concentrado del partido antisistema. Por eso el límite de la libertad política debería estar en el punto en que se pretende ejercerla para destruir la libertad de los otros, aboliendo el sistema de garantías y el Estado de Derecho.

El control del poder discrecional y la Constitución

A propósito de este tema el gran jurista Karl Loewenstein, padre de la Teoría Constitucionalista moderna, analizando el tema del poder político discrecional sostiene que “el poder encierra en sí mismo la semilla de su propia degeneración”. En su trabajo de síntesis “La idea de la Constitución en Karl Loewenstein”, J.A González Casanova señala que “Las libertades individuales fueron el gran telos liberal de los inicios del constitucionalismo moderno, junto a la separación de poderes, pero en la actualidad, varios fenómenos han puesto en peligro la intangibilidad de tales libertades y su progresiva adaptación a las necesidades reales de libertad del hombre de hoy. Para Loewenstein las libertades fundamentales deberían ser supraconstitucionales, en el sentido de que no pudieran ser derogadas en ningún caso al amparo de las limitaciones de orden legal que la mayoría de las Constituciones escritas prevén a posteriori. Las necesidades de seguridad estatal en una época de transformaciones violentas han limitado la libertad individual, y los ciudadanos han renunciado en muchos casos voluntariamente a su misma libertad por una mayor seguridad colectiva, fruto de una seguridad del gran benefactor del Estado”. Esto entraña un gran peligro ya que de a poco se puede ir cediendo esos derechos con la justificación que de esa manera me garantizan una supuesta seguridad. Aquí aparece otra vez el delicado dilema de fines y medios. Si en nombre de combatir la rabia mato al perro, no habrá más rabia pero tampoco habrá más perros.

“Para Loewenstein  -continúa  González Casanova-  el Poder incontrolado era intrínsecamente malo. El Poder debe ser limitado mediante su distribución y su control para que no degenere. Pero esa limitación no actúa automáticamente; el Poder no se autolímita (Jellinek), si no es por una introducción efectuada desde fuera de él.”. Dado la claridad del párrafo que sigue, me permito reproducirlo enseguida en su totalidad, ya que no podría resumirlo mejor con mis palabras. En relación al tema del poder y su control por parte de los diferentes estamentos constitucionales en una sociedad libre…“(…) la experiencia atestigua que allí donde el Poder político no se halla controlado, el Poder se corrompe y abusa de su control social. La esencia del Poder reside en su ejercicio limitado: el Poder no puede dejar de ser limitado, pues un Poder absoluto {tiranía, autocracia) (y populismo a la manera de lo que Guillermo O´Donnell (2) llama “democracia delegativa” agrego yo)  traiciona el telos ideológico de la libertad. El control político, por tanto, es cuestión central, según Loewenstein, en todos los valores e ideologías políticos. 
La elección, entre la dualidad libertad-autoridad marca el telos de cada sociedad. En cuanto la libertad de los destinatarios del Poder queda garantizada por el control de los detentadores, una sociedad de ideología autoritaria diferirá de otra liberal en la falta, de los convenientes controles limitativos del Poder. (La negrita es mía). El proceso político tiene, pues, un desarrollo que culmina en el control que del Poder se realice en el transcurso de dicho proceso. Este podrá ser comprendido mejor partiendo del mecanismo de control del Poder, porque, según nuestro autor, «lo que caracteriza a un sistema político y le permite diferenciarse de otro es precisamente la existencia o ausencia de controles, su estabilidad y eficacia, su ámbito e intensidad»
Dijimos en el inicio de este extenso artículo que se cumplieron 25 años de la caída del siniestro y vergonzoso Muro de Berlín. Quedan aún muchos muros lamentables en el mundo, tanto físicos como mentales que son los más peligrosos y difíciles de derribar. Depende de que los hombres buenos hagan algo con lo que los malos ya han hecho en nombre de ellos. Y la primera piedra que deberá caer es la del mito de las terribles Grandes Verdades, que no es más que una gran estafa al pensamiento y la inteligencia de la Humanidad.

Bibliografía citada:

-Basset, R (1964 ) The esentials of Parliamentary Democracy,2da.Edición Londres
-Foucault, M (2012) Vigilar y Castigar Bibioteca Nueva-Siglo XXI Madrid
-González Casanova,JA (1965)  La idea de la Constitución en Karl Loewenstein, Revista de estudios políticos, ISSN 0048-7694, Nº 139, 1965 , págs. 73-98
-Hayek von, F A (2011) Camino de la servidumbre -Alianza, Barcelona
-Hinarejo Parga, A  “La prohibición de partidos políticos como mecanismo de defensa del estado” - Trabajo de tésis doctoral Universidad de Valencia, España.
-Lévi-Strauss, C  (1994)  El mito estructural Grial XXIII
-Loewenstein,K (1966) Teoría de la Constitución, Ariel, Barcelona
-Russell, B (2008) Porque no soy cristiano ,Edhasa, Barcelona
-Safransky, R (2013 ) ¿Cuánta verdad necesita el hombre? Tusquet Barcelona
-Tocqueville de,A  (1996)  Vitta attraverso le lettere,trad. it (Bolonia: il Mulino 1996,p.173)


Referencias:
(1)   En filosofía de la ciencia, se entiende por “falsabilidad” a la propiedad que se verifica si se sigue, deductivamente, por modus tollendo tollens (del latín, modo que negando niega), que la proposición universal es falsa cuando se consigue demostrar mediante la experiencia que un enunciado observable es falso. Es un concepto central de la teoría epistemológica de Karl Popper conocida como falsacionismo.. Dicho de otro modo, falsabilidad (refutabilidad) es la propiedad que tendrá una proposición universal si existe al menos un enunciado lógicamente posible que se deduzca de ella que pueda demostrarse falso mediante observación empírica. Si ni siquiera es posible imaginar un enunciado empíricamente comprobable que contradiga la proposición original, entonces tal proposición no será falsable. (REF: http://es.wikipedia.org/wiki/Falsabilidad  )

(2)   A partir de los años setenta, comenzó a estudiar las características del Estado autoritario a partir de la observación del gobierno militar denominado Revolución Argentina que gobernó la Argentina entre 1966 y 1973. Se destacan de este período su libros Modernización y autoritarismo (1972) y El Estado burocrático autoritario (1982), este último convertido en un libro clásico de la Ciencia Política. Desde 1983, en sintonía con los procesos de recuperación de la democracia en América Latina O'Donnell comenzó a profundizar las estudios sobre la democracia, sus presupuestos, componentes y mecanismos internos. Se destaca de este período su artículo Democracia macro y micro (1982) y el libro Transiciones desde un gobierno autoritario (coeditado, 1988). A partir de la década del '90  O'Donnell ha desarrollado el concepto de democracia delegativa para distinguirla de la democracia representativa; según O'Donnell los procesos democráticos que se produjeron en América Latina y en la Europa del Este no alcanzaron a establecer democracia representativas, sino democracias delegativas, institucionalmente débiles con poderes ejecutivos muy centralizados. Se destacan de este período Contrapuntos: ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización(1997), Pobreza y desigualdad en América Latina (coeditado, 1999), La (in)efectividad de la ley y la exclusión en América Latina (coeditado, 2001). (REf: http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_O%27Donnell )


© by afc 2014-11-24


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