Estado y Sociedad
La
ley y el orden (*)
por
Alberto Farias Gramegna
“Las carencias de
estatalidad (…) se manifiestan en todo momento y desde luego, perturban la
credibilidad colectiva en la política democrática” - Natalio Botana
Según cuenta su
confidente y servidor, Artemio Gramajo, el general Julio A. Roca, amargado por
las confrontaciones políticas de su tiempo y sus consecuencias, en la última
década del siglo XIX, sentado en su despacho, pensativo y con los ojos
nublados, de pronto exclama: “¡Qué país difícil es este!”. Hoy, más de cien
años después podríamos decir lo mismo.
La ley y el orden .. |
Una reflexión del
escritor y pensador A. Kloester nos ayudará a ubicarnos en el tema que nos
ocupa: “Los daños que resultan de la violencia individual (…) son
insignificantes en relación con las orgías de destrucción resultantes de la
adhesión y el abandono a las ideologías colectivas que trascienden al
individuo”. Y cuando esas ideologías en su búsqueda de equidad, creen pragmáticamente
que “cuanto peor mejor” se corre el riesgo de reforzar un vacío institucional,
que históricamente en el mundo siempre terminó alentando la tentación
autoritaria, como una modalidad perversa de buscar orden sin ley. Tanto el
autoritarismo como la anomia anárquica resultan verdugos de la democracia.
El
respecto de la Ley como garantía del orden
Sin ley y sin orden
(juntas como las caras de la moneda) no hay construcción democrática, ni
república, porque no hay ciudadano.
La ley asegura los
procedimientos y las normativas que persiguen justicia. El orden -social y
político (en cualquier sistema, más allá de su cultura e ideología
predominante)- preserva las condiciones de pertinencia, pertenencia y seguridad
en las que puede y debe actuar la ley.
La ley y el orden, entonces,
son inherentes a la presencia y acción del Estado. Cuando este se ausenta, se
presenta débil o errático, crea las condiciones para la disolución de la
eficacia institucional y facilita la emergencia del caos, en reemplazo de la mediación
de la norma y encarnado en la acción directa como forma de protesta extrema. Hace
tiempo que observamos la sistemática trasgresión de la ley -en cualquiera de
sus manifestaciones normativas- y una
constante erosión del orden mínimo esperable para la convivencia social.
¿Por qué ocurre
esto, si la inmensa mayoría de los ciudadanos dicen querer vivir en orden y con
seguridad jurídica? Intentaremos posibles respuestas a este interrogante.
Se dirá en primer
lugar, que el orden se altera porque “la gente no confía en la justicia”...y el
respeto a la Ley
resulta así “disfuncional” a los intereses
de quien demande alguna reivindicación o ejercicio de lo que considera
legítimo y -de tal suerte- ve en el camino legal un esfuerzo estéril. Una
morosidad inconducente.
Otro argumento, muy
escuchado, es aquel que partiendo de una desconfianza visceral al “sistema”,
asume una actitud de “fundamentalismo contestatario”; está convencido de que
por las vías institucionales no se logran soluciones y que los reclamos mueren
en los cajones de los funcionarios burócratas. Un corolario natural de ese
argumento es que se asocie cualquier reclamo, demanda, etc. con la automática
ocupación compulsiva del espacio público, más allá del territorio específico, y
la coacción derivada a terceros ajenos al conflicto.
En estos casos se
observa la ecuación “Si A+B entonces C”, esto es: a) reclamo
organizacional-institucional b) respuesta o solución diferida por burocratismo,
negligencia, inoperancia o discrecionalidad institucional. Entonces...c)
exteriorización del conflicto a la esfera del espacio público. El corolario de
esta ecuación es como sigue: d) intervención mediática que potencia y
resignifica el evento e) perturbación del orden público y a menudo trasgresión
a las normativas de la convivencia por los efectos secundarios provocados por
la acción directa.
La
sociedad de la pelea
A lo largo de los
últimos años hemos visto que cualquier conflicto de origen estatal o privado
deriva, antes que en una solución dialogada e institucional, en una
confrontación de fuerza, planteada como
un antagonismo antinómico y dilemático, cargado de descalificaciones entre las
partes intervinientes y con tendencia a cronificarse como problemática de
trastornos no relacionados primariamente con el ámbito de inicio, ni con los
intereses originales que motivaron el problema.
La sumatoria “ad
infinitum” de estos episodios hacen agobiante la cotidianeidad del “hombre de
la calle” que es en verdad un ciudadano “en la calle”. Harto, en medio de
presiones y dificultades de todo tipo, escéptico y desconfiado, el ciudadano
medio muda en “medio ciudadano”, incompleto en su identidad civil, y recala por
defecto en un escepticismo político que lo llevará a descreer no de tal o cual ley,
sino de la “Ley” en general, (que finalmente no relaciona con el orden) lo que es lo mismo que decir que termina no
creyendo en el Estado mismo. Entonces -paradojalmente- pide “más acción directa
para terminar con la acción directa”; un círculo vicioso de enorme riesgo.
La Historia ha
demostrado que solo el respeto de la ley nos da la libertad necesaria para cambiar
lo que es necesario cambiar. La sociología -y los hechos históricos - nos
muestran que los cambios estables, serios y progresistas, nunca han devenido de
la mera degradación del orden social, cultural y jurídico. Más bien fueron
producto del debate paciente, esforzado e inteligente, donde se negociaron las perspectivas
y los legítimos intereses sectoriales, en la mutua comprensión de que solo si
se preserva el consenso sobre la idea del “bien común” se puede sobrevivir como
sociedad plural, capaz de superarse a sí misma. “Conservar las formas para
poder cambiar el fondo”, parece ser la aparente consigna paradojal de las
exitosas negociaciones sociales. Entonces una “ley mala” se cambia con el
instituto de otra ley que sea “buena”, y no con la desestima anómica de todas
las leyes. Desconocer este principio republicano es la peor manera de defender
las buenas ideas que solo se legitiman institucionalmente en el marco de la
convivencia sostenida por la ley y el orden.
(*) Versión alternativa que sirvió de base para desarrollar el artículo "La ley y los necios de la conjura"
http://afcrrhh.blogspot.com.es/
http://afcrrhh.blogspot.com.es/
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