martes, 4 de noviembre de 2014

Es la Psicología , estúpido...


¿Cuanta verdad tolera nuestra sociedad?
¡Es la psicología, estúpido!
por Alberto Farías Gramegna


“Nada se parece más al pensamiento mítico que la ideología política” – Claude Lévi Strauss

La manida expresión irónica “¡Es la economía, estúpido!”, que tomó prestado el  ex-presidente Clinton de uno de sus asesores económicos, sirve una vez más para ensayar una paráfrasis que apunta con el mismo énfasis crítico a la esencia psicológica de otra problemática: la voluntad y la tolerancia en conocer la verdad de las cosas y los hechos.
Rüdiger Safranski en su libro “¿Cuánta verdad necesita el hombre? Contra las grandes verdades” sostiene que el hombre tiene conciencia de ser un “sujeto escindido”, separado tanto de sí mismo
-a partir de ser sujeto y objeto al mismo tiempo-,  como de la naturaleza,  y luego “necesita”  de las creaciones de la cultura como acción e ilusión para reconocerse a sí mismo e integrarse a la vida con sus semejantes, que por paradoja son culturalmente diferentes.

Pero  -y aquí viene la mala noticia - ese anhelo metafísico de recuperar una imaginada “unidad perdida” consigo mismo, con el otro y con el mundo natural de donde surgió la bestia humana, se expresa en la búsqueda social pre-consciente de una “Gran Verdad”, trascendente hacia una “verdadera vida”. Esta intención implícita afectaría las relaciones sociales enturbiando el bien común y pervirtiendo los intereses diversos que expresa la buena política. Pero es que nunca -agrego- dejamos totalmente de ser monos bárbaros “condenados de cultura”. 
Anclados a nuestros perecederos y fatuos cuerpos hemos desarrollado fanatismos, creencias místicas, ansias de dominio, corrupciones, perversiones, guerras, crímenes, sadismo, opresión, etc. que finalmente se expresan políticamente en mesianismos y totalitarismos. Poder sobre los otros, control sobre sus ideas, manipulación de la libertad de sus vidas y “única verdad” son las bases ideológicas del absolutismo, del autoritarismo y del totalitarismo político. Por eso coincido con Safransky  en que las “grandes verdades”, sean políticas, filosóficas, ideológicas, religiosas, morales, etc. son muy peligrosas y en el fondo siempre falsas, porque pretenden  asimilar la parte del existente real (imperfecta) a un todo mítico irreal que se presume perfecto: el “hombre nuevo”, la “raza superior”, la “sociedad sin clases”, la “comunidad organizada”, el “pensamiento nacional y popular”, el “heroísmo revolucionario”, el “pensamiento progresista”, la “pureza de los pobres” , el “egoísmo de los ricos” y otros lugares comunes por el estilo.

¡Matad al mensajero!

El “maniqueísmo” es la tendencia dualista  a ordenar la realidad del mundo a partir lo enteramente bueno y lo enteramente malo, sin matices. Su origen es la religión universalista fundada por el persa Mani que se autotitulaba “ultimo profeta enviado por Dios a la Humanidad” y pretendía invalidar todas las demás creencias. Tenemos aquí a la “Gran Verdad” definitiva, el Relato fundacional y eterno que iría por todo. El legado maniqueo sigue vivo dieciocho siglos después por una razón de peso que va de la mano con una tendencia fuerte de la psicología humana: el horror a lo diferente, que cuestiona la percepción de mí mismo. Es que el “otro diferente” desmiente mi certeza de la “homogeneidad natural” de mis percepciones: si lo que veo no es la “verdad total”, entonces solo veo una parte del todo y eso hace que me desconozca parcialmente. Así, para estar seguro de quien soy, afirmo mi verdad por sobre todas las demás, descalificando otras verdades posibles. Bienvenidos al reino perverso del pensamiento único, declarado verdugo del diálogo, que es por esencia el “logos regio”, en tanto escucho al alter-ego, es decir el otro diverso. Por eso no quiero saber de ninguna noticia que no sea la que yo me invento: ¡Matad pues al mensajero! Ignoro así la existencia del otro, ya que existir es estar siendo “per se” como otro fuera mi mundo perceptual. Finalmente, hay vida pensante más allá de uno mismo y eso es lo que el totalitario maniqueo no comprende ni tolera.

Los muertos que vos matáis…

Como en la pieza teatral “Le Menteur”  (El Mentiroso) de Corneille -inspirada en “La verdad sospechosa” de Alarcón- donde el relato de aquel que dice haber dado muerte a quien de pronto aparece desde el fondo de la escena desmiento con su buena salud la mentira, así también la “Gran Verdad Ideológica” más temprano que tarde cae una y otra vez ante las pequeñas y simples pero contundentes evidencias.  Al igual que en abjuración de Galileo ante la mitomanía obtusa del inquisidor: “E ppur si muove”.
Desde la década del 40 -en que se instala progresivamente el mito del puñado de verdades corporativas resumidas en una “gran verdad de masas”  y asimilada ésta como “única” de la realidad misma- hasta nuestros días, la sociedad argentina vive sumida en la ilusión de la “gran pelea” maniquea, al estilo de guerra santa, entre buenos y malos, pueblo y oligarquía, revolucionarios y reaccionarios. Una atmósfera de antinomias “naturales” entre la Gran Verdad Popular  (v.g “políticas demagógicas populistas”) y la presunta eterna “conjura” de una élite de plutócratas apátridas (v.g “políticas de derechas neoliberales”).
La psicología social nos advierte que mientras este falso dilema subsista como núcleo duro de creencia en el imaginario de una parte importante de la población, no habrá futuro diferente, solo un presente continuo asfixiante y alienado cuya realidad es un “dejá vú” sin solución de continuidad, en que los hombres de a pie son hablados por el mito fanático de la ideología política antes que por sus conciencias reflexivas en un estatus superior: el de ciudadanos libres y no de pensamiento subsidiado por el poder de turno. Pero esto solo será factible si la ficción nefasta de las grandes verdades da lugar a la consideración pragmática y racional de las pequeñas verdades del mundo real, tan saludables como, por ejemplo, reconocer que detrás de los intereses legítimos de cada uno en el marco de la ley, de la cultura cotidiana, de las leyes de la economía y del poder, está la psicología de la gente…y eso no es nada estúpido.



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