Europa y su crisis: la insoportable levedad de las
ideologías económicas
El efecto pescadilla
Por Alberto Farías Gramegna
“Nada se parece más al pensamiento mítico que
la ideología política” - Claude Lévi
Strauss
Francis Fukuyama anunció hace ya varios años el “fin
de las ideologías”, que disueltas en la globalización del postmodernismo
-sostenía- expresaban una metáfora: el
fin de la Historia, la homogeneidad de los pensamientos nacionales impulsada por
fuerza de la integración mundial de los mercados, la universalización
productiva y en consecuencia la neutralización de sus deformidades: los
nacionalismos doctrinales. La creación de la CEE por aquellos años parecía
darle la razón.
Pero en lo fundamental se equivocó sin duda. Tal vez
porque no imaginó la crisis económico-financiera, institucional, social y
política que ha surgido en Europa (y con sus particularidades en otros países
globalizados). Para infortunio de nuestras sociedades las tendencias a la ideologización de las culturas y el
pensamiento ideológico como sistema localista cerrado no parece dispuesto a
desaparecer fácilmente porque forma parte de las restricciones adaptativas de
lo humano, -por lo menos en esta etapa evolutiva de la especie- y sin dudas se
exacerba (una vez más) ante las crisis como la actual, poniendo en entredicho
los valores que antes, en la bonanza, fueron consensuados.
El bautizado por Habermas “euroescepticismo”, es un ejemplo a la vista. Los movimientos políticos radicales -cuantitativamente minoritarios pero con gran capacidad de impacto mediático- surgidos en por estos tiempos en varios países de la eurozona son otros alarmantes llamados de atención. Pero la ideología no se limita a la reacción argumental de quienes se sienten afectados y víctimas de una economía política, que a partir de la divisa cambiaria única, parece haber confundido la bienvenida unidad legal-administrativa con homogeneidad cultural y productiva.
El bautizado por Habermas “euroescepticismo”, es un ejemplo a la vista. Los movimientos políticos radicales -cuantitativamente minoritarios pero con gran capacidad de impacto mediático- surgidos en por estos tiempos en varios países de la eurozona son otros alarmantes llamados de atención. Pero la ideología no se limita a la reacción argumental de quienes se sienten afectados y víctimas de una economía política, que a partir de la divisa cambiaria única, parece haber confundido la bienvenida unidad legal-administrativa con homogeneidad cultural y productiva.
Y es que a partir de una contingencia favorable
globalizada inicial, se creó la ilusión de un crecimiento ilimitado impulsado
solo por un libre euro-mercado sin fronteras, con arreglo a una legislación
comunitaria que todo podría preverlo y regularlo, dando lugar a una etapa de
desarrollo general, que efectivamente tuvo lugar durante varios años, aunque de
manera geográficamente desigual. Pero aquella confusión (para aplicar la
presunción de inocencia) tuvo lamentablemente un costado indeseado y terminó
arropando un oportunismo político-empresarial irresponsable, yendo desde la
desmesura financiera con el efecto “burbuja” hasta la presunta corrupción en
diferentes instancias privadas y estatales, que hoy por hoy es motivo de
investigación judicial y estupefacción cotidiana de la opinión pública.
Lo cierto es que las recetas que ahora aparecen como
solución a la crisis poniendo el énfasis sobre la austeridad y la depreciación
salarial nominal y real, no están -va de
suyo- allende el atravesamiento de los
prejuicios ideológicos que presumen superar. La economía es la “ciencia” de la
distribución de lo escaso. La política lo es de la negociación de los intereses
particulares encontrados en aras de consensuar los comunes sociales. Ese
intento deviene en el equilibrio entre la regulación legal de lo privado y lo
estatal en la esfera pública. Y bien, de tal argumentación se sigue que
finalmente toda economía, en este contexto que estamos considerando, es
economía política. Por tanto ideológica en sentido amplio, pero también “sensu strictu”.
Así las cosas, ninguna receta de economía política
para salir de la crisis puede considerarse factible de “neutralidad per se”,
-allende del componente ideológico-, sin considerar los intereses que afectará
y los costes a pagar por los diferentes actores sociales. Al cierre de la nota
volveré sobre este punto.
Esa
cosa llamada “ideología”
Aquí permítaseme un paréntesis necesario. En sentido
amplio la ideología como sistema abierto está naturalmente implicada en los
procesos normales de pensamiento. Es parte de la red de representaciones
ideativas articuladas necesariamente con las emociones y los sentimientos. Los
pensamientos, las creencias y los afectos abastecidos por la información del
entorno, forman una unidad que podemos llamar precisamente “ideológica”, y se
suele expresar en lo que se conoce como “opinión personal o de grupo”. Pero esta
unidad -en principio- es dinámica y plástica en las personalidades flexibles, cuando
entra en contacto con otras opiniones y es permeable a las contrastaciones
racionales y las pruebas verificables.
Por el contrario cuando hablamos de las “ideologías”
en sentido estricto, caracterizadas como sistemas cerrados y apoyados en
creencias fundamentales, mudan en una
estructura autoalimentada que puede ser llamada “ideologista”.
Las personalidades más rígidas o inestables son afines a este tipo de pensamiento. Por otro lado, la creencia muy extendida en el pensamiento intelectual “progresista” en que todo comportamiento humano “es” ideológico, se inscribe en una ideología más: el “pan-ideologismo” doctrinal, un lugar común que nunca es cuestionado. Nobleza obliga, habría que decir que todo comportamiento humano es factible de “resultar” ideológico, una sutil pero importante diferencia.
Las personalidades más rígidas o inestables son afines a este tipo de pensamiento. Por otro lado, la creencia muy extendida en el pensamiento intelectual “progresista” en que todo comportamiento humano “es” ideológico, se inscribe en una ideología más: el “pan-ideologismo” doctrinal, un lugar común que nunca es cuestionado. Nobleza obliga, habría que decir que todo comportamiento humano es factible de “resultar” ideológico, una sutil pero importante diferencia.
El “pensamiento ideologista” como sistema cerrado
puede aparecer en cualquier nivel de la actividad humana: política, social, religiosa,
cultural, filosófica o deportiva. Es un sistema consistente y monolítico de
creencias “a priori” que forman parte
de un “núcleo duro” incuestionable. Su auto-cuestionamiento pondría en
entredicho ciertas columnas donde se asienta la identidad del sujeto. Este
parece ser el caso de muchos teóricos de la economía política, que pasan por
ser “científicos economistas” y que ambiguamente el lenguaje popular llama
“tecnócratas”, aunque en este caso no prevalece en ellos la pura técnica sino
la creencia en el método. Una vez más lo ideológico.
El
círculo vicioso de la pescadilla
No se necesita ser economista para intuir que el
crecimiento productivo bruto de un país o región, no es necesariamente un equivalente
automático a desarrollo socio-económico poblacional. Se verifica por
experiencia que se puede crecer en los números macro sin ver el efecto a
mediano plazo en la distribución interna de la renta sectorial: el efecto
calle. Es decir verificar un aumento real en la calidad de vida de la población
media, de la mano de un desarrollo integral que implique obra pública, infraestructura
de servicios, aumento salarial, aumento de la demanda en el consumo, tanto de
bienes básicos como suntuarios o secundarios, reactivación de la inversión
privada, aumento de la oferta como respuesta a una creciente demanda, y en
definitiva aumento significativo de la empleabilidad laboral, en parámetros que
hagan viable una sociedad desarrollada “sustentable”, es decir, sin
sostenimiento forzado por financiación y deuda vía artificial externa, aunque
desde luego y necesariamente vinculada a la globalización de la economía
planetaria.
Esto es un “círculo virtuoso”. Por lo contrario la propuesta de seguir deprimiendo salarios y recortando cuanto servicio público exista, lleva a una mayor depresión del mercado, a una recesión generalizada por efecto de una cada vez menor demanda que hace que el excedente de rentabilidad empresaria no sea precisa y lógicamente reinvertido en la creación de nuevos puestos de trabajo, sino posiblemente re-direccionando el capital variable a la espera de oportunidades de especulación financiera de menor riesgo. Menos demanda menor oferta, menos inversión, más paro, mayor pobreza, más drama social. Un círculo vicioso, tan obvio como el refrán de mi abuela sobre el pez que se muerde la cola: el “efecto pescadilla”.
Esto es un “círculo virtuoso”. Por lo contrario la propuesta de seguir deprimiendo salarios y recortando cuanto servicio público exista, lleva a una mayor depresión del mercado, a una recesión generalizada por efecto de una cada vez menor demanda que hace que el excedente de rentabilidad empresaria no sea precisa y lógicamente reinvertido en la creación de nuevos puestos de trabajo, sino posiblemente re-direccionando el capital variable a la espera de oportunidades de especulación financiera de menor riesgo. Menos demanda menor oferta, menos inversión, más paro, mayor pobreza, más drama social. Un círculo vicioso, tan obvio como el refrán de mi abuela sobre el pez que se muerde la cola: el “efecto pescadilla”.
Sitio web : http://www.albertofarias.com
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