miércoles, 1 de octubre de 2014

La ética de la neutralidad y el compromiso moral

El silencio de los inocentes
por Alberto J. Farías Gramegna

“Para que los hombres malos triunfen solo hace falta que los buenos no hagan nada” - Edmund Burke


En los tiempos que corren, signados por antinomias de lógicas binarias  y  la frecuente toma de partido en casi todos los ámbitos de acción de la comunidad, surge sin embargo a lo largo de todas las épocas un conocido colectivo social  que sostiene una “tercera posición” (valga el término) denotada en nuestra cultura con la expresión coloquial, “mirá, yo soy neutral” (sic), confundiendo con frecuencia la equidad y veracidad de juicios puntuales sobre una parcialidad u otra con la evaluación “in toto” moral, ética e idiosincrática de tal o cual parcialidad de que se trate. En este sentido ya se sabe que no se puede estar al mismo tiempo con Dios y con el Diablo. Muchos son los temas que cotidianamente plantean dicotomías que parecieran convocar  solamente a respuestas dilemáticas: educación, empleo, seguridad, instituciones, economía, ideología, justicia, etc.  


Entre nosotros estas temáticas suelen presentarse con el formato previsible de polémica  avant  la lettre”, es decir antes de cualquier conocimiento serio de cada caso y no como problema  a debatir, y digo “debatir”  que es diferente a  “polemizar”. 
La dinámica sociológica observada cuando surge  la  polémica configura de inmediato dos campos definidos: a  favor  y  en contra de. Esta primera escisión por ser  predominantemente emocional y prejuiciosa, suele ser irreductible a  persuasiones lógicas y diálogos reflexivos. Por lo contrario coagula  rápidamente en el “ustedes” versus  el “nosotros” y responde al cabo de algunas confrontaciones  a la conocida pregunta: “¿De qué lado estás?”. Se ha instalado así un dilema, que como tal es excluyente.

Sin embargo en un segundo momento un sector tardío de sujetos (por lo general alejados de la cultura política y las pasiones cotidianas que esta conlleva) que no adhieren a la partición primigenia, nos comunica con asertividad que ante el dilema mencionado se piensa a sí mismo como “neutral”. De tal manera  busca no alinearse  (resulta fácil  leer  también “alienarse”) ni con los unos  ni con los otros. Esta terceridad los exime de compromisos de grupo, y presumen tomar distancia para ver claro lo que unos y otros ven nublado,  pero al mismo tiempo su actitud los expone a la presión con fines de persuasión por parte de los partidarios de ambas posiciones que buscan convencerlos  y  sumarlos a sus respectivas  parcialidades.

La lógica del “no te metás”

¿Qué relación podemos establecer entre neutralidad y axiología (escala de valores)? Es decir ¿qué valores expresa la forzada neutralidad? Desde luego que tantos como motivos éticos reales tenga el sujeto que asume esa actitud desistiendo de ambas opciones. Por tanto en principio esa neutralidad en tanto moral es legítima.
Ahora bien, entonces cuando la neutralidad no implica trasgredir una situación moral de hecho, se sostiene legítimamente en la escala axiológica (derecho moral) de la persona, libre de no considerar válido un dilema y más bien reformular el conflicto originalmente antinómico de estilo “blanco o negro”, en términos de problema a debatir en clave de grises.

Sin embargo la neutralidad puede perder la legitimidad  y validación  moral cuando pretende ubicarse “más allá del bien y del mal”, y más aún ante un mal objetivo y trascendente, como por ejemplo la tortura, la corrupción, la mentira o el crimen, ya que -al contrario de lo que frecuentemente sostiene el relativismo cultural- estos términos denotan y connotan valores absolutos y no relativos, si los referimos a lo esencial que cada comunidad reconoce como bueno o malo en lo moral antes que en lo específicamente ético.

Veámoslo con un ejemplo: se podrá diferir en cómo educar a un niño, si con premios y castigos o con ejemplos que incentiven un autoajuste a la vida social, etc. pero nadie en su sano juicio discutiría la necesidad del niño de contar con una figura adulta cercana que le brinde afecto y que lo proteja en su inermidad básica.
Así el bien y el mal son, en este sentido, absolutos cuando afectan los valores fundamentales de la dignidad humana o de la potestad del hombre civil en tanto ciudadano de una sociedad secular abierta y civilizada del tercer milenio, en un mundo globalizado, y estamos hablando de libertad real, privacidad como parte de los derechos personalísimos, salud protegida, autodeterminación cultural, subsistencia, trabajo digno, libre expresión,  justicia ecuánime, protagonismo político, etc.

Ante la barbarie, la injusticia, la persecución, la corrupción o la mentira, entonces, no resulta valido moralmente declararse “neutral”, porque en verdad con la omisión de una opinión valorativa puntualmente, se está jugando (aunque no se tenga conciencia ni intención de ello) a favor de una de las partes, en este caso, a favor del mal. ¿Podría seriamente un ciudadano responsable, política y moralmente respetable declararse “neutral” ante el horror de la tortura o de los campos de la muerte de los nazis? Aquí la neutralidad es hipocresía, cinismo o lesa ignorancia.

Las trampas de la neutralidad y el principio de abstinencia

La idea de neutralidad pareciera tener siempre buena prensa porque se asocia a una actitud mesurada y alejada de una potencial confrontación. Resulta curioso que las personas “neutrales”  -acaso más por defecto de omisión que por efecto de acción-  pocas veces son consideradas responsables de las consecuencias de sus “no acciones”. Son espectadoras de confrontaciones ajenas y muchas veces en la historia de los colectivos sociales, su inacción mudada en necedad o negligencia posibilitó grandes tragedias. La indiferencia es la primera etapa defensiva del “neutral”…si no me meto, ni tomo partido, termino desinteresándome por las causas de unos y otros...no es cosa mía, por tanto no pierdo el tiempo en enterarme qué cosas y qué valores confrontan. 

Pero resulta que a la larga esas cosas y esos valores que están en discusión, incidirán en mi vida cotidiana cuando ya sea demasiado tarde para cambiarlos si es que resultan intrínsecamente perjudiciales a mis intereses elementales como persona libre. “Todo lo humano me interesa” , reza el sabio adagio, porque lo que atañe a un semejante algún día puede alcanzarme a mí. Si no es por amor, será por egoísmo, pero no puedo desentenderme de lo político propiamente dicho sin consecuencias, sencillamente porque vivo en una polis y no en la ermita de un anacoreta. 

De tal suerte el “principio de abstinencia” -en el contexto que estamos analizando- es una evasión ilusoria del compromiso moral y el esfuerzo intelectual de evaluar a conciencia hechos e ideas y asumir una posición en base a mis principios axiomáticos. En la vida social de los pueblos, por ejemplo, no se es “más o menos democrático” o “más o menos republicano”, estas son nociones redondas y rotundas con arreglo a consenso explícito de las reglas de juego. Por eso cuando se justifica por omisión de condena y denuncia la transgresión maquiavélica de aquellas reglas en nombre de presuntos fines bonhómicos o pragmáticos, se desnuda la ficción de neutralidad que muda del inocente silencio al sordo ruido de la más ramplona complicidad.

 (c) by afg
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