jueves, 4 de septiembre de 2014

Un país hechizado por el tiempo...

La Argentina como “ El Día de la Marmota” 

(Sísifo entre nosotros)

Por Alberto Farias


“Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.” - El Mito de Sísifo, Albert Camus



El Día de la Marmota (Groundhog Day) es un ritual folklórico de los granjeros, de Estados Unidos y Canadá, para “predecir” el fin del invierno a través del  comportamiento de ese pequeño y simpático animalito cuando sale de hibernar el 2 de febrero. La creencia sostiene que si la marmota al salir de su madriguera no ve su sombra, (por ser un día nublado), dejará la madriguera, lo cual significa que el invierno terminará pronto.  Pero si (por ser un día soleado), la marmota ve su sombra  y asustada se mete de nuevo en su madriguera, significa que el invierno durará unas seis semanas más. Curiosa creencia, turísticamente muy rentable, porque ese día miles de turistas van a presenciar el simpático ritual.

Así pues , en la entretenida comedia fílmica surrealista “Groundhog Day”, también conocida como “Hechizo del tiempo”,  Phil  (Bill Murray) periodista de una cadena de televisión,  que encabeza el programa “El hombre del tiempo” (informante del clima) , es enviado un año más a Punxstawnwey, un pequeño pueblo de Pennsylvania , a cubrir la información del festival del Día de la Marmota. Una vez terminada su cobertura, en el viaje de regreso, Phil y su equipo de colaboradores se ven sorprendidos por una tormenta que les obliga a regresar al pueblo marmotero. 

A la mañana siguiente, al despertar esperando iniciar el ansiado regreso a la ciudad, comprueba entre aterrorizado y confundido que es la misma fecha que el día anterior  y “comienza otra vez” el Día de la Marmota. Todo se repite, día tras día,  excepto su percepción de que lo que le sucede en cada momento ya lo ha vivido, (un dejá-vu del que sólo él es consciente)  y así  se verá condenado a revivir, cada vez  que suena el despertador, una y otra vez los mismos hechos exactos del día anterior, sin poder escapar de esa recurrencia asfixiante, aunque irá aprendiendo de cada minuto sucedido, para anticipar lo que ha de venir en el minuto siguiente.

Un país hechizado por el tiempo

La sociedad argentina en su conjunto parece hechizada en la identidad de los temas y problemas recurrentes de cada día, que se clonan  en un paradojal  “devenir estático” (o sea un anti-devenir). Como en “El día de la marmota” -y al igual que los neuróticos obsesivos-, los argentinos (por fuerza generalizo) hablan recurrentemente de los mismos temas que nunca resuelven. Una suerte de “compulsión a la repetición” que el imaginativo e incansable profesor vienes Sigmund Freud vinculaba con la “pulsión de muerte” y el Principio de Nirvana, que nos remite a la inacción o el estado de inercia inmóvil de antes de la vida, que es movimiento, resolución e impulso de la Libido. Como sociedad política la Argentina se muestra incapaz -es un hecho observable-  de abordar seriamente cualquier tema de Estado y resolverlo para seguir adelante: Inflación, corrupción, inseguridad, narcotráfico, transporte público, sanidad, educación, distribución de la renta interna, reforma penal, relación de la Nación y las provincias, Justicia, financiación de los partidos políticos, modernización de las fuerzas armadas, crédito a la PyME, reforma parlamentaria y actualización constitucional, control inmigratorio, política exterior, etc..y podríamos seguir así.

O sea, casi ningún tema de importancia estratégica nacional está resuelto y van más de ochenta años desde la ruptura del sistema institucional republicano de 1930 por parte de un sector profascista del Ejercito, al que siguió una década infame de raíz oligárquica , que dio lugar en 1943 a un contragolpe de corte populista de jóvenes oficiales germanófilos, de cuyo riñón en 1945, con apoyo de las mayorías postergadas, surge el peronismo  -emergente político social  cuyos integrantes más conspicuos se caracterizan por ser, como decía Borges, “incorregibles”- . Un movimiento nacido de los ecos del fascismo derrotado en la II Guerra Mundial, que todo lo atravesará con su cultura de reivindicación corporativa y fácticamente demagógica, que al compás de una gran obra pública, ostensibles reformas sociales con injerencia política de control estatal y de dádivas clasistas , terminó de distorsionar fatalmente a la república moderna , progresista y liberal en sus fundamentos filosóficos humanistas, que -a pesar de sus límites y carencias del momento- había colocado al país entre los diez primeros del mundo a comienzos del siglo XX.

La desesperante noria cotidiana

Año tras año, década tras década, la opinión pública argentina, encabezada por los gobernantes de turno y los medios de comunicación de todos los sectores de opinión, discute los mismos problemas que compulsivamente transforma  en dilemas: laica o libre, estatal o privada, campo o industria, zapatillas o libros, yo o el caos, corrupción e ineptitud o conspiración oligárquica,  pueblo u oligarquía, patria o buitres...y otras necedades perversas por el estilo, siempre con formato de disyuntivas antinómicas.
Al ciudadano medio argentino, -remedando a los neuróticos- le cuesta consensuar porque ha crecido en un clima cultural donde todo es blanco o negro, amigo-enemigo, y no conoce la importancia del consenso de los grises  (salvo el de su complicada vida) en la lucha contra la desmesura y la eterna polémica sin diálogo. El ciudadano medio argentino no sabe, no puede o no quiere ponerse en el lugar del otro porque es soberbio y corporativo, inmaduro y  de identidad narcisista (sigo generalizando...)  y su propia inermidad ante la complejidad polícroma del mundo globalizado, por paradoja lo vuelve omnipotente en sus ideas sobre su lugar en el mundo. Persigue la ilusión del Mesías que vendrá a salvarlo de una buena vez, porque “está condenado al éxito” (sic), pero él no se  siente responsable de lo que pase.

Como el adolescente normal y el neurótico adulto, culturalmente hablando, el ciudadano argentino medio -que en verdad no es tal porque su rol de ciudadano es ficticio- cree que su mirada puede cambiar mágicamente el mundo, con solo decir lo que piensa, y en general lo que piensa es que siempre la culpa la tiene el otro.  Y muy particularmente los “malos” del norte del primer mundo : los yanquis imperialistas, los europeos colonialistas, los poderes que le tienen envidia al país y se empeñan en no dejarlo crecer…tal como sugirió el actual gobierno hace pocos días en el marco de su cruzada contra la conjura de los buitres y los poderes de la plutocracia mundial.
Pero -glosando a Sabina- el mundo es más ancho que sus caderas, aunque no quiera enterarse y excede la subjetividad nacional permitiendo un “dia-logos” de la integración postmoderna, aún en medio del descalabro de la crisis del capitalismo financiero, y sus múltiples burbujas inmorales. Sin embargo, la clase dirigente argentina -particularmente el inefable colectivo gobernante - sigue monologando con sus fantasmas interiores, cargados de mitos y signos decadentes y en desuso. 

Los políticos argentinos (generalizo una vez más..) viven en una atmósfera de un pasado congelado: personas, grupos, entidades, clubes, asociaciones, partidos, gobiernos, todos -con escasas y honrosas excepciones- monologando como si vivieran en fantásticos mundos paralelos, desconociendo a un planeta inquieto en constante cambio de paradigmas.
Como una noria cultural instalada en un imaginario pueblo de las pampas sudamericanas, detenida  en la historia de sus logros y fracasos, mentando al Rastrojero al Pulqui , la moto Puma y el pan dulce de Evita y Perón, los argentinos peronistas -y quienes dicen que no lo son aunque se comportan muy parecido en sus gestos políticos y sociales-  parecieran sentir culpa de sus propias impotencias,  de sus miedos al futuro y la peor de las nostalgias: la de cosas que nunca sucedieron. Atrapada en el hechizo del tiempo, la Argentina se debate en su hora crucial de cara al fascinante y difícil Tercer Milenio, en un nuevo antagonismo: romper el círculo vicioso de sus mitos populistas y abandonar para siempre las creencias estériles en una realidad dual imaginaria e irreconciliable o condenarse a seguir levantándose cada vez, padeciendo el castigo de Sísifo y la desesperación de Phil, en el mismo Día de la Marmota.

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