Curarse en salud
(una mirada de las neurósis políticamente incorrecta)
(una mirada de las neurósis políticamente incorrecta)
Por Alberto Farías
“(…)
El precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado
por la elevación del sentimiento de culpa” - S.Freud: El malestar en la cultura
S
|
egún la psicología clinica , “neurosis” es la disfunción en el comportamiento generada
por un trastorno emocional evolutivo que le impide al sujeto adptarse
creativamente a su entorno cotidiano con estabilidad afectiva, madurez en la toma
de decisiones y racionalidad cognitiva.
Para
el inventor del psicoanálisis, Sigmund Freud, la salud mental era sinónimo de
poder amar y trabajar con un mínimo de conflicto emocional. Sin embargo, desde
su enfoque teórico “todos somos un poco neuróticos” -en sentido amplio- por la misma estructura del proceso socializador
que nos muda de instintivos animales humanos a pulsionales personajes sociales.
En
sentido estricto las neurosis se clasifican entre las disfunciones severas del
comportamiento, ya que castiga con
tremendos sufrimientos psicológicos que distorsionan el pensamiento racional y
genera importantes problemas de identidad, de lazos eróticos, de relación
familiar e inserción socio-laboral. Quizá la manifestación interior más típica
de las neurosis sea la ansiedad anómala que siempre espera un porvenir incierto
y funesto, y permanece anclada a un pasado que acompaña a la persona en un
presente continuo, donde todo resulta un “dejá vu” existencial. El neurótico
“no sabe” crecer porque no soporta “perder” y por eso quiere reinventarse un
pasado para corregirlo como una fábula. El neurótico es un “adolescente
patológico” porque no ha podido superar el deseo de tener una omnipotencia
mágica para acceder modestamente a la potencia creadora. Por eso ama y odia a
quienes cree omnipotentes y por eso vive defendiéndose de la idea aterradora de
ser finalmente un puro impotente.
Crónica de un
fracaso anunciado
El
polémico y sufrido psiquiatra vienés, que gustaba fumar compulsivamente puros
hasta generarse un cáncer de mandíbula, -pudo trascender su propia neurosis
pero al costo de una fatal adicción al trabajo, al dogma absorbente y al
tabaco- escribió un ingenioso y
provocador artículo con paradójico título: “Los que fracasan al triunfar”, en
referencia a lo que denominaba “neurosis de fracaso”.
En
rigor todos los neuróticos fracasan al triunfar, ya que no soportan
desamarrarse de los hilos trágicos que
los mantienen fijados a la pelea infantil por conseguirse una identidad adulta,
que presupone no querer cambiarlo todo con arreglo a las fantasías despóticas
propias del niño y el loco, sino solamente (y no es poco) adaptarse crítica y
activamente al entorno para entenderlo, pensarlo y con la acción transformadora
recrearlo en positivo.
Al decir del mejor Marx: “conocer el mundo para transformarlo”. Pero el neurótico no conoce porque se relaciona solo con sus fantasmas especulares.
Al decir del mejor Marx: “conocer el mundo para transformarlo”. Pero el neurótico no conoce porque se relaciona solo con sus fantasmas especulares.
Hace
años ya, un político argentino -aludido más por sus detractores que por sus
adherentes- que no era experto en psicología, ni en psicoanálisis, pero de
sociología política sin duda sabe, popularizó el sorprendente aserto: “Los
argentinos estamos condenados al éxito”. Con intuición freudiana mencionó sin
querer (o queriendo, como el Chavo) una cuestión nodal: nuestra “neurosis
social”.
De lo nuestro lo
peor
Permítaseme el temerario y formalmente reduccionista neo-concepto que desarrollaré enseguida y el paralelismo ocurrente que de él se deriva, inquietante si lo aceptamos como verosímil: pensar a la Argentina como un país padeciente de "neurosis cultural" y alterada por la acción de una suerte de "neurósis militante" por parte de sesgados colectivos numéricamente no significativos , pero políticamente efectivos a la hora de crear problemas imaginarios donde no los hay. Algo muy propio de los neuróticos. Es que -concédame el inteligente lector- una sociedad que no fuese políticamente neurótica no podría sentir que el éxito la condena.
Los
neuróticos suelen no superar la infantil visión conflictiva, dilemática, ingenua
y maniquea de los progenitores. Y eso ocurre también entre nosotros con nuestros
“padres fundadores”: ¿A quién quieres más: a Rosas o a Urquiza, a Sarmiento o a
Chacho Peñaloza, a “el Manco” Paz o a Facundo
Quiroga?, ¿Borges o Marechal? ¿Illia o el Ché?... y no se metan con Perón, que
es un sentimiento, y Evita una santa. Porque ya lo dijo el general: “Peronistas somos todos”. Mi “vieja” y
Perón, un solo corazón.
El
neurótico teme crecer porque tienen reminiscencias de traumas infantiles. Los
argentinos le tememos a los desafíos, al crecimiento y reprobamos a la gente exitosa,
porque suponemos que persiguen solo el interés económico antes que el amor.
Vivimos de recuerdos de épocas en que la dorada infancia del país en verdad no
era tan dorada.
Los
neuróticos remedan a los otros que perciben diferentes por hacer cosas que
ellos no se animan y en el intento sufren y renuncian, porque es más cómodo
quejarse que salir del encierro que alimenta su pesada letanía. Nosotros vivimos
ansiando copiar solapadamente a los grandes países que luego criticamos “progresistamente”
por ser, “mercantilistas” (sic), “pragmáticos”, “fríos y desalmados” y menos “espirituales”.
Los
neuróticos hablan recurrentemente de los mismos temas que nunca resuelven (“compulsión
a la repetición”, Freud dixit). Como sociedad somos incapaces de abordar seriamente
un tema y resolverlo pragmáticamente para seguir adelante. Cada año discutimos
verborrágicamente los mismos problemas que compulsivamente transformamos en
dilemas: laica o libre, estatal o privada, campo o industria, zapatillas o libros,
yo o el caos, progresista o reaccionario, izquierda o derecha, nac&pop o “gorila”,
oligarquía o pueblo, cumpa o gorila, zurdo o peroño…
Ahora los últimos mesiánicos, sobrevivientes de los años de plomo, en su fantasía retaliativa de “ir por todo” dieron a luz la fórmula de la confrontación imaginaria e irreconciliable “K-anti K”. Siempre disyuntivas antinómicas, con componentes “populistas”, porque ese tipo de relato “heroico”, dramático y sobreactuado que siempre pelea contra el poder instituido tradicional, articula muy bien con el pensamiento mágico e inmaduro del neurótico, el disconforme en pose de antisistema, pero a diferencia del ciudadano crítico por diferencias políticas, el neurótico contestatario siempre está discutiendo a los fantasmas de la autoridad paterna que lo mantiene atado a su complicada adolescencia. Por eso es incoherente en sus valores: dice luchar contra la injusticia y la opresión y luego aplaude regimen sangrientos y dictatoriales, fascinados por los lemas y los símbolos nominales.
El militante "neurótico"
El “militante neurótico”, -permítaseme el probable polémico "neoconcepto"- cualquiera sea su emblema de signo ideológico, mientras dure su etapa de inmadurez y solapamiento trastorno emotivoafectivo/cognición racionalideativa -si es que lo supera con los años o con ayuda de una psicoterapia-, es autoritario en su personalidad profunda porque, al no haber podido elaborar su relación con la ley y la libertad, pasa de la anarquía al totalitarismo: para consolidar su identidad proclama la libertad absoluta y después justifica el autoritarismo, porque al igual que un niño pequeño, no entiende que la libertad solo es posible con la madurez psicológica que permite la sujeción a la Ley, que es la moderación y el reconocimiento del derecho del otro diferente.A los neuróticos les cuesta consensuar porque no conocen grises (salvo el de sus complicadas vidas).
Efectivamente no pueden ponerse en el lugar del otro porque son inmaduramente narcisistas y su propia inermidad, por paradoja, los vuelve omnipotentes en sus ideas: como los adolescentes creen que sus miradas pueden cambiar mágicamente el mundo. Un mundo que excede la subjetividad, y por suerte eso mismo permite un “dia-logos”. Ellos se ven forzados a monologar con sus fantasmas interiores, tal como lo hacemos nosotros comunitariamente cada día: personas, grupos, entidades, clubes, asociaciones, partidos, gobiernos, todos monologando como si vivieran en fantásticos mundos paralelos, desconociendo al semejante.
Ahora los últimos mesiánicos, sobrevivientes de los años de plomo, en su fantasía retaliativa de “ir por todo” dieron a luz la fórmula de la confrontación imaginaria e irreconciliable “K-anti K”. Siempre disyuntivas antinómicas, con componentes “populistas”, porque ese tipo de relato “heroico”, dramático y sobreactuado que siempre pelea contra el poder instituido tradicional, articula muy bien con el pensamiento mágico e inmaduro del neurótico, el disconforme en pose de antisistema, pero a diferencia del ciudadano crítico por diferencias políticas, el neurótico contestatario siempre está discutiendo a los fantasmas de la autoridad paterna que lo mantiene atado a su complicada adolescencia. Por eso es incoherente en sus valores: dice luchar contra la injusticia y la opresión y luego aplaude regimen sangrientos y dictatoriales, fascinados por los lemas y los símbolos nominales.
El militante "neurótico"
El “militante neurótico”, -permítaseme el probable polémico "neoconcepto"- cualquiera sea su emblema de signo ideológico, mientras dure su etapa de inmadurez y solapamiento trastorno emotivoafectivo/cognición racionalideativa -si es que lo supera con los años o con ayuda de una psicoterapia-, es autoritario en su personalidad profunda porque, al no haber podido elaborar su relación con la ley y la libertad, pasa de la anarquía al totalitarismo: para consolidar su identidad proclama la libertad absoluta y después justifica el autoritarismo, porque al igual que un niño pequeño, no entiende que la libertad solo es posible con la madurez psicológica que permite la sujeción a la Ley, que es la moderación y el reconocimiento del derecho del otro diferente.A los neuróticos les cuesta consensuar porque no conocen grises (salvo el de sus complicadas vidas).
Efectivamente no pueden ponerse en el lugar del otro porque son inmaduramente narcisistas y su propia inermidad, por paradoja, los vuelve omnipotentes en sus ideas: como los adolescentes creen que sus miradas pueden cambiar mágicamente el mundo. Un mundo que excede la subjetividad, y por suerte eso mismo permite un “dia-logos”. Ellos se ven forzados a monologar con sus fantasmas interiores, tal como lo hacemos nosotros comunitariamente cada día: personas, grupos, entidades, clubes, asociaciones, partidos, gobiernos, todos monologando como si vivieran en fantásticos mundos paralelos, desconociendo al semejante.
Detenidos en la
historia, caídos del mundo real, los neuróticos sienten culpa de sus propias
impotencias y de sus miedos no resueltos. Son maestros de un endulzado relato
imaginario con el que intentan reacomodar el claroscuro mundo adulto. Lamentablemente
algunos llegan en su búsqueda de poder a ocupar cargos de gobierno y en su
visión paranoide del mundo, arropada por ideologías perversas., arrastran a
pueblos enteros a tragedias (el término es el adecuado) que destruyen el
presente y el futuro de generaciones enteras.
Como
ellos, los acomplejados neuróticos, la
Argentina (país que lejos de ser “generoso” hoy por hoy es masoquistamente
“autodestructivo”) , se debate desde hace más de ochenta años, con pocos
líderes sanos y muchos caudillos tóxicos, en la opción de salir de una vez de
un patético duelo melancólico, (relacionado en parte con que culturalmente
nunca pudo superar la etapa inmediata de la crisis de postguerra mundial, y
siguió aferrada hasta nuestros días al mito movimientista-corporativo del
peronismo, que caracterizó aquel contexto histórico) para asumir saldada la
deuda con héroes y villanos. Unos y otros que convivieron otrora, pero ya en el
mármol de la Historia, amando y odiando, soñando grandezas o elucubrando
mezquindades, y que seguramente no
hubieran elegido ser convidados de piedra en esta, la peremne neurosis de una
nación. ¿Apostaremos pues, de una vez por todas, a curarnos en salud...?
(c) by afc 2014 -Madrid.
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