Juntos pero no
revueltos
Por Alberto
Farías
“Individuo:
del lat. ´individuus´, indivisible. La
unidad mínima y no divisible en un grupo es el individuo”
“No
hay cosa más libérrima y a la vez más
solitaria para un hombre que ser extranjero en su cultura”- Xavier Orozco
Dicho esto, pasemos al análisis de la relación entre ese “yo y su “circunstancia”, la situación que lo entorna, lo sitúa y lo limita. Se suele confundir frecuentemente individualidad con individualismo. La defensa de la individualidad es la defensa del derecho a ser uno mismo, la libertad de decir lo que se piensa, de expresarlo sin miedos, el derecho a la intimidad, a decidir cada cual sobre su cuerpo y su vida, a poner límites a los avances del deseo del otro semejante y del Estado sobre su espacio privado, su expresión y su cuerpo y la pretensión perversa de controlar sus elecciones sexuales, filosóficas, religiosas y políticas. De todo esto trata la individualidad, del sujeto único e irrepetible, aferrado a su identidad, inviolable e irreductible a cualquier definición que pretenda su disolución en la masa en nombre de cualquier ideología de lo popular.
Advertencia
V
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amos
a ver: El mundo antes, ahora -y sospecho que forever- es una camino
interminable y ambiguo desde el infierno en busca de la utopía del paraíso , la
zanahoria ética que nos alimenta y cuyo nombre de pila es “doña Ilusión” . Mi
abuela española solía decir: “De ilusión también se vive”. Pues con todo afecto
modificaré su aserto cambiando el “también” por el “solo” , ya que sin ilusión
no habría vida humana sobre el planeta ni en otro lado donde pretendamos ir en
el futuro. Y el planeta es hoy una mezcolanza mezquina de injusticias,
fanatismos, pobreza, migraciones forzadas, crisis innecesarias, doctrinas
reaccionarias, discursos y relatos felones, perversiones de todo tipo y color,
xenofobias, racismos (propongo el neologismo “etnofobias”), integrismos
repugnantes, guerras terribles, pederastias y trata de blancas, narcotráfico,
ideologías monstruosas, imberbes idiotas útiles de todo discurso drástico que
siempre suele matar a la libertad y la democracia, etc, etc..Para que seguir
con estas lacras, si el lector seguramente podrá completarlas con sus diarias experiencias.
Pero
el mundo que hoy conocemos, integrado por las redes sociales, los medios, las
entidades multinacionales, las organizaciones no gubernamentales, los movimientos
sociales reivindicativos de los derechos del hombre, de las minorías, es
también un mundo mucho mejor que el de épocas anteriores, aunque no lo parezca.
No es que las atrocidades y la estupidez hayan desaparecido, sino que ahora se
puede hablar de ellas y son para la mayoría de la conciencia oficial del orbe, “políticamente
incorrectas”. Es un avance, toda vez que no hay “naturaleza humana” sino como
quería André Malraux “condición humana”. Es el hombre, sus pasiones y las
circunstancias. Para decirlo con Ortega: «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo»,
Del objeto al
sujeto: la individualidad como garantía de libertad
Dicho esto, pasemos al análisis de la relación entre ese “yo y su “circunstancia”, la situación que lo entorna, lo sitúa y lo limita. Se suele confundir frecuentemente individualidad con individualismo. La defensa de la individualidad es la defensa del derecho a ser uno mismo, la libertad de decir lo que se piensa, de expresarlo sin miedos, el derecho a la intimidad, a decidir cada cual sobre su cuerpo y su vida, a poner límites a los avances del deseo del otro semejante y del Estado sobre su espacio privado, su expresión y su cuerpo y la pretensión perversa de controlar sus elecciones sexuales, filosóficas, religiosas y políticas. De todo esto trata la individualidad, del sujeto único e irrepetible, aferrado a su identidad, inviolable e irreductible a cualquier definición que pretenda su disolución en la masa en nombre de cualquier ideología de lo popular.
Y de esto también trata la libertad como
conjunto no sistemático de ideas reunidas en el pensamiento liberal (derivado psicológico indirecto del liberalismo
social y político-económico del siglo XVIII y XIX) y manifestadas en la liberalidad
de actitudes como derecho inalienable de la persona. Individualidad y
liberalidad son dos caras inextricablemente unidas en las convicciones del
ciudadano que se siente tal, libre, soberano y no atado a ninguna doctrina
política, social o religiosa, doctrinas masificantes, que finalmente lo niegan en su
autonomía matando la pluralidad y la diversidad en nombre de una mitológica
“igualdad” que no es sino un sometimiento alienante a un modelo fetiche: el
líder, el partido, el dogma, la idea divina, etc. La liberalidad como actitud
coherente no es sectaria porque no hay sectarismos sino hay sectas y éstas son
producto del pensamiento alienado de grupos negados en su libertad individual.
En
cambio, el hombre individual es un hombre liberal y por tanto rechaza todo
fanatismo y se aleja de las creencias de los fundamentalismos integristas.
El hombre solitario…
El
individualismo, por su parte, es
-como todo “ismo”- un sistema de ideas excluyentes; en este caso concreto una
ideología implícita del aislamiento, sistemática y autocentrada en la
especularidad de un discurso -como toda ideología- y edificada en la ilusión escéptica
de poder vivir al margen del otro y de la situación que los reúne en el aquí y
ahora de la sociedad. El individualismo como postura existencial es un egoísmo
ingenuo no constructivo, porque no valora la colaboración del conjunto, ni
entiende la consigna liberal de buscar
trabajar juntos a partir de las “semejanzas
en las diferencias”.
El
individualista es un ser solitario que se aleja del ser ciudadano, porque al
desinteresarse por el otro y su “destino”, se desinteresa del “bien común” creyendo que él está más allá de
ese comunidad de bienes. El individualismo niega la política porque es un ser
“apolítico”, ignorante de la centralidad de esa dimensión social que se quiera
o no, determina el principio y el fin de nuestras vidas, tan entrelazadas de
los unos con los otros y mediatizadas por las instituciones que nos incluyen y
limitan.
El
individualista coincide en algunas opiniones con el hombre individual
nominalmente, hasta que se profundiza un diálogo y surgen las profundas
diferencias: uno no va a votar porque se ocupa solo de sus intereses inmediatos,
“quien gobierne me da lo mismo”, dice. El otro tiene conciencia de su rol
democrático e intenta evitar con su protagonismo que las políticas futuras
conculquen su libertad y terminen haciendo de su sociedad un infierno donde ya
no pueda vivir ni él ni sus descendientes. Porque cree -una ingenuidad ético moral-
en una sociedad de hombres libres y en el respeto a las leyes y a las
instituciones republicanas, se declara un “hombre político”, comprometido en
primer lugar con sus principios, sin que eso implique necesariamente que milite
en un partido político o en una agrupación social, sino es su determinación en
su proyecto de vida.
El hombre acompañado
El
individual-liberal es aún una “rara avis” en un mundo de hombres-masa, de
dogmatismos emblemáticos político-religiosos y de hombres individualistas. Aunque
parezca un absurdo expresarlo de esta manera, no dudo en que la cultura humana
diversa en sus contenidos es la fuente principal de los prejuicios y de los
interminables conflictos entre etnias, tribus, colectividades y países. Y
dentro de estas culturas, el papel xenófobo de las religiones ha sido en la
historia de las civilizaciones una constante: el rechazo del otro diferente. La
creencia de la verdad anidada en su propia creencia. El “verdadero creyente”
-al decir de Eric Hoffer- es siempre un fanático obtuso.
En
un mundo de facciones extremas , donde apocalípticamente los tibios son
vomitados de la boca de los drásticos, un mundo dominado por la agotadora lógica
futbolera de aniquilar al cuadro contrario vivido como “el enemigo” a derrotar y
donde lo que importa no es la belleza del juego y la competencia sino el
resultado, tan ligado a fabulosos negocios y negociados económicos, el hombre
individual-liberal tiene mala o poca prensa porque no es escandaloso ni
extremista y además se lo asocia erróneamente ,como se dijo antes, con posturas
inocentes o egoístas, e incluso se lo asimila por ignorancia, confusión o mala
intención con seudo-ideologías de pragmatismo economicista como el llamado
“neo-liberalismo” , que en todo caso debiera denominarse “neo-mercantilismo”,
para no manchar el concepto de “liberal” que significó un avance humanista
extraordinario en los derechos del hombre frente a los absolutismos feudales y
monárquicos de los últimos siglos.
Pero
la realidad es otra: el individual-liberal es un hombre acompañado que
acompaña. Un hombre de alta conciencia civil que entiende que la mejor sociedad
es la que tolera y auspicia la convivencia enriquecedora de la diversidad y la
pluralidad, que cree en el trabajo en equipo y que relativiza el valor de las
creencias no operativas, que lucha con la tentación del prejuicio y que
defiende el valor de la privacidad y la creatividad, que intuye que todo lo que
no atenta contra la dignidad y la seguridad del otro, tiene el pleno derecho a
expresarse tal como le apetezca a su autor. Se trata de con-vivir, vivir juntos
pero no revueltos.
imagen: http://definicion.mx/individuo/
©
by Alberto farías, Madrid, julio de 2014 –Se autoriza la reproducción total o
parcial de este texto citando fuente y autor.
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