martes, 1 de julio de 2014

Del paro al desamparo...

Sociedad e individuo

Del paro al desamparo
(el dilema del desempleado)
                                                                             
Por Alberto Farías

                             

 “A mi trabajo acudo, con mi dinero pago, al cabo nada os debo…”  - Antonio Machado

A
quí en España como en Argentina la falta de oferta laboral, el “paro” o desempleo, como se lo quiera llamar  -y a pesar de las cifras disímiles de parados en relación general a la PEA  en ambos países: muy aproximadamente algo más de 3 a 1 en el primer trimestre de 2014- constituye, más allá de lo estadístico y económico, un drama existencial personal.
El trabajo es ante todo una forma social de existencia, una necesidad básica del mantenimiento de la infraestructura material de productos y servicios de una comunidad, un formidable sostén de la identidad personal y un organizador de la vida cotidiana. Por tanto va más allá de la remuneración obtenida para garantizar las necesidades primarias del individuo. Esto es parte de un una obviedad, aunque a veces se olvide.
La mayoría de nosotros despliegan su trabajo socio-productivo a través de un “empleo”. Muchos -la mayoría- no eligen un rol laboral a partir de un estudio vocacional específico, sino que el rol les es impuesto a partir de la mera necesidad de trabajar.  Hay aquí una dimensión de enajenación en el hacer una tarea que no se elige, aunque se sepa instrumentalmente el cómo se hace.
La identificación de la propia personalidad con algo de ese hacer  y  la comprensión del porqué se hace, es en sí mismo motivadora.


Un segundo grupo son capaces de sentir felicidad en sus trabajos a partir de una identificación de sus deseos y expectativas con las de la organización que los convoca.
Sin embargo, otros aún, -a pesar de contar con una capacitación profesional académica, una especialidad técnica, etc.- y haber elegido la actividad y el lugar de trabajo, no logran encontrar las condiciones adecuadas que les haga sentir comodidad y felicidad por estar satisfechos con lo que hacen, cómo y dónde lo hacen. Así la antinomia felicidad-trabajo pareciera dominar la existencia social del hombre, porque el trabajo socio-productivo,(reglado contractualmente por la transacción salario por fuerza de trabajo) y aún el autoregulado en el caso de los autonómicos, es por fuerza en gran parte ahijado de las rutinas y estas parecen agobiar al que trabaja. Sin embargo, tanto unos como otros comparten un sentimiento de estar arropados, con mejores o peores telas, por la inclusión en una red de mutuas necesidades económico-sociales y siendo parte de un colectivo que los incluye, aún sin demasiadas cortesías. Pero hay un tercer grupo  -inmenso- al que han despojado de esas telas y solo les quedan andrajos con que cubrir su desamparo: son aquellos que han perdido involuntariamente sus empleos y aunque busquen cada día uno nuevo no pueden encontrarlo: “los parados”.

El dilema del desempleado

Trabajando en una organización laboral, una persona se involucra “por defecto” en la dinámica de cinco dimensiones vinculares expresadas en otras tantas variables psicológicas: camaradería, confianza, orgullo, autorrealización e identidad grupal.
Al perder un empleo, la persona “en paro”, pierde también aquellas variables que eran parte de su identidad global de rol. Ya no tiene camaradas, ni él lo es para los demás; pierde la confianza en sí mismo ya que deja de ser alguien en quién se pueda confiar; no puede sentirse orgulloso porque es un “perdedor”, aunque no sea objetivamente responsable de esa situación; su imagen de crecimiento personal se ha detenido y peligra su futuro al no tener un presente desde dónde construirlo, de ahí que el paro es también un paro de la autorrealización. Finalmente, sin grupo de referencia laboral por haber perdido la pertenencia, su identidad de “ser parte de”, se resiente hasta dudar de la propia pertinencia de sus derechos, perdiendo luego su voluntad de búsqueda, su vigor resiliente.
Tarde o temprano aparece un doble interrogante: ¿Qué hacer?...Seguir tozudamente una búsqueda frustrante que cada día le confirma una negativa que lo humilla ante sí mismo, y le recuerda que no es omnipotente,  o dejar de buscar, defeccionar ante el estrés y -evasión negadora mediante- asumir una actitud resignada y pasiva, de presunta impotencia identitaria que lo llevaría del paro al desamparo. En este dilema perfecto entre omnipotencia e impotencia, las dos consecuencias imaginadas son indeseables para el sujeto. Son, pues, el Escila y Caribdis del parado.
Pero por suerte en general, un dilema es un problema mal planteado, al que hay que modificarles las premisas: entre la omnipotencia y la impotencia está la potencia humana. “Puedo hacer algo nuevo con lo que otros ya han hecho de mi”, solía decir J.P Sartre. Y eso ancla en la ilusión, en el buen sentido de la palabra: “El pensamiento ilusorio -nos dice Mariano Soriano Urban- puede brotar de pautas heurísticas en cierta forma útiles, e inclusive capaces de asegurar nuestra supervivencia: creer que uno tiene poder para controlar los acontecimientos ayuda a mantener la esperanza y a alentar el esfuerzo cuando, de otra manera, prevalecería la desesperación. Si a veces las cosas se pueden controlar y otras veces no, maximizaremos nuestros logros mediante el “pensamiento positivo”. Ser optimista es rentable”
El interrogante no está entonces en “buscar o dejar de buscar”  empleo,  no es la acción lo que está en entredicho sino la inteligencia de la acción en términos de coste-beneficio-contexto y esa inteligencia se llama “proyecto”. Y un proyecto es la construcción de un amparo propio con los talentos propios, que para ser efectivo (eficaz y eficiente), deberá  incluir una dosis importante de “plan B” (“pensamiento lateral” se le llama ahora) y una prioridad de acciones insertas en un programa capaz de darle sentido y significado racional-emotivo al esfuerzo sin prisa y sin pausa, evitando así que lo contingente no deseado, -la situación de paro en este caso-,  nos arrastre al desamparo determinista de creernos simplemente impotentes cuando en verdad no lo somos.

Imagen original modificado diario El Mundo, Madrid.
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