Pan para hoy…
Por Alberto Farías Gramegna
P
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odríamos definir genéricamente a la
“personalidad” como la descripción más o menos objetiva que hace alguien
sobre la manera (medios y fines) en que la otra persona se comunica en cuerpo y
mente, consciente o no y en tiempo real, con su entorno inmediato. Por otro
lado, el concepto de “populismo” es muy amplio y con frecuencia abarca una
variedad de ideas y actitudes socio-políticas que no llegan a configurar un
sistema de pensamiento definido claramente, antes bien aparece como un
fenómeno político caracterizado por la vaguedad conceptual que puede ir de la
derecha a la izquierda, la demagogia, la irracionalidad, el inmediatismo, el
vacío ideológico y la transitoriedad.
Dos dimensiones, personalidad y
populismo: una apunta a una estructura y un estilo psicológico, el otro se
inscribe principalmente en los discursos doctrinales y los estilos de gestión
del poder político.
Nos preguntamos
acerca de la relación posible entre ambas. ¿El dirigente populista responde a
un patrón más o menos singular de personalidad?, ¿se necesita un
ser-en-el-mundo determinado para adoptar un estilo de conducción populista..?,
¿es válido hablar de un presunta “personalidad populista”?. Me apresuro a decir
que no, en el sentido de incluir este “tipo” en una taxonomía rigurosa con
arreglo a cualquier marco teórico de referencia. Esto porque “personalidad” y
“populismo” son términos emergentes de contextos epistemológicos diferentes.
Dicho esto, empero, alerto al mismo tiempo sobre la perfecta pertinencia de
vincular Psicología con Política. De hecho existe una conocida especialidad
llamada “Psicología Política”. Así las cosas, ahora decimos que es irreprochable
y pertinente indagar sobre las constantes y variables clínicas que, como rasgos
de personalidad, coadyuvan a allanar la convergencia entre mi “forma de ser y
de actuar” y “mi visión del otro en sociedad y la manera de manejar el poder
para gestionarla”.
Dime como piensas
y te diré como gestionas
Va de suyo que las personas creen cosas
favorables y desfavorables de sí mismas y de los demás. Nada nuevo hasta aquí.
El asunto es que se piensa “pronósticamente” (a veces como un “Destino”) tal
como se piensa en el día a día. Y se piensa a partir de patrones que se
denominan “creencias”. Son las creencias (fundamentos con un componente
emocional central) las que determinan la visión de las causas primeras y las
consecuencias últimas. Las creencias -tanto las más racionales como las más irracionales-
orientan la acción y la valoración de la conducta: si creo que la gente es
“egoísta por naturaleza” y poco afecta a la honestidad, redoblaré los controles
sobre mis empleados para evitar ser engañado en mi buena fe. Si creo que la mayoría
de las personas prefieren ser manipuladas a cambio de ser relevadas de los
riesgos de los desafíos y responsabilidades, las trataré con engaños y órdenes.
En síntesis las creencias “crean” lo esencial de la realidad: su significación,
la interpretación valorativa de las cosas, los hechos, las causas y sus
consecuencias. En el lenguaje de la sociología política uno de los tipos de
liderazgo, el denominado “paternalista” contiene las características centrales
que definen a los estilos de conducción populista: carisma, manipulación
condescendiente, persuasión, emotividad ostensible, familiaridad, como la de un padre con su hijo al que
convence que debe seguirlo “para su bien”.
Toma la mayor parte de las decisiones, pero le deja tomar algunas a sus
seguidores en cosas de escasa importancia, porque él controla lo fundamental: la
conservación del poder que significa mantener el amor de sus dirigidos.
Transforma el verdadero protagonismo en mera participación del grupo según un
guión programado, que suele terminar en un encuentro de aplaudidores y
obsecuentes. El paternalista es un líder que simula aceptar algunas sugerencias a sus órdenes y hace
creer que escucha a sus acólitos. Una característica central de este estilo es
recompensar la fidelidad y castigar
quitando su preferencia a los que se desvían de la obediencia que
siempre es recubierta por la idea del “amor” y no el miedo (propio de los
liderazgos autoritarios).
Sin
embargo los seguidores y subordinados se vinculan con cautela ante el miedo de
perder su afecto (el hijo descarriado no recibe la herencia). No estimula
realmente el trabajo en equipo dado que no soporta ser excluido de la
centralidad. Se siente importante en tanto siempre se lo necesite. En el mundo de los RRHH
su equivalente es el liderazgo que he llamado
“tutorial excluyente”. Los empleados no se
sienten responsables y pierden la autoconfianza dado que los logros dependen
del protagonismo exclusivo del líder. Por eso los que les queda para motivarse
es la compensación económica o la búsqueda del Poder. Y la larga el trabajo se
torna insatisfactorio. Se genera un malestar oculto y se pierde
espontaneidad, porque surge la culpa por desafiar al líder-padre-infalible.
La personalidad
populista
Los rasgos típicos del populismo
socio-político son: discurso demagógico, la preeminencia del caudillo, la
referencia a símbolos unificadores, el énfasis en el discurso alegórico por
sobre la realidad, la idea de uniformidad fraternal y compañerismo de iguales, la exaltación de los valores locales,
corporativos o nacionales y la identificación de alguna amenaza exterior al
grupo contra la que hay que luchar para mantener la endogamia grupal. El
populismo finalmente tiende a generar sectarismo y aversión a lo diferente, a
la diversidad y a la pluralidad. A nivel
del individuo cualquier estilo de
personalidad no se ajusta funcionalmente a esas características. Las
extrovertidas-demostrativas con componentes de acción y control son más afines.
Las ideas populistas por sus contenidos inherentes satisfacen finalmente las
expectativas de las personalidades egocéntricas, autosuficientes,
controladoras, demostrativas, efectistas y emocionales, con pobre control de
impulsos y poca tolerancia a la frustración, con ansias de poder compensatorio
a una identidad personal conflictiva y un temor infantil a no ser querido y
alabado. Una “personalidad populista” sería pues aquella capaz de lograr hacer
coincidir esas necesidades psicológicas con una seudo-doctrina donde lo
superficial (la inmediatez del hoy) oculta y posterga lo esencial (las
consecuencias de los actos del mañana). Es por eso inmadura y disfuncional. Pan
para hoy y hambre para mañana.
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