Sociedad: cultura y pensamiento
en las sociedades antagónicas
Por Alberto Farías Gramegna
"-¿Por qué me has picado con tu veneno, en medio del río, si
al morir yo tú te ahogarás? - dijo la rana.
-Perdona, es que picar está en mi naturaleza- respondió el
escorpión.-Clásica fábula atribuida
a Esopo
"No hay nada repartido más equitativamente en el mundo que la razón: todos están convencidos de tener suficiente" - René Descartes
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oda polémica (del griego “polemos”: guerra, lucha)
se inicia por la mera confrontación de opiniones, sin un acuerdo-marco de
inicio. La polémica es hija dilecta del “dilema”, porque opone de arranque, juicios
de valor no racionales (es decir pre-juicios) como insumos protagónicos casi
excluyentes. No se busca compartir una descripción consensuada de los hechos, porque
se teme que ésta afecte la posición ideológica que se pretende imponer. La
polémica implica el objetivo de triunfar sobre el otro argumento, (y por
defecto sobre el interlocutor) y no de intercambiar evidencias para llegar a
una posición tercera que resulte de la transformación de los contenidos de lo
uno y de lo otro. No interesa al polemista exponer dudas sobre su posición,
sino presentarla como verdadero, íntegro, total y no perfectible. El polemista
defiende un sentimiento producto de una creencia íntima o de un interés
pragmático que desconsidera a los intereses o deseos del otro bajo el maquiavélico
conocido apotegma: “El fin justifica los medios”.
El extremo de esta lógica confrontativa irracional es la actitud encarnada por Pirro de Epiro, aquel rey y general griego que logró ganar la batalla contra los romanos al costo del exterminio casi total de su propio ejército. "Con otra victoria como ésta, estaré perdido", habría exclamado al final de la lucha. Aquí la relación costo-beneficio aparece muy alejada del sentido común y la razón de medianía, pero con frecuencia la polémica se torna aún más estéril y necia cuando surge de un pensamiento “maniqueo”, rechazando matices.
El pensamiento maniqueo: todo en blanco o negro
El persa Mani o Manes, del siglo III DC, postulaba
dos principios universales contrarios y eternos, que luchan entre sí: el bien y
el mal. El pensamiento maniqueo, por tanto, es dualista, segregacionista de lo
diferente y milita ilusoriamente para lograr la uniformidad; detesta el
pluralismo y la diversidad, a la que presume como la causa de todas las
desgracias sociales.
El hombre maniqueo es un fanático de su verdad que
cree que, si todos pensaran y actuaran como él, se terminarían los problemas.
Autoritario, aunque no lo sepa, en lo sociopolítico se incomoda con la
democracia republicana. Se podría reducir el basamento de su cultura a la
visión de un mundo dicotómico. Antónimos que connotan antinomias: blanco o
negro.
Cuando esta manera de ver el mundo se extiende desde
las llamadas “minorías intensas” a grandes colectivos sociales perjudicados o
insatisfechos en sus expectativas, tenemos el germen de lo que he propuesto
llamar “sociedades antagónicas”. Escindidas crónicamente en grupos y subgrupos de
intereses disonantes, se presentan con un sesgo tribal en cualquiera de los ámbitos
de pertenencia: intelectuales, culturales, religiosos, deportivos, económicos,
políticos, etc. Se constata la opción confrontativa-dilemática, antes que la
colaborativa-problemática, y un afán de triunfo rotundo sobre el otro diferente,
donde se piensa que siempre uno debe ganarlo todo y el otro ser derrotado en
todo a cualquier precio. Es el “voy por todo y por todos”, sobre las ruinas de
la dignidad del otro, que es considerado un “enemigo” antes que un semejante
con rol circunstancial de adversario de opinión.
Las “sociedades antagónicas”, expresadas por sus grupos corporativos de opinión pública, se acercan más a la filosofía del general griego que al discurso socrático mesurado, inquisidor y reflexivo. La historia de los autoritarismos y convicciones dogmáticas y corporativas las atraviesan en sus mitos fundacionales. La cultura media que las caracteriza, todo lo ha dividido en etiquetas nominativas con valores negativos en una constante práctica de diferenciación de presuntas “esencias” antagónicas inmóviles, inmersas en el bien o el mal absoluto. Para unos y otros, desde la subjetividad de cada sector, es una opción de hierro entre el “ellos” (los malos) o “nosotros” (los buenos). Hay en muchas de estas actitudes, (las de buena fe) una visión ingenua, romántica-totalitaria, producto de una profunda ignorancia histórica, que cada tanto generacionalmente imagina una sociedad homogénea, sin conflictos más allá de la diversidad de creencias, usos, costumbres e intereses contrapuestos, propios de cualquier colectivo social normal.
Compulsión y decadencia
Las tradiciones culturales antagónicas son incapaces
de dialogar sintetizando diferencias para trabajar colaborativamente y de
manera “adulta”, responsablemente en equipo con propios y ajenos, para
prescindir de la adolescente conducta de formar clanes para desautorizar y
desestimar al otro, por lo que nunca progresan, repitiendo compulsiva y neuróticamente
los mismos dilemas una y otra vez. Son por acción u omisión, decadentes y la
causa en general, no es económica, ni de recursos humanos o naturales: es
netamente cultural. Tal como rezaba aquel mítico graffiti de La Sorbona: “Las
ideas que se estancan, se terminan pudriendo”.
Es que los relatos dogmáticos suelen sostener
dilemas basados en ideas icónicas y fundamentos ideológicos-doctrinarios
rígidos, aunque débiles ante la prueba de realidades materiales evidentes y más
aún en las épocas de la “posverdad”. Esto lleva a la desconfianza de todos
contra todos, resultando así una doble lectura especulativa y todo entonces se
torna conspirativo. Una frecuente inclinación por la cultura del club y la
bandería, suele derivar en la construcción de mitos que dan sentido a una
pertenencia empobrecida.
Si las nuevas generaciones no logran romper ese círculo vicioso en el que se han socializado y mudar hacia una identidad cultural colectiva de coincidencias mínimas en las diferencias, pluralismo cooperante y consensos estratégicos inclusivos conforme a Derecho, -por ejemplo en el marco institucional que brindan las democracias republicanas- la decadencia de las sociedades tribales seguirá alimentando la estéril e insensata polémica, porque, como en la fábula de la picadura del escorpión, sencillamente es su naturaleza.
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diario La Capital (9/5/2008)
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