Entropía: caos y control,
una cuestión de medida
(equilibrio y crisis en
la organización individual y social)
Por Alberto Farías
Gramegna
“Nosotros causantes también del universo, de su creación y de su futura destrucción”- Baudelaire
D |
icho de
manera simplista “entropía” alude
al grado de desorden que tiene o tiende
a tener un sistema, cualquiera sea
su naturaleza: biológica, social, organizacional, comunicacional, etc.
La
palabra deriva del griego y podríamos asimilar su significación a la
transformación o cambio de calidad de un orden originalmente determinado por la
interacción de sus propias características internas con las de su entorno.
Siendo la entropía un patrón de medida nos dirá algo acerca del grado de
organización o desorganización presente en un sistema y de su tendencia. Se ha
mostrado que los sistemas aislados tienden al desorden, concibiendo ese
desorden como una tendencia al caos con
el correr del tiempo.
Por “caos” aludimos a la dinámica resultante de sistemas que evolucionan de manera inestable, con arreglo a una gran dependencia de las condiciones iniciales, siendo esta dependencia una característica central de los procesos caóticos, que parecen oscilar entonces entre lo imprevisible y lo recurrente. Por eso lo caótico no es -en sentido estricto- aleatorio (producto neto del azar) ya que su imprevisibilidad sería relativa solo al corto plazo y no a proyecciones de lapsos extendidos.
Caos y control
Al aplicar el concepto de entropía al mundo de la comunicación humana en el ámbito de las organizaciones (cualquiera sea el ámbito de actividad) esperamos percibir el grado de incertidumbre (desorden de las certezas) que un mensaje genera en el receptor. Por ejemplo, una directiva de un directivo a su empleado: a mayor incertidumbre acerca de las consecuencias positivas o negativas de un mensaje, mayor tendencia al desorden de un sistema de comunicación efectivo. Si la certeza sobre los objetivos de una directiva es absoluta, diremos que la entropía es nula, pero -como veremos después- también será nulo el movimiento y la creatividad del receptor.
La
relación entre orden y caos es dialéctica: para que exista un orden debe
referirse a una potencial situación de desorden.
En
ciertos ámbitos productivos en que la organización del trabajo se presenta
incierta en cuanto a su “racionalidad operativa”, justamente los patrones de
comunicación suelen ser ambiguos generando incertidumbre en relación con las
expectativas de las tareas y los procedimientos involucrados en ellas. La
consecuencia de esta situación es una pérdida paulatina del orden original y
una tendencia a la disminución de la calidad de los resultados, además de la aparente
imprevisibilidad del surgimiento de dificultades, errores y siniestros que son así
definidos como “accidentales”, productos precisamente de lo aleatorio. Sin embargo,
este escenario pareciera responder más a los sistemas “caóticos”, ya que son
las “condiciones iniciales” de estilo de gestión, liderazgo, comunicación,
conflictos y organización del trabajo conforme a los puestos y roles, etc., las
que empujan y direccionan circularmente al sistema.
El
desorden resultante percibido como anárquico, azaroso, o errático sería en
verdad un producto recursivo de una inestabilidad caótica que oscila entre
factores instituidos latentes, (variables ocultas sin resolver, intereses
discrecionales, mitos o conflictos irresueltos) que podemos asimilar a lo que
lo que se denominan polos “atractores” y “lo contingente cotidiano” (circunstancias
instituyentes que surgen efectivamente aleatorias y por tanto no previsibles).
En otras palabras, decimos que hay un cierto orden (caótico por lo sesgado) en el desorden (azaroso en apariencia). Es decir, un “desorden organizado”, no por alguien sino por la “naturaleza caótica” del sistema mismo.
Entropía y sociedad
Luego, los estilos dirigidos a mantener un orden sostenido en relaciones acríticas de poder -que no admiten las expresiones reflexivas instituyentes de ida y vuelta, ni pluralidad de estilos coexistentes y convergentes en una tarea de interés común y en un ambiente de libertad e iniciativa personal creativa- son propios de estilos de “liderazgos directivos”, sean de tipo autocrático o no, con rutinas unidireccionales que tienden a crear sistemas cerrados sobre una única lógica de comunicación: la vertical descendente, sin realimentación. Esto en teoría crea la ilusión de tener el control sobre la tendencia al desorden, -lo que se observa especialmente en los ambientes laborales- al tiempo que impediría cualquier intento protagónico de abrir creativamente la organización de las tareas comunes, sin burocratizarlas innecesariamente.
Sin embargo, a largo plazo, estos sistemas de control, al aislarse y limitar al máximo los intercambios con otros sistemas que los cuestione, desnaturalizan sus presuntos objetivos perdiendo capacidad de realimentación positiva y consolidando prácticas discrecionales cada vez menos efectivas, como, por ejemplo, dificultades crecientes en la eficacia y la eficiencia para con el afuera del grupo social de pertenencia y referencia. Esto, con el tiempo, se manifiesta como tendencia al burocratismo y la discrecionalidad a favor de mantener un equilibrio interno cristalizado: por ejemplo, en el caso de una organización laboral suele suceder que ha perdido flexibilidad adaptativa.
La falacia de la entropía nula
Lo que
es propio para analizar a las organizaciones puntuales, “mutatis mutandis”,
puede ser aplicado -tomando los recaudos pertinentes a la multiplicidad de
otros factores incidentes- para entender la deriva sociocultural y política de
las sociedades bajo sesgos autocráticos, sean demagógicos populistas,
autoritarios o directamente de formato totalitario, que tienen la ilusión de “controlarlo
todo”. Un absurdo fáctico que se observa tanto en lo micro como en lo macro, en
ignotos jefes de oficina o en funcionarios públicos.
Así,
mantener una presunta entropía “nula” es finalmente una ilusión que, a la larga
resulta autodestructiva, ya que crea las condiciones del surgimiento de crisis socioculturales
que aumentan la tendencia al “desorden anómico”, en lo inmediato individual reactivo
sincrónico (depresión, pérdida de proyecto de vida, autoagresión, confusión,
etc.) y en lo mediato (sincrónico) socio grupal, por ejemplo una degradación caótica
(anomia social, marginalidad, transgresión de límites, conflictividad permanente,
rebeldía a lo establecido y a las leyes, contracultura antisistema, odio al
diferente, resentimiento ideológico, etc.)
La tolerancia hacia cierto “desorden creativo” (efecto del pluralismo comunicacional) y su utilización saludable dentro de límites controlables para el funcionamiento de la convivencia social, hace de la inercial “tendencia al caos” una posibilidad enriquecedora de crecimiento en libertad. Parafraseando a Alberto Cortez: “Ni poco, ni demasiado, todo es cuestión de medida”.
Imágenes:
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