Breves relatos desde el bar III
La panadería(un lugar para no olvidar)
por Alberto Farías Gramegna
E |
se día llegué más temprano que de costumbre y
recién abrían. Como todas las mañanas entre las 9 y las 9,30 desayunaba allí,
en la panadería-cafetería de Emma. La rutina es proveedora de seguridad, aunque
oculte nuestras virtudes potenciales. Allí me sentía contenido y podía mirar el
mundo exterior a través de las vidrieras que amortiguaban el molesto ronronear
de los coches y las motos. Desde mi puesto de observación, mientras saboreaba
el consabido café con leche y la media tostada con tomate, exploraba el paso de
la gente que iba y venía, a tantos lugares posible y de seguramente, por la
temprana hora, sus casas, también llenas de rutina.
Luego de enviar algunos mensajes relacionados con mi trabajo -soy vendedor de pólizas de seguro- me dispuse a planificar el resto de la mañana.
Iría a ver a tres clientes potenciales, que
había contactado el día anterior y luego dedicaría una hora a visitar una
tienda de ropa. Me estaba haciendo falta un par de camisas nuevas. Soy muy
prolijo en mi vestimenta y siempre uso riguroso traje y corbata en mi horario
de trabajo, sin olvidar los zapatos al tono con la ropa. Es importante el
aspecto del vendedor. Como dice la Legrand: “Como te ven te tratan. Si te ven
mal te maltratan...si te ven bien te contratan”. Por eso voy siempre impecable:
bien afeitado, las uñas cortas y limpias y el peinado siempre a la moda.
Saludé a Flora, la chica colombiana que
atendía el local, y como siempre me respondió con una seductora sonrisa que me
hacía tener fantasías con ella, impropias, debo decir, para un cliente impoluto
como yo, y salí a la calle dispuesto a iniciar la jornada conforme a mi agenda.
Al llegar a la esquina, justo a la vera de la
avenida y la calle 42, algo extraño llamó mi atención: un hombre anciano desde
la vereda de enfrente me llamaba agitando el brazo derecho reiteradamente en un
claro gesto de acercamiento presuroso…
Era un buen inicio -pensó Hernán- y lo del hombre
enigmático lo entusiasmó, aunque aún no tenía idea de cómo continuar. De pronto
dejó de escribir y miró su reloj. Mañana retomaría esa historia. Era hora de ir
a dar su clase de Literatura Moderna y Contemporánea en la Facultad. Pagó su
café cortado y salió apurado a la calle- Cada tarde sentado en su mesa
favorita de “La Panadería”, avanzaba en la escritura de su nuevo libro: “Breves
relatos desde el bar”, (un lugar para no olvidar).
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